La religión en el Egipto Antiguo (Parte I)

Por Sergio Fuster

La esfinge de la Pirámide de Guiza, entre 2600 B.C. and 2400 B.C. (Image credit: Nick Brundle Photography via Getty Images)

La juventud del atractivo del Antiguo Egipto nunca envejece. El misterio sobrevuela sus desiertos y pirámides, faraones y dioses. Sergio Fuster, gran conocedor de las religiones comparadas, nos propone un intento de explicación de algunos de los mayores perfiles del universo mítico-religioso egipcio.

En el Corpus Hermeticum atribuido a Hermes Trismegisto (personaje helenístico legendario asociado al sincretismos entre el dios egipcio Thot y el dios griego Hermes), «el Egipto es la copia del cielo». La mitología egipcia es de difícil reconstrucción a pesar de las multitudes de fuentes. Asumiendo esta dificultad, Fuster demarca un itinerario por, entre otras cuestiones, el henoteísmo egipcio ( la creencia en la existencia de varios dioses, pero solo uno de ellos es digno de adoración superlativa); la teología del dios solar Ra; el valor simbólico de los animales que, el autor nos dice, «tenían una funcionalidad que remitía a lo estable, a lo eterno, que era considerada por los egipcios como una cualidad mágica»; o la creencia en la “fuerza vital», energía que fluye en la «red que abarcaba las mentes, las formas y los seres»; o el sentido filosófico subyacente de la cosmovisión egipcia anclada en «la perennidad detrás del movimiento», un orden eterno que se manifiesta dentro del tiempo.

E. I

Aspectos de la religión en el Egipto Antiguo (Parte I)

Por Sergio Fuster

De momento la religión de los antiguos habitantes del Valle del Nilo no posee ninguna “teología sistemática”, razón por la cual nos enfrentamos a tratar de penetrar en su culto a través de lo caótico de sus fuentes. Cuando digo “caótico” es debido, seguramente, a nuestra falta de datos. Si bien contamos con muchos textos, estos no son mitos expresados de manera clara, sino menciones que nos han llegado a través de himnos, invocaciones y fórmulas mágicas. Hoy nos es imposible reconstruir una mitología totalmente coherente.

Por lo tanto, vamos a tratar por nosotros mismos de armar un sistema, siempre basado en esas fuentes fragmentarias, pero que, a la vez, sea lo más coloquial posible. Reitero: en el caso del Antiguo Egipto, encontramos testimonios muy abundantes, aunque no fáciles de organizar. La dialéctica que nos parece a simple vista anárquica es propia, como ya estuvimos analizando, de la vivencia espiritual simbólica y sus fenómenos ordenadores afines (mito y rito).

Estas primeras culturas, tanto Mesopotamia como Egipto, son matrices para sostener la idea de lo irracional del símbolo. Todas las demás religiones del Cercano Oriente guardarán su espíritu, a excepción del Antiguo Israel, donde encontraremos ahí una ruptura del paradigma del ciclo astral y agrario con el mito de la redención. Tengamos en cuenta que la Biblia es una producción tardía y muy bien organizada en sentido cronológico. Carecemos de esa ventaja en Egipto. La dialéctica paradojal del pensamiento de estas culturas tan antiguas se evidencia en su idioma y en el modo de plasmar su escritura, donde no poseemos alfabeto, sino una estructura ideográfica hacia fonemas, que suelen ser monogramas, bigramas, trigramas y determinativos. Del mismo modo es plasmada su idea de lo divino. Pero una vez que penetramos en su concepción luego nos va a parecer un poco más viable el acceso a su construcción de lo sagrado.

Para comenzar citemos una porción de los tratados del Corpus Hermeticum. Allí leemos en Asclepius:

“¿Desconoces, pues, tú, Asclepio, que el Egipto es la copia del cielo, o por mejor decir, el lugar en que se transfieren y se proyectan aquí abajo todas las operaciones que dirigen y ponen por obra las fuerzas celestes? Más aún, si hay que decir toda la verdad, nuestra tierra es el templo del mundo entero. Y, no obstante, puesto que a los sabios les está bien conocer de antemano todas las cosas futuras, hay una que es preciso que sepáis. Vendrá un tiempo en que parecerá que los egipcios han honrado en vano a sus Dioses, en la piedad de su corazón, por medio de un culto asiduo: toda su adoración santa fracasará por ineficaz, será privada de su fruto. Los Dioses, abandonando la tierra, se volverán al cielo; abandonaran el Egipto; este país, que fue en otro tiempo el domicilio de las liturgias santas, viudo ahora de sus Dioses, no gozará más de su presencia. Extranjeros vendrán a llenar este país, esta tierra, y no obstante se dejará de prestar atención a las observancias, sino, cosa aún más penosa, se mandará, por medio de presuntas leyes, bajo pena de castigos prescriptos, abstenerse de toda práctica religiosa, de todo acto de piedad o de culto para con los Dioses. Entonces esta tierra santísima, patria de los santuarios y los templos, quedará toda cubierta de sepulcros y de muertos. ¡Oh, Egipto, Egipto!, de tus cultos no quedarán más que mitos y ni siquiera tus hijos…”.

Estas palabras, parte de la literatura hermética, fueron escritas cerca del siglo III a. C. Textos que parecen sin duda proféticos. Fueron, probablemente, un intento temprano de

dar un sistema más o menos entendible a la complicada teología egipcia. Ya para ese entonces Egipto era viejo y desconocido. Un misterio de la antigüedad olvidada. Ya nada quedaba de su gloria pasada. Sin duda fue depositario de mitos y de leyendas que pulularon por la antigüedad tardía. Me atrevo a arriesgar que quizá haya sido la primera “egiptomanía”, en el sentido de la idealización helena sobre el país del Nilo. Por ejemplo, Platón pensaba que los maestros de la antigüedad habían aprendido de la sabiduría de Egipto. Por otra parte, la segunda idealización probablemente se deba a la ocupación napoleónica en el siglo XIX. Esta última se debate aún hoy entre la construcción pseudocientífica (atlantes, extraterrestres, piramidología, etc., además de predicaciones de teósofos y otras corrientes esotéricas) y la ciencia arqueológica e histórica como comprobación (no libre de dificultades).

La tierra de la eternidad

De Egipto se decía que era “la tierra de la eternidad”. Pareciera que allí el tiempo se detiene, no transcurre. A diferencia de Mesopotamia, cuya geografía mostraba su vulnerabilidad, esta tierra al Norte de África, se encuentra rodeada de desiertos y de mares, lo que contribuyó a mantener la estabilidad climática de la región. Al construir un pasado utópico, donde pareciera que no hay afectación del tiempo, el símbolo cobra una funcionalidad original. Sus imágenes, perpetradas en aquella época ideal y mítica, transmiten la perennidad de sus núminas.

Podríamos exponer como introducción que su religión estaba basada en una dualidad. En una parte luminosa, la vida, lo solar, una estabilidad de hace millones años, y que se convierte en su otro sentido, se transmuta en un culto nocturno, a la oscuridad, a los muertos. Esto, entiéndase bien, no es visto como linealidad sino como una repetición circular constante del tiempo.

El huevo solar asoma en Oriente y parece que sale del mar (o de las montañas desde la perspectiva del Alto Egipto) y se pone en la tierra desértica de Occidente. Se entierra en sus eternos sepulcros. Al desaparecer detrás de la línea horizontal, el astro luminoso se adentra en las regiones del más allá (Amduat), desconocidas, donde sorteará peligros misteriosos y serpientes monstruosas y caóticas (nun) que amenazarán su brillo. Allí habita Sokaris (Socar), una deidad mumiforme con cabeza de pájaro. Lleva una corona conocida como Atef y dos cetros, el anj y el uas. Es el otro aspecto de Ra, el sol difunto debajo de la tierra, Señor de la oscuridad, rey del duat, el ba de Ra. Para luego renacer al otro día. Lo solar iluminador y lo oscuro se intercambian constantemente dando una idea de estabilidad repetitiva, de síntesis en el ojo del Uno, Atum.

Ra (Re) es la barca del sol matinal que navega por los cielos claros, por el dosel acuoso diurno, y, Osiris-Sokaris es el sol nocturno—como aparece en el Papiro Aní—, que transita por un río de fuego, su doble momificado. (Este periplo es el que ilustra la viñeta

Ra con cabeza en forma de carnero (comúnmente conocido como Afu-Ra) en su barca solar Mesektet .(Wikimedia Commons)

del Libro de los dos caminos, libro funerario que forma parte de Los textos de los sarcófagos, es decir, escrito sobre los ataúdes y datan del Renio Antiguo). Ese río circula por pasillos, conocidos con Ro-stau. A ambos los simboliza el ojo. Por ello Atum es representado con un disco luminoso cuyos rayos penetran en el inframundo y terminan en manos que sostienen el anj, o el nudo de la vida, con ellos resucitan a los difuntos. Los impregna de energía vital larvaria. Aquí también encontramos el ojo como disco solar, ojo de una totalidad unitiva. La unidad y la diversidad nos llevan a comprender que a la religión egipcia hay que estudiarla mayormente como un culto africano subsahariano, “negro”-con escasa influencia semítica-, diríamos. Y los cultos africanos son principalmente henoteísta.

Henoteísmo

El henoteísmo no es monoteísmo. Debe quedar claro. Esto llevó a muchos al error, entre ellos a Sigmund Freud, de creer que hubo un faraón monoteísta (Akenatón, Amenofis IV de la dinastía XVIII). Nunca hubo monoteísmo en Egipto, sino henoteísmo. (Tampoco fue un cosmoteísmo (panteísmo), como sugiere Fernando Schwarz, que le impone al antiguo

Egipto el pensamiento gnóstico heleno que hasta donde sabemos le era ajeno. C.F.: Schwarz, F.: Geografía sagrada del Antiguo Egipto, Buenos Aires, 2008). Entonces, ¿qué es el henoteísmo? Heno significa uno. Teísmo, quiere decir, un Dios personal. Expliquémoslo mejor.

Hay un Dios único y creador, pero que es demasiado distante como para poder acceder a él directamente, entonces el culto se disocia en una infinidad de deidades menores, o espíritus de difuntos, accesibles, especializados, a quien el devoto acude con facilidad, y estos Dioses son dignos de adoración. No son distintos aspectos divinos de lo mismo como en el monismo de la India. Tampoco son ángeles al estilo hebreo, sino que son seres entitativos, núminas a las que se las adora, y hasta se las confunde, no en pocas ocasiones con la deidad suprema, aunque dicha confusión siempre es dentro del dualismo teísta.

El henoteísmo es muy maleable y se complementa muy bien con el animismo. Akenatón hizo una reforma en la cual realizó una reducción significativa de seres, pero no opuso un monoteísmo radical al estilo hebreo tardío, sino que su reforma fue siempre dentro del henoteísmo. La acción de Akenatón fue sin duda para acumular poder hegemónico y rivalizar con la clase sacerdotal de Amón que disputaba su autoridad.

Escultura de Akenatón en el conocido como estilo de Amarna, Museo Egipcio de El Cairo (Wikimedia Commons)

Tópicos para entender su mentalidad religiosa

Para entender la mentalidad plástica de los egipcios, es muy importante tener bien claro su idea de Ser supremo. En el Libro de los Muertos del Papiro Ani, traducción de E. A. Wallis Budge, dice así: “Tú que eres Ra cuando te elevas, Tmu (Atum) cuando te pones. Eres el único que nació desde el comienzo del tiempo”. Aparte de ser el supremo también posee las funciones de ser el saliente y el poniente, luz y sombra al mismo tiempo, lo que sintetiza su estabilidad. (Podemos, sí me permite el método de la religión comparada, citar el Fragmento 24 y 25 de Jenófanes: “Hay un solo Dios, el más grande entre los Dioses y los hombres: el cual ni en forma de pensamiento se parece a los mortales. Él es todo vista, todo mente, todo oído… Sin esfuerzo agita todas las cosas por pensamiento… Se mantiene siempre en el mismo lugar, siempre inmóvil…” Podemos compararlo con la kata Upanisad, en la doctrina del Brahman para intuir las diferencias). Un Himno a Amon dice: “¡Generador único! Tú que lo has producido todo. ¡Oh uno que es solo! Tú has hecho los seres. ¡Homenaje a ti, autor de las formas de la totalidad! ¡Uno que es solo y cuyos nombres son numerosos!”

Esto se hace evidente en la teología de Ra desarrollada desde tiempos muy antiguos, pero nos llega mejor explicada a partir de Los grandes libros tebanos del Imperio Nuevo. Ra es el Dios sol que, navegando por los océanos como abismos primigenios que rodean la tierra, hace una elipse circular con su barca. De día está en todo su esplendor, de noche lucha con la serpiente cósmica que lo devora y se transforma en Sokaris (ba). Para vencerla por la mañana y renacer, para transitar por los cielos nuevamente. El texto de la lámina I del Papiro Ani lee de la siguiente manera: “¡Pleitesía a ti, que viniste como Kepri! Kepri el creador de los Dioses. Te elevas, brillas haciendo brillante a tu madre Nut (…). ¡Pleitesía a tu salida Tmu, en tus coronas de belleza! Sale, Ra, brillas en la alborada del día. Sales sobre el aire superior y tu corazón está lleno de contento. La barca Sektet avanza cuando Ra llega al puerto (…). Tu barca sagrada avanza en paz”. Ra navega el espacio diurno sobre su barca Sektet y trasvasa por los ojos de Horus reuniendo el sol y la luna. Al amanecer es Kepri-Ra, al medio día es Atum-Ra, al ocaso es Amon-Ra y a la media noche es Osiris-Sokaris-Ra. Es la lógica de la perennidad a pesar de los cambios. Allí está su intención sagrada.

Los animales, por ejemplo, también tenían una funcionalidad que remitía a lo estable, a lo eterno, que era considerada por los egipcios como una cualidad mágica. La zoolatría o la adoración de animales es muy arcaica. Estaba también muy extendida en el país. Adoraban gatos, ranas, cocodrilos, serpientes, hipopótamos, chacales, todo aquello que podría perjudicarlos, pero también todo aquello que mantenía su unidad básica a pesar de los cambios. Sin embargo, la adoración de animales, es un capítulo oscuro en la religión egipcia, así como ineludible.

Nunca sabremos más allá de suposiciones por qué ciertos animales se asociaban a ciertos Dioses: como Horus, que se manifestaba con un halcón desde tiempos remotos (tal vez por

Detalle de un dintel de Amenemhat I y varias deidades en el que se ve a Horus con forma de halcón (años 1981–1952 a. C.).(en Science History Images)

el vuelo del sol), o Thot con un ibis (los cuernos curvados de la luna asemejaban su pico), o Anubis con un chacal (animales que depredaban los cadáveres y este los repelía), y Bastet con un gato a través del señorío de los felinos. Henri Frankfort, empero, intenta una posible explicación. El autor propone la alteridad animal. Cuando los animales presentan siempre el mismo patrón, el mismo arquetipo; la repetición instintiva bien pudo ser interpretada como un don divino. Lo fijo detrás de los avatares. El ser perenne detrás de las mutaciones. La sustancia que se conserva a pesar de sus múltiples accidentes. Los animales continúan una sucesión de generaciones sin presentar ningún cambio. Siempre conservan su instinto básico. Da la impresión que esto está escrito en algún libro de la naturaleza anterior (como la idea platónica, la sustancia aristotélica o arquetipo junguiano). Son patrones fijos o modelos de la cualidad que se ostentan de modo perenne. Son inmutables a pesar de los cambios rítmicos. Es solidario con su mentalidad. Esta pudiera ser una posible razón.

Otro aspecto importante para comprender la religión egipcia es tener en cuenta lo antedicho: la perennidad detrás del movimiento. Lo que le da a su teología una versatilidad y perpetuidad al mismo tiempo. Veamos los siguientes principios: 1) Cualquier Dios tiene los atributos del Ser supremo. 2) Cada Dios presenta muchos nombres. 3) Cada Dios tiene su imagen específica. 4) Ningún Dios está aislado de otro, sino que componen sistemas integrados. 5) Cualquier Dios puede habitar dentro de otro por posesión y enmascararse, de acuerdo al lugar, función y ocasión, en cuyo caso una imagen puede variar. En otras palabras, para comprender la mentalidad egipcia respecto a su contacto con lo sagrado, es necesario entender que su relación entre la magia y la religión no tiene fronteras claras, entre invocar y evocar, que se nos presenta como fenómenos indisociables. Que sus símbolos, mitos y ritos se debaten entre un principio corrosivo y conservador, que luchan en la búsqueda de una síntesis estabilizadora, y que los distintos Dioses, lejos de cumplir una función definitiva y cerrada, son plásticos y versátiles a estos conceptos centrales. Se adaptan. De allí la impresión confusa de su mitología.

Como sucede con cualquier otra religión sus divinidades no siempre comunican funciones (astrales, vegetales, animales, políticas o sociales), sino que dichas imágenes hacen posible la manifestación espacial y situada en nuestro mundo de núminas invisibles, vivas, para ellos muy reales, y con funciones entitativas. De manera tal que hay, según su creencia, verdaderas personalidades ónticas con vida autónoma en estado latente, aquellas que la imagen de hechura humana las hace presente. Hace positivo o da “volumen” fenoménico a una realidad negativa y personal. La imagen tapa un “agujero” real, diría Lacan. Pero esa imagen, que al mismo tiempo muestra una manifestación, evidencia una falta o una región negativa que llega a existir en nuestra realidad a través del símbolo.

Por lo tanto, detrás de sus iconos, en su reverso negativo y vacío, hay potencias “numínicas” con verdadera personalidad, y pueden afectar nuestra mente y nuestra realidad desde un más allá que, la imagen, la escritura, la viñeta, hacen perceptible y susceptible a ser una aparición en el más acá. De modo que Anubis, por poner un caso, al mismo tiempo que una idea mental que nos remite a regiones desoladas y a cementerios (además de su mito), es una potencia sobrenatural, una figura ahí de un espíritu todavía en un estado vacío, que no es un chacal per se, claro está, sino que, a través de una figura análoga, de una imagen perceptible, ingresa en nuestra realidad, la llena de contenido espiritual y la afecta (afección).

En esa medida, de esa afectación emocional (complejo), lo sutil llega a ser realidad en el mundo cotidiano. Coexiste lo invisible con lo visible y el mundo se puebla de un ánima que tedia el espacio, lo hace pesado e insoportable. El objeto hierofaniza la realidad invisible. Da entidad a un ser oscuro en camino de llegar a ser un ente. Esto está muy claro en la composición de la escritura jeroglífica. Por ejemplo, la palabra para “alabar” o “adorar” es i3(a)w, cuando el determinativo es un hombrecillo de pie con las manos sobre la escritura, como adorando los signos, se entiende que la númina está “posada” en el objeto de culto, es inmanente, pero cuando el determinativo es reemplazado por el del ka (dos manitas

Jeroglífico de Ka, con las dos manos levantadas (en simboloteca.com)

levantadas) da la idea de que “algo” abandonó la imagen gráfica y sigue existiendo de modo paralelo en un doble sutil, idéntico, pero incorpóreo, más allá del objeto.

Otro principio a tener en cuenta es el de la “fuerza vital”. Creían que en la realidad había una energía sutil idéntica a la visible que circulaba por una red que abarcaba las mentes, las formas y los seres. Esta fuerza (energía) poseía centros o puntos eje de acumulación, como ser ciertos órganos, como los ojos, el hígado, el corazón, el cráneo, las uñas o los cabellos. Los objetos y los restos de una persona guardaban cierta fuerza vital (recuerden los principios de James Frazer en La rama dorada con relación a la magia simpática). Los gestos y las palabras. También eran depositarios de esta fuerza ciertos animales como ranas, serpientes, escorpiones, gatos, cocodrilos, entre otros. Formas, palabras, escrituras, altares y estatuas funcionaban como centros de acumulación. (Según Deschamps, especialista en africanismo, magia y hechicería, cuenta que, entre los pueblos de África, por ejemplo, los fang del Gabón, se considera que existe una fuerza circulante llamada évur, que puede ser benéfica o maléfica. No todos la tienen. El évur, puede salir del cuerpo, tener vida autónoma, unirse a otro évur, luchar contra ella o matar gente. El hechicero prolonga su propia vida enviando su évur a “comer” a alguien -consumirlo mágicamente por maleficio-. Otros pueblos, como los habitantes del Congo conciben una fuerza, el elima, poseída por los ancianos y dadora de poder. Se la encuentra en determinados lugares o animales totémicos. Tiene su sede en la vesícula biliar, el hígado y el bazo. Los pigmeos llaman megbe a una fuerza localizada en la sombra y en la sangre. Con la muerte megbe se disocia, una parte pasa a formar parte del tótem y la otra se deposita sobre el hijo mayor de la familia. Para ellos la sangre es el vehículo de los principios anímicos vertida por medio del sacrificio. Los egipcios, si bien hay testimonios de sacrificios humanos en la primera dinastía como también en tumbas predinásticas, luego estos asesinatos rituales fueron reemplazados por figurillas para ayudar en el más allá, los ushebti; lit.: “Los que responden”. La sangre era usada para la ceremonia de la apertura de los sentidos luego del sepelio, donde se manchaba la boca y las orejas, además de los ojos del difunto momificado para abrir canales sutiles de vitalidad regeneradora. Cf.: Deschamps, H.: Las religiones del África negra, Buenos Aires, 1971).

El neter

El principal centro cósmico de acumulación era el neter (ntr). El neter es el ideograma determinativo para “Dios”, como en sumerio es dignir (estrella de ocho puntas), en hebreo es eloha y en sánscrito es deva. El neter se representaba como si fuera una “bandera” en su asta, es decir, una estaca y una tela colgante sobre ella. Originalmente era una vara o palo colocado en las tumbas predinásticas y del período arcaico. Los egiptólogos creen que representaba a Ymiut, el chacal Anubis, que vigilaba a los muertos y preservaba su

Anubis (Jeff Dahl)

memoria (tipo las lápidas de nuestros cementerios). Con el tiempo la idea del neter pasó a designar al faraón fallecido (aju), pero ya para las primeras dinastías hay evidencia de que se refería a un nombre genérico de Dios/Dioses. Su grafica servía para designar a cualquier deidad, y como dijimos, inclusive al faraón antes o después de muerto. Místicamente allí, en esa estaca, ese punto, eje sagrado de todas las orientaciones, el espíritu de esta fuerza se corporizaba a la vez que lo corporal se espiritualizaba. El neter era el espíritu fundamental, la síntesis, el Uno. Y a la fuerza mágica que allí residía se le llamaba el heka. Esta “superfuerza” estaba activada en el centro del mundo. Y el espacio más potente era la tierra de Egipto.

La designación “Egipto” se la debemos a los griegos. Plinio llegó a decir que aegyptus era “la tierra donde nunca llueve”. Los árabes la conocían con su nombre semítico Mizraim. Esta designación aparece en Génesis capítulo 10, cuando habla que Egipto fue poblado después de la confusión en Babel por Patros y Mizraim, dos hermanos. Los egipcios conocían a su tierra como Kemet, “tierra negra” (por el barro oscuro que quedaba cultivable después de la crecida anual del Nilo, de tal manera que Kemet, es la tierra de la vida anj y de la muerte aju) también conocido como el país bien amado. Geográficamente Egipto ocupa el noreste de África y presenta dos zonas bien definidas: al norte, el delta que es una zona baja (bajo Egipto) y en el sur una zona montañosa y elevada conocida como el alto Egipto. Una fértil y otra árida. Así, en su entorno, vemos esta dualidad que buscaba la armonía o la síntesis en las diferencias.

El norte o bajo Egipto tenía el símbolo de la abeja o el papiro, y se representaba con una pequeña corona roja y chata (baja) y, el sur, el alto Egipto, se simbolizaba con un loto y con una corona blanca elevada o alta. El bajo Egipto míticamente estuvo gobernado en la Edad de Oro por Osiris, y el alto Egipto por su hermano Set. Ya veremos sus mitos cuyo drama trasforma el culto solar diurno en un culto funerario nocturno.

Egipto está atravesado por una arteria central de agua que hace del desierto mortuorio una zona de vida. Según el mito, luego de la muerte de Osiris, Isis llora, y de sus lágrimas se forma el Nilo que es entendido como el Dios Hapy. Similar al río Ganges en India que se forma por el derrame de la Vía Láctea, Ganga, la Diosa, a través de los cabellos de Siva. El Nilo tenía un correlato celeste, y otro, en el inframundo. Todas estas historias ocurrieron en el tiempo mítico repitiéndose eternamente. Mientras que el Nilo es una línea vertical que separa a Osiris de Set, esta es cruzada por el transito solar de la barca de Ra, de este a oeste. En el este está la vida, Horus (la resurrección), y el oeste está la muerte, Anubis (la inhumación). Cuadrantes cruciformes (anj) de dualidades que hacían de esa tierra la tierra de la resurrección. Morir fuera de Egipto era catastrófico. Se corría el riesgo de no resucitar. Ese era el drama de la historia de Sinué (dinastía XII, Reino Medio), un viajero que fue a Canaán y que lo único que anhelaba era morir en su país.

‘Afiche de la clásica película Sinhué, el egipcio’ (Michael Curtiz, 1954) 

(Continuará en la parte II)

*Fragmento del libro Teología e historia de las religiones. Tomo I. Desde las culturas mediterráneas hasta el extremo Oriente (Inédito).

La gran Esfinge de Guiza y la pirámide de Keos y la Foto B.Anthony Stewart, National Geographic Creative

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