Festival de trovadores es un film turco, actualmente disponible en Netflix, en el que confluyen la relación padre e hijo con la música como expresión artística e identidad cultural. Un padre, un músico, se encuentra con su hijo, un abogado, luego de 25 años.

El afecto del hijo por el padre se empaña por los reproches, y la pregunta, que nunca se contesta, sobre el porqué de su larga ausencia. El padre toca el instrumento musical del saz, o bağlama, perteneciente a la familia de instrumentos de cuerda o cordófonos, un tipo de laúd con mástil largo, muy presente, como patrón sonoro tradicional, en Turquía, Irán, Irak, Siria y los Balcanes. Se toca con plectro (en turco mızrap o tezene), o con los dedos.

El músico, Heves Ali, quiere la ayuda de su hijo, Yusuf, para acudir a un festival de trovadores. Sabe que esta reunión es el final. El viaje del padre y el hijo relaciona al film con el espíritu de las road movies; pero también con el proceso de superación de conflictos, reconciliación, y realización de una vida a través de la música como espiritualidad personal, colectiva y ancestral. El viaje atraviesa el conflicto humano, la geografía y la propia música. El músico avanza hacia su destino final con su arte del canto y los acordes de su instrumento, como una forma de pedir perdón por sus culpas. Su culpa respecto a su hijo, y un viejo amor. Y la travesía en lo geográfico se plasma a través de los planos reposados, poéticos, contemplativos, de la naturaleza en el camino. En la ruta, el viajero se acerca a su experiencia final entre planicies y montañas, y el cielo de las nubes delicadas, fugaces, tan inalcanzables como los colores del crepúsculo.

La modestia aparente de una historia de dolor, del deseo del afecto y reconocimiento del hijo por el padre, y la identidad y trascendencia por la música, por los cantos, que resuenan entre los paisajes, y la nostalgia de lo perdido, y la espera de la vida que reaparece, como el sol al final de la noche

Esteban Ierardo