Barullo

Novela de Valeria Sol Groisman

La literatura siempre visita con sus luces las vetas del sentimiento, las inquietudes existenciales, o las ansiedades. Esta inmersión en las formas de la angustia y la soledad, y también la renovación de la viva inquietud intelectual, es parte del horizonte de escritura de Barullo, de Valeria Sol Groisman.

Maca, la protagonista de Barullo, destila hiperactividad, la acosa la ansiedad como mal de época que presiona con la omnipresencia de invisibles dedos de plomo y cristal. A esa andadura se le suman inquietudes intelectuales que enriquecen el ritmo fluido de la escritura. Valeria Sol Groisman es Licenciada en Comunicación, periodista, docente y gestora cultural, su último libro es Desmuteados, sobre los claroscuros en la comunicación contemporánea. Esta es su primera novela. Aquí su prólogo de Constanza Michelson, y su capítulo 28, ejemplo de sus ricas intertextualidades literarias.

Esteban Ierardo

Prólogo

Por Constanza Michelson

¿Ansiedad generalizada? Si la ansiedad es el nombre de un apuro de nada, de una inquietud corporal sin objeto, ¿qué significa que, además, sea generalizada? Lo que la protagonista de esta novela vive es el mundo vuelto boca de lobo. Y ella es la presa. Como especie, antes de ser cazadores, no debemos olvidar que fuimos cazados, y seguramente, cuando éramos la comida, el ser humano primitivo debió vivir en una alerta constante. ¿Cómo puede ocurrir que, en la vida moderna, podamos recaer en esa noche caótica? Sin razón aparente, a cualquiera –escribe Groisman– la vida se le transforma de un modo en que sacar un pie fuera de la casa puede ser una proeza. El cuerpo ansioso es padecer de una exageración mórbida. Porque están presentes todos los signos corporales de la huida, pero falta el monstruo.

Groisman escribe como una mano que se le ofrece a quien las palabras se le volvieron barullo. Su escritura, que es también la de su protagonista, funciona como hilos que primero sirven para flotar en un mar abierto. Pero luego, desavisados, tanto su protagonista como los lectores reconocen que se ha hilado una red. Y, como nos dice la autora bajo las palabras de Blanchot: se escribe para guardar silencio. Se escribe también para inventarse una soledad. No para encerrarse –aunque en ocasiones sea una medida de salvataje– sino para volver a estar con otros, pero a la vez, solos. Este es un libro sobre la ansiedad como síntoma de época; paradójicamente, cuando la tecnología promete protegernos de la naturaleza, hemos quedado otra vez en la boca del lobo. Desamparados de las palabras y su compañía. Es también un libro sobre la escritura, sobre la soledad y la potencia de la amistad, cuyo don es modificar lo que toca. Y es, desde luego, un libro que nos recuerda que vivir es un oficio y que no hay la libertad prometida, sino la obligación de buscar una salida.

Capítulo 28

Se me ocurre extraer la perla: lo atípico. Concentrarme en los instantes de descubrimiento de algo o alguien. Momentos de extrañeza. Tomar nota o grabar un audio. Registrar el momento para que el tiempo no diluya los detalles. (Dice Alejandro Zambra que escribir es un signo de optimismo) Quizás la imaginación tiene más de esfuerzo que de lo que llaman “el genio artístico”. Quizás sea la rutina. Quizás sean los rituales:

■ Isak Dinesen y sus paseos en bicicleta
■ Colette y la lámpara con luz azul

■ Susan Sontag y el speed (¿speed?)

■ Marguerite Duras y el café con coñac

■ Edith Wharton y el frasco de tinta en su rodilla

■ Virginia Woolf y sus baños después del desayuno (hablaba con ella misma: ¿escribía en voz alta?)

■ Mary Shelley y sus mañanas sagradas

■ Christina Rossetti y lo que surgiera

■ Françoise Sagan y la opinión de los otros

■ Eudora Welty y su camisón fetiche

■Patti Smith y su cama como escritorio

■ Natalia Ginzburg y el silencio repleto de ideas

■ Doris Lessing y la ensoñación a pleno sol

Enseguida descarto la idea de escribir sobre los demás como primera opción, pero no borro la carpeta de “Ideas descabelladas para un cuento”, ni esta. Tampoco la de “Detonantes”. No. Me da nosequé borrar lo que ya es algo, lo que tiene potencialidad de ser otra cosa. Hacés bien. Y me pregunto: ¿para qué salir de mí misma? Seguro eso mismo habrán pensado todos los autores, que, en lugar de inventar de cero, se vuelcan a la autoficción. Puede ser, pero ¿importa si es una cosa o la otra? Pienso, también, que la manía de creer que las historias de los otros pueden ser un mejor punto de partida para la ficción es una idea simplona. ¿Y si encuentro lo singular en el medio? ¿Entre los otros y yo misma? Tal vez en ese espacio indeterminado logro hallar una historia que contar mientras lucho contra los mil demonios. La historia puede estar en cualquier lado, pero hay que ubicarla y hacerle un hueco donde encaje justito. Mientras divago, una idea se abre camino y se afinca en mi cabeza: puede que no sea necesario construir historias “aplastantes” (con ese adjetivo definía Amos Oz a las narrativas que aspiraban a abarcarlo todo). Un buen relato puede nacer de un hecho diminuto pero estridente: una estrella anónima que titila en una galaxia llena de puntitos casi idénticos.

Fuente: Valeria Sol Groisman, Barullo, Hojas del Sur, 2023.

Valeria Sol Groisman

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