La religión en el antiguo Egipto (II)

Por Sergio Fuster

Máscara funeraria de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo.

Continuación del análisis sobre la religión del antiguo Egipto, con su entramado de creencias en torno a un mundo dominado por sus dioses y el acceso al más allá.

La atracción del Antiguo Egipto destila un atractivo que se cristaliza en su religión y su mitología, su arquitectura monumental derramada en pirámides y templos, su creencia, típica de los pueblos del horizonte mítico, del mundo creado desde el caos, y la aspiración a la inmortalidad luego del viaje al reino de los muertos gobernado por Osiris. Aquí, Sergio Fuster completa su intenso análisis de la cosmovisión egipcia. En el devenir de su explicación se enhebran cuestiones troncales para una primera comprensión de lo otro de la mentalidad egipcia dominada por la creatividad del mito: el papel del faraón, garante de la armonía entre el cielo y la tierra, la cosmogonía y la religión solar, Ptha y el ejemplo de una teología fundada en el poder de la palabra y el pensamiento; la esencial dupla divina Amón-Ra; el dios creador Junm Nehpet; la dimensión de los rituales funerarios; y Osiris como divinidad del nacimiento, muerte y resurrección, y su condición de soberano en el mundo de los muertos, y del alma del difunto (asociado con el ka y el ba) hacia su destino espiritual.

Primera parte de este análisis de la cultura egipcia antigua:

La religión en el antiguo Egipto I

El papel del faraón

En Egipto, conocido como la tierra de dualidades, la síntesis era promovida por el rey. Los egipcios llamaban a su gobernante pr (per) (Gran Casa). Era el ordenador o el integrador entre las dualidades del alto y el bajo Egipto. Era el Señor de todas las direcciones como un eje central que devolvía al país su principio vital. De la estabilidad del faraón dependía la estabilidad de toda la sociedad. Si la dinastía caía o eran invadidos por extranjeros, devenía el caos, la oscuridad, el triunfo de Set (en la historia se conocen como períodos oscuros o intermedios).

El faraón, en su tocado llevaba el emblema de la serpiente, la cobra de la sabiduría. No ha faltado quien asocie a esta serpiente con el chakra indio ajña, que corresponde al tercer ojo. Su corona era la combinación entre lo rojo y lo blanco. Era el guardián del Egipto unificado. El ordenador de las dos tierras. De las dos casas, la Gran Casa. En sus manos cruzadas tenía dos cetros: el gancho (hega) y el látigo (nekaka). Tal cual se puede ver en el sarcófago de Tut-Anjamon. El faraón tenía una doble función reunida en él: la de atraer o mantener unido a Egipto y la de repeler a los enemigos externos.

Cada treinta años el faraón celebraba una fiesta que duraba diez días. La fiesta Sed. Era una festividad que reactualizaba la situación política y espiritual. Renovaba su poderío. Duraba aproximadamente cinco días. Los días míticos. No se sabe a ciencia cierta cómo era esta fiesta, pero los testimonios fragmentarios provienen desde el Reino Antiguo hasta el período Ptolemaico. Se hacía en el templo solar trayendo efigies de Dioses en procesión y se llevaba al faraón sobre la silla gestatoria (como la que transporta al Papa en ciertas ceremonias solemnes) como si fuese un Dios más. Se erigía un pilar dyet, símbolo de Osiris y de lo seminal del faraón para sostener la dinastía.

Según Maneton (historiador y sacerdote egipcio del siglo III a. C.), hay veintitrés dinastías desde Menes, el primer faraón, hasta el período griego. Se cree que Menes o Narmer fue el que unificó Egipto, y allí comienza la historia de este país propiamente dicho. Esto fue cerca del 3.000 a. C. Según investigaciones posteriores se deduce que Narmer, el primer soberano de la dinastía I, en realidad sucede de otro rey anterior (dinastía 0) llamado el Rey Escorpión. Se ha hallado una tumba real en el mismo lugar, Abydos, donde encontramos grabado en una pared el símbolo del arácnido y una cabeza de maza similar. Al parecer adoraban a Horus y a Ymiut o Anubis ya desde esas fechas tempranas. Escorpión luchaba con unos pueblos salvajes que tenían por Dios a ser extraño llamado Set, a esta cultura se conoce como Nakada. También podemos encontrar indicios de primitivos sacrificios humanos, rituales que fueron abandonados. Las víctimas luego fueron reemplazadas por imágenes pictóricas o por estatuillas de barro.

Ya desde temprano Escorpión parece que usó un tipo de tumba similar a la mastaba, de techo trunco (la palabra “mastaba” es de origen árabe, de la dicción egipcia per dyet o “casa de la columna vertebral”, “casa del pilar”, “casa del falo” o “casa del orden”, asimismo el pilar dyet era usado en ideas afines). Osiris, posiblemente una deidad muy antigua, prehistórica, era adorado bajo el símbolo del dyet. Esto evidencia que toda la estructura teológica ya fue establecida en épocas arcaicas predinásticas. El culto solar está atestiguado en un bajo relieve de Abydos, el pr anj, o la “casa de la vida”. Quizá una idea pictórica que represente a una ermita o a un santuario doméstico dedicado a la devoción

solar de Osiris. Algo similar a casillas bajas de barro y en el centro una figurilla de barro de la deidad envuelta en piel de carnero.

Cosmogonía y la religión solar

En Egipto hay varios mitos cosmogónicos o de creación y en cada uno de ellos se remplazaba al Dios creador por otra hipóstasis. El más antiguo que conocemos es la cosmogonía de la ciudad de On (On es en idioma copto, Iunnu en egipcio antiguo, que se representa con un jeroglífico de un pilar), conocida por los griegos como Heliópolis, es decir, “la ciudad del sol”. Su nombre original era “la ciudad del obelisco”. Este emplazamiento fue en la antigüedad un centro astronómico con un templo probablemente construido por Imotep. Los zodiacos, siendo el más conocido el de Dendera, ya se encontraban en esa ciudad sagrada. En los dibujos el obelisco estaba coronado por una cruz, pero sabemos por el artefacto que está en el Museo del Cairo, El Piramidion, que era una pirámide más pequeña de oro llamada el ben ben. Era la piedra primordial que simboliza al Dios sol Amón-Ra. Como la colina primigenia, era el orden ante el caos del nun. Un símbolo solidario con el monte Nitsir de Mesopotamia, o el Ararat del Génesis, o el monte Meru en India. De la Torre de Babel (zigurat). Las agujas de las catedrales. Todas ellas son símbolos de altura, de la vida que surge de la semilla que se eyacula del falo primero (bija de Siva en el tantra), idea de la emergencia del orden después del caos del averno diluvial.

El llamado zodiaco de Dendera, conocido bajorrelieve del Antiguo Egipto esculpido en el techo de una cámara dedicada a Osiris en el templo de Hathor de Dendera, Egipto. Está expuesto en el Museo del Louvre de París y mide 253 por 255 cm. Una de las representaciones astronómicas más antiguas dentro del mundo egipcio surgido de la colina primigenia.

En el principio, a partir del caos del nun, o de los abismos acuáticos caóticos, surge la colina ígnea. El pilar, la montaña primigenia, la pirámide como centro del mundo. De la punta de dicha pirámide se eleva el ave primordial, el ave Bennu, identificada por los griegos como el ave Fénix. La filiación de Bennu con el Fénix es arbitraria. Bennu era un ave mítica de fuego, el ba de Ra, y se la relacionaba con la renovación.

Luego, durante el cristianismo, adquirió la idea de la resurrección clara, aunque implícita en la creencia egipcia del ba. Dice la mitología cristiana que el ave Fénix anidó en el paraíso en un rosal. Cuando Adán es expulsado del jardín por su pecado, una chispa de la espada del ángel que guardaba la puerta enciende su nido y esta se incinera. Pero al ser la única bestia que se negó a comer del fruto, Dios, a partir de allí, le da el don de la inmortalidad, renaciendo de sus cenizas.

Volviendo a Egipto, el ave Bennu es en realidad la consciencia fundamental. De la colina salen tres aspectos de la divinidad. Atum el autocreado es el globo solar. Sobre la colina, Ra y su barca, que será el sol en movimiento diurno. Y Osiris-Sokaris, el sol en su aspecto nocturno. Ra con sus lágrimas crea el mundo, llora la muerte de Osiris, y el corazón osiríaco revive en el Bennu o ba. Se crea de esta manera el tiempo, la Edad de Oro, el Set-Tepi. Los egipcios contaban el tiempo en meses solares cada uno dividido en tres semanas de diez días. Trescientos sesenta días del ciclo anual y cinco días míticos donde ocurría el drama divino.

Cada una de esas semanas está simbolizada en tres enéadas. Tres panteones de nueve deidades. Y tres neter o síntesis completando el ciclo ternario de diez. La primera enéada es la de Atum. Atum, el autocreado y absoluto se masturba, y de su semen nacen las dualidades que oscilan entre la vida y la muerte. De él sale un principio dual. Shu, el aire, y Teknú, la humedad. El aire conserva y la humedad corroe. Es la eterna lucha entre poder vencer al tiempo y a la desintegración de las cosas. Del matrimonio de Shu y Teknú, surge otra pareja, Nut, el paso celeste cambiante, y Geb, la tierra perenne, inmutable. Nuevamente vemos aquí el mismo principio. La lucha entre lo estable y lo impermanente.

De la unión del cielo y de la tierra surgirán los primeros habitantes del mundo expresado en sus cuatro hijos. Osiris, la semilla y la fertilidad, Dios y gobernante del bajo Egipto. Su esposa-hermana, Isis, la que amamanta al faraón. Set, Dios y gobernante del alto Egipto, la aridez, la esterilidad, la muerte, la semilla desperdiciada, la homosexualidad. Y, finalmente su esposa Neftis, la que protege al faraón en la otra vida. Juntos forman la primera enéada, la llamada enéada grande.

La segunda enéada es la diurna, la que preside Ra. Es llamada la “enéada pequeña”. Esta, hasta donde sabemos, no tiene una estructura mítica con narración, sino que se limita a dar el nombre de los Dioses que la componen. Ra, Thot, Horus y sus cuatro hijos canopos (Mestha, frasco con cabeza humana; Hapi, frasco con cabeza de mandril; Tuamautef, frasco con cabeza de chacal; Qebhsennuf, frasco con cabeza de halcón, que luego serán los recipientes que contendrán las vísceras del cadáver), Ma’at, la justicia, la que tiene cabeza de pluma, y Anubis.

Y por último la enéada funeraria. Esta está regida por Osiris seguido de ocho Akus o demonios que ofician de jueces en el más allá.

Estos son mitos cosmogónicos o mitos de nacimiento, cuyo monomito y escatón van a estar bien atestiguados. Dentro de los mitos cosmogónicos figuran los papiros mágicos que son encantamientos para “ser dados a luz”. Me refiero a los niños no-natos, los que están en el vientre materno y pasan por peligros sobrenaturales que deben vencer para ser paridos con bien. Las embarazadas estaban protegidas por amuletos de Hathor y Bes. Tenían sortílegos y encantamientos para que el niño en el vientre materno venciera las adversidades y sea dado a luz vivo (la muerte durante el parto era común y corriente). La placenta era guardada y se consideraba el ka. De hecho, a los difuntos, especialmente al rey, a menudo se los enterraba con la placenta con el objetivo de retornar a la madre. Esto era una necesidad mística.

Ptha y la palabra

Tumba de Nefertari. Pilar Djet. Dios Ptha.

Otro mito cosmogónico es de Ptha, que su recensión nos llega de forma muy tardía. Pero sin duda es un Dios muy primitivo. Su mito es conocido en la teología menfita (Reino Nuevo) y es similar al mito del Génesis donde Yahvé crea a través de la palabra (logos). Esto es según la Piedra Sabakka, dinastía XXV. Ptha es el corazón que piensa y la lengua que habla. La creación del mundo es a través de la palabra. Esta está retenida en la escritura jeroglífica, cuyo creador fue Thot. Dicha palabra está depositada en las estatuas y en la momia. Reza el texto: “Cada palabra divina vino a la existencia mediante aquello que era pensado por el corazón y realizado con la lengua. Ocurrió que el corazón y la lengua triunfaron sobre todos los otros miembros, considerando que él (Ptha) está como

corazón en todos los cuerpos, como lengua en todas las bocas, de los Dioses, personas, animales, criaturas reptantes y en todo lo demás que vive, mientras piensa como corazón y ordena como lengua todo lo que desea”. Es interesante ver la evolución filosófica de la primera cosmogonía heliopolitana con la menfita, donde ya se habla de “teología”. Esto se sitúa más o menos para la época de la construcción escrita de la Biblia, donde en el Génesis encontramos dos mitos de creación: uno de la tierra árida que Dios la cultiva, de tradición yavista temprana y crea por el barro (Génesis 2: 4b-9), y, otro más nuevo, de la tradición sacerdotal, de la palabra (Génesis 1: 1- 2: 4ª).

Amón-Ra el oculto

Cuando Ra se dispone a morir en el ocaso de Occidente es cuando surge Amón, un Dios oscuro visto como decapitado. Era un ser oculto durante el Reino Antiguo asociado al abismo primitivo. También se lo llamaba el padre de todos los vientos. Posiblemente una deidad del interior de África. Estuvo presente durante el Primer Período Intermedio cuando la clase sacerdotal toma el control. Amón era el Dios opaco del caos y el que devoraba al faraón. Luego fue asociado a la Ogdoada y a una triada junto con ranas y serpientes (Kamutef). Con el tiempo fue adquiriendo poder y durante el Reino Nuevo se lo identifica con Ra (Amón-Ra), con Min (Amón-Min) y con Osiris (Amón-Osiris).

Dios Amón Ra junto a faraón Ramsés II (istockphoto)

En la época tardía forma parte del Dios creador Ptha. La ogdoada es una cosmogonía llamada hermopolitana, de Hermópolis, está compuesta de Nut y Nauhet (aguas y océano primordial); He y Heket (espacio infinito); Kuk y Kauket (tinieblas); Amón y Amonet (principio misterioso u oculto). Del desequilibrio de estas ocho fuerzas estalla una catástrofe cósmica y surge un huevo (en otras versiones un loto) del que surge Ra. De allí Amón-Ra.

La religión funeraria

Para la mentalidad egipcia no existía la muerte como “la nada”, es decir, como lo contrario de la vida. La nada era un concepto ajeno a sus ideas. Martin Heidegger en un curso que dio en 1929, ¿Qué es metafísica?, justamente interrogó por la nada, y comentaba que darle ser a la nada, es decir, preguntar qué es la nada, es una manera de crear una imposibilidad para nombrarla. Si la nada tiene ser es “algo”. Los egipcios no tenían tal vuelo metafísico, solamente tenían dos palabras para el verbo ser: jw: “es” (por ejemplo, la casa “es” verde), y wnn: “existir”, o para designar una existencia concreta.

Su mentalidad no era abstracta, sino apegada a los hechos y a los objetos del mundo. Por tanto, la vida era actividad y, la muerte, era un cambio de esa actividad a otra. A otro modo de ser. En analogía. Era una continuación, pero desde otros presupuestos. Por ello para la mentalidad egipcia carece de propósito decir “muerte”, en el sentido de fin, sino que la muerte era una iniciación, un cambio a otra realidad, cuyo estar seguía ligando a los difuntos al mundo de los vivos. Una mutación. Un camino de reintegración a los ciclos cósmicos, a ser parte de los movimientos estelares o solares. Era una transfiguración hacia la eternidad, no con la naturaleza, sino en la naturaleza. Un retorno a los días míticos eternos.

Junm Nehpet, el creador

Ingresemos de lleno en la materia de la religión funeraria. Anteriormente habíamos estudiado algunas cosmogonías o mitos de creación. Hoy me he reservado un mito de creación para introducir el tema de lo funerario. Nacimiento y muerte, y, muerte y nacimiento, son intercambiables en la mentalidad mística. En el mito se puede comenzar por donde termina y terminar por donde empieza.

Hay una cosmogonía que es la de Esna, una isla del Nilo en Egipto medio. Allí el creador es Khum (Jnum Nehpet; lit.: “El creador”), un Dios con cabeza de carnero que trabaja en su rueca de alfarero. Fue considerado Señor de las cataratas. Y formó una triada en Elefantina. También se lo consideró Esposo de la Diosa Anukis, señora del Nilo. Cuenta la leyenda que creó el huevo primordial (de donde surgió el sol: Jnum-Ra) y, además, creó a los hombres del barro, también sus ka (w) (plural). Agotado de trabajar, crea a la mujer, así se pueden reproducir solos y él descansa. Similar al Yahvé bíblico que, cuando crea a la mujer Eva, procede a descansar. Sin duda tiene que ver con la cuestión filosófica actual sobre la inactividad de Dios. Esto claramente nos evidencia una construcción teológica acerca del origen del hombre y su destino.

Jnum Nehpet, el dios con cabeza de carnero en su templo, en isla de Esna, en el Nilo.

Volviendo al Dios egipcio, este le dio al hombre una esencia dividida en siete partes. Khum o Jnum creó el Jat del hombre. ¿Qué es el jat? Es el cuerpo físico, la materia densa con la cual está hecho. Su parte más visible y accesible. Sin embargo, esta parte densa es susceptible a la descomposición. De allí que la dicción egipcia jat sea “pudrir”. “Polvo eres y al polvo volverás”, dice el Génesis. Es interesante mencionar que no solo los hombres poseen un jat, los Dioses también pueden poseer uno, por lo cual los convierte en mortales, como Osiris, cuyo cuerpo fue descuartizado.

Los principales atributos del jat son el rem y el sajem (sxm). El rem es el nombre propio. La personalidad. En las religiones de Mesopotamia, en el poema de Enuma ellis se puede encontrar el concepto del “nombre”. Nombrar era existir, no tener nombre era no tener función, equivalía a la destrucción. El nombre como verbo teológicamente era un tipo de sustancia subyacente que le daba entidad. En Babilonia, la construcción de las tablillas del Me, de los destinos, implicaba darle ontología a los seres y la seguridad de permanecer. Los hebreos también daban mucha importancia al nombre. En Éxodo 3: 14 Dios le revela a Moisés su nombre. Moisés interroga a Dios: “Dime, ¿en nombre de quién iré a hablar con faraón?” El tema del nombre divino como misterio cobró mucha importancia en la tradición de la Cábala donde en la magia se invocan los nombres emanados de Dios.

En el Génesis Dios da forma al hombre del barro y el soplo vital. Aquí, como intuimos ya, Khum da el cuerpo también del barro y da además el soplo que lo llama ka. Ahora el ka es solo el hálito. Luego, como veremos, este hálito cobrará mucha importancia en la religión funeraria. Sin embargo, los egipcios, al ser más proclives a ser comparados, en su aspecto religioso, a las creencias del África interior, podríamos concluir que el nombre además de todo lo dicho poseía también una función mágica. Cada persona o Dios tenía un nombre (o varios) secreto. Quién conociera ese nombre podría tener poder sobre el sujeto. Era un poder mágico. Hay un mito, recogido por Gardiner, en que Isis para conocer el nombre secreto de Ra le envía un escorpión para que lo pique. Ra ahora está agonizante. Isis lo extorsiona diciéndole que a cambio de darle la cura Ra le tiene que revelar su nombre secreto. El nombre es una esencia que permanece a pesar de los cambios. Si quisiéramos hacer una analogía con el psicoanálisis podríamos decir, salvando las distancias, que puede ser un tipo de ego o yo.

El sajem es la forma que lo iguala a sí mismo, que hace particular al jat, identificable como representación. La apariencia formal. Lo que lo define como persona, como unidad tangible, reconocible. Los Dioses tenían forma precisa, forma que podrían cambiar según los avatares del paso temporal. Nacimiento, adultez, vejez y finalmente ser un cadáver, son cambios corporales perceptibles a los sentidos mientras que el nombre presenta, como dijimos, su individualidad. Las letanías de Ra se basan en esas metamorfosis solares. Los Dioses tenían muchas representaciones, muchas imágenes, o sajem, según el caso.

La luna es un símbolo del cambio. El simbolismo selénico apela a la permanencia esencial ante el cambio de forma perceptible del astro: cuarto creciente, luna llena, cuarto menguante y luna nueva. Thot, el Dios lunar, es representado con cabeza de ibis, con un ave de pico curvo y fino, pero también como cinocéfalo, o perro mono o mono con cabeza de perro (existe un mono de África que parece que tiene hocico de perro). La Iglesia ortodoxa de Armenia adora a San Cristóbal, un ícono con cabeza de perro. Según la mitología cristiana es un símbolo de que, en tiempos anteriores, antes de convertirse al cristianismo, el santo sirvió al Diablo. La leyenda del siglo XIII lo representa como un gigante con un niño en su espalda que, según el mismo mito, el infante era nada menos que Cristo. Él cargó con Cristo y sufrió martirio. Los seres centáureos en la mitología griega eran una designación despectiva hacia los extranjeros y un tipo de insultos a las regiones más allá de Asia Menor. Otras partes del hombre son el ka, el ba y el aju, que veremos muy desarrollados en la mitología funeraria que expondremos más adelante.

Osiris, el Dios asesinado

Ahora sería apropiado estudiar la narración del primer Dios muerto y resucitado: Osiris. Sin duda, si bien esto cumple un papel, como se intuirá a primera vista de los mitos escatológicos, donde ingresa la dialéctica funeraria, es también parte de una función monomítica. Esto nos muestra que el monomito o estructura del viaje heroico es también un mito escatológico (recuerde que el monomito reúne en él todo el sistema de complejidad como “acontecimiento central”, y, aquí, se ve muy bien expresado).

El viaje del héroe es también un triunfo sobre la muerte. Tanto los ritos sobre las siembras y las cosechas como resurrección del Dios muerto, como los ritos funerarios, es decir, la manutención del difunto en un más allá, son solidarios, y ambos son entendidos como la época de la crecida del Nilo, el “traedor de la vida”. En otras palabras, el calendario como tiempo sagrado, la tierra fértil a las orillas del Nilo como también un espacio sagrado (tumbas como arquitectura sagrada o función de templo), y el rito de la conservación del cuerpo del fallecido, son funcionales a los ritemas que veremos a continuación.

Este mito y rito como símbolos representaba la esencia eterna de Egipto. Como se podrá observar, su teología era sostenida por la creencia en una tangente temporal que es cortada en el centro axial como punto eje entre la muerte y resurrección del héroe salvador que, a través de dicho milagro central redime al mundo y, con el cual, puede reanimar mágicamente a la vegetación que sostiene la vida.

Según el mito, que antes vimos en la cosmogonía heliopolitana, Osiris era el rey del bajo Egipto, la zona fértil, y Set, su hermano, era el rey del alto Egipto, la zona árida. Este relato es muy antiguo, figura en los Textos de las Pirámides, en Los textos de los Sarcófagos y posteriormente en El libro de los muertos. Pero también existen recensiones hasta épocas tardías. Después de todo las múltiples fuentes se deben a que toda la teología egipcia gira alrededor de este mito nuclear. Uno era el Dios de la vida y de la fertilidad, el otro, el Dios de la infertilidad y la aridez. Osiris era un gobernante muy amado y les dio a los hombres el conocimiento de la agricultura, cultivó una vid y fue el primero en probar vino (lo que nos recuerda a Noé en la Biblia) y los civilizó.

La cultura sobre lo bárbaro. Recuerden también que Set era un extraño Dios con cabeza de algún animal desconocido, quizás de una jirafa o un ser fabuloso adorado por los “barbaros” de Nakada (en los bajorrelieves aparecen con lanzas, taparrabos y plumas en sus cabezas) y eran enemigos del faraón como “civilización”. En este caso Osiris representaría al rey oficial de Egipto, y Set, al que hay que vencer. El “humano” superior ante el “salvaje” inculto. En definitiva, es un mito etiológico de la unificación remota del país en tanto la necesidad de su estabilidad.

Osiris estaba casado con su hermana Isis, y Set con su otra hermana, Neftis. Set era presentado como homosexual, es decir, como infértil, sin embargo, Neftis queda embarazada y tiene un hijo, Anubis. El verdadero padre fue Osiris que, en su fertilidad, fecunda a una mujer que no era su esposa. Por este adulterio Set llega a odiar a su hermano y planea matarlo. Cuando Osiris está de pie en una hora del día en que su sombra se refleja sobre la arena proyectando la medida exacta de su estatura, Set, como si fuera un gnomon toma esta distancia y construye un ataúd ideal para el cuerpo de Osiris. Luego Set prepara, junto a sus setenta y dos cómplices, un banquete en el que el invitado de honor era Osiris. Este sin saber las intenciones de su hermano de darle muerte asiste a la gala. En medio de la reunión Set propone un juego a ver quién puede caber en un ataúd, quien quepa exactamente ganará el juego. Todos se lo prueban, pero nadie da con la medida. Hasta que le llega el turno a Osiris y este entra a la perfección. Un mito similar a la Cenicienta con el zapato de cristal. En el mismo instante que Osiris está dentro del ataúd Set lo cierra con una tapa hermética y lo sella. Da la orden que se arroje el ataúd al Nilo. Osiris fue, cual cuento de Edgar Allan Poe, el primer enterrado vivo. Es así que Osiris muere.

En la obra de Plutarco del período grecorromano se enriquece el mito con una versión interesante en su obra De Isis y Osiris. Muchas de sus ideas son equivocadas y plagadas de concepciones helenas, pero si se tiene en cuenta este detalle no menor, sin duda es un aporte tardío enriquecedor. Relata que el ataúd fue flotando con el cuerpo muerto de Osiris hasta Fenicia, en la costa del Mediterráneo. El rey de turno rescata el ataúd, pero ignora que dentro de él está el cadáver. Por su ornamento el ataúd es colocado como una columna en el palacio real. Isis fue en busca del cuerpo muerto de Osiris. Para ello se disfraza de niñera, entra al palacio hasta que ve que una columna está floreciendo, descubriendo que allí estaba su amado, renaciendo en la vegetación.

Volviendo al mito antiguo, el relato cuenta que Isis recupera el ataúd y rescata el cuerpo inerte de Osiris. Lo cuelga en un árbol sagrado, y este, al cabo de tres días, florece. Pero Set, enterado de que Osiris estaba allí colgando de las ramas, cual saqueador arquetípico de tumbas, roba el cuerpo para que Isis no lo resucite, ya que ella conocía los misterios de la vida postmórtem. Set desmiembra el cuerpo de Osiris en quince trozos y los esparce por todos los nomos de Egipto. El falo, lo arroja al Nilo y un pez se lo devora, perdiendo para siempre el “instrumento” seminal con el cual daría vida a Egipto. Set toma el poder de todo país y la tierra del Nilo se sumerge en una oscuridad aterradora. Isis llora y con sus lágrimas salva a Egipto al crear el río Nilo. La viuda, busca tristemente los pedazos de su esposo y los encuentra uno a uno. Construye su cuerpo y le coloca una columna vertebral mágica dyet y un falo de oro. Osiris fue la primera momia. El proceso de los rituales de renacimiento duró setenta días.

Templo de Dendera. Isis y Neftis protegiendo el cuerpo de Osiris.

Es muy interesante el dato que Osiris se lo identifica con la constelación de Orión (Sah) y a Isis con la estrella Sirio (Sotis-Sophet). En el horizonte desaparece Orión durante setenta días y el 19 de julio surge Sirio como la estrella más brillante (la penetrante). Ese día comienza la crecida del Nilo y se le da vida a Egipto. Osiris vence sobre Set. La luz sobre la oscuridad. El ritmo sobre la quietud. En Los Textos de las Pirámides dice textualmente que el faraón es compañero de Orión, atraviesa el cielo con él y sube mediante una escalera: “El rey Osiris resucitado viene como Orión, señor del vino en la fiesta uag. Es reconocido como realizado en su madre, y el heredero de su padre. El cielo concibe al faraón como Orión, la duat concibe al faraón en compañía de Orión, el faraón asciende regularmente con Orión al Oriente del cielo, el faraón desciende regularmente con Orión en el Occidente del cielo”.

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Viñeta de El libro de los muertos, Papiro Ani, Dinastía XVIII.

Pero Osiris, al igual que Cristo, no renace como antes. Con el falo de oro Isis queda encinta de Horus, el niño halcón. Es el arquetipo del faraón, quien es semilla de Osiris, la primera dinastía arquetípica, mítica, del cual descenderán todos los reyes legítimos como “Horus vivo”. Osiris es enterrado en la Sala de la doble verdad, en el duat, debajo de la tierra, y Horus emprende un combate con Set. Horus vence a su tío usurpador. Pero en la lucha Set pierde un testículo y Horus pierde un ojo. Desde entonces el ojo sano será el día solar y el ojo herido será la luna o el sol de noche. Los dos ojos de Horus observan el mundo y son testigos del tránsito de la barca de Ra por las aguas abismales. Devuelve el orden al mundo. Horus gobierna sobre las dos regiones, pero solo tendrá el poder si la momia de su padre está intacta. Si la momia es destruida Horus morirá y volverá el caos. Por causa del peligro de que la momia de Osiris fuera destruida por los chacales que depredaban las tumbas, Anubis toma la forma de perro guardián para repeler a los animales saqueadores. Desde entonces el chacal mágico será el protector de los aju (muertos) de Occidente.

Las fiestas de la resurrección

Las fiestas, como funciones rituales, tenían la intención de representar la renovación del Dios y su transformación en el héroe solar. El Dios renacía. Con ellas se volvía al tiempo mítico arquetípico. Estas fiestas se celebraban a partir de la crecida del Nilo recién cuando aparece Sirio en el cielo nocturno. La resurrección de la vegetación se reactualizaba todas las mañanas, todos los años y tan solo una vez durante el reinado del faraón, donde en el papel de Osiris, engendraba al próximo vástago real, al “niño Horus” y su sucesor al trono.

La fiesta diaria se conoce como el rito de solarización, la anual como los misterios de Osiris y, la que transcurre durante la vida del monarca, es la fiesta del feliz encuentro. Veamos una por una. Esta se hacía en los templos cada mañana, donde el sacerdote debía darle vida a las estatuas de los Dioses. Para ello, durante el amanecer, sacaba a las azoteas las imágenes y las colocaba al resplandor del sol. La vida sobrenatural se posaba así sobre las imágenes y, estás, ahora tenían poder, potencia mágica y eran efectivas. Sobre la estatua el sacerdote colocaba las manos (imposición de manos) y les daba existencia. Les practicaba el rito de apertura de los sentidos, similar al que se hacían en los sepelios, como después veremos en los ritos funerarios. El darle la energía vital era alimentar al ka, concepto que trataré en breve con más detalle.

Osiris sentado en su trono. Libro de los muertos de Padiamonet. Dinastía XXII (Wikimedia Conmmos)

Otra ocasión era la fiesta anual de los misterios de Osiris. Esta se celebraba en las catorce localidades donde se decía que Set esparció los pedazos del cuerpo de su hermano. Cada zona decía poseer una reliquia del cuerpo. En la ciudad de Abydos se realizaba la pompa más importante, ya que según la tradición poseía la cabeza del Dios asesinado. Algo similar a las tradiciones de la cabeza de Orfeo luego que Dioniso ordenara a las Ménades que lo destrozaran. Zeus, según el mismo mito, lo coloca entre las estrellas, lo que nos recuerda en versión griega al drama de Osiris en la noche astral.

La fiesta osiríaca se realizaba de la siguiente manera. En esas catorce localidades se preparaba con barro del Nilo una estatua de Osiris y se la envolvía en vendas. El faraón sacrificaba un buey y cortaba las primicias de las espigas. Luego, en procesión, se transportaba las figuras de barro y se las colocaba en un templo en Abydos. Allí se esperaban unos días a que las semillas que estaban en el barro de la imagen brotaran y salieran las primeras plantas. Esto simbolizaba la resurrección en el árbol. Una vez llegado a este punto se enterraban las imágenes mumiformes. El 25 de Mechir (diciembre) Horus nacía y emprendía un combate ritual con los cómplices de Set. Los soldados eran voluntarios que se disfrazaban de tales. Según Heródoto, más de uno terminaba desmayado por las golpizas. Eran unas fiestas populares donde la gente salía a la calle disfrazada y luchaban simuladamente. Horus vencía a Set y luego la comunidad levantaba un pilar símbolo de la fertilidad del Dios asesinado.

Otra fiesta en la que participaba el faraón era la del “Feliz encuentro”. Donde una procesión traía las estatuas de Horus y Hathor hasta el templo de Edfu para que tuvieran amoríos. Era la ocasión para que el faraón con su esposa realizara en hyerosgamos y engendrara al futuro monarca. Él era Osiris y su esposa representaba a Isis, el vástago era el sucesor dinástico. De esta manera mantenían la estabilidad política de Egipto.

Rituales funerarios

Ingresemos en materia. Como ya estudiamos tenemos una abundante literatura sepulcral que recoge una gran cantidad de ritos y mitos acerca de la continuidad de la vida concreta en el inframundo. Desde Los Textos de las Pirámides de Unas y Teti, pasando por Los Textos de los Sarcófagos, El libro de los Dos caminos y Las letanías de Ra hasta El Libros de los muertos (dichos para salir al día). Tardíamente se conocen El libro de las puertas y El libro de las horas. Con este vasto material trataremos, como venimos haciendo, de construir un sistema teológico lo más estructurado posible para que logre comprenderse las actitudes egipcias acerca de la otra vida. Teniendo en cuenta las lagunas con las que nos enfrentaremos.

Es interesante detenernos un instante en un detalle de una viñeta de El libro de los muertos que data de la dinastía XVIII. Es una inscripción en la que aparecen los dos ojos de Horus y, debajo de ellos, en el centro, la corona solar de Ra en su barca. Si hacemos una comparación con la simbología de la India, se sugeriría una representación de un “tercer ojo” en el centro. Un ojo en el centro es una idea muy primitiva. Los antiguos griegos imaginaban a los titanes con un solo ojo. Héroes prehistóricos. Los gigantes del Génesis. El faraón llevaba en su tocado, justo en la frente, una figura de una cobra, símbolo de la sabiduría ascendida de la serpiente.

Pero antes analicemos brevemente las técnicas del tratamiento del cadáver. Para ello poseemos una fuente clara: El papiro del envolvedor. Cuando el rey fallecía, el sacerdote, con una máscara de Anubis, procedía a dar un procedimiento especial al cuerpo, al jat. Recordemos que el jat era considerado un elemento denso sujeto a la descomposición. Para que esto no ocurra debe ser trasfigurado en sahu. El sahu es una expresión que refiere generalmente a la momia. Es el cuerpo físico ennoblecido. El procedimiento era realizado en el pr anj (casa de la vida). El jat convertido en sahu conservaba su identidad fija, su nombre, rem, y su imagen corpórea sólida, sajem. Las etapas del proceso de embalsamamiento duraban alrededor de setenta días, el tiempo anual en que la constelación de Orión y la estrella Sirio se ocultaban en el horizonte.

Primero se le extraía el cerebro por la nariz mediante un gancho. El cerebro, hasta donde sabemos, no era muy importante, no así su corazón. Luego se le realizaba un corte en su costado y se le extraían los pulmones, el hígado y el estómago. Paso segundo se le sacaban los intestinos. En fin, se vaciaba el cuerpo y se le enderezaba la columna. Recuerde que esto fue lo que realizó Anubis con el cadáver de Osiris y el ritual de resucitación era perpetrado por Isis.

La idea mágica era darle nuevamente la vida en un renacimiento en otro estado de actividad sutil y física. Esos órganos que se extraían no se desechaban (a excepción del cerebro). El estómago era colocado en el vaso canopo con cabeza humana (en la tumba se ubicaba en la cámara del sarcófago con dirección al sur). El intestino delgado en el vaso con cabeza de mandril (se colocaba en dirección norte). Los pulmones en el vaso con cabeza de chacal (en la dirección oeste). El intestino grueso era colocado en el vaso con cabeza de halcón (este). Con respecto al corazón (ib) a veces se le dejaba en el cuerpo y otras era reemplazado con una joya en forma de escarabajo. El difunto debía llevar su corazón ante Osiris en la Sala de las dos verdades. Luego el cuerpo vacío se lavaba y se rellenaba con resina, mirra y canela. Se sumergía el cuerpo en natrón u otras sales para que lo embalsamen. Una vez concluido el tiempo del proceso se lo vendaba y se le colocaban amuletos para que esté equipado para viajar a la otra vida.

Con relación a los amuletos que se colocaban dentro del cuerpo momificado entre las vendas hay un interesante texto de Wallis Budge que trata en detalle el tema. Un amuleto es un objeto para protección de fuerzas malignas. Es un elemento de rebote de energías nefastas. Es una “cosa” de poder. La imagen es algo concreto y portadora de una potencia sobrenatural que tenían como fin. Al menos en el tema que estamos tratando, para que el difunto pueda estar cubierto en la otra vida del ataque de seres maléficos, como demonios y serpientes además de otros seres mitológicos, y poder cumplir con su meta con bien. Había amuletos grabados con fórmulas y otros no. Estos se cargaban de poder apotropaico con palabras y rituales, así como por la misma composición de los materiales con los cuales fueron construidos. Había imágenes del corazón, que era representado con una vasija (ib), del anj, escarabajos, bucles, como el de Isis, el dyet, pequeños buitres, cetros, imágenes de pájaros con cabeza humana (ba), escaleras, ojos de Horus, cabezas de serpientes y hasta de ranas.

Luego se colocaba al difunto en su ataúd con un papiro debajo de su cabeza con el trazado de un círculo en él rodeado de varias inscripciones, probablemente un símbolo para cuidar la cabeza, como un mandala o círculo mágico de protección. En épocas tardías eran llamados “hipocéfalos”. Lo que nos hace acordar a la aureola de los santos cristianos, también símbolos de iluminación.

Antes de acceder al sepulcro se realizaba el ritual de apertura de los sentidos (uep ra). El sacerdote llamado Kherr-heb ordenaba el sacrificio del “toro del sur”. Un matarife degüella al toro y le saca el corazón. Una sacerdotisa, en el papel de Isis (Tcherauur), susurra al oído del muerto: “He aquí que tus labios son compuestos para ti, para que tu boca se abra”. A continuación, el sacerdote ordena que traigan un antílope y un pato y los decapitan, paso seguido recita: “Los capturé para ti, te traje a tus enemigos. Sus manos traen su cabeza como su regalo. Los maté para ti, oh Tmu; que tus enemigos no se alcen contra este Dios”. El matarife toma el muslo del antílope y colocan el corazón y el muslo delante del muerto, es decir, del Dios Osiris. Ahora con la sangre del pato el hijo del faraón, es decir, el nuevo monarca que cumple el papel de Horus toca a la momia con un gancho (nu) en los ojos, la boca y las orejas. El sacerdote recita: “Tu boca estaba cerrada, pero te compuse tu boca y los dientes. Abro por ti tu boca, abro por ti tus ojos. Abrí por ti tu boca como instrumento de Anubis (…). El difunto caminará y hablará, y su cuerpo estará en la gran corte de los Dioses”. El hijo del muerto se pone ahora tras el ataúd y la madre llora y se golpea el pecho. Con este rito, el difunto hablará, verá y oirá nuevamente, aunque su cuerpo esté fijo en la tumba, pero lo hará por medio de partes sutiles de sí. El simbolismo de “abrir” es una clase de magia imitativa que crea un círculo de vida y permite el paso de una dimensión a otra. Es el rito de resucitación. Muerte y renacimiento, esto es, a mi entender, lo que mejor explica el hecho de “salir al día”, ser dado a luz en un nuevo nacimiento.

Seguidamente se hacía una procesión con un cortejo fúnebre hasta el lugar del entierro. La tumba, también conocida como la “mansión del doble”, era un extraño espacio donde viviría eternamente su soporte físico. Era un modo de iniciarse a un nuevo estado ontológico. En El libro de los muertos del capítulo I al XVI se narra este episodio con recitaciones para la protección eterna del cuerpo y su vida sutil. “Pleitesía a ti, oh tú que vives en Set-Sert del Amenti. Líbrame de los gusanos que hay en el Ro-setau, y que se alimentan con los cuerpos de los hombres y beben su sangre (…) Osiris (…) quien completó todas las obras ocultas dice: ‘Da aliento a los que temen a quienes están en el Amenti (…) desciende hacia mí y devora a los gusanos’”. La tumba será la residencia para siempre del sahu y del ka. No hay existencia sin cuerpo. Esto muestra lo apegados que estaban los egipcios a los objetos y al soporte físico con respecto a sus creencias espirituales.

La “mansión del doble” es la tumba y debe tener todo lo necesario para la existencia en el más allá. A lo largo de la historia religiosa de Egipto existieron distintos tipos de tumbas, nosotros trataremos el caso de las mastabas por ser las más representativas.

Las mastabas tenían la estructura de una pirámide trunca que contenía una capilla abierta con un altar y una puerta falsa. En esa puerta falsa el familiar debía dar oraciones cada vez que visitara a su pariente, el cual lo trataba como si estuviese vivo. Hay evidencias que comían con el muerto y hasta jugaban juegos de mesa. En el altar se le colocaban alimentos al ka. En un ángulo había una losa sellada que contenía la entrada a un pasillo, generalmente hacia abajo, un pozo o galería larga que daba a una habitación bellamente ornamentada que era la sala donde estaba depositada la momia. Allí descansaba el ataúd, se colocaban los vasos canopos con los órganos correspondientes y sobre la madera del féretro se escribían hechizos. Era fundamental en los laterales del mismo dibujar ojos para que el difunto pudiera leer las paredes, generalmente con mitologías funerarias, y su ba pudiera salir de allí. Las tumbas eran réplicas físicas del duat o del inframundo, donde eternamente ocurriría en el plano sutil el drama mítico en la realidad espiritual.

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Plano de Mastaba

Dos palabras del concepto del ka y ba, a los que hemos aludido, pero no explicado suficientemente. Ahora, creo, es el momento. El ka es un doble etéreo o la vitalidad energética del sahu, el que permanecía en toda la tumba asegurando la vivacidad de la momia. La existencia del ka dependía del soporte físico, es decir, de una forma igual a él, sea la momia (de allí la importancia de conservar la forma física) o una estatua del muerto. El ka era una fuerza etérica que estaba apegada a la forma física que antes lo mantenía unido al ser vivo. Ahora, necesitando del cuerpo, aunque podía ingresar en él, dependía también de ser alimentado. Se lo nutría, no solo con comida, literalmente, sino con oraciones, con recuerdos. Sin memoria, el ka podía perder su fuerza y diluirse. El ka bien puede corresponder, salvando las distancias, al “peri-espíritu” de la teoría espirita. El ka es exactamente idéntico a la forma física de la que procede, el difunto, pero en estado vaporoso. Según el egiptólogo Jorge Roberto Ogdon: “es un tipo de neblina azulada sin bordes precisos pero que se evidencia en las apariciones paranormales y tal vez en las materializaciones ectoplásmicas donde se visualizan generalmente el contorno de la cabeza y el cuerpo”. En otras palabras, el fantasma.

Por otra parte, el ba es identificado con el alma, aunque no corresponda exactamente a dicho concepto. El ba es la consciencia del difunto, pero en el más allá. Es la existencia animada que protagoniza el drama mítico en el inframundo real, de la cual la tumba es una copia exacta. Era el que seguía las inscripciones grabadas en las paredes hasta la puerta este, es decir, a la salida a la luz del día, aunque regresaba por las noches a la tumba. Podía irse de la sepultura y visitar a los seres amados en forma de pájaro, como el Fénix, el ba del sol, por ello se lo suele representar con un pájaro con cabeza humana sobre el ataúd, no dentro. También hay viñetas que lo muestran viajando por el pasillo de la tumba. Pero además es el que recita los hechizos y las fórmulas para sortear los peligros del inframundo y, a su vez, es el mismo sol en el periplo cósmico circular.

Viñeta del Papiro de Ani. El ba del difunto Ani se cierne sobre su momia mientras yace sobre un féretro

Analicemos la estructura de la tumba para poder comprender la mitología del más allá. El emplazamiento era simbólicamente el duat (caída solar en el horizonte) y el amduat (el sol recién sumergido debajo de la tierra) en su totalidad. Dijimos que la tumba clásica que estudiamos está compuesta por la cámara real (amduat) o la cámara del sarcófago. Según Campbell, tomando como referencia el ataúd de Tut-Anjamon, teorizaba que este tenía siete niveles. Uno: el cuerpo; dos: el sudario, con inscripciones de El libro de los Muertos; tres: la máscara funeraria; cuatro: el sarcófago de madera con la forma del muerto; cinco: el ataúd que lo recubría que era rectangular y de oro; seis: el ataúd de piedra, y siete: la habitación misma, la cámara. Esta se encontraba con el Gran Sarcófago cósmico que era la totalidad del universo del cual Osiris era el gobernante eterno. Luego Campbell lo va a comparar con los chakras del yoga que, como veremos, no es descabellado.

A través del ba (cuyo ka estaba presente en los órganos de los vasos canopos) y por los ojos situados en los laterales del ataúd, el difunto, como un pájaro, seguía la lectura ordenada de las paredes. Estas estaban dispuestas en forma de “espejo”, es decir, se reflejaban de una pared a otra y todas apuntaban en dirección a la primera puerta por la cual ingresaba al pasillo. Así el ba salía del amduat. Al ingresar al pasillo transitaba por el Ro-setau (también conocido en El libro de los dos caminos como el Anru-Tef —lit.: puertas—, donde el difunto navegaba por un Nilo de fuego). Este pasillo, también decorado con jeroglíficos que lo guiaban y les daban las fórmulas mágicas estaba custodiado por seres malignos dispuestos a devorar el cuerpo y el alma. Esto está mayormente registrado en los sortilegios de El libro de los muertos de los capítulos XVII-LXIII. También está representados en El libro de las puertas y en El libro de las horas donde trata de que, en cada puerta y hora nocturna, el difundo debe vencer a un guardián serpentino y a seres sentados con espadas y todo tipo de instrumentos de destrucción. (Este, en términos del ocultismo moderno, bien puede compararse al campo astral o “plano sutil”, al Tártaro o al Averno del inconsciente, donde según teoriza Jung están encarcelados los demonios antiguos y la núminas más peligrosas. Según la mitología cristiana el Tártaro es una región donde Dios apresó a los ángeles caídos después del diluvio). Allí debe valerse de las fórmulas que estaban en Las letanías de Ra. Un texto tardío con viñetas de todo tipo de Dioses mumiformes, en los que el difunto, identificado con el sol de noche (sol niger de la tradición alquímica) debe transformarse para salir airoso. Ra (el difunto) se transfigura en Amón, en Sokaris, en Osiris, en Basted, en Sokbet, Seb, etc. Allí debe hacer uso de los amuletos que están entre las vendas del cuerpo físico.

Lo primero que es amenazado es el corazón, por ello el amuleto del ib es apropiado: “¡Que mi corazón esté conmigo en la casa de corazones! ¡Que mi pecho esté conmigo en la casa de corazones! Que mi corazón esté conmigo y que descanse en paz, o no conoceré los pedestales de Osiris en el lado oriental del Lago de Flores, y nunca bogaré río abajo por el Nilo. Seré el amo (…) tendré el poder de hacer lo que yo quiera, seré el amo de mis dos piernas y haré lo que quiera con mi ka. No se hará ninguna herida a mi cuerpo en las puertas del más allá”. El amuleto del buche era para recitar ante otros seres maléficos del pasillo: “La sangre de Isis, la fuerza de Isis y las palabras del poder de Isis son poderosas al actuar con los poderes que protegen a este divino ser”. El dyet se usaba con la siguiente invocación: “¡Levántate oh Osiris! ¡Tienes tu espina dorsal, oh corazón latente! ¡Tienes las coyunturas de tu cuello y espalda, oh corazón latente! Colócate sobre tu base, yo pondré agua debajo de ti, y te daré un dyet de oro (falo) para que te regocijes”. Asimismo, el amuleto del anj, y de los seres reptantes para superar a las serpientes malvadas que amenazan tanto el cuerpo como el alma.

Una vez que llega a la puerta sellada en el final del corredor que da a la capilla, símbolo del portal que guarda la Sala de las dos verdades o el templo de Osiris (el plano mental o entelequia; mundo suprasensible de Platón), el difunto debe sortear el último y más

peligroso obstáculo: el juicio. Esto será vivido sutilmente en el Amenti. Los pasajes que relatan esto están en El libro de los muertos de los capítulos LXIV al CXXIX. El papiro Ani posee una de las ilustraciones más bellas del juicio ante Osiris y los jueces (Aku). El difunto va de la mano de Isis, la sacerdotisa, y entrega al difunto a Anubis, quien lo presenta ante el trono de Osiris, sentado en forma de momia y de rostro humano de color verde, símbolo de la vegetación, con sus cetros reales. Detrás de su trono están sus dos esposas, Isis y Neftis. Sobre él los cuarenta y dos jueces en forma de criaturas fetales o sentados. Adelante está Thot con una lista de los hechos del muerto cuando estaba con vida física. También está allí Ma’at, la Diosa de la justicia con una balanza. El difunto le entrega su corazón a la Diosa quien lo coloca en uno de los platillos. En el otro platillo está colocada su pluma. Si el corazón pesa más que la pluma, si es más denso, quiere decir que ha cometido faltas (aunque no podemos hablar de pecados al estilo bíblico). En ese caso, un monstruo, mitad hipopótamo y mitad cocodrilo lo devorará y será “una muerte segunda”. En el ideario heleno, este rito de pesar el corazón se lo conocía como “psicostasia”. Sin embargo, Ani tienen buenas perspectivas. Thot exclama: “Oíd este juicio. El corazón de Osiris fue pesado en verdad, y su alma compareció como un testigo en su favor; el juicio de la Gran Balanza le encontró fiel. No se halló iniquidad; no malgastó las ofrendas de los templos; no causó daño con sus acciones; y no formuló malas denuncias mientras estuvo en la tierra”. El difunto debe recitar: “No he blasfemado a los Dioses. No he privado al indigente de su subsistencia. No he cometido actos execrables contra los Dioses. No he permitido que los servidores fuesen maltratados por sus amos. No he hecho sufrir a otros. No he provocado hambre. No he matado. No he ordenado matar. No he sustraído las ofrendas de los templos. No he robado panes a los Dioses”. Y luego Thot agrega: “Lo que sale de tu boca fue ordenado. Osiris, el escriba (Ani), triunfal, es santo y justo. (…). Le serán conferidas ofrendas de carne y la entrada en presencia de Osiris, junto con la heredad eternamente con los que siguen a Horus”.

El libro de los muertos capítulos CXXX al CXCII registra el paso hacia su iluminación. Es el “plano causal” o espiritual pleno, donde se realiza la meta. Es interesante que el capítulo CXLVII de la versión de Naville traduzca la viñeta acerca de cómo el difunto asciende por el pilar dyet o por la columna vertebral de Osiris hacia una cruz anj que culmina en el globo solar de Ra, que está situado en el centro del día, entre el amanecer y el atardecer, entre los dos ojos de Horus. ¿El tercer ojo? Ahora es digno de iniciarse a la luz del día, debe nacer en la eternidad de los ciclos cósmicos para permanecer allí durante toda la eternidad. Al ascender por las siete puertas debe recitar en cada una de ellas un hechizo para sortearlas. Así llegará al campo de juncos.

Es muy tentador, junto con las envolturas del cuerpo, teorizar en una relación entre este pasaje y la ascensión del rey mesopotámico por las terrazas del zigurat en el rito de renacimiento de Akkitu. También se puede comparar con los siete chakras del yoga. Del mismo modo podemos jugar aquí con esta correspondencia de las siete iniciaciones misteriosas. Idea que se plasma en El libro de las puertas ya desde la dinastía XVIII como, por ejemplo, en la tumba KV 57, de la que ya hicimos mención. El texto dice en su rúbrica: “Estas son las palabras que deben decirse cuando se llega a las siete puertas”. Tengan en cuenta que el setenta por ciento de las viñetas junto con sus textos están sin publicar.

Esto permite al espíritu santificado entrar por las puertas sin sufrir rechazo, sin que se lo aleje de Osiris; “él hace que se encuentre con los bienaventurados perfectos, de suerte que tenga autoridad hasta con los primeros servidores de Osiris”. Así se transforma en aju o “espíritu brillante”. Así es absorbido pues por los ritmos del universo, con las estrellas o con el sol (uhem anj o vida repetida). Su vida será un eterno movimiento perenne e inalterable del mundo, en el circuito cósmico completo.

De esta manera concluimos con el análisis de la religión de Egipto, que lejos de ser exhaustivo se hizo un intento de realizar un resumen claro y sistemático para que podamos comprender mejor su teología y su relación con lo sagrado.

*Fuente: Sergio Fuster, Fragmento del libro Teología e historia de las religiones. Tomo I. Desde las culturas mediterráneas hasta el extremo Oriente (Inédito).

Detalles del friso de los pozos en la tumba del faraón Horemheb, que muestra a los dioses Osiris, Anubis y Horus.

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