Breves (6) Cuando se caen las lentes

Todo el tiempo creemos ver y no vemos. Lo que percibimos es nuestro mundo, el tejido de los objetos artificiales que hemos creado, nuestras rutinas de percepciones sensoriales de colores, sonidos, sabores, el entorno ambiental de cielo, tierra y ciudad. Nuestro mundo percibido en la inmediatez.

No percibimos el mundo fuera de las lentes que median todo percibir. Esas lentes son un a priori que modela todo lo experimentado. El cristal de varias capas de nuestras lentes se compone de la cultura ya dada que nos socializa como sujetos; el lenguaje que recibimos en tanto un hecho social que, como diría Durkheim, nos antecede y nos sobrevive. En la densidad cristalina de nuestras lentes se acomodan las emociones, los arraigados sentimientos, el modo de concebir el espacio, la sucesión temporal, nuestro modo de pensarnos y de pensar el sentido de las relaciones entre nosotros y los otros seres, y las cosas diversas.

El cristal por el que vemos es una suerte de prótesis fundida no exactamente en los ojos, sino en nuestros cerebros que, en su misteriosa relación con la mente, solo percibe el adentro y el afuera desde la lente general de la cultura heredada y el lenguaje y una memoria colectiva compartida; y desde la añadida lente personal de los propios deseos y experiencias, prejuicios ideológicos, políticos y religiosos, o concepciones determinadas para diferenciar lo bello de lo feo, lo verdadero de lo falso.

El biólogo pensador alemán Jakob von Uexküll, en su Teoría de la vida, postula el Umwelt​, el “entorno subjetivo”, el “mundo circundante», los mundos perceptuales. Cada ser vive en su propio mundo perceptual, cada humano, cada animal. Entonces, “hay tantos mundos perceptuales como sujetos vivos”. Kant en su teoría del conocimiento propone que no conocemos la realidad en sí, la cosa en sí (el noúmeno), sino solo lo que podemos experimentar y conocer por las estructuras de una subjetividad a priori.

¿Pero cuál es entonces la realidad en sí, o el mundo que contiene todos los mundos perceptuales posibles? Ese mundo no es mi percepción, nuestra experiencia cultural de nuestro entorno de calles o edificios; ese mundo o trasmundo que todo lo incluye, la realidad máxima, es lo que es independientemente de nuestra subjetividad individual o colectiva.

¿Pero siempre percibimos bajo la mediación de la lente del apriori de una subjetividad cultural, o bajo ciertas condiciones esas lentes pueden caer?

Hay dos formas del caer de las lentes: el caer que desnuda la verdad del poder, y el caer de la desnudez mística. El primer caer de lentes es dentro de la propia cultura; el segundo, es más allá de cualquier horizonte cultural. En el primer caer de lentes alguien desde niño, o un buen día, a partir de un momento de quiebre, ve la realidad social que antes no veía, ve la gran manipulación, el embuste, la mentira y rancia desfachatez de los políticos y poderosos de todos los signos; ve la historia repetida hasta el hartazgo del deseo de controlar a los otros en el propio beneficio, y también por los nuevos medios tecnológicos. Pero el segundo caer de lentes es el único que podría devolvernos la realidad más salvaje, por profunda, más allá de nuestra propia densidad infernal autocreada.

En el segundo caer de las lentes, siempre vuelven las olas de la sospecha mística…

La mística en la antigua India, en la Grecia dionisiaca, en la Irlanda celta y druídica, en la meditación cabalística sobre el lenguaje del nombre secreto divino, en el giro de los derviches sufíes, o la mística en valles laterales de todas las religiones, es la confianza ancestral en que, cuando no hay yo, porque este se olvida a sí mismo, lo independiente de nosotros emerge de los sótanos, inunda las cavernas con el agua de la realidad más profunda y desconocida, se expande como candente fluir de algo divino.

Las tradiciones de los hongos y sus efectos psicoactivos es otra práctica de caída de nuestras lentes. Entonces, lo real que nos circunda ya no es el adentro o el afuera; es un solo acto de realidad sin límites, ni reversos, ni sombras, es a un mismo tiempo la serpiente que observa y la serpiente observada. Solo cuando las lentes caen el espíritu es solo sensibilidad que nada en la realidad antes perdida, ahora recuperada, el abismo inmenso en el que ya no hay ningún Dios o dioses imaginados por la mente humana, sino la sensación (¿acaso ya no humana? ) de sumergirse en los muchos mares sin fondo de la vida más nueva y desconocida.

Percibir la realidad en sí, no la que vemos a través de nuestras lentes gastadas. También eso ansiaba el genuino arte abstracto de vanguardia, el de la superación de las formas visibles. El caso de Mondrian, Malevich, Newman, Rothko, y hasta incluso Turner. O Borges y su visión en El aleph, el gran punto calidoscopio en el que todo converge y se entrelaza; el mágico punto que, un espíritu exaltado y sin temor, y con las lentes caídas, acaso puede entrever.

Pero el caer de las lentes quizá no sea el resultado de ningún método, de ninguna práctica determinada. Solo es espera y sospecha de que lo real más hondo y enigmático es muy distinto a lo que de común percibimos. Al caer las lentes, la desmedida realidad espiritual antes rechazada acaso sorprenda como lo que siempre está aquí. El secreto que vuelve a la piel en la última lluvia sobre la ciudad, el bosque, el mar, las montañas o los volcanes; lo que solo vuelve, con las lentes caídas, en la última lluvia sobre aquellas aves que vuelan libres, encendidas.

Esteban Ierardo

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