Morir por una selfie no es solo morir por una selfie

Por Esteban Ierardo

El fotógrafo Remi Lucidi, alias Remi Enigma en las redes. En junio de 2023, cayó del piso 68 de una torre en Hong Kong, mientras intentaba sacarse una selfie.

En lo alto de un gran edificio, o en lo cima de una montaña, un acantilado, o cerca de una gran cascada, un joven alza un aparato mágico. Y enfoca, encuadra, dispara una fotografía. Y caída. Caída mortal…

Y la muerte por una selfie. O lo que parece serlo.

La primero es la lectura más apresurada. Entre 2008 hasta ahora murieron por una selfie más de 400 jóvenes principalmente. Una media de un deceso cada 13 días, según el informe de una fundación enfocada en la medicina del viajero publicado por el diario El país. En este comunicado se agrega que este tipo de muertes implican «un problema energente» en el ámbito de la salud pública.

Entre los países con más víctimas por esta nueva modalidad de «muerte accidental», se encuentran Estados Unidos, India, Rusia. Los lugares de más actos mortales para conseguir una selfie, son las cataratas del Niágara (entre Estados Unidos y Canadá), el Glen Canyon (Estados Unidos), el Charco del Burro (Colombia), la playa de Penha (Brasil), los Montes Urales (Rusia), el Taj Mahal y el valle de Doodhpathri (India), y otros sitios.

La avidez por mostrarse, por conseguir la selfie que consiga miles o cientos de miles de likes. El deseo de sobresalir, de ser por el aparecer en una pose audaz, peligrosa, impresionante, o lisa y llanamente, mostrarse en lo que parece una «hazaña». La provocación para ser reconocido. Un apremiante «narcicismo sélfico» en el tecno-mundo contemporáneo.

Pero esto es solo parte de la descripción de un fenómeno que tal vez no sea sólo lo que parece. Morir por una selfie no es solo morir por una selfie… Es morir por una insoportable sensación de anonimato e insignificancia. La «hazaña» de una foto especial sería lo que «sana» esa desagradable herida.

De distintos modos, el mecanismo de la hazaña para compensar la insignificancia atraviesa la historia. Una estrategia «de ser» que reclama el reconocimiento de la mirada ajena tiene sus antecedentes ya en el mundo antiguo. Por ejemplo: hacer la guerra y ser protagonista de una hazaña, que merezca interés y celebración, memoria y veneración.

En el devenir histórico, hay héroes míticos, sujetos de hazañas míticas; pero también los múltiples ejemplos de hazañas reales, de viajeros y exploradores, escaladores, guerreros, trabajadores, y más…

En lo que pueden tener de medio inconsciente para atraer la atención, las hazañas reales suelen ser parte de un proceso largo, difícil, tortuoso, incierto; un esfuerzo con un mérito verdadero, cuya última garantía es la mirada ajena, que aplaude y reconoce.

Ahora «la hazaña sélfica» es rápida, con solo una preparación escénica, con el propósito de la aprobación en las redes. Y que siempre conserva su carácter riesgoso, y potencialmente mortal. El peligro es la condición para convocar el reconocimiento. Una acción temeraria, la «hazaña » de una pose arriesgada para capturar la atención. Y multiplicar la propia imagen entre miles de pantallas móviles.

La «hazaña» de una selfie que busca la viralización en el mundo digital es todavía una anomalía reciente, pero sus raíces psicológicas son ancestrales. El humano siempre es amenazado por el vacío de no ser. Ante esto, una respuesta legítima sería ser por sí mismo. Lo opuesto es ser por la mirada del prójimo para ahuyentar la sombra de la insignificancia, que surge de no tener un sentido claro y constante para la propia vida.

Viktor Frankl, es el psiquiatra sobreviviente del holocausto; a partir de su experiencia de supervivencia en el horror, escribe El hombre en busca de sentido (1946). Luego, entregado a la comprensión psicológica para ayudar a encontrar un sentido a la vida publica Psicoterapia Y Humanismo. ¿Tiene un Sentido La Vida? (1978). Y escribe «La vida parece insignificante cuando nos falta un propósito significativo».

Morir por una selfie, entonces, no es solo eso. Es la búsqueda desesperada de un «propósito significativo» por un camino ilusorio y equivocado, por la «hazaña» de una pose, en un lugar, en un instante, que elude la tarea de hacerse a sí mismo en el mundo real. El morir por una selfie como efecto de «la masificación digital»; quizá como consecuencia de la falta de una palabra, de un llamado a ver la realidad por parte de alguien, para que, antes del riesgo innecesario y la muerte absurda, se valore el don de la propia vida como una larga y difícil aventura para ser. Lo contrario a pretender ser por una imagen que pronto será olvidada, entre millones de veloces imágenes.

Uno de los libros mencionados de Viktor Frank; arriba, foto en Diario La voz.

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