Por J c Crivello

Un mundo tribal. La magia. Una realidad en las antípodas de nuestro mundo, sin magia. Una tribu, brujos, doncellas, guerreros. Los lagartos de leche. Un gran mago, un acuerdo, un viaje, una iniciación, una transformación, de campesinos a guerreros. Alguna tecnología, lentamente, surge con cada cambio. Y los lagartos de leche que amantarán a los hijos de la tribu en la guerra y el poder.
El gran mago de la gran laguna, por J c Crivello (**)
Le hemos visitado en una de nuestras salidas. Reside en un palacio grande y temible, rodeado de doncellas y brujos. Su plata y oro le cubren desde el sexo hasta los labios. Del carmín tieso y lleno de moras le pintan su cara, y el con la mano señala cada punto de lo que le interesa. Nos invitó a comer una noche en su sala del trono. Dos negros de betún y samba le entregaban un plato detrás de otro. En un momento me miro. Con alegría dijo: “¿Qué quieres?”. Solo respondí: “mi pueblo quiere llevarse varios lagartos de carne y que dan leche”. “¿Traerás más olo?” –pregunto. Yo moví mi cabeza, debía responder de manera afirmativa, el desplazamiento de mi cráneo lo repetí hasta desnucarme en la copa de vino. La fiesta continúo hasta que todos los presentes ebrios y cansados dejaron su pelvis mezclada en la del amado. En ese momento recogimos nuestras cosas y marchamos hasta una salida que dejaba ver el cielo y la gran laguna sagrada. Con atrevimiento nos dirigimos al brujo que estaba despierto. Este viro su voz hasta dejar salir una conversación estridente. Le referí mi acuerdo con el Gran Mago. Ante lo cual, este separo de sí un papel amarillo y movió su brazo con un trozo de madera que acababa en punta, garabateo algo, luego retiro de allí una cinta y la anudo a su alrededor para entregármela. Uno de los negros nos empujó hasta un espacio alejado y lleno de bruma. Los lagartos de leche estaban encerrados en un estrecho acantilado que dejaba ver el mar. Solo pudimos llevarnos tres. Con fuerza y sin más, llevaban un lazo atado al cuello, desde allí teníamos un estrecho sendero hasta que le pudimos meter en nuestras barcas. Antes de partir, uno del pueblo nos explicó dos cosas. La primera de que hierba se alimentaban. En la segunda coloco mis manos debajo del lagarto y apreté unas cebollas de piel que le colgaban. De aquel extremo un líquido blanco remojo mis pies una y otra vez. El que me dirigía puso allí una cerámica. Luego me lo hizo beber. Un gusto amargo y caliente me hizo escupir. Se atrevió a decir: “dales esto a tus hijos y serán fuertes y amaran la guerra”.
El regreso nos llevó por un laberinto de islas, las olas enfurecidas hablaban de un mar que siempre refería canciones de muerte. Pero, ¡éramos libres!, estábamos felices ¡de poseer al lagarto de leche! Él amantaría a nuestros hijos en la guerra y el poder.
Cruel epitafio
Lleno de infamia está el futuro.
De labradores seriamos guerreros.
De pálidos hombres de mar a guerreros.
Los lagartos de leche darían fuerza y cantos de guerra.
A las tres de la tarde desterramos el miedo. A las tres,
rodaría una aceituna en la nalga -con sabor a sangre.
(*) Una nueva tecnología o recurso nos convierte en dominadores y con ello aparece su idioma.
Nota:
«El aparato técnico de producción y distribución (con un sector cada vez mayor de automatización) funciona, no como la suma total de meros instrumentos que pueden ser aislados de sus efectos sociales y políticos, sino más bien como un sistema que determina a priori el producto del aparato, tanto como las operaciones realizadas para servirlo y extenderlo. En esta sociedad, el aparato productivo tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina, no sólo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales«(Marcuse, 1954:25-26) Marcuse . El Hombre Unidimensional.
(**) Fuente: Este texto fue publicado originalmente en Masticadores, página nacida en Cataluña, dirigida por Jr Crivello, y con numerosos colaboradores en el mundo
