Por Avelino Muleiro

La filosofía estoica rebosa hoy de una actualidad innegable. El interés en su visión de la vida pareciera no ser ya una moda sino una apelación continua a la inquietud por construir un sentido para la vida. Aquí un agudo análisis sobre esta filosofía en su amplitud, en su dimensión de un arte de la paciencia en pos de «la ataraxia, un concepto utilizado por los estoicos para designar un estado de ausencia de inquietud, tranquilidad de ánimo e imperturbabilidad de espíritu».
Sobre el estoicismo: la terapia de la paciencia, por Avelino Muleiro (*)
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? («¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?», primera oración de la Primera Catilinaria, discurso pronunciado por Cicerón el 8 de noviembre del 63 a. C. ante el Senado romano)
En tiempos de la posverdad -eufemismo de la mentira-, del pensamiento único, de la polarización ideológica y política, de los ataques a la Ilustración y a la democracia, de la demolición educativa de las humanidades…, el estoicismo irrumpe en la sociedad presentando su carta de renovación con vocación de convertirse en una apuesta por la felicidad y como fármaco de salvación.
Hay una constatación evidente de que el estoicismo está de vuelta en esta sociedad. En un mundo lleno de incertidumbres y cambios rápidos, muchas personas encuentran en el estoicismo una forma de mantener la calma y la resiliencia frente a las adversidades. En una sociedad consumista, el estoicismo ofrece una alternativa que valora la virtud y la sabiduría por encima de los bienes materiales. De esa forma, las razones de ese retorno se deben fundamentalmente a motivos que retumban en las condiciones de la vida moderna. Una es el estrés. El estoicismo enseña a centrarse exclusivamente en lo que se puede controlar, matiz que ayuda a reducir el estrés y la ansiedad en un mundo incierto y cambiante. La filosofía estoica enseña que, aunque no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, sí podemos gobernar nuestras reacciones. Esa idea resuena en aquellos que buscan mejorar su bienestar emocional y mental.
Otro aspecto importante del estoicismo está en el énfasis que introduce en el autocontrol, promoviendo la aceptación de las circunstancias inevitables y el desarrollo de la resiliencia frente a las adversidades, un recurso que resulta sumamente atractivo en tiempos de incertidumbre y malestar. Y, al mismo tiempo, está la crítica y el rechazo del materialismo actual, promoviendo la simplicidad, la humildad y el equilibrio que aporta el pensamiento estoico, unas características que contrastan con la complejidad y con el materialismo de la sociedad actual.
El estoicismo adaptado por la sociedad actual no es solo un recurso filosófico, sino una guía práctica para la vida diaria. Sus principios pueden aplicarse en incalculables situaciones cotidianas y ser administrados por cualquiera persona.
Los orígenes de la filosofía estoica

Los auténticos creadores e ideólogos del estoicismo fueron Zenón de Citio, fundador de la escuela (Stoa), y Crisipos. En su haber está la sistematicidad de la filosofía con su famosa división tripartita en lógica, física y ética.
La lógica estoica
En la lógica, los estoicos están considerados los fundadores de la semántica al distinguir entre el signo o significante –sèmaînon-, el significado -lektón-, y el objeto a lo que se refiere el signo -pragma o tynkhánon. En lo tocante a la lógica formal, enunciaron por primera vez el estudio sistemático de las funciones veritativas y los conectores, creando así la lógica conectiva con las cuatro conexiones: negación, conjunción, alternativa o disyunción y condicional. La lógica la consideran fundamental y condición necesaria para poder aplicar correctamente la ética a la vida.
La física estoica
La física de los estoicos significó una grandiosa especulación sobre la realidad total. En esa física, todo lo que existe es corpóreo. Solo existen cuerpos, objetos tridimensionales que se resisten a la presión exterior. Todo lo real es corpóreo, material, y así la existencia y la corporeidad son lo mismo. De esa forma, el objeto de la física abarca toda la realidad, porque consiste en el conocimiento de los cuerpos. Solo existen cuatro excepciones a ese principio general: el significado (lektón), porque es incorpóreo, el vacío, el espacio y el tiempo.
En medio del vacío infinito está el universo, una enorme esfera maciza rodeada de fuego. En ese universo, igual que en cada cuerpo singular, existen dos principios básicos, inseparables: un principio activo –tó poioûn– y un principio pasivo –tó páskhon-. La unión de ambos forma todos y cada uno de los cuerpos y también el universo.
El universo está vivo, late, está atravesado por una gran alegría y piensa con gran inteligencia. Es, pues, un enorme animal, donde el fuego es el alma que le da vida. Ese fuego se mezcla con el aire para fundar el pneuma o soplo, que actúa como principio dinámico que mantiene la unidad y cohesión de los cuerpos. El pneuma une todas las cosas como un campo de fuerza y dispone de las semillas inteligibles –lógoi spermatikoí– que son realidades materiales de cada cosa. Ese pneuma también está en el alma humana aportándole la razón y la inteligencia. No obstante, a diferencia de los animales, que poseen ese soplo, en el alma humano hay una chispa del fuego puro que constituye su elemento hegemónico –tò hégemonikón– y que representa lo mejor de nosotros.
Determinismo y drama cósmico
No se puede entender la ética estoica sin saber que su base reside en la interpretación de la física. Los seres humanos somos seres físicos, formamos parte del universo y estamos formados con sus mismos elementos.

La física estoica es heredera de Heráclito y, en cierta medida, de la idea de destino y de la fatalidad que habían cantado Homero y Píndaro siglos antes. El universo era para los estoicos un enorme animal que estaba sometido a una cíclica palpitación. Estaba formado por fuego y materia, dos elementos de los que resultaron todas las cosas -minerales, vegetales, animales, astros, seres humanos y dioses-. Las cosas son fugaces, efímeras, caducas. Pero la vida del universo transcurre en periodos cíclicos y, al final de cada período, el fuego y la materia se separan provocando la extinción y la desaparición de las cosas. Así, todo se extingue, todo desaparece y finaliza. Pero ese ciclo se repite eternamente con absoluta precisión y regularidad. El eterno retorno no tiene fin. Nietzsche recuperaría en su filosofía esta idea heracliteana y estoica del eterno retorno para expresar su forma singular de la inmortalidad.
Esos ciclos cósmicos están regulados por la razón universal, por el logos o ley cósmica de la naturaleza, a la que todo se subordina y ella todo predetermina. Esa ley no admite excepciones ni errores, por eso el universo es regular y uniforme. Existe, pues, para los estoicos un destino, una fatalidad o fatum que está por encima de los dioses y de los seres humanos. Nada sucede por azar; todo acaece por necesidad. La necesidad, el destino y la fatalidad son idénticos a la ley cósmica universal, a la ley de la naturaleza. Cuando pensamos que algo es eventual o contingente, lo que sucede es simplemente que ignoramos su causa. Es inútil pretender cambiar el curso de las cosas porque solo cabe conocerlo y acatarlo.
La ética estoica
La ética estoica proviene de la ética cínica representada por Crates de Tebas y Diógenes de Sinope (Turquía). No obstante, Zenón y Crisipo refinaron y modularon las tesis cínicas con ideas seleccionadas de Platón y Aristóteles. Pero la idea básica y fundamental de la ética estoica radica en tratar de conseguir que los seres humanos lleguemos a ser tan autónomos, ordenados y uniformes como el universo del que formamos parte. El estoicismo pretende que los seres humanos podamos lograr ser sabios, conociendo y aceptando en todos los detalles y circunstancias la ley cósmica, que es nuestra propia ley. La ética estoica consiste, pues, en entregarse a ese destino universal a través de la virtud del sabio, que sabe aceptar libre y consciente la necesidad que impera en la naturaleza.
Es cuando menos sorprendente que tanto el fundador del estoicismo, Zenón de Citio, como su discípulo y continuador de la escuela estoica en Atenas, Cleantes de Assos, murieran por suicidio (262 y 232 a. C., respectivamente).
El estoicismo es una forma de vida, nacida en Grecia en el siglo III a. C., que ingresó con robustez y poderío en el Imperio Romano durante los primeros siglos del cristianismo y que se fue modificando y adaptando a cada época con el paso de los siglos. Es un tipo de filosofía que influyó profundamente en el pensamiento occidental, incluyendo el cristianismo y las psicoterapias modernas. Enfocado en la razón, en la sabiduría y en la virtud de la paciencia merece ser valorada como una buena guía para enfrentar la incertidumbre, el caos y la desorientación donde navega, y con frecuencia colapsa, la vida moderna. En la actual situación social, donde el estrés se alía con la inmediatez y la presión de las redes sociales induce a la patológica bulimia consumista generando incertidumbre psicológica sobre el futuro de las personas, el estoicismo aporta interesantes dosis de paz interior y oferta principios racionales para controlar las emociones corrosivas y la ansiedad incontrolable.
Es así como la filosofía estoica enraíza en un mundo caracterizado por la incertidumbre, el desasosiego y el consumismo, ofreciendo alternativas eficaces a ese enfoque materialista predominante. Su mensaje se centra en la aceptación del control de nuestras decisiones, así como en la fortaleza para anticipar mentalmente situaciones adversas y poderlas afrontar con calma y con resiliencia emocional.
La terapia da paciencia
La paciencia implica no solo aceptar lo que no podemos cambiar, sino también valorar lo que tenemos. La paciencia es algo más que la simple espera. Es la habilidad de actuar con sabiduría y resiliencia, manteniendo la calma ante la adversidad. “La paciencia es la fortaleza del débil, y la impaciencia es la debilidad del fuerte” (Kant).
La paciencia forma parte de la filosofía estoica porque invita a soportar pacientemente -estoicamente- las adversidades de la vida aceptándolas como algo que se escapa de nuestro control. La palabra paciencia proviene del vocablo griego pathos (πάθος), que significa sufrimiento o estado de ánimo. Los estoicos realzan el papel del pathos en su terapia ética, posiblemente guiados por la Retórica de Aristóteles donde el pathos era una forma clave de persuadir al espectador. Pathos significa sufrimiento, que es diferente del dolor. El dolor es una experiencia sensorial desagradable, incómoda, agraz, irritante… vinculada al daño físico, mientras que el sufrimiento implica una dimensión consciente, racional y emocional, siendo una respuesta a la percepción de dolor como algo indeseable. El dolor forma parte del sufrimiento porque es un sufrimiento físico, pero el sufrimiento como tal implica una interpretación emocional y psíquica de lo que nos conmociona y conturba.
Quien padece el pathos es el paciente, y la paciencia (pacien-cia) es la naturaleza y la esencia del paciente. De igual forma, la esencia del prudente es la prudencia (pruden-cia), la del eficiente es la eficiencia (eficien-cia), la del obediente es obediencia (obedien-cia), etc.
Cuando una persona le pide paciencia a otra, no le pide que no sufra, sino que asuma el sufrimiento como una situación incómoda de la que ella no es responsable ni puede impedir. El suceso o situación que le afecta excede de su capacidad, por lo que se debe descargar de toda responsabilidad y pensar que le es imposible modificar la situación. Ofrecer paciencia como pésame o condolencia ayuda a la persona en duelo a sentirse comprendida y apoyada, reforzando con ese mensaje de empatía no estar sola en su proceso de sanación. No se le pide que no sufra, porque el sufrimiento es una emoción y las emociones caen fuera de nuestro control racional. En cambio, no se pide paciencia para el dolor, porque la erradicación de este daño físico sí puede depender de uno mismo intentando hallar soluciones en la medicina y en los médicos.
Hay veces que uno se impacienta por la espera -una intervención quirúrgica, el resultado de un examen académico, la tardanza de una cita…-, pero lo que precisa esa persona es la paciencia, convenciéndose de que sufriendo en la espera pierde energía psíquica y en cambio no va a conseguir nada porque no depende de ella adelantar lo esperado. ¡
La cláusula de la reserva

Aunque la filosofía estoica nació en Grecia, los grandes teóricos y practicantes del estoicismo refulgieron en Roma. Epicteto, Séneca y Marco Aurelio encabezan con mayor prestigio la lista estoica. Epicteto fue un esclavo liberado que se convirtió en uno de los más influyentes maestros estoicos. Sus enseñanzas se centraron en la importancia del autocontrol y en la aceptación de lo que no podemos cambiar. Nos recordaba Epicteto que no son las cosas en sí mismas las que nos perturban, sino nuestras opiniones e interpretaciones sobre ellas. Esa idea nos invita a mirar más allá de las apariencias y a buscar una calma interior que trascienda las circunstancias externas en este proceso de aceptación. En eso consiste la paciencia, que no es una resignación pasiva, sino una acción aconsejada por aceptar la renuncia a luchar contra las fuerzas incontrolables de la vida. Es necesario apostar por canalizar nuestra energía hacia lo que nosotros podemos cambiar con nuestra actitud frente a las adversidades, porque esa forma de indiferencia nos catapulta a las puertas de la paciencia.
La cláusula de reserva es un antídoto contra la obsesión por controlarlo todo. Aparece en el Enquiridión de Epicteto y está ya considerado un concepto estoico que aconseja no aferrarse de forma rígida a los planes propuestos, ya que el control absoluto sobre los acontecimientos es una pura ilusión. Epicteto aconseja actuar con moderación y estar preparado para aceptar que los resultados pueden no ser los esperados. Esta filosofía promueve la aceptación de la incertidumbre y el enfoque en lo que está bajo nuestro control, liberándonos de frustraciones y permitiéndonos enfrentar la vida con ecuanimidad. “Cuando vas a iniciar una acción, recuerda en que consiste realmente. Si te vas a bañar, ten en cuenta lo que suele pasar en los baños públicos: alguien te salpicará, otro te empujará, otro te insultará, otro te robará…Sírvete únicamente del impulso que te lleva a la acción y de la renta que permite la inacción, pero con suavidad, con moderación y con una cláusula de reserva” (Enquiridión).
En un mundo que constantemente nos presenta situaciones inesperadas, Epicteto nos ayuda no solo a aceptar lo inevitable, sino también a destapar la fortaleza y sosiego que emergen de esa aceptación. Nos enseña a pensar que la paciencia no consiste simplemente en esperar pasivamente lo que nos afecta, sino en aceptar activamente la realidad con una mente sosegada y resiliente. En eso consistía la ataraxia, un concepto utilizado por los estoicos para designar un estado de ausencia de inquietud, tranquilidad de ánimo e imperturbabilidad de espíritu.
En esta sociedad es muy necesaria la paciencia como fármaco psicológico. Por eso hace falta reivindicar mucha paciencia de los hijos con sus padres, y de éstos con aquellos. La paciencia es necesaria por parte de los alumnos con sus profesores, y de éstos con sus recíprocos. En cambio, la paciencia no tiene cabida en la política –Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra (Hasta cuando abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?), en las guerras, en los malos tratos, en los atentados contra el medioambiente… porque todos estos casos sí podemos solucionarlos pues están bajo nuestro control. Utilicémosla cuando las circunstancias escapan de nuestra administración.
(*) Fuente: Este texto fue publicado originalmente en Masticadores, página nacida en Cataluña, dirigida por Jr Crivello, y con numerosos colaboradores en el mundo.
