Entre médicos y médiums, del espiritismo a la parasicología

Entre médicos y médiums, de Alejandro Parra, ed. Biblos, es un excelente libro para quienes desean conocer la fuerte presencia social que en Argentina, y en muchos otros sitios, tuvo el fenómeno espiritista, que precedió a la posterior aparición de la parapsicología.


Entre médicos y médiums, del espiritismo a la parasicología, por Esteban Ierardo
La comunicación con el más allá siempre intriga y seduce. El otro mundo es geografía misteriosa de los muertos, los espíritus, o de fuerzas invisibles ajenas, ocultas. 
En la modernidad, las corrientes espiritistas se han mostrado como puentes o canales de conexión con la región enigmática de los desencarnados. El espiritismo propone una doctrina filosófica y religiosa que da visos de realidad a la comunicación entre los seres humanos y los espíritus de los muertos, y otras entidades espirituales.

Allan Kardec. su verdadero nombre era Hippolyte Léon Denizard Rivail, nació en Lyon, y murió en Paris, en 1896, se lo considera el sistematizador de la doctrina llamada espiritismo. Antes de este rol, fue traductor, profesor, filósofo y escritor francés (Wikimedia Commons).


En sus comienzos, en Francia, Allan Kardec (1864-1869) fue el principal sistematizador de la convicción espiritista a través de una serie de obras fundacionales. Discípulo del pedagogo suizo Pestalozzi, publicó El libro de los espíritus (1857), y ¿Qué es el espiritismo? (1859). Su doctrina se asienta sobre ciertas creencias esenciales: un Dios inmaterial, eterno, primera causa inteligente, de magnitud todopoderosa, justo y bueno; la inmortalidad del alma y la reencarnación; la existencia de entidades espirituales que pueden ejercer un influjo benéfico sobre el presente y futuro de la humanidad. Y la mediumnidad: los vivos pueden comunicarse con los muertos mediante médiums o canalizadores, lo que promovió las famosas sesiones espiritistas o Ouija, el tablero empleado para comunicarse con los espíritus, y el fenómeno de las mesas giratorias, parlantes o danzantes. En las sesiones espiritistas los participantes colocaban sus manos en la mesa a la espera de que se iniciará un movimiento giratorio que anunciaba la presencia de los espíritus.
Luego de sus inicios con Kardec, el entusiasmo espiritista se propagó rápidamente por las latitudes americanas,  Brasil (el lugar con mayor número de espíritas), Haití, Cuba, Estados Unidos (donde fueron muy populares Kate y Margaret Fox,  las «hermanas Fox», que aseguraban comunicarse con espíritus a través de sesiones de mediumnidad); y el espiritismo se expandió también en diversos  países latinoamericanos como Chile, Venezuela, o Argentina.
Sobre la huella histórica de las creencias  espiritualistas en Argentina se demarca como referencia fundamental para su estudio la obra del psicólogo argentino Alejandro Parra, Entre médicos y médiums. Saberes, tensiones y límites en el espiritismo argentino (1880-1959), publicado en la colección de Sociedad y Religión de editorial Biblos, en la Ciudad de Buenos Aires.
Con una meticulosa investigación documental, Parra atraviesa las disputas entre espiritistas y médicos en el terreno de la salud mental en un arco temporal que se extiende desde 1889 a 1959. En un comienzo la mirada científica y filosófica sobre el fenómeno espirita fue tolerante; luego todo cambió cuando los espiritistas fueron fustigados por acusaciones de anacronismo y prácticas lindantes en la perturbación mental.
La investigación propuesta recorre las fases del conflicto entre ciencia y espiritismo; o el catolicismo en su confrontación con los kardecistas. O la cuestión de la magnetología, vértice capital de la concepción del ser humano como campo energético. El esoterismo como lámpara que alumbra leyes ocultas de la naturaleza, y el espiritismo como uno de sus brazos, teorizan sobre los campos de energías sutiles en torno al sapiens. La creencia en una fuerza invisible universal que fluye, secreta, por el humano y la naturaleza; fuerza a la que «se le ha dado una enorme cantidad de nombres: prana, chi, mana, magnetismo animal, fuerza nerviosa, fuerza neúrica, fuerza óptica, fluidos, fuerza psíquica y orgón, entre otros».
El médico Franz Anton Mesmer (1733-1815) habló de una fuerza invisible que obra en todos los seres animados que llamó magnetismo animal, y que el médico magnetizador emana mediante movimientos de las manos de modo de dirigir un fluido magnético que procede de los cuerpos celestes y que impregna la naturaleza, con propósitos terapéuticos, de cura, de un paciente enfermo que queda sumido en una «sonambulismo provocado» (un antecedente de la hipnosis posterior en Charcot y Freud, por ejemplo). Pero la monarquía francesa analizó el fenómeno mediante sendas comisiones, y determinó que lo que lo que intervenía en la práctica mesmerista era un evento de la imaginación y la sugestión antes que la acción real de un fluido invisible. En toda su polémica, el mesmerismo es raíz nutricia posterior del espiritismo: «de modo que el magnetismo y el espiritismo convergieron en el así llamado ‘ magnetismo de orientación espiritista’ que llevó finalmente al espiritismo de Allan Kardec «.

Representación del Franz Anton Mesmer en acción


Para 1880 en la ciudad de Buenos y otros lugares del país pululan ya diversas terapias y vademécum medicinales que apelaban a la electricidad. Prácticas nacidas de la popularización del mesmerismo, lo que promovió la repulsa de la medicina oficial. La actividad de difusión de los magnetologos era intensa, conferencias,  tratamientos, hasta una escuela. Luego crearon el concepto de biopsiquismo bajo la influencia de los estudios sobre las fuerzas psíquicas. Sus ofertas de curaciones eran habituales en el mercado de la salud de fines del siglo XIX incluido imanes, pases, supuesta trasmisión de fluidos misteriosos e invisibles. La realidad de lo imperceptible ganó terreno también en la ciencia que, mediante sus aparatos, los tubos fluorescentes, los tubos de Crookes ( unos tubos vacíos por el que circulan gases a los que se aplica electricidad y así adquieren fluorescencia); y también mediante fotografías más precisas, el ojo científico se acercaba a un registro de la corriente de «vibraciones» a través de la materia.
Y a la vez, el espiritismo se reunía en sociedades como Constancia (todavía  en funcionamiento) y la Fraternidad; y mantenían vínculos también con la Sociedad teosófica que tributaban veneración a Madame Blavastsky, escritora, ocultista y teósofa rusa, creadora de la corriente teosófica que fundía esoterismo oriental y occidental. 

La influencia en el Río de la Plata de Helena Blavatsky (1831-1891), y de su obra principal, La doctrina secreta, contribuía a enrarecer el clima de adhesiones y rechazos de las prácticas ocultitas. El afamado escritor Roberto Arlt, el autor de Los siete locos, a sus veinte años escribió Las ciencias ocultas en Buenos Aires. Arlt se sumergió en las reuniones espiritistas, que percibió como un submundo “poblado por embaucadores e iluminados” y “cuyo universo es a la vez realista, fantástico y burlesco”. Al mismo tiempo, la psiquiatría comenzó a afilar dardos contra la mediumnidad espiritista, contra la comunicación con las entidades espirituales. Así en el medio de la salud mental local, tuvo importante influencia la lectura de la obra del psiquiatra francés Joseph Lévy-Valensi (1879-1943). Para este investigador los prácticas mediunicas denotaban en primer término morbilidad, el médium es contagiado por una doctrina que impele su delirio, y su entorno lo condiciona; esto convierte, segundo, a las personas «en sujetos al delirio»; y, en tercer lugar, «el delirio es esencialmente alucinatorio». Ante esta mirada crítica el «delirio espirita» cae bajo un «delirio de influencia». En este clima, el psiquiatría y alienista Fernando Gorriti, precursor del psicoanálisis en la Argentina, estudió toda la fenomenología espiritista y escribió el artículo «Paranormales e higiene mental», publicado en la Revista de la Asociación médica argentina, en 1956. Aquí afirma:

«Los paranormales (médiums y otras estructuras semejantes) deben llevar una muy necesaria vida higiénica, apacible, de mucho aire puro, sobre todo de campo, nemoroso, que con el verdor del ambiente y ancho cielo azul a la vista, contribuya a aquietar el sistema nerviosa por la acción sedante bien conocida de ciertos colores».

Izquierda, Dr. Fernando Gorriti

Sin embargo Gorriti distinguía a los meros espiritistas de los «metágnomos», denominación del psicólogo francés Émile Boirac para aludir a los individuos psíquicos, sensitivos, de habilidades extrasensoriales. A estos últimos sí podría atribuirsele ciertas experiencias «verídicas». Gorriti insistía en la falsedad entonces del fenómeno espirita, pero siempre desde cierta ambigüedad dado que a la vez que sobrecargaba su repulsa no dejaba de advertir la legitimidad del estudio de las posibles funciones supranormales de la mente, de modo que abría el campo «de una nueva forma de piscología paranormal de resultados extraordinarios …por desconocer el mecanismo de su acción maravillosa, no pudiéndose por ahora sino imaginar hipótesis para llenar provisoriamente estas lagunas sobre nuestros conocimientos en el particular». Y de hecho Gorriti se entregó a recopilar numerosos fenómenos paranormales, como fenómenos de biubicuidad o experiencias extracorpóreas.

La disputas entre médicos y espiritistas continuaron. El poder institucional de la ciencia psiquiátrica impugnaba las pretensiones de realidad de las prácticas espiritas. Este rechazo de las creencias espiritistas pareció aliviarse en un clima más propicio para su reavivamiento durante las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955). Es algo incierta y confusa la relación de Perón con las prácticas espiritistas. El hecho es que no las asumió por completo, tampoco las rechazó de pleno. La Escuela Científica Basilio, del hermano Lalo, fue fundada en 1917 con la misión de regresar a la obra de Jesús de Nazaret y ayudar a la evolución espiritual del ser humano. Sus adherentes creen ponerse en comunicación con los espíritus mediante guías espirituales. Una prohibición que recayó sobre esta institución fue levantada por Perón. Y en 1950, en el Luna Park, importante lugar de reuniones de la ciudad de Buenos Aires, la Escuela Científica Basilio realizó un multitudinario acto, de notorias repercusiones. La adhesión o tolerancia de Perón respecto a los espiritistas era funcional a su enfrentamiento a la Iglesia Católica. Las autoridades católicas se mostraron muy alteradas por el aparente apoyo oficial al evento.

El clima de ferviente interés por las comunicaciones espirituales con el más allá fabricó, indirectamente, las condiciones para que el estudio de las experiencias extrasensoriales pudieran convertirse en la base de una nueva disciplina con pretensión académica, la parapsicología. John Banks Rhine (1895-1980) es estimado como el padre de la parapsicología moderna abocado al estudio del fenómeno psi, que incluye el conjunto de poderes extrasensoriales como la telepatía, la clarividencia, la precognición y la psicokinesis o influencia mental sobre la materia. Los comienzos de la investigación de Rhine se sitúan en el Departamento de psicología de la Universidad de Duke. Su antecedente es la fundación de la Society for Psychical Research de Londres, en 1882.

John Banks Rhine, fundador de la parapsicología como rama de la psicología.

Rhine creó un método estadístico para confirmar o no sus hipótesis. Esto provocó mucho interés entre los matemáticos. En 1948, se creó la Sociedad Argentina de Parapsicología (SAP). La Sociedad Lumen de Investigación Psíquica y Estudios filosóficos era una sociedad espiritista. La Sociedad Lumen y la Sociedad Argentina de Parapsicología se fundieron y así surgió el Instituto Argentino de Parapsicología (IAP) «alejada de sesgos doctrinarios», y según sus miembros fundadores la institución se configuraba como «una asociación civil estatuariamente constituida por interesados por la nueva ciencia de la parapsicología, siguiendo el lineamiento de Rhine». Pero el conflicto entre la vertiente espirita y la que bregaba por un estudio bajo parámetros científicos de los fenómenos de una espiritualidad extrasensorial asociados a lo mediunico terminó por contribuir a la patologización del espiritismo.

El libro de Parra es una muy sólida e ilustrada inmersión en el proceso histórico de la gran presencia del espiritismo en la sociedad de la primera mitad del siglo XX, y de su relación conflictiva con otros saberes como los médicos y científicos, y un catolicismo que sentía amenazado su propio campo de creencias.

La cosmosvisión materialista propia de la ciencia moderna, y su exigencia de métodos experimentales de verificaciones generó una escena esperable e inevitable: la retracción del espiritismo al redil de las creencias religiosas, y la relegación también de la exploración del más allá a algo ajeno a una legítima o posible investigación según cánones de la ciencia estándar. Algo que hoy, sin embargo, muestra el fenómeno creciente de los médicos que dicen ellos mismos o sus pacientes haber pasado por una experiencia de «muerte clínica» y retorno a la vida en la que, como una suerte de médiums mensajeros, refieren también que la realidad no se reduce solo a lo que los ojos ven o lo que los instrumentos registran.

Arriba, una clase en el Instituto Argentino de Parapsicología, en 1954, y abajo un multitudinario evento de la sociedad espiritista Constancia en el Teatro Lasalle, en la ciudad de Buenos Aires (ambas fotos en Anexo de libro de A. Parra, Entre médicos y médiums, ed. Biblos).



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