La más misteriosa explosión de la historia, en el cielo de Siberia

El suceso de Tunguska del 30 de junio de 1908 determinó el Día Mundial del Asteroide, que se celebra cada 30 de junio (en Meteored).

En 1908, en un amanecer de verano, en Siberia, un inesperado e inmenso resplandor relumbró en el cielo, seguido del gran estruendo de una enorme detonación con una energía de alrededor de 30 megatones, 300 veces la potencia de la bomba de Hiroshima. La mega explosión repercutió sobre una superficie deshabitada y remota de 2000 kilómetros cuadrados, en la que se desplomaron unos 60 millones de árboles con marcas de quemaduras. De haber ocurrido el estallido sobre Buenos Aires, New York, o París, estas ciudades hubieran desaparecido. ¿Pero qué fue esa explosión? Aún hoy es un misterio.

En 1917, en el Puerto de la ciudad de Halifax, en Nueva Escocia, Canadá, un barco francés cargado de explosivos chocó con otro y desencadenó una explosión devastadora, la más gran grande por causa humana antes de las bombas atómicas. Murieron 2000 personas, 9000 resultaron heridas y la ciudad quedó destruida.

La causa de esta explosión es conocida. En cambio, la ocurrida en Tunguska, Siberia, no es de origen humano y permanece en el más absoluto misterio, a pesar de las varias teorías que se esgrimen para intentar despejar la incógnita.

La explosión ocurrió en la atmósfera. Quizá un gran meteorito de hierro de entre 100 a 200 metros de diámetros pasó cerca de la Tierra a 72 mil kilómetros por hora, pero sin impactar con ella. De hecho, no se ha encontrado hasta la fecha ningún cráter; tal vez fue el paso de un cometa formado por hielo que ocasionó una tormenta magnética devastadora, o una explosión de un meteorito de antimateria; incluso no falta la especulación sobre la explosión y desintegración de una nave extraterrestre.

De haber sido un gran meteorito, o un fragmento de un asteroide, su roce catastrófico con la atmósfera pudo haberle quitado mucha masa antes de regresar a su órbita en la que quizá sigue dando vueltas alrededor de la Tierra; o se convirtió en gas y plasma y se confundió con el óxido terrestre en el suelo.

Los habitantes de la pequeña aldea de Vanavara, a orillas del río Tunguska Pietrosa, en el territorio ruso de Krasnoyarsk, presenciaron la gran explosión luminosa que además del efecto demoledor en el ecosistema produjo ondas sísmicas de un terremoto moderado. El resplandor se vio también a miles de kilómetros de distancia, en el norte de Europa y Asia central.

Hoy, un grupo de arqueólogos de la Universidad de Santa Barbara, afirma que un bólido de 50 metros de diámetro impactó a unos 50 kilómetros de Amman, la capital de Jordania, y con una energía mil veces mayor que el artefacto nuclear de Hiroshima, destruyó la ciudad de la edad de bronce Tall el-Hammam, en el sur del valle de Jordán, al noreste del Mar Muerto. Un asentamiento urbano destruido por un meteorito.

Y una gran roca metálica caída del cielo fue también la primera teoría sobre la devastación en Tunguska. Por lo distante y aislado de la región recién en 1920 se organizó la primera expedición científica dirigida por Leonid Kulik. Por primera vez se empezó a propalar la teoría del gran meteorito catastrófico y fugitivo.

Antes observamos que, de haberse tratado de un impacto meteórico pleno, debería hallarse en alguna parte un gran cráter, o como también se llama astroblema. Una expedición internacional realizada en 1999 se desplazó hasta la misteriosa zona de la extraña detonación a horcajadas de la hipótesis de que el lago Cheko se formó por el impacto, y que en su fondo debería estar la resolución del misterio. Pero esta comprobación aún no se ha producido.

Las distintas explosiones naturales, las del trueno, de la erupción volcánica, como las provocadas por el humano, son numerosas, conocidas, y casi siempre explicables. La acontecida en la Rusia siberiana conserva la fascinación de lo incierto y misterioso. Aquí un artículo de la National Geographic (que incluye un link de una investigación publicada en la revista científica de la Oxford Academy), y un video al final, sobre el suceso que ardió entre el cielo y los bosques de la lejana Siberia.

E.I.

Tunguska, la misteriosa devastación que ocurrió en Siberia en 1908, por J.M.Sadurni (*)

Así quedaron los árboles en la zona de Tunguska. (CC/Wikimedia Commons)

La noche del 30 de junio de 1908 se presentaba tranquila en Londres. De pronto, según llegó a contar una crónica del London Times, un periódico local, el cielo resplandeció de tal manera que parecía que hubiera salido el Sol en plena noche, y según otros testimonios procedentes de todo el Viejo Continente aquella luz surgida en plena noche provocó que la gente saliera despavorida a las calles preguntándose qué estaba sucediendo. Muy lejos de allí, en la meseta siberiana, pasaban diecisiete minutos de las siete de la mañana cuando la quietud del bosque junto al río Tunguska se vio sacudida por una terrible explosión que se escuchó en toda Rusia. La detonación se llevó por delante una área boscosa de unos 2.150 kilómetros cuadrados de extensión, arrancando de cuajo más de ochenta millones de árboles. ¿Qué pudo haber ocasionado una devastación como aquella?

Devastación absoluta

Con la noticia extendiéndose como un reguero de pólvora por todo el país, el gobierno zarista quiso aprovechar la circunstancia y presentar ese acontecimiento como si de un castigo divino se tratase, preocupado por una más que evidente amenaza de revueltas. Pero tuvieron que pasar diecinueve años para que se permitiera a una misión científica acercarse hasta el lugar del desastre. En 1927, el mineralogista soviético Leonid Kulik fue el encargado de dirigir la primera expedición a Siberia para investigar lo que había ocurrido en Tunguska. A su llegada, el tiempo parecía haberse detenido justo en el momento de la explosión, casi veinte años atrás. Nada más comprobar la envergadura de la destrucción, Kulik ya apuntó la posibilidad de que el culpable de aquello hubiera sido un meteorito. Y en concreto, un bólido (los bólidos son meteoros que presentan un enorme brillo y que desde la Tierra se perciben como si fueran bolas de fuego). Así pues la misión de Kulik se encaminó a localizar los restos de un gran cuerpo metálico, posiblemente de níquel, que corroborara las sospechas del científico. Pero transcurrieron más de diez años y nunca se encontraron ni restos de ningún cuerpo celeste ni del cráter que tendría que haber provocado un impacto como aquel.

Localización aproximada del lugar donde tuvo lugar el incidente de Tunguska en 1908.Foto: PD

Nada más comprobar la envergadura de la destrucción, Kulik ya apuntó la posibilidad de que el culpable de aquello hubiera sido un meteorito. Y en concreto, un bólido.

La falta de pruebas sobre la naturaleza de lo que había golpeado Siberia aquella madrugada provocó que se especulara con la posibilidad de que, en realidad, el culpable del desastre hubiera sido un cometa. A diferencia de los meteoroides, la mayor parte de los cometas están compuestos por agua congelada por lo que al estallar desaparecen sin dejar ningún rastro. Pero para Kulik su hipótesis de que había sido un meteorito lo que había golpeado Tunguska seguía siendo la más plausible. Para el común de los mortales era un misterio todo lo que había sucedido allí aquella lejana madrugada, pero para Kulik los renos muertos, las olas en el río y los árboles arrancados de raíz eran la prueba evidente de un terrible impacto en la atmósfera. En la actualidad, los modelos matemáticos que se han generado para poder estudiar el posible origen cometario del impacto en Tunguska sugieren que el hielo que compone estos cuerpos celestes se habría fundido al impactar contra la Tierra. Así pues la hipótesis del meteorito continúa siendo la más creíble.

Teorías muy diversas

Pero no fue esta la única explicación que se dio al misterio. También se llegaron a plantear hipótesis mucho más peregrinas e incluso fantasiosas. En 1965 se dijo que el objeto que explotó en Tunguska pudo haberse tratado de un meteorito de antimateria, en 1973 se afirmó que lo que chocó contra la Tierra en Siberia no fue un meteorito, sino un agujero negro (algo que se ha demostrado imposible) e incluso se ha llegado a decir que se trataba de una nave extraterrestre. En 1978 se descubrieron en una turbera de la zona algunos fragmentos minúsculos que los investigadores creían que podían ser de origen meteórico (en 2013, un equipo de investigadores publicó los resultados del análisis de estas micromuestras. Según sus conclusiones, estos fragmentos tienen veintidós veces más hierro que níquel, lo que demostraría que no son de origen terrestre).

A principios de la década de 1990 por fin se despejaron las incógnitas, o eso se creyó. Las autoridades rusas informaron de que un equipo de físicos había confirmado que lo sucedido en Tunguska había sido provocado un meteorito, tal y como ya había apuntado Kulik tantos años atrás. Según las investigaciones, el hecho de que no se hallaran restos pudo ser debido a que el objeto implosionó debido a un rayo que generó el mismo meteorito. Esto ocurre cuando un objeto entra a gran velocidad en la atmósfera terrestre alcanzando temperaturas tan altas que provocan la liberación de electrones. Al perder los electrones, el meteorito va cargándose positivamente, lo que causa una diferencia de potencia y genera una descarga eléctrica. Según esta teoría, ese pudo ser el motivo por el cual no se encontró nada: el meteorito se consumió tras la explosión que él mismo generó.

A principios de la década de 1990, las autoridades rusas informaron de que un equipo de físicos confirmaba que lo sucedido en Tunguska lo había provocado un meteorito, tal y como ya había apuntado Kulik tantos años atrás.

Epicentro de la explosión en Tunguska. Es visible la devastación causada.Foto: PD

Un siglo más tarde, todavía no se ha logrado dar una explicación plausible a lo ocurrido el 30 de junio de 1908 en Siberia, un evento destructivo cuya onda expansiva fue capaz de romper los cristales de las ventanas a 400 kilómetros de distancia e incluso hacer caer a las personas. Los estudios realizados hasta la fecha aseguran que la detonación se produjo en el cielo y liberó una energía de treinta megatones (el doble que la liberada por las bombas atómicas arrojadas sobre Hirsohima y Nagasaki), y que solamente la fortuna hizo que la explosión se produjera en una zona deshabitada, lo que probablemente evitó una auténtica masacre.

¿Fue un meteorito?

En marzo de 2020, un estudio publicado en la revista científica Monthly Notices of the Royal Astronomical Society de la Oxford Academy por un equipo de investigadores rusos dirigidos por el astrónomo Daniil Khrennikov, de la Universisad Federal de Siberia, apuntó a que el culpable de la catástrofe de Tunguska fue un gran meteorito de hierro que pasó a una altitud relativamente baja de la Tierra para luego salir despedido, provocando una onda expansiva devastadora para nuestro planeta. «Hemos estudiado las condiciones de paso de asteroides con diámetros de doscientos, cien y cincuenta metros, que constan de tres tipos de materiales: hierro, piedra y hielo de agua, a través de la atmósfera de la Tierra con una altitud mínima en el rango de diez a quince kilómetros», explican los investigadores en su estudio. Y las conclusiones a las que ha llegado son claras. Según ellos: «Los resultados obtenidos respaldan nuestra idea de que el fenómeno Tunguska no ha recibido interpretaciones razonables y exhaustivas hasta la fecha. Argumentamos que el fenómeno fue causado por un cuerpo de asteroide de hierro, que pasó por la atmósfera de la Tierra y continuó hasta una órbita casi solar».

De esta manera, el estudio concluye que el meteorito de Tunguska nunca llegó a impactar contra la Tierra, pero que pasó lo suficientemente cerca de nuestro planeta como para provocar un cataclismo. Con un diámetro de entre cien y doscientos kilómetros y viajando a una velocidad de 72.000 kilómetros por hora, el meteorito desprendió tal cantidad de calor y su masa era tan grande que ambos factores fueron suficientes para explicar los daños provocados. El estudio también asegura que el paso del meteorito por nuestra atmósfera le hizo perder parte de su masa, lo que provocó que el hierro se desprendiera y se convirtiera en gas y en plasma. Una vez oxidado por la atmósfera y en suelo terrestre, sería totalmente indetectable, como si nunca hubiera caído.

Los estudios más recientes concluyen que el meteorito de Tunguska nunca llegó a impactar contra la Tierra, pero que pasó lo suficientemente cerca de nuestro planeta como para provocar un cataclismo.

A pesar de que los autores confían en la certeza de su hipótesis de trabajo, el equipo señala que la investigación aún presenta ciertas lagunas que espera lograr resolver en un futuro próximo, como por ejemplo el hecho de poder dar una respuesta adecuada a cómo se formó la onda de choque (como la que se produjo con el reciente meteorito que cayó en la ciudad rusa de Chelyabinsk en 2013). De hecho, es una más de las muchas preguntas que aún quedan por responder acerca de un misterio que ha planeado sobre la historia de nuestro planeta durante más de un siglo.

(*) Artículo originalmente publicado en National geographic el 16 de noviembre de 2021.

Paisaje a lo largo del río Tunguska en Siberia. (Foto en Meteorid)
 Los habitantes de la pequeña aldea de Vanavara mientras contemplan el misterioso fenómeno en el cielo siberiano (Ilustración en pipol.news)

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