
Un japonés en espíritu nacido en Perú, un peruano con América y Asia en su tacto poético. José Watanabe (1945-2007), voz resonante en el mestizaje de culturas; con un ver que, decía, se enamora en pintar con un pincel poético.
De padre japonés y madre peruana, su reflexión poética extiende palabras para abrir el misterio en lo cotidiano.
Su poesía se modela en la contemplación de la naturaleza que apela al poder de la palabra austera y sugerente; un modo por el que resuena con el haiku tradicional japonés, no en su brevedad, sino en la fuerza del decir, aun desde lo más cercano y habitual; así, afirma, “la anécdota se eleva al conocimiento”.
De su padre, Harumi Watanabe, carpintero, heredó el refinamiento en el percibir la riqueza sensible de las cosas, y un refrenamiento en la sentencia. De su madre peruana Paula Varas, en Laredo, su pueblo campesino en el norte del Perú, asimiló el resonar sensible con los animales, plantas, piedras. Poesía del devenir naturaleza: ser el fondo marino, ser oruga, algarrobo, fósil, mantis religiosa, animal de invierno…. Regresó por lo poético al humano fusionado, como el aire a la lluvia, a la naturaleza como ser sensible, y no como idea abstracta del mundo natural.
Entre sus obras fulguran: Álbum de familia (1971), El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Antígona (2000), Habitó entre nosotros (2002), Lo que queda (2005), La piedra alada (2005), Banderas detrás de la niebla (2006). Además, escribió muchos guiones y cuentos infantiles.
E.I
El lenguado ( en Cosas del cuerpo,1999)
Soy
lo gris contra lo gris. Mi vida
depende de copiar incansablemente
el color de la arena,
pero ese truco sutil
que me permite comer y burlar enemigos
me ha deformado. He perdido la simetría
de los animales bellos, mis ojos
y mis narices
han virado hacia un mismo lado del rostro. Soy
un pequeño monstruo invisible
tendido siempre sobre el lecho del mar.
Las breves anchovetas que pasan a mi lado
creen que las devora
una agitación de arena
y los grandes depredadores me rozan sin percibir
mi miedo. El miedo circulará siempre en mi cuerpo
como otra sangre. Mi cuerpo no es mucho. Soy
una palada de órganos enterrados en la arena
y los bordes imperceptibles de mi carne
no están muy lejos.
A veces sueño que me expando
que los más grandes. Yo soy entonces
toda la arena, todo el vasto fondo marino.
José Watanabe
La oruga (de Historia natural, 1994)
Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente, trabajosamente
pero sé que mañana serás del aire.
Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿Sabes que mañana serás del aire?
¿Te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?
¿Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?
Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.
Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.
El fósil ( de La piedra alada, 2005)
La vida en ti fue un pez de 20 centímetros.
Tu remoto latido, hoy petrificado.
vive ahora en mi cuerpo
………..tan inverosímil como el tuyo.
Tú ya no puedes mirarte ni mirarme, no sabes
lo extraño que es ser pez u hombre.
Somos, te digo, inverosímiles, caprichos
de una madre delirante
que cuaja infinitas e insensatas formas en el mar
………y la tierra.
El ruido alegre de los niños en el museo
que se empinan a mirar otros fósiles
interrumpe mi habitual pesimismo,
…………….y me enternece:
después de todo, pescadito,
tal vez alguna razón existe.
El algarrobo (de Banderas detrás de la niebla (2006)
El sol ha regresado esta tarde al desierto
como una fiera radiante. Viéndolo así,
tan furioso, se diría que viene de calcinar toda la tierra.
Ha venido a ensañarse
donde todo ya parece agonizar. Huyeron
del repaso de los muertos el zorro gris, los alacranes
y la invisible serpiente de arena.
Solo el algarrobo, acostumbrado como está
a su vida intensa pero precaria, ha permanecido quieto,
solitario entre las dunas innumerables.
Este árbol nudoso, en su crecimiento
ha fijado posturas inconcebibles: alguna vez
cimbró la cintura como un danzante joven y desmañado,
alguna vez, aturdido,
estiró erráticamente los brazos retorcidos,
alguna vez dejó caer una rama en tierra como una rendición.
No hay cuerpo más torturado.
Lo único feliz en él es su altísima cabellera verde que va
donde el viento quiere que vaya.
El algarrobo me pone frente al lenguaje.
En este paisaje tan extremadamente limpio
no hay palabras. Él es la única palabra
y el sol no puede quemarla en mi boca.
La Mantis religiosa ( en El huso de la palabra, 1989)
Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm. de
mis ojos.
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palito seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
cáscara.
Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
Y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
a la muerte.
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.
Las enciclopedias no conjeturan. Ésta tampoco supone qué última palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
de agradecimiento.
Animal de invierno ( de Cosas del cuerpo,1999)
Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.
Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas
son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.
Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro
en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.
He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.
En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.

