
En el bosque se refugia lo secreto. Allí, el druida estudiaba por veinte años las propiedades de las plantas, los mitos y la poesía mágica, el vuelo de los pájaros, el viento y el trueno, la palabra del agua de las lluvias y los arroyos.
En su bosque están los robles, pero también las ayas, los olmos, tilos, nogales, castaños, higueras, olivos, manzanas, abetos, cipreses, cedros, pinos, abedules, álamos, sauces, avellanos, serbales. Y las hadas y el manantial. El duende y las cuevas. El triskel, el trébol. Y las espirales, imagen para pensar en lo que es, a la vez, el adentro y el afuera.
Ocasionalmente, el druida escuchaba de viajeros la noticia de un tal San Patricio y su Dios que es Uno y Tres. Ese Dios descansa en una cruz. De la madera de esa cruz alzó vuelo el cuervo de tres alas. Al último habitante del bosque el cuervo le confirmó la novedad: la tierra, el cielo, los humanos y animales y las cruces, todo es creación y propiedad del Señor de las tres caras que aborrece de todo paganismo. Pero todo lo del bosque es pagano. Y para lo pagano todo es suave fuego. Aún el frío es calor, lo muerto solo un instante de lo vivo. Y el cuervo se burló del último sueño del druida: un bosque celeste, con el sol del cielo que penetra en las ramas de los árboles y en su tronco hasta las raíces. Tu bosque celeste es falso, le graznó el ave negra; torbellino de mentiras es tu muérdago, los robles, la verbena, el berro de agua,la ulmaria, la artemisa y el incienso. Tu magia es embuste, espejismo. Ya vete. Es momento del rito, le aclaró el druida, del irlandés antiguo drui (hechicero), y del galés temprano dryw (vidente), el vidente del, por, el roble.
Y bajo la noche y la luna el celta recogió con una hoz de plata el muérdago que vive del roble y el roble del bosque celeste. Del ritual sabemos por un romano muy erudito llamado Plinio el viejo. Y Pomponio Mela suscribía que la formación de los sacerdotes celtas era secreta, y que su templo no era santuario construido por mano humana, sino el claro, el espacio despejado, los retazos desnudos entre la espesura vegetal.
Y el cuervo le aseguró:
tus robles y tu bosque celeste
ya no será el espíritu visible.
Ante el único Dios arrodillate
bajo la sombra de su cruz.
Y el que fue druida salió del vientre de los árboles. Visitó la iglesia. Quiso entender por qué los aliados del cuervo talaron el roble. Y escuchó la tormenta, la voz de la lluvia sobre una hierba de espirales.
Entendió. Y antes de irse al fin, volvió al bosque celeste, que los seguidores de la cruz nunca vieron ni verán.
Esteban Ierardo
