Maquiavelo

Por Antonio Tursi (1)

Antonio Tursi (Foto en Fb de Universidad Nacional de Lanús)

Un texto sobre Maquiavelo, de Antonio Tursi, fallecido en 2020, recordado profesor de filosofía medieval en la Universidad de Buenos Aires, que aquí queremos recordar y homenajear.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) funda el realismo político. Su experiencia como canciller florentino la condujo a no confundirse: lo que mueve a los hombres en relación al poder es su conquista, su retención y ejercicio. El poder no como medio para el bien común, el fin de la política antigua clásica. El poder real se divorcia de la ética. El pensamiento filosófico político de Maquiavelo, también anclado en su ambiente y contexto, es el centro temático del texto de Antonio Tursi que aquí recordamos.

MAQUIAVELO, POR ANTONIO TURSI

En 1498, con 29 años de edad, Nicolás Maquiavelo, se presentó para el cargo del secretario de la segunda cancillería de la República de Florencia y resultó electo. Había en la ciudad nuevos aires políticos y un deseo de dejar atrás los oscuros años del opresivo régimen teocrático de Girolamo Savonarola, muerto en lo que era justo un año antes del concurso de secretario. El cargo requería cierta formación jurídica, habilidad en la conversación, discreción, dominio del latín y clara caligrafía y, por sobre todo, buenos contactos. Para esto último, Nicolás contaba con que su padre, Bernardo, era amigo de Bartolomeo Scala, secretario de la Primera Cancillería. Mas no por ello habría que quitarle méritos propios, el trabajo con creces que cumplirá para la República los corrobora. Además, había un motivo político fuerte para su selección. De los otros dos candidatos, uno era un ex mediceo y el otro un ex savonaroleano. Maquiavelo era de extracción social media, del popolo graso, había mirado con indiferencia el gobierno aristocrático de los Medici y con sarcasmo el de Savonarola. Su actuación en la burocracia administrativa de la República florentina era de por sí amplia. Hoy diríamos que hacía las veces de un ministro de defensa, del interior y de secretario de relaciones internacionales a la par.

Cuando en 1502 Piero Soderini fue elegido presidente vitalicio de la República, Nicolás pasó a ser su hombre de confianza. En representación de la República cumplía funciones bélico-militares y político-diplomáticas. De todas sus actuaciones, Maquiavelo redactó informes, cartas, materiales que utilizó a su vez para componer trabajos, trata- dos históricos y políticos no muy extensos. En sus misiones, representando y defendiendo los intereses de la República, Nicolás trató con casi todos los personajes más notables de su época. La suerte política de Florencia siempre fue frágil, dependía de las alianzas que pudiera hacer y de los vaivenes que corrieran los otros Estados italianos: Milán, Venecia, el Vaticano y las superpotencias extranjeras: España (con  su  dominio  del  sur  de  la  península  itálica),  Francia  y  el  Imperio Germánico. Estados, de hecho, militarmente más fuertes que ella. De su experiencia en las negociaciones para recuperar Pisa, Maquiavelo comprendió la necesidad de contar con un ejército nacional, no mercenario. Escribió algunos informes y una obra al respecto: El arte de la guerra. El conflicto con Pisa duró unos quince años, casi toda su secretaría.

La aristocracia era reacia al proyecto de un ejército propio, ya que sospechaba que por su extracción plebeya esa milicia bien podía volverse en su contra. Maquiavelo se entrevistó y vio actuar al rey LuisXII de Francia, a César Borgia, al Papa Julio II, al Emperador Maxi- miliano I de Habsburgo, entre los más destacados. Con el rey francés negoció su apoyo contra Pisa. Fue testigo del cénit y ocaso de César Borgia, defendió los intereses florentinos en la conquista de la Romania y desechó llevar a cabo una alianza territorial con él. Con Julio II se opuso a la reunificación de Perugia y Bologna, potenciales enemigos de Florencia, y pactó su autonomía ante los deseos de Maximiliano de ser coronado emperador de los romanos.

Formación y escritos

A ciencia cierta, no sabemos exactamente qué formación intelectual tuvo Nicolás en su juventud. Lo cierto es que antes de ser secretario había compuesto versos que no nos llegaron y esta vocación literaria la mantendrá durante toda su vida. Él se consideraba a sí mismo, acorde con su época, un humanista, esto es un autor de  letras  (litterae).  Las  letras  incluían  poesía,  teatro  e  historia.  Se cuenta que Maquiavelo se enfadó al no ver su nombre en la lista de los poetas italianos que había consignado Ludovico Ariosto en el último canto de Orlando Furioso. En una de sus cartas a su amigo, el historiador y político Francisco Giucciardini, la del 21 de octubre de 1525, en la que le comentaba sobre el estreno de su obra de teatro La Mandrágora, Maquiavelo firmó “Nicolás Maquiavelo, historiador, autor de comedias y tragedias”. Y en uno de los llamados “sonetos de prisión”, quejándose de la tortura a la que fue sometido por el régimen que lo defenestró, Maquiavelo exclamaba “¡Esta es la forma de tratar a los poetas!”. Maquiavelo, pues, no tuvo una formación teóricopolítica, necesitó de golpe aprender política y escribir política. Para ello recurrió como maestros a los clásicos grecolatinos, lectura excluyente para los humanistas, y que él tanto conocía y admiraba, especialmente historiadores tales como Heródoto, Polibio, Tito Livio y Tácito.

Uno de aquellos vaivenes políticos terminó con la suerte de la República Florentina y con la de Maquiavelo. Hacia 1511 el Papa Julio II conformó la llamada Santa Liga, alistada por Venecia, España, Inglaterra y algunas ciudades italianas, con el fin de terminar con las ambiciones de Francia e Italia. Más allá de las derrotas militares que la Liga le infligió a Luis XII, el gobierno de Soderini manifiestamente francófilo fue depuesto y en su lugar se repuso a los Medici, expulsados en 1494. Curiosamente, el escudo de armas de la familia Medici reza “Le temps revient” (El tiempo vuelve). A principios de 1513, se descubrió una conjura antimedicea, corrió una lista de oponentes al nuevo régimen, entre los que figuraba Nicolás. Fue encarcelado y torturado. Por amigos en común con Giuliano de Medici, a cargo del gobierno, clamó por su inocencia y pidió por su libertad. En marzo de ese año es electo un Medici como Papa: Giovanni de Medici, quien asume el pontificado como León X. Entre otros festejos, en Florencia se declaró una amnistía general y Nicolás fue liberado.

Maquiavelo no dejó de componer obras de teatro y poemas que dedicaba y enviaba a sus íntimos y, por supuesto, de estudiar política. Alternó durante algún breve tiempo la ciudad con su casa de campo a las afueras de Florencia. Allí pasaba sus días, desplegando trampas para cazar tordos, explotando un bosquecillo para obtener leña, recostado sobre el césped con algún libro de poesía (Dante, Petrarca, Tibulo u Ovidio). Después del almuerzo pasaba por la taberna y dedicaba sus tardes a jugar a las cartas y a los dados con los lugareños. De noche, después de envilecerse durante el día por trabajos y relaciones impropias para él, mudaba sus ropas por atuendos curiales y en su escritorio, vestido con el ropaje adecuado, entraba en las Cortes de los hombres antiguos, capitanes, cortesanos y hombres de acción, les preguntaba sobre la razón de sus acciones y ellos por humanidad le respondían. Estas conversaciones –le dice Maquiavelo a su amigo Francisco Vettori en una carta del 10 de diciembre de 1513– las ha capitalizado componiendo un opúsculo que llamo en latín De principatibus (Sobre los  principados),  en  el  que  trató  sobre  qué  es  un  principado,  cuantas clases hay, cómo se adquieren, cómo se mantienen y por qué se pierden. Maquiavelo tenía en gran parte compuesto El príncipe, y había decidido enviárselo a un Medici, a fin de obtener de nuevo el favor del poder político. Su objetivo era conseguir empleo antes de que la pobreza lo haya tornado despreciable. Nicolás era el sostén de una mujer, siete hijos, un par de viviendas y alguna que otra amante.

Obra política

Maquiavelo presenta su lectura de los antiguos como una conversación civil (conversatio civilis), un diálogo entre gente civilizada. Maquiavelo mismo refiere su lectura de los clásicos como una conversazione, con feliz éxito. El tópico de la conversación civil es netamente humanista, tiene sus reglas, sus modos que varían según con quién se converse, de qué se converse, dónde y cuándo se converse. Todo ello nos ha quedado escrito y ejemplificado en el famoso –en su momento– manual de Stefano Watson: La civil conversazione, publicado en 1574, pero la originalidad de esta conversación civil que refiere Nicolás es que, al limar las asperezas de los siglos que median entre él y sus interlocutores, los hace sus contemporáneos. Nicolás buscó especialmente a través de amigos y conocidos ganarse la confianza de los Medici y obtener un cargo público, con la convicción de que su experiencia podría ser útil. En Florencia, comenzó a asistir a las tertulias literarias que hacían en sus jardines la familia Rucellai, a la que acudían destacados humanistas, políticos y literatos de la aristocracia florentina. Allí, Nicolás comentó los diez primeros libros de las historias de Tito Livio, cuyos hechos históricos narrados confrontaba con su actuación política ante jóvenes que valoraban su experiencia. Justamente esos libros del historiador versan sobre la primera República romana, la aristocrática, paradigma de Estado para Maquiavelo. Como prueba está el hecho de que adjudica la decadencia romana a veces a las reformas de los Gracos, otras a los triunfos de la plebe, y otras a la asunción de Julio César. El motivo fundamental de sus comentarios es la imitación de los ejemplos antiguos exitosos: el político enseña con su praxis, la que registra el historiador. Maquiavelo es completamente ajeno a ideas abstractas, por caso en determinado momento especula sobre la persona más útil para una República, y duda entre elegir a Rómulo, el fundador de Roma, o Numa Pompilio, sucesor de Rómulo e introductor de la religión. Termina decidiéndose por Numa, ya que considera que la religión es el arma más poderosa que tiene el poder para mantener sumiso al pueblo. Siguen otros personajes y ocupaciones hasta llegar al último lugar del ranking, en el que colocan el filósofo, alegando que es la persona más inútil para el Estado. Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio –tal su nombre completo– constan de tres libros, los dos primeros con prólogo. Maquiavelo mismo presenta sus temas generales hacia el final del segundo prólogo. El libro primero trata de las decisiones de los romanos concernientes a los asuntos internos de la ciudad, y los libros segundo y tercero las que hacen a su expansión en la conformación de su imperio. Ya desde el comienzo se plantea como necesario poseer un verdadero conocimiento de la historia e imitar, no solo admirar, la variedad de sucesos que contiene: historia magistra vitae, la historia maestra de vida, dirá el apotegma. En ello Maquiavelo se preconiza como original y se compara con el navegante que va en busca de tierras ignotas, y contra quienes sostienen que la imitación es imposible, Maquiavelo afirma que ni el cielo, ni los elementos, ni los hombres han variado sus movimientos, su orden y sus potencias. Lamentablemente, no vuelve sobre esta última afirmación. En los Discursos, Maquiavelo esboza una teoría que demuestra cierta concepción cíclica equiparable con el presupuesto de por qué es posible la imitación. Su tesis es que todo se corrompe. Maquiavelo divide la realidad en cuerpos simples o naturales y cuerpos mixtos o culturales: los simples son producidos por la naturaleza, que lleva en sí el principio de generación y movimiento; los mixtos son aquellos en los que interviene el hombre. Simples son el sol, una llanura, un árbol, un río; mixtos son los muebles, una casa, pero también el Estado o las religiones. Ambos cuerpos, por el solo hecho de comenzar, son virtuosos, fuertes, conllevan cierta potencialidad. En sus comienzos concentran el mayor grado de virtud, pero en el transcurso temporal ésta se va desgastando. Su virtud va disminuyendo, se va perdiendo poco a poco esa potencialidad primera. He aquí que, para no llegar a la desaparición, haga falta una vuelta a los comienzos. Los cuerpos simples lo hacen por medio de una autoexpurgación: las inundaciones, los terremotos –para Maquiavelo– son hechos por los que la naturaleza se limpia para volver a empezar.

Los cuerpos mixtos, en cambio, necesitan a alguien virtuoso que los remonte en sus orígenes, y comience así nuevamente el derrotero. Esto lo ejemplifica con la religión cristiana: habiendo tenido un origen virtuosísimo, ha llegado a tal grado de decadencia que, si no surge alguien virtuoso que la revierta, desaparecerá. Algunos han querido ver en esta afirmación una predicción de la aparición de Martín Lutero. Estas simples especulaciones maquiavelianas tienen la influencia de Lucrecio, el pensador romano del siglo I a. C., cuya obra De la naturaleza de las cosas (De rerum natura), de inspiración atomista epicúrea, descubierta en el siglo XV, fue de notable autoridad en los pensadores renacentistas y modernos. Es más, respecto de su formación antes de la cancillería, de la que dijimos que se desconoce, sí sabemos que Maquiavelo se reunía con algunos amigos a leer De rerum natura, y que se llamaban a sí mismos “los lucrecianos”. Lucrecio también influyó en su convicción sobre el eternidad del mundo y en su antireligiosidad.

El príncipe

Maquiavelo, en colección del Palazzo Vecchio, Florencia.

En 1516, Lorenzo de Medici, el joven, sobrino de Lorenzo el Magnífico, es investido Duque de Florencia. Maquiavelo le hizo llegar su opúsculo De principatibus. Lorenzo no le dio importancia, tampoco ningún amigo con quien lo compartió, y el mismo Maquiavelo no volvió a hacer referencia a él, aunque casi todos sus temas están desarrollados en otros de sus trabajos posteriores. Por ello quizá Maquiavelo lo haya considerado un escrito de circunstancia, cosa paradójica, ya que se afirma que en Occidente es la obra más citada después de la Biblia. Quizás, de no haber vuelto los Medici al poder y continuar Maquiavelo en su cargo, jamás hubiera escrito El príncipe. Esta obra lleva una carta dedicatoria a Lorenzo, en la que, esencialmente, manifiesta que su opúsculo es una síntesis entre su experiencia en los asuntos modernos y la continua lectura de los antiguos, de la que el poder bien podría sacar provecho. Termina con un pedido de reconsideración para algún cargo, debido al estado en que se encuentra, producto de la malignidad de la fortuna. Diríamos que esto último es un eufemismo, ya que su ostracismo fue debido a que los Medici lo echaron y encarcelaron. Hay también en la carta una transposición de la teoría de la perspectiva, uno de los originales temas renacentistas: en política es necesario tomar distancia para medir, comprender y describir mejor los hechos. La obra tiene 26 capítulos, claramente separables en dos partes: los capítulos del 1 al 14 se ajustan a aquella mención de la carta a Vettori, sobre Acerca de los principados; qué es un principado, cuántas clases hay, cómo se adquieren, cómo se mantienen, por qué se pierden. La segunda, en cambio, del 15 al 26, se centra en la figura de un príncipe virtuoso, sobre sus cualidades, sus allegados, secretarios y aduladores, su relación con la fortuna o suerte, y finalmente, el llamamiento a la unidad italiana. En la primera parte divide el poder político en República y Principado. En los Discursos, en cambio, había tomado como fuente al historiador Polibio, y analiza las seis formas clásicas; tres justas, principado, aristocracia y república; y sus correspondientes injustas; tiranía, oligarquía y populismo. Las seis suceden cíclicamente por un proceso de corrupción que ya conocemos: principado-tiranía-república-populismo-aristocracia-oligarquía-principado, y así indefinidamente. En El príncipe, equipara república y libertad, y principado a sumisión; ambas formas de gobierno se definen como Estados que tienen poder sobre los hombres y se clasifican en hereditarios, totalmente nuevos (mixtos o nuevos añadidos a otro hereditario),  civil  (el  príncipe  que  asume  por  el  favor  de  sus  conciudadanos)  y eclesiástico (que deja de lado porque sería presuntuoso hablar de quien lo sostiene). Su modo de adquisición lo es por medio de armas –sean las propias, sean mercenarias–, por virtud o por fortuna, por medio de crímenes o astucia afortunada. Maquiavelo caracteriza y ejemplifica cada uno de estos Estados y sus formas de adquisición y mantenimiento, con ejemplos antiguos y contemporáneos suyos.

En el capítulo XV, ya desde el comienzo, Maquiavelo marca el cambio de rumbo: el tema es ahora el modo de proceder del príncipe res- pecto de sus súbditos. Sabe que muchos han escrito al respecto y que él se aparta rotundamente de ellos. Quizás, hable aquí en referencia a los llamados espejos de príncipes, cuya tradición, si bien arranca en el Medioevo, continúa en el Renacimiento; consistentes en manuales, de inspiración netamente cristiana, de consejos a gobernantes. Maquiavelo, en contraste, prefiere ir directamente a la verdad efectiva de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Esta afirmación podría ser el principio metodológico de su obra; el contraste se da entre idealismo, entre los que ajustan la práxis política a teorías –ya teológicas, ya filosóficas– y realismo, y los que se ajustan al imperio de los hechos, extraen de la praxis política reglas de acción. Sigue ese pasaje un cachetazo realista: muchos se han imaginado –escribe– repúblicas y principados que jamás se han visto ni conocido, ni se sabe que existan, y la distancia entre cómo se vive y cómo se debería vivir (otra vez, la brecha entre realidad-idealidad es tan grande, que el que deja de hacer lo que hace para hacer lo que debería ser va a la ruina, por caso, el que quiere ser bueno entre tantos que no lo son).

Maquiavelo pasa analizar las virtudes y actitudes que suelen adjudicarse a un príncipe, o que un príncipe debería tener, y las que no lo favorecerían: ser liberal y no mísero, generoso, no rapaz, piadoso, no cruel; fiel, no desleal, no pusilánime, no soberbio, no lascivo; sí valeroso, humano, íntegro, religioso, etc. Ahora bien, el sentido común juzga que es laudable en un príncipe encontrar las cualidades que son tenidas por buenas, pero su criterio es diferente. Serán buenas las que le permitan mantener el Estado y malas las que se lo arrebatarían. Con todo, el príncipe debe aparentar tener esas buenas cualidades, no necesariamente poseerlas. En el capítulo XVIII trata de si un príncipe debe mantener sus promesas y su experiencia le ha demostrado que han triunfado los que no han cumplido con su palabra; porque si tal observancia se le vuelve en contra, ya no hay motivos para mantenerla. Este precepto no serviría –dice Maquiavelo– si todos los hombres fuesen buenos. Pero porque son malos y no guardan su palabra, mucho menos un príncipe, de quien depende el Estado, tiene que guardarla.

Además, un príncipe siempre encuentra razones legítimas para colorear su inobservancia; el príncipe tiene que aparentar ser todo piedad e integridad, humanidad, religión, pues los hombres juzgan por los ojos y no por las manos. Todos ven lo que el príncipe parece, pero pocos palpan lo que el príncipe es, y esos pocos no se pueden oponer a la opinión de muchos, y además esos muchos tienen la majestad del Estado que los defiende. El príncipe, en suma, debe mantener el Esta- do y los medios siempre serán juzgado notables y alabados por todos. La máxima recurrente con la que se suele resumir su pensamiento, si bien no fue dicha así por Maquiavelo, aquella de que “el fin justifica los medios”, bien se sigue de aquí: el vulgo siempre se deja llevar por lo que parece y por el resultado exitoso. Maquiavelo termina refiriendo como ejemplo a un rey que no nombra y que solo predica paz y lealtad, siendo en realidad enemigo de una y otra, se trata de Fernando VII el Católico, rey de España. Lo nombra en los Discursos, es más, allí Maquiavelo es la única voz de su época que denuncia las persecuciones de Fernando a los judíos y árabes de España.

Algunos comentaristas han catalogado a estas consideraciones como la “política de la apariencia”. En política, la verdad es lo que se muestra, no lo que se es. Los capítulos dedicados a las virtudes del príncipe tienen esencialmente dos cometidos: uno interno al poder, eliminar los prejuicios que conlleva la consideración de qué es virtud y qué vicio; y el otro externo, procurar la buena fama o renombre de quien detente el poder. El poder es intangible para el pueblo, el pueblo solo ve y oye; el llamado platonismo invertido de Maquiavelo consiste en que las sombras proyectadas en la caverna son la única realidad política. El pueblo, pues, consensua un fictum, una ficción.

Si en las lecturas de El príncipe uno va anotando las cualidades y medios que debe poseer el príncipe, tendría manejo de la guerra, armas propias, aparentar ser lo que el vulgo quiere que sea, mantenimiento del poder por los medios que sean, cosas que, hasta el capítulo XXV, definiría al príncipe como virtuoso. Pero ello no garantiza el éxito en política; en este capítulo la virtud encuentra un obstáculo, a saber, el desconocimiento, la suerte, lo imprevisible, lo que Maquiavelo entiende como fortuna. En las decisiones del príncipe promedia una parte a la precavida acción humana y otra a la fortuna. Siendo así las cosas no parecería mucho lo que se puede lograr políticamente, y máxime con la actitud timorata de que la mitad de lo que se haga pueda salir mal. Maquiavelo parece dar dos soluciones al respecto: una la prudencia, la precaución, dejar actuar a la fortuna hasta que los tiempos cambien; la otra, la contraria, y atañe a quiénes deben actuar en política. Maquiavelo concluye categóricamente: los jóvenes, pues los jóvenes reúnen los requisitos necesarios para hacer frente a cualquier adversidad, son –enumera– impetuosos, violentos, imprevisores, feroces y audaces, y además –metaforiza Nicolás– la fortuna es mujer y se deja seducir por los jóvenes.

El último capítulo, el XXVI, consiste en un llamado a los príncipes de Italia a ponerse bajo las órdenes de un nuevo príncipe (¿Lorenzo de Medici?), a fin de obtener la unidad de la península. Como pregonaba Petrarca, uno de sus poetas preferidos, de quien termina citando unos versos de sus rimas. Maquiavelo lee la coincidencia de dos Medici, uno a la cabeza de Florencia, y otro en el pontificado romano, como un designio divino que marca el momento oportuno para redimir a Italia, o bien –también podría leerse– la unidad de Italia debe contar con el papado y nunca como ahora se dio la oportunidad. En los Discursos, de alguna manera, achaca al papado no querer la unidad, pero también afirma que, de los cinco estados (el Vaticano, el reino de Nápoles, Florencia, Venecia y Milán) ninguno es tan fuerte para unificar la península y ninguno es tan débil para ser conquistado por el otro.

Maquiavelo obtuvo el empleo deseado, no tanto por su opúsculo De los principados, cuanto por la insistencia a sus contactos con el poder florentino, y especialmente, con el Vaticano. El cardenal Fran- cisco Soderini era uno de sus íntimos amigos y padrino de su primer hijo. Entre otros recados menores que el poder político florentino le encomienda, el papa Medici le encarga la escritura de las Historias de Florencia. Sonará adulador, esas Historias tendrán un tono muy promediceo. Nicolás mismo –en 1525– entregó un ejemplar del libro al papa en Roma. Su amistad con coterráneos suyos en el Vaticano hizo además que le encomendarán cumplir una serie de misiones políticomilitares para el papa Medici, y una de ellas cambió de nuevo la suerte de Florencia y la de Maquiavelo. Hacia 1527, bajaron a Italia los lansquenetes, soldados mercenarios, a quienes se les habían sumado los españoles, con el objetivo de tomar Roma, cosa que hacen el 6 de mayo. En su paso por Florencia, la aristocracia tuvo la oportunidad de quitar a los Medici del poder y restablecer el Consilio y las instituciones republicanas: “el tiempo vuelve”, decía el lema del escudo de armas de los Medici. Algunos de los nuevos dirigentes eran amigos de Nicolás, con quienes había compartido las reuniones literarias en la casa de Rucellai. Maquiavelo aspiraba a retomar su puesto en la segunda cancillería, pero sería rechazado. Había quedado muy identificado con el depuesto gobierno mediceo. Este golpe empeoró su salud –quizá peritonitis– y lo postró definitivamente.

Un sueño

Se cuenta que, antes de morir, rodeado de sus íntimos, Maquiavelo refirió un sueño que había tenido. Les narró que se le había aparecido una turba andante, no muy numerosa, de andrajosos flacos y demacrados. Se aproximó a un casual acompañante y le preguntó quiénes eran. Y ése respondió:

–Son los bienaventurados que se dirigen al cielo, pues está escrito, felices los pobres ya que de ellos es el reino de los cielos. –Al avanzar un poco más, se detuvo ante una verdadera multitud, a diferencia de la otra esta era de aspecto noble, muy bien vestida, con ropaje curial. Se acercó un poco al punto de reconocer entre ellos a Platón, a Plutarco, a Tácito, y al escucharlos discutir sobre temas de Estado, Maquiavelo inquirió por éstos y se le dijo–:

–Son los condenados, que van rumbo al infierno, pues también está escrito, la sabiduría del mundo es enemiga de Dios. –Entonces, tomó la palabra su acompañante preguntándole con quienes le gustaría estar. A lo que Maquiavelo respondió–:

–Prefiero ir al infierno con aquellos espíritus nobles para razonar sobre cuestiones de Estado antes de ir al paraíso con esos harapientos.

A los 57 años de edad, el 21 de junio de 1527, Maquiavelo murió en su casa de Florencia. Según sus allegados, de muerte impía, ya que se negó a recibir la extremaunción, y mucho menos a confesarse. Al parecer, le fue suficiente con haber referido el sueño. Después de su muerte, uno de sus hijos encontró en el escritorio, entre sus papeles, dos obras manuscritas inéditas y decidió pulirlas y publicarlas: una ocupa unos pocos folios, a la que, por no tener título, denominó El príncipe, quizás por la carta de presentación que le antecedía. La otra, en cambio, de muchos folios, consistentes en exposiciones sobre elpoder a partir de la primera parte de la obra del historiador romano Tito Livio, en la carta de presentación llamó Discursos. Pocos años después de la muerte de Nicolás, en 1532, obtienen ambas obras el primer pie de imprenta.

(*) Este texto fue publicado también en Los clásicos son un partido aparte. Una introducción a la filosofía política, editorial Colihue, de Damián Jorge Rosanovich, compilador, a quien agrademos por su buena predisposición para enviarnos este texto de Antonio Tursi  

(Istock)

Bibliografía primaria:

Maquiavelo, Nicolás, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, tr. Ana Martínez Arancón, Madrid, Alianza, 1987 [El texto trata de las decisiones de los romanos concernientes a los asuntos internos de la ciudad, y las que hacen a su expansión en la conformación de su imperio. Se trata de utilizar experiencias históricas paradigmáticas a los efectos de extraer conocimiento de ellas].

Maquiavelo, Nicolás, El arte de la guerra, tr. Manuel Carrera Díaz, Madrid, Tecnos. 1988 [Maquiavelo se interroga por la vida y la muerte, la paz y el temor, desde la perspectiva de la guerra, a partir del conflicto militar con Pisa].

Maquiavelo, Nicolás, El príncipe, introducción, traducción y notas de Antonio Domingo Tursi, Buenos Aires, Biblos, 2003. Existe también una traducción de esta obra realizada por Ivana Costa, con prólogo de Horacio González, aparecida en Buenos Aires, Colihue, 2013 [Se trata de uno de los libros más citados de la historia, es un texto breve donde Maquiavelo desarrolla las características de los principados, expone los rasgos de los príncipes virtuosos, y finalmente lleva a cabo comentarios sobre la situación italiana contemporánea].

Maquiavelo, Nicolás, Textos literarios, tr. Nora Sforza, Buenos Aires, Colihue, 2010 [Este volumen incluye dos comedias (La Mandrágora y Ciliza), poesías y textos literarios en prosa, y una selección de correspondencia sobre temas literarios].

Bibliografía secundaria:

Granada, M. A., Maquiavelo, Barcelona, Barcanova, 1985.

Skinner, Q., Los fundamentos del pensamiento político moderno, tr. Juan José Utrilla, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, tomo I.

Strauss, L., Pensamientos sobre Maquiavelo, tr. Amelia Aguado, Buenos Aires, Amorrortu, 2019.

Viroli, M., La sonrisa de Maquiavelo, tr. Atilio Pentimalli, Barcelona, Tus- quets, 2002.

Vivanti, C., Maquiavelo. Los tiempos de la política, tr. María Teresa Nava- rro Salazar, Buenos Aires, Paidós, 2013.


[1] Antonio Domingo Tursi (1953-2020) se doctoró en filosofía en la Universidad de Buenos Aires, y se desempeño como investigador y profesor de filosofía medieval en esta casa de estudios durante más de treinta años. Asimismo, fue uno de los miem- bros fundadores de la carrera de filosofía en la Universidad Nacional de San Martín. Era profesor y director de la misma en el momento de su fallecimiento, a comienzos de 2020. De formación en filología, Tursi fue autor de varios artículos académicos, aparecidos en revistas nacionales y extranjeras, y de numerosas traducciones ano- tadas, entre las cuales cabe citar las siguientes: Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Buenos Aires, Biblos, 2006; Siger de Brabante, Boecio de Dacia y Jacobo de Pistoia, Tres  tratados  “averroístas”,  Buenos  Aires,  Facultad  de  Filosofía  y  Letras  (UBA), 2001 (junto a Carlos Rodríguez Gesualdi); Séneca, Diálogos I (2007) y Diálogos II (2010), Buenos Aires, Losada; Persio, Sátiras, Buenos Aires, Losada, 2011; Tomás de Aquino, Del reino, Buenos Aires, Losada, 2018. Asimismo, publicó manuales de estudio de la lengua latina: Guía de latín, Buenos Aires, UNSAM edita, 2013; y Latín, Buenos Aires, UNSAM edita, 2019. En noviembre de 2021 el número 12 de la revista Symploké le dedicó un homenaje a su obra. El mismo puede consultarse en www.revistasymploke.com

Portada de edición de 1550 de El príncipe (Wikimedia Commons)
Estatua de Niccolò Machiavelli de Lorenzo Bartolini en la fachada exterior de los Uffizi de Florencia (Istock)

2 comentarios en “Maquiavelo

Deja un comentario