La escultura le da permanencia a la intuición de la belleza, o al espíritu de una época. Henry Moore, Alberto Giacometti, y Constantin Brancusi, son tres escultores fundamentales del siglo XX que, en la diversidad de sus estilos, coinciden en un arte que se mece entre lo arcaico, antiguo o prehistórico, y la percepción de la fragilidad existencialista del ser (Giacometti), o las figuras reclinadas bajo la influencia tolteca-maya (Moore); o una abstracción con ánimos de recuperación de la simplicidad como gesto espiritual (Brancusi).
Henry Moore (1898-1986), es el escultor británico que transitó entre el modernismo, la abstracción, y el nexo entre figura humana y naturaleza. Sus fuentes son múltiples: el arte y arquitectura primitivos, las figuras reclinadas de dioses de la cultura tolteca-maya-azteca, y las formas orgánicas de la naturaleza, y la interacción con el entorno natural. En su obra, el cuerpo adquiere una estilización abstracta, como si se quisiese capturar una esencia detrás de las cambiantes apariencias.
Moore gustaba de ubicar su obra en espacios al aire libre, en jardines públicos, en la interacción con la naturaleza y la arquitectura. Ese modo de presentar la escultura, hace que la obra y el ambiente ingresen en una dialéctica de modificación y potenciación mutuas. Esto se advierte, por ejemplo, en su famosa seria de figuras reclinadas, la representación de las figuras humanas en formas de reposo y de una simplicidad que revela un cariz atemporal, misterioso; y de hecho Moore manifestaba: «No conozco ninguna buena obra de arte que no tenga misterio».
Misterio que custodia el propia artista porque debe cuidarse de aclararlo o hacerlo transparente; por eso su observación de que «para un escultor o un pintor es un error hablar o escribir a menudo sobre su trabajo. Esto libera tensiones y las tensiones son necesarias para su obra».
Alberto Giacometti (1901-1966), escultor suizo, uno de los grandes exploradores de la figura humana en el arte moderno. Participó del surrealismo en un principio y, luego, Sartre se encargó de enlazar su arte con un modo representación artística de la impronta existencialista del tiempo de posguerra. A esto contribuyó la delgadez extrema de sus figuras humanas, de bronce y piedra, que parecen sugerir la fragilidad de la condición humana que tematiza el existencialismo filosófico, como en su escultura El caminante, con su andar frágil, débil, quebradizo, inseguro; acaso síntoma de soledad y abstracción en un mundo amenazado de sinsentido. En esta dirección, Sartre dijo de sus esculturas delgadas y alargadas: «Están a mitad de camino entre el ser y la nada».
En sus figuras comprimidas, adelgazadas, quizá también contribuyó el trauma de la guerra; en palabras del artista: “Después de la guerra, estaba ya harto y me juré que no dejaría que mis estatuas se redujesen ni una pulgada. Y entonces pasó esto: logré mantener la altura, pero la estatua se quedó muy delgada, como una varilla, filiforme”.
El estilo de Giacometti, que también dimana su negación a una belleza idealizada, expresa superficies ásperas, con algo de no acabado y amorfo, cercano a una tierra barrosa no solidificada, como de un mundo que vuelve a emerger de un magma primordial.
Y Constantin Brancusi (1876-1957), escultor rumano-francés, fue alumno de Rodin. De origen campesino, nació en un aldea. Su padre le maltrataba, sólo se comunicaba con su madre y con su hermana. De niño, en su ámbito rural, aprendió el arte de la talla, muy popular en su país. Pagaba las clases con su trabajo de sirviente en una tienda. Enérgico buscador de la esencia de las formas a través de un estilo de simplicidad y abstracción, a partir de las formas orgánicas de rostros humanos, pájaros o árboles.
Brancusi caminó en el sendero del arte abstracto. Precursor de lo minimalista contemporáneo, creó sus figuras con piedra, mármol, bronce, madera; y a menudo pulía y refinaba sus esculturas hasta alcanzar superficies suaves y brillantes. Su arte transmite una energía visionaria, un ver la formas más puras y espirituales de las cosas. Nuevamente, la escultura como viaje filosófico hacia una realidad más significativa.
En 1913, en New York, Chicago y Boston, presentó Mademoiselle Pogany. Entre sus grandes obras se encuentran El Beso, La Puerta del beso ( en la ciudad rumana de Târgu Jiu), la Maistra, La musa dormida, o la célebre Columna sin fin, de casi treinta metros de altura, creada para el parque público de Tigre Jiu, cerca de su ciudad natal. La columna sin fin, simbólica unión entre tierra y cielo, estímulo hacia un vuelo de trascendencia.
Tres escultores, tres caminos hacia la espiritualidad por el arte.
Casi todas las fotos proceden de Wikimedia Commons, y casi todas pueden ampliarse.
Galería
Henry Moore
Alberto Giacometti
Giacometti en su taller
Página con numerosas obras de Giacometti:
Fashion Muse| Sculptor Alberto Giacometti: Shallow Not Stupid.
Constantin Brancusi
Un documental recuperado, sin sonido, con imágenes históricas de la obra de Brancusi