Breves (22): El arqueólogo de Palmira

Ruinas monumentales de Palmira antes de ser dinamitadas en 2015 (Wikipedia)

Homenaje a Khaled Asaad (*), el arqueólogo asesinado por el fanatismo en 2015, que dedicó buena parte de su vida a preservar los restos de la gloriosa ciudad de Palmira, en Siria. Aquí te recordamos, Khaled.

Cuando viste esas columnas por primera vez, supiste tu destino: proteger lo antiguo, amar las ruinas de una civilización hace mucho tiempo colapsada. Supiste entonces que tu lugar estaba en Palmira.

Para esa tarea estudiaste antropología y arqueología. Y ya solo con treinta años te pusiste a la cabeza del Museo de Palmira. Y cuando eras muy joven descubriste en la ciudad abandonada la plaza del Tetrapylon, cementerios y cuevas. Pero un descubrimiento aún más emocionante fue el de la estatua de la Bella de Palmira (**). Y también es destacable tu gran pasión por restaurar cientos de columnas de la Calle Larga, el templo de Baalshamin, el famoso teatro de la época romana, las paredes de las murallas, los baños de Zenobia.

Zenobia, la reina guerrera, creó el Imperium Palmyrenum, el Estado del Oriente Próximo que no temió enfrentar a Roma en el 268 d.C. Entonces, 150 000 personas habitaban la bella ciudad de los muchos jardines, edificios, monumentos, y colmada de dioses que eran venerados en templos como el dedicado al Sol. Los romanos no querían que los pueblos tuvieran sueños peligrosos de libertad. Así, el emperador Aureliano derrotó a tu reina en el 272, y, cautiva, la llevó a Roma para exhibirla en un carro, atada con cadenas de oro. Para el siglo I a. C, los romanos hicieron de Siria una provincia más de su imperio.

Y en muchos atardeceres caminaste entre las ruinas de la otrora gloriosa ciudad.

Una suave luz acariciaba las piedras, el viento te traía las voces de humanos de quienes nadie recuerda sus nombres. Alguna langosta sobre la mano de una estatua atrajo tu atención. En las calles, áridas y pedregosas, distinguiste pisadas de un pasado, para muchos invisible. Y recordaste que, en el desierto, pocas son las nubes que traen lluvia, o que tapan la luz del sol.

Pero, una vez, en el camino cercano a tu ciudad tan querida, se levantó mucho polvo que traía gritos y armas alzadas, y camionetas que, rápidas, se aproximaban.

Llegaron así los encapuchados, vestidos de negro, con sus caras tatuadas de odio, y sin ninguna mueca de duda o compasión. Ellos se creían superiores, instrumentos de una verdad absoluta, que se alimenta con sangre y sufrimiento, y con la destrucción de lo que llamaban idolatrías. Su Dios no tolera las imágenes. Entonces, templos, estatuas, esas formas en piedra que rozaban algo divino y que tanto querías, las hicieron explotar con dinamita.

Te capturaron y enjaularon. Para ellos eras solo un perro que había que castigar por tus simpatías por Occidente, por proteger a los dioses y los templos de lo que para ellos era solo un idolátrico sueño pagano.

Escuchaste muchos ruidos, estallidos. Te torturaron e interrogaron. Querían saber algo para demoler otros ídolos, como los llamaban. Nada dijiste. En la última noche, encerrado entre inmundicia y frío, habrás extrañado a todos tus hijos, a todos con los que compartiste el amor por los mitos y los templos; habrás extrañado a los dioses, y a una diosa, y a tu querida Zenobia cuando contemplaba la ciudad de estatuas, jardines y columnas.

Esa última noche termina con un rayo de luz.

De a poco, el alba ilumina la mañana, la soledad.

Con rabia, te sacan de la celda. Te llevan a una plaza. Por un instante, piensas, una vez más, en Zenobia y Palmira. Quisieras ver a tus hijos y, con gran tristeza, te das cuenta de que los templos que tanto te apasionan ya no están.

El sol y el viento te acarician; otra langosta se posa sobre una piedra; y una diosa se te acerca, mientras algo filoso separa tu cabeza de tu cuerpo. Pero, la diosa te dice que, a pesar de todo, tu ciudad se restaurará, libre del cuchillo del fanatismo, libre de la barbarie que quiso destruir la belleza antigua y el atardecer.

Esteban Ierardo


Khaled Asaad  en Palmira (Getty Images)

(*) Khaled Assad (1933-2015), arqueólogo y antropólogo sirio que, durante cuatro décadas, se consagró a preservar la ciudad antigua de Palmira, a tres kilómetros de Tudmur o Tadmur, la Palmira moderna, en el desierto de Siria. Publicó 40 libros sobre las estatuas, relieves, muros, columnas, recintos, monedas, tumbas y rocas talladas de Palmira y Siria. Tras la invasión de la vieja Palmira por los yihadistas de Isis, durante la imposición de su asesino califato, lo tomaron prisionero. La causa de su muerte habría sido su resistencia a entregar información bajo tortura sobre otros yacimientos arqueológicos. Después de un mes, y a sus 82 años, lo decapitaron.

(**) Esta estatua de mil 800 años de una mujer con suntuosos atuendos y joyas, así como otros  cientos de piezas dañados por el Estado Islámico, están siendo actualmente restaurados en el Museo Nacional de Damasco

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