
La condena de muerte despierta la controversia sobre su justificación; y la duda, cuando no hay certeza absoluta sobre la culpabilidad del condenado.
Esta última es la situación que propone el film Clemencia (2019) (*), que recibió el Gran Premio del Jurado a Mejor película del famoso Festival de Sundance, y consiguió varias nominaciones a los Premios Independent Spirit.
Una sentencia letal está a punto de cumplirse sobre un afrodescendiente que insiste en su inocencia; rechaza el cargo de asesinato; asegura que la ley comete un error, acaso motivado por prejuicios raciales.
Las dudas son bien argumentadas por el abogado del sentenciado. Se insiste en la suspensión de la condena mortal, en el pedido de clemencia. Pero una funcionaria, Bernadine Williams (encarnada en magnífico papel protagónico por Alfre Woodard), sabe que, a pesar de sus íntimas dudas respecto a la aplicación de la pena capital, debe cumplir estrictamente con su deber: dirigir el proceso de la ejecución en la prisión a su cargo. El conflicto entre las emociones personales y la obediencia que exige la institución dotada de un poder absoluto.
Bernadine no cuestiona de forma abierta el derecho de la ley para matar como foma de castigar otra muerte. Pero presedir la ejecución como rito penitenciario corroe, lentamente, a la funcionaria. Su lógica del deber lentamente se desplaza hacia la primacía del sentimiento de la compasión y la duda.
Mediante su lograda frialdad aparente, Woodard transmite la gradual agonía interior de la funcionaria; el daño emocional en la que ordena el pinchazo que lleva la muerte al condenado. Con acierto, se elige la austeridad de la narración cinematográfica para que el centro de atención no sea el lenguaje visual sino el drama.
En la aplicación de la inyección letal importa más la eficacia para matar rápido que todo conflicto moral. Al ejecutar la orden de matar, Bernadine también debilita, de a poco, su toma de distancia. Alcanzada por la gran duda sobre la justicia de la condena, la posibilidad de estar ejecutando a un inocente hace imposible refugiarse en el deber a cumplir. Por eso la persona y su sensibilidad, sus dudas e incluso su culpa, colisionan con el estricto protocolo a seguir.
La película se inspira en el caso real de Troy Davis. Su sentencia de muerte por un supuesto asesinato se cumplió en Georgia, en 2011. Según sus abogados, el caso de Davis representa la típica situación discriminatoria del negro condenado por la muerte de un blanco, sin pruebas ciertas y definitivas.
Las emociones y las dudas razonables no pueden ser detenidas, sin más, por la orden de un sistema judicial inflexible. En estos casos, la persona no puede escapar de sus dudas, sospechas, remordimientos, de lo que desnuda su condición humana.
Esteban Ierardo
(*) Actualmente disponible en Netflix.

A la izquierda Roy Travis, el caso real en el que se basa la película (Imagem: Reprodução/InnocentProject/Netflix)