Breves (8) La emoción histórica.

El foro romano (Wikimedia Commons)

Es sabido, para algunos las piedras en el foro romano son solo rocas empolvadas y muertas; para otros, son fuego que no termina de apagarse.

La riqueza de la historia sopla vientos de sensaciones que calientan la piel del que siente la emoción histórica. Lo irónico es que lo histórico no es sustancia desvanecida del ayer. Lo pasado solo existe como pliegue del ahora; no del presente como concepto abstracto, sino como lo que dura en una vida secreta, ahora.

Ahora los romanos combaten por su imperio; los chinos veneran el mandato del cielo de su emperador; Colón y todos los aventureros españoles, portugueses, genoveses, holandeses o ingleses, salen a la mar como si fuera la gran diosa que temen y adoran porque sola ella los conducirá hasta la tierra del oro y las especias; ahora, todos los dictadores derraman la sangre en Argentina, España, Alemania, la Unión Soviética, y en tantas otras partes; ahora, los inquisidores prenden las hogueras en las que arden las mujeres que satanizan; y otros sacerdotes, los de Imperio azteca, arrancan el corazón de los sacrificados para alimentar al Sol.

Ahora, el humano con su traje blanco con escafandra que refleja las estrellas, da su primer paso en la Luna.

Ahora, todos los que traicionaron, mataron, esclavizaron, manipularon, odiaron, siguen puliendo la esquina del sufrimiento más miserable. Inexpresable. Sus víctimas son milenarias. Multitudinarias. No dejes de sentir el dolor de todos aquellos seres solitarios, hoy fantasmas en el viento.

Y ahora una mujer pare entre los incas, los mayas, los mapuches, los pueblos de Asia y África, todos los continentes e islas. Sus hijas e hijos protagonizan los tornados y el sosiego. Los que mueren y ya murieron son parte de la comunidad silenciosa de los humanos y animales, de todas las tierras, árboles y plantas nacidos en la gran memoria no escrita de este planeta.

Y ahora Alejandro Magno derrota a los persas e incendia Persépolis reducida a ruinas; o Napoleón sabe que solo fue tormenta, vanidad e ilusión, mientras yace en su casa de humedad y ratas en el exilio en Santa Elena; y ahora el Titanic y todos los barcos naufragados vuelven a hundirse entre la noche y el hielo, o el rugido de las tempestades; y ahora, en todos los castillos abandonados aún respiran los señores y las damas; y los caballeros franceses vuelven a caer por millares, aplastados bajo sus armaduras, en el campo de batalla de Azincourt, el que inspiró a Shakespeare en su Enrique V.

 Y en todos los cementerios de los caídos de las guerras justas e infames, la humanidad sigue dividida entre amigos y enemigos; y en las calles de las ciudades y pueblos modernos continúan, ocultas, su vida los humanos y animales de todas las épocas, entre alegrías y deseos de vivir; o entre hambre, peste e inundaciones, incendios y bombardeos. Lisboa aún se sacude por un gran terremoto; Londres todavía grita en un gran incendio; Dresde no deja de arder en el fuego infernal de miles de bombas; Hiroshima y Nagasaki se calcinan en los hongos del fuego oscuro.

La historia no se agota en información, imágenes y documentos. Es la vida escondida de un continuo presente en la casa común del espacio y el tiempo, que un ser sensible que percibe lo lejano puede acercar a la piel.

Y también, por aquí y por allá, vuelven a nacer los genios y benefactores: da Vinci en el campo de la Toscana; Einstein en Ulm, a orillas del Danubio; Sócrates en Atenas. Y todas las aves que volaron todavía lo hacen sobre las ruinas de las grandes ciudades de ayer: Teotihuacán y Tenochtitlán, Palmira, Machu Pichu, Mohenjo Daro, Pompeya, Itálica, Mérida, Chichén Itzá…

 Y si tu corazón se aviva y sientes sensaciones indefinibles ante todo lo que fue y sigue siendo allí, entonces alégrate, porque disfrutas de algo muy escaso: la emoción histórica.

Esteban Ierardo

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