Por Ana de Lacalle

Ana de Lacalle aquí analiza con lucidez los efectos de la adicción a las pantallas en el proceso de aprendizaje de los niños, y también sus consecuencias adversas en las capacidades cognoscitivas de los adultos.
Niños y adultos estamos expuestos a » un mundo en el que todo es información, excesiva sin capacidad de comprenderla»; pero a su vez » los adultos hemos sido los cretinos que hemos dado placebo a los niños, y ahora nos lamentamos de que sean aún más cretinos que nosotros, si cabe’.
Este texto fue publicado originalmente en Masticadores, página nacida en Cataluña, dirigida por J r Crivello, y con numerosos colaboradores en el mundo
Una sociedad, que se ha visto desbordada por el hiper-desarrollo tecnológico digital, puede ser una fábrica de cretinos, aunque una de las causas sea el poder económico que las multinacionales tecnológicas tienen y que, en consecuencia, han ido imponiendo el uso sin ningún tipo de reflexión previa de todo avance tendiente a digitalizar la vida social. Este proceso alcanzó un punto de inflexión cuando se inició la introducción de las tecnologías digitales en la escuela, como la pócima mágica que acabaría con el fracaso escolar, motivaría a los alumnos y, además, no se aburrirían.
Con los años, y si le damos validez a las pruebas PISA como datos objetivos, se ha demostrado que no ha mejorado la situación en las aulas, sino que por el contrario ha vuelto a los alumnos menos capaces, menos competentes -ya que la obsesión por las competencias ha contribuido a perder el norte-.
El consumo de pantallas se ha vuelto un exceso que insensibiliza al individuo ante tanto estímulo, y lo vuelve perezoso a la hora de obtener información por otros medios en los que él tenga que mantener una actitud activa. Nos hemos vuelto memos ante las pantallas. Y digo “nos” porque, siendo honestos, deberíamos calibrar las horas que los adultos estamos ante las pantallas y si hay realmente una diferencia con los adolescentes y jóvenes. La diferencia es que los adultos ya habíamos ejercitado el cerebro desde una realidad distinta y nos hemos tenido que acostumbrar al cambio de paradigma de una sociedad digitalizada. Ahora bien, una vez adaptados, deberíamos reconocer lo adictivo del asunto y cómo impide el desarrollo de determinadas capacidades en los niños y adolescentes, y puede atrofiar las propias.
Para empezar, sin más pretensión que apuntar alguna reflexión, es imposible que un cerebro humano en proceso de maduración se enfrente a la ingente información, no jerarquizada según su veracidad, que internet proporciona, sobre todo antes de haber adquirido determinados aprendizajes que le permitan cribar esta información. Además, maneja información que no entiende, porque la comprensión pasa por el conocimiento previo tanto de cuestiones teóricas como prácticas. Así, cuando se introdujeron en las escuelas los ordenadores lo que se hizo, sin voluntad, pero de facto fue así, fue lanzar a los chavales a un mundo en el que todo es información, excesiva sin capacidad de comprenderla. Hubiese sido de sentido común no iniciar este proceso hasta que contenido procedimentales y básicos para entender el mundo como la lengua -saber leer y escribir- y las matemáticas no hubiesen estado consolidadas. Estas hubiesen estimulado el desarrollo de habilidades de pensamiento y de una prudencia critica que es crucial para manejar internet.
Aunque los profesores empezaron a expresar su escepticismo sobre la conveniencia de este método o “innovación pedagógica”, obviamente no se les escuchó porque políticamente se tomó esa decisión, entre otras razones para contribuir a la llamada del futuro, a saber, una sociedad digitalizada. Por su parte la industria digital vio una oportunidad de oro para imponerse tal vez antes de lo previsto y, en sus inicios, facilitó la adquisición de ordenadores para cada alumno.
La introducción de los ordenadores fue en detrimento de clases explicativas de los profesores sobre contenidos nucleares y una dialéctica profesor/alumno que permitiera un aprendizaje activo pero significativo. Fuimos los adultos los que implementamos más pantallas en la cotidianeidad de los niños y adolescentes, como un gran avance, y ahora, años después, no sabemos cómo desengancharlos de las pantallas.
Las redes sociales y los efectos nocivos relacionales y emocionales, los contenidos de todo tipo a los que tienen acceso sean o no capaces de metabolizarlos, están inoculados en sus vidas porque los adultos hemos sido los cretinos que hemos dado placebo a los niños, y ahora nos lamentamos de que sean aún más cretinos que nosotros, si cabe.
El tema da para largo y tendido. Seguramente otros compañeros aportarán otros puntos de vista y perspectivas, pero siempre llegamos tarde, porque el problema ya no parece la digitalización de la sociedad, sino la incorporación de un derivado más poderoso como es la inteligencia artificial.
