Por Paula Emmerich

Ronald Wright, el autor de una Breve historia del progreso (A Short History Of Progress, 2004), propone que el avance de una civilización no puede determinarse solo por criterios tecnológicos. Otros factores esenciales deben ser contemplados a la hora de determinar un camino real de desarrollo, que eluda mitos e ilusiones. Aquí, Paula Emmerich realiza una sólida síntesis del análisis de Wright que no elude la gravitación en nuestro tejido civilizatorio de los ásperos hilos de la expropiación, la explotación de la naturaleza y la esclavitud.
Breve historia del progreso, por Paula Emmerich (*)
Ronald Wright (1) plantea que la humanidad ha repetido patrones de auge y destrucción numerosas veces a lo largo de la historia. Solo comprendiendo nuestras tendencias podremos reformular nuestro destino. Aquí un resumen de las ideas más importantes.
La civilización humana sigue un «esquema piramidal»: prospera solo mientras crece.
Occidente cree en el progreso que se mide por el avance tecnológico. Sin embargo, Wright observa lo siguiente:
- Una gran proporción de la humanidad no se beneficia de los avances o la riqueza material que la tecnología trae.
- El progreso tecnológico no va acompañado de progreso moral.
- La tecnología crea problemas que son ―o parecen ser― solubles solo mediante más tecnología, lo que intensifica nuestra dependencia.
- El progreso se ha convertido en un mito: un reordenamiento del pasado que refuerza los valores y aspiraciones prevalentes en la cultura occidental.
Por momentos nos cuestionamos la moralidad del progreso. Por ejemplo, en la década de los cuarenta, los científicos abogaron por la destrucción de las armas nucleares. Sin embargo, estos lapsos de conciencia duran poco o representan las protestas de una minoría acusada de alarmismo. La sociedad recobra la fe en la tecnología de inmediato, hipnotizada por el marketing y la promesa del paraíso material. «¡Más grande! ¡Más rápido! ¡Más…!» es el eslogan que preferimos.

El experimento avanza muy rápidamente y a una escala colosal. Desde principios del siglo XX, la población mundial se ha multiplicado por cuatro y su carga económica sobre la naturaleza por más de cuarenta.
El grave problema que enfrentamos hoy en día es el de la aceleración. Durante la era Paleolítica, que duró casi tres millones de años, el ritmo de cambio fue muy lento. Solo hace unos 12.000 años, con el descongelamiento después de la Edad de Hielo, empezamos a progresar con un significativo avance tecnológico en el último siglo. Domesticamos el fuego, perfeccionamos la caza, desarrollamos la agricultura… Con los cambios físicos del entorno llegaron los culturales en un proceso de retroalimentación. Nos convertimos en criaturas experimentales, capaces de adaptación y dominación en distintos entornos y circunstancias.
Cada conquista sobre la naturaleza vio un ciclo de auge y destrucción. Nuestra tendencia es la de explotar la riqueza de la Tierra (y a otros humanos) sin advertir las consecuencias de degradación ambiental y decadencia social de largo plazo.
Wright presenta el caso de la isla de Pascua como un experimento típico de nuestra tendencia a explotar, enriquecernos, florecer y, persistiendo en patrones destructivos, colapsar. El día de Pascua de 1722, los holandeses avistaron una isla desconocida tan erosionada y desprovista de árboles que confundieron sus colinas estériles con dunas. Sin embargo, la isla exhibía enormes estatuas de piedra de hasta diez metros de altura. ¿Cómo habían llegado estos colosos a la isla?
Según los estudios de polen de los lagos de cráter, la isla en algún momento contaba con un rico suelo volcánico que sostuvo espesos bosques de palma chilena. En su apogeo cultural, los pobladores empezaron a erigir estatuas a sus dioses. Podaron los árboles para transportar las piedras afectando el ciclo natural de reemplazo. A pesar de que los árboles escaseaban, la erección de estatuas continuó. Llegó el día en que no quedó nada más que los gigantes de piedra. No hay un relato fiable de cómo terminó la historia, pero se especula que la isla se habría convulsionado con aldeas en llamas, batallas sangrientas y festines de caníbales.

Una civilización no es mejor que sus bosques. W. H. Auden
El caso de Sumeria (sur de Iraq), los mayas y la caída del imperio romano siguen este patrón. Se han barajado explicaciones varias: guerras, sequías, enfermedades, agotamiento del suelo, invasiones, perturbación del comercio, revueltas, etc. Desde el punto de vista ecológico, los estudios de sedimentos muestran una erosión generalizada en el valle sumerio, en la jungla maya y en la cuenca mediterránea.
Es interesante el caso de Egipto, que perduró por más de 3.000 años con un crecimiento demográfico inusualmente lento. Cuando escaseaba el agua del Nilo, experimentaban hambruna, cuando la había en exceso, se transmitían enfermedades o se sufrían inundaciones. La naturaleza hizo que Egipto viviera dentro de sus posibilidades.
Los sistemas complejos, sostiene Wright, sucumben inevitablemente a los rendimientos decrecientes. Los costos de funcionamiento y defensa de una organización compleja acaban siendo tan onerosos que resulta más eficiente deshacer las superestructuras y volver a formas locales de actividad.

Wright resume el trabajo de Joseph Tainter que plantea tres tipos de problemas en civilizaciones complejas:
- El primero es biológico: la población crece hasta que llega a los límites del suministro de alimentos.
- El segundo es social: todas las civilizaciones se vuelven jerárquicas dándole a la elite gobernante un interés por mantener el statu quo, porque siguen prosperando en el centro a pesar de la decadencia en la periferia.
- Por último, como humanos, tenemos una capacidad limitada para responder a los riesgos de largo plazo.
Tendemos a considerar nuestra época como excepcional, y en muchos sentidos lo es. Pero la miopía del presente y la incapacidad de ver el todo y el largo plazo —la forma en que nuestros ojos siguen la pelota y no el juego— es peligroso. La forma en que no vemos la periferia e ignoramos los problemas socioeconómicos en nuestra propia cancha es alarmante. Solo los desastres naturales en nuestro entorno inmediato llaman nuestra atención.

Estamos talando árboles en todas partes, pescando en todas partes, construyendo en todas partes, y ningún rincón de la biósfera escapa a nuestra hemorragia de desechos y contaminantes. Nuestro comportamiento actual es típico de sociedades decadentes en el cenit de su codicia y arrogancia.
La reforma que se necesita no es anticapitalista o incluso profundamente ambientalista; es simplemente la transición del pensamiento a corto plazo al de largo plazo. De la imprudencia y el exceso a la moderación y al principio de precaución.
MIS NOTAS:
Una idea que me llamó la atención es el planteamiento de que la civilización humana sigue un «esquema piramidal»: prospera solo mientras crece.
Las civilizaciones, los imperios y las colonizaciones se desarrollan canalizando la riqueza desde la periferia al centro. Se crece extendiendo los tentáculos, alcanzando lugares más remotos e intensificando el uso de los recursos en la periferia. Se experimenta un auge, más marcado en el centro de la civilización, con sorprendentes avances en tecnología, construcción y arte.
Mientras haya más recursos que explotar en la periferia, vamos bien. Cuando se agota una mina, un yacimiento o un bosque, se explora y se explota otro, especialmente en economías emergentes. Cuando se agota o contamina una tierra o un río se va por otro, en particular en países cuya regulación ambiental es más débil. Cuando un grupo humano exige mejores condiciones de trabajo, se traslada la producción hacia otra región, donde se acepta la miseria porque la alternativa es la hambruna.

El que cree que solo la genialidad humana, las políticas liberales y la tecnología explican nuestro progreso está mistificando el pasado. Como explica Wright, nuestra civilización también está construida sobre la expropiación, la explotación de la naturaleza y la esclavitud de otros seres humanos. ¿Por qué se niega?
Los tentáculos de la explotación ahora abarcan todo el planeta y acumulan riqueza principalmente en el centro del poder: los centros financieros, las grandes corporaciones y los accionistas en los países desarrollados.
Pero ¿qué pasa cuando este modelo de crecimiento se estanca porque existen limitaciones biofísicas y energéticas? ¿Qué pasa cuando este crecimiento se ve afectado por el deterioro ambiental y las consecuencias de cambios climáticos frecuentes y extremos? Sin crecimiento, el sistema se vuelve muy inestable, porque, en un modelo piramidal, en un esquema Ponzi, si no se sigue extrayendo de la periferia, la pirámide se desmorona.
Por esto, tanto los de derecha como los de izquierda insisten en seguir creciendo y en apostar por la tecnología y la genialidad humana. Por un lado se quiere proteger el statu quo (más capitalismo y menos regulación para estimular el crecimiento); por el otro, se busca fomentar una economía de crecimiento verde (intervencionismo y regulación).

La miopía de la primera opción es evidente. La segunda respuesta parece más acertada; sin embargo es costosa y no está exenta de limitaciones biofísicas y de resistencias corporativas y sociales (en contra de impuestos y de regulación ambientalista). Solo una minoría aboga por la moderación y son acusados de alarmistas, pesimistas y comunistas.
Las soluciones no son fáciles. Obviamente, los políticos, las corporaciones y las élites tienen más responsabilidad. Pero todos los que vivimos cómodamente debemos reconocer que el consumo irracional y piramidal que sostiene este modelo nos está destruyendo y exigir reformas para eliminar los excesos y los abusos (ambientales y laborales).
(1) El novelista, historiador y ensayista canadiense Ronald Wright (nacido en 1948, Londres, Inglaterra) es el galardonado autor de diez libros de ficción y no ficción publicados en 18 idiomas. Wright estudió arqueología y antropología en la Universidad de Cambridge y recibió dos doctorados honoris causa. Vivió en México, Sudamérica, África y los Mares del Sur, donde realizó investigaciones literarias, trabajos arqueológicos y estudios de música indígena.
El libro A Short History Of Progress (2004) existe en español, pero no lo he encontrado ni en forma electrónica ni a precios razonables en papel. Puedes encontrar la versión en inglés en librerías varias.
(*) Fuente: Este texto fue publicado originalmente en Masticadores, página nacida en Cataluña, que Jr Crivello dirige y con numerosos colaboradores en el mundo.

