Por Esteban Ierardo
6. La geografía de la geopolítica

El espacio es geografía terrestre, marítima, aérea. El factor geográfico nos acompaña todo el tiempo en nuestro soledad. Pero no lo advertimos. Todo lo que nos rodea es geografía en distintos pliegues de belleza, aspereza o inmensidad. Aun las ciudades solo son por el suelo sobre el que se erigen. Y la forma de muchas urbes se tornea por las características del terreno circundante; ciudades que se extienden hacia arriba en laderas, o solo por la verticalidad de los edificios, o que se confunden parcialmente con bosques, o son atravesadas por ríos.
En un punto, todo es geografía. Y lo geográfico es uno de los nervios más sensibles de lo geopolítico. Tim Marshal, un autor británico, especialista en temas de diplomacia internacional y geopolítica, ofrece una visión clara y lo suficientemente amplia sobre la interacción dialéctica entre lo geopolítico y geográfico. En su obra Prisioneros de la Tierra (2017) distingue diez bloques geopolíticos con sus propios condicionamientos geográficos. La geografía se convierte en geografía política, económica, humana, y también en factores materiales que condicionan decisiones de la política internacional. Por ejemplo, India y China, países fronterizos, se enfrentaron en 1962, en la región de Aksai Chin. La enjundia del conflicto no degeneró hacia niveles más sangrientos por la imposibilidad geográfica de un enfrentamiento más pleno y sostenido. Y esto porque entre ambos países se encuentra la cordillera del Himalaya que actúa como frontera natural.
Los diez bloques geopolíticos que Marshall propone con sus fuertes condicionamientos geográficos son Rusia, China, Estados Unidos, Europa occidental, África, Oriente medio, India y Pakistán, Corea y Japón, América latina, y el Ártico, al que ahora se le suma Groenlandia en el contexto del cambio de la política exterior de la Casa Blanca bajo la administración Trump.
Rusia es la geografía de la inmensidad; el país más extenso de la Tierra, con una superficie de más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Los montes Urales y la “profundidad de fondo” de Siberia, protegen a Moscú. Carece de puerto de aguas cálidas en su territorio por las heladas que no declinan por largos meses. Su puerto de San Petersburgo está helado buena parte del año; el de Vladivostok, en el Pacífico, suele permanecer congelado también; y su salida al mar por el Báltico está bloqueada por el estrecho de Copenhague y Malmo (estrecho de Skogerrot). Su acceso al Mediterráneo necesita de Crimea anexada en 2014, y del tránsito por el Mar Negro y el estrecho de Estambul. La base naval rusa en Tartús, ciudad de Siria occidental, le permite una presencia de relevancia geopolítica en el mar Mediterráneo.
La vastedad de los territorios, primero rusos zaristas y luego soviéticos, junto a su importancia geopolítica (puente entre Europa y Asia), y la tentación de sus grandes recursos, antes principalmente madereros y de pieles, motivó varias invasiones de Rusia. La primera, la única exitosa, la irrupción mongola a través de toda Asia hasta el actual territorio ruso y ucraniano, en 1240. En su avance hacia el Oeste, los mongoles fueron detenidos por la Orden de los Caballeros teutónicos fieles al catolicismo romano. Los mongoles de Gengis Kan eran grandes jinetes y conquistadores feroces, casi invencibles. Pero no imponían su cultura pagana asiática; se contentaban con el cobro de tributos. Así el cristianismo ortodoxo ruso permaneció y floreció aun bajo yugo mongol hasta la liberación rusa con Iván III, en 1480. Napoleón y su ejército conocieron un lento y gélido abismo en su arremetida sobre el gigante ruso; y el intento de Hitler también se precipitó en inmensos aludes de soldados muertos.
Pero hoy, la geografía rusa rebosa una riqueza de alto valor estratégico, el petróleo y el gas con el que, antes del conflicto con Ucrania, se forjó la dependencia energética europea respecto al Kremlin.
China es un estado nación pero, a sus ojos y los del mundo, suele ser percibida como una civilización. Como otras civilizaciones imperiales, el coloso chino cultivó un etnocentrismo radical. Lo civilizado es lo chino; lo demás (como también creían los griegos) eran los bárbaros en remotas periferias. De ahí su desinterés por la dominación territorial de los pueblos «atrasados» a través del expansionismo militar. El mejor proyecto de acrecentamiento de poder es la expansión cultural y económica que hoy, por ejemplo, es gestionada a través de un «salvacionismo económico», por el que China financia múltiples obras de infraestructura en los diversos continentes, lo que fortalece la influencia, respetabilidad y necesidad de la asociación con el país gobernado desde Beijín. De hecho, según Robert Kaplan, en La venganza de la geografía, China no es una «amenaza existencial» para Occidente por su condición de «potencia ultra realista y pragmática». China «no pretende difundir ninguna ideología o forma de gobierno», a la manera occidental, o antes soviética. China busca fuera lo que no encuentra en casa. Su condición de inminente primera potencia mundial convive con su necesidad de ejercer un dominio del Mar del Sur de China, y del Estrecho de Malaca, que une el océano Índico con el océano Pacífico.
En esta cuestión puede ubicarse la tesis del libro Destinados para la guerra, de Graham Allison, académico de Harward, que analiza la posibilidad de una guerra entre Estados Unidos y China. Para evaluar el alcance de este peligro propone el concepto de la «Trampa de Tucídides», que alude a la probabilidad de que una guerra estalle cuando una nueva potencia emerge y desafía a otra establecida. Para esto explora 16 casos históricos en los que se produjo este tipo de confrontación y que derivaron en una colisión armada. Se propone que el poderío chino es una amenaza para Estados Unidos. Sin embargo es difícil que China opte por un vía armada para expandir sus intereses y su deseo de ser respetado como potencia global.
Ya antes China tuvo oportunidades de expansión territorial a través de los mares. Con el gran navegante Zheng Che, el mayor explorador marítimo chino de la historia, entre los siglos XIV y XV, China tuvo un momento en el que su flota naval, la más grande antes de la Primera Guerra Mundial, recorrió el Océano Indico; llegó a las costa de la India, la península arábiga y África. Pero estas exploraciones por mar nunca fueron preludio de una voluntad de expansión y ocupación terrestres. La exploración naval se circunscribió al interés por el conocimiento. Una excepción a esto es la anexión del Tíbet en 1950, luego de cuarenta años de independencia de este país. La invasión se imponía por la necesidad geopolítica de reforzar la seguridad china en el sur. La resistencia tibetana subsistió, y en1959, el Dalai Lama y sus ministros huyeron a Dharamsala, en el norte de la India.
La fuerza china deriva también de su geografía en cuanto a la vastedad de su territorio, y la enormidad de su mano obra, con más 1400 millones de personas. El Estado comunista chino cultiva el capitalismo pero con «características chinas». Impulsa un gran desarrollo económico y tecnológico y de sus fuerzas armadas, y de su inmensa flota mercante que recorre los mares y, en muchos casos, se apropia ilegítimamente de recursos ictícolas de otros países.
La geografía le indica a China la importancia de su Mar meridional. Y debe lidiar con Singapur para el control del Estrecho de Malaca. Este estrecho da paso al Océano Índico, el Mar Rojo, y el estrecho de Suez hasta llegar al Mediterráneo. En el mencionado océano, China ha alquilado un megapuerto a Pakistán en Gwadar. En América Central, en Nicaragua, China concentra sus intereses en el proyecto de un canal bioceánico, con mejores condiciones de navegabilidad que el Canal de Panamá, y que sería clave para el comercio mundial. Este proyecto fue cancelado en 2018, pero ha sido retomado el año pasado, aunque su realización es muy compleja, y provoca muchas críticas en cuanto a su impacto ambiental.
Hoy, el expansionismo económico chino también involucra el proyecto de la ruta de la seda polar (4). Y el temor a su temido salto bélico hacia Taiwán, algo que quizá nunca ocurra pero sí convierte al mar de la China en escenario de repetidos ejercicios militares con intenciones disuasorias.
Estados Unidos, primero y ante todo, es una potencia mundial por su geografía. Posee grandes ríos navegables: el Misisipi, el Misuri, el Hudson, el Potomac, extensas regiones fértiles y llanuras transitables, y su singularidad geográfica de país bioceánico. La unión de las costas del Atlántico y el Pacífico cimentó la narrativa de la construcción del propio país federal norteamericano. Desde las primeras Trece colonias en la costa atlántica, a partir del siglo XVII, hasta la costa bañada por el Pacífico, se consumó una implacable expansión hacia el Oeste en una suerte de primer «imperialismo doméstico». Estados Unidos se fue construyendo por la compra de Luisiana a Napoleón por Jefferson, en 1803, por 15 millones de dólares de entonces; la compra de la Florida a España en 1815, por 5 millones de dólares; la guerra con los mexicanos en 1848 que le permitió anexarse Arizona, Colorado, Nuevo México, Nevada, Montana, Texas, parte de Tennessee y California. Todos estados que inicialmente eran parte primero del Virreinato de la Nueva España y luego del México emancipado con Bartolomé Hidalgo, en 1810. La iniciativa del secretario de Estado, William H. Seward, en 1867, llevó a la compra estadounidense de Alaska al Imperio ruso, por algo más de 7 millones de dólares de la época. En la nueva adquisición se descubrió oro y luego petróleo. Esto trajo aparejado la construcción de la línea férrea transcontinental que permitió que la vasta geografía del país fuera recorrido en semanas y no meses.
La geografía marítima brindó dos direcciones de expansión continental a Norteamérica. Su guerra con España, en 1898, en el último estertor de la disolución imperial española, le permitió anexarse Cuba (en ese momento) y Puerto Rico (hoy protectorado). Así quedó establecido el dominio norteamericano del Caribe. Al derrotar a España también obtuvo la cesión de Filipinas y Guam. La anexión de Hawái y la apertura del Canal de Panamá completó un poder fundado en la paralela expansión terrestre y oceánica. La geografía le ofrece también a Estados Unidos importantes reservas de petróleo, y de gas de esquisto (el gas que se obtiene por la roca de esquisto, a grandes profundidades que se extrae por fraking), lo que le permite una independencia energética.
Estados Unidos no solo se extendió en el eje horizontal geográfico Este-Oeste, y la vías de los mares, sino también en la verticalidad Norte-Sur a través de la Guerra Civil que hirvió entre cientos de miles de cadáveres. Así, el Norte industrializado sometió y absorbió a la secesionista confederación sureña signada por el esclavismo y una economía agraria premoderna.
Las dos guerras mundiales, y en particular el tiempo de la posguerra, perfiló a Estados Unidos como definitiva potencia de magnitud global al asumir la protección paternal de Europa occidental bajo los paraguas del Tratado defensivo del Atlántico Norte (la OTAN) y del Plan Marshall.
Y en su actual condición bioceánica, Estados Unidos insume ingentes recursos militares para gestionar un equilibrio de fuerzas en el Pacífico entre China, Taiwán, el sudeste asiático, las dos Coreas, y el estratégico flujo comercial a través del Estrecho de Malaca.
En su desarrollo histórico Europa se vio favorecido por su geografía y factores climáticos. Salvo algunos periodos, como la Pequeña edad de hielo del siglo XIV ( un período de enfriamiento global que comenzó en el siglo XIV y se extendió hasta mediados del siglo XIX), el clima benefició al Viejo Continente, junto con la corriente del golfo, que le proveyó de un punto equilibrado de precipitaciones para la agricultura a gran escala. Al observar el mapa europeo, rápido se advierte su cantidad de países. Este hecho de su división política está también condicionado por lo geográfico: la gran cantidad de montañas, valles, ríos (el Elba, el Danubio, el Sena), comportan una multitud de regiones geográficas que ofrecen fronteras naturales que delimitan numerosos Estados nación.
Así, a diferencia de Estados Unidos, Europa no se unificó por un solo idioma y cultura. El latín del periodo romano, luego con la Iglesia cristiana se convirtió en una lengua unificadora pero sola a nivel protocolar y diplomático, o de una cultura intelectual de elite. La unidad de Europa occidental por la Unión Europea es una construcción política con sus defensores y detractores (europeístas y euroescépticos).
En África, la geografía no le es propicia. Por el contrario, es ejemplo de hostilidad, con sus grandes regiones desérticas y selváticas, su ausencia de puertos naturales y ríos inútiles para el transporte por la interrupción frecuente de cascadas. La enorme geografía africana contiene muchas regiones, climas y culturas; y su gran diversidad de recursos naturales la convierte, aun hoy, en motivo de interés de apropiaciones coloniales o neocoloniales. África es pródiga en diamantes, petróleo, oro, madera, cacao, caucho, café, y diversos minerales, como cromo y platino (tiene hasta el 90% de las reservas mundiales); el petróleo de Nigeria; el oro de Burkina Faso, Ghana, Guinea Conakry, Sudáfrica, Malí y Tanzania; el gas natural (con el 8% de las reservas mundiales). Y la explotación del Coltán. El coltán se usa para fabricar diversos componentes electrónicos para teléfonos celulares, computadoras portátiles, tablets y cámaras. Se encuentra en abundancia en la República Democrática del Congo (RDC), y genera conflictos armados entre guerrilleros, multinacionales, contrabandistas y el propio Estado congoleño, lo que enriquece a unos pocos y empobrece a la mayor parte de la población. Los recursos naturales, como el petróleo, también han despertado la codicia de de intereses extranjeros y los repetidas guerras entre el norte y el sur de Sudán. Y la geografía africana y sus riquezas naturales es muy atractiva para China que ofrece financiamiento de infraestructuras para obtener recursos.
En su dilata historia, el Oriente medio remite primero a la fértil región de la Mesopotamia, la tierra entre los ríos Tigris y Éufrates. En su geografía se acomodan Israel, Jordania, Siria, Irak, Kuwait, Omán, Yemen, Palestina, los Emiratos Árabes Unidos, y Arabia Saudita con el Rub al-Jalí (el «cuartel vacío»), el mayor desierto ininterrumpido de arena del mundo, de 650.000 kilómetros cuadrados, más grande que Francia o España.
Las fronteras entre varios estados en Oriente Medio se amoldan a un mapa geopolítico elaborado inicialmente por un acuerdo entre potencias extranjeras: el Acuerdo secreto de Sykes-Picot acordado entre Francia e Inglaterra, en 1916, y también con la participación de Rusia, para dividir las posesiones del Imperio turco otomano al fin de la Gran Guerra. Se crearon dos zonas de influencia, una A, bajo control francés, y una B bajo control británico. En la zona A se encontraban el norte de Irak, Siria y el Líbano; en la zona B, británica, Jordania, Palestina y el sur de Irak. En 1917 se produce la Declaración de Balfour (por el Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido), el primer apoyo británico a un «hogar nacional judío» en Palestina. Palestina permaneció bajo el mandato del Protectorado británico hasta 1948, cuando se constituyó el Estado de Israel.
Durante la negociación de los ingleses en la Primera Guerra Mundial, se digitó una diplomacia ambigua, a dos puntas, por la que, por un lado, se le prometió a los árabes un Estado independiente, o una confederación de Estados. Esto se documenta en la Correspondencia Husayn-McMahon, una serie de cartas que entre el 14 de julio de 1915 y el 30 de enero de 1916 se intercambiaron el alto comisario británico en El Cairo, Henry McMahon, y el jerife de La Meca Husayn ibn Ali. La correspondencia confidencial buscaba organizar la rebelión árabe contra el Imperio otomano. Si los árabes cumplían su parte, los británicos se comprometían a reconocer un Estado árabe en la zona. Esta promesa también la hizo el famoso Lawrence de Arabia.
La mendaz diplomacia británica, su manipulación e incumplimiento de promesas, creó lo que hoy se llama Oriente Medio. El acuerdo Sykes-Picot impuso sobre la geografía divisiones políticas artificiales que dividieron tribus y grupos étnicos, y favoreció la creación de un Estado de Israel en desmedro de un paralelo Estado independiente palestino lo que, sumado a las tensiones interreligiosas, sembró las semillas de las todas guerras futuras en la región, hasta la actual y devastadora guerra en Gaza. Los kurdos, por su parte, habitantes ancestrales de las tierras montañosas en Turquía, Siria e Irán, constituyen una multitudinaria nación sin Estado, lo que también aviva tensiones y posibilidad de conflictos armados.
India y Pakistán son vecinos que siempre se miran con recelo desde su frontera en común de 3000 kilómetros. Pakistán nació tras la descolonización británica (también surgió Bangladesh). Entonces, en 1947, Pakistán se separó de la India, pero ambos países están unidos por la geografía común del subcontinente indio. La India alberga a su vez a sus muchas etnias y culturas que comparten unidad en la diversidad a través del gobierno de Nueva Delhi. En cambio, Muhammad Ali Jinnah, fundador del Estado pakistaní, propuso que el subcontinente indio es un multitud de nacionalidades. A la tensión entre India y Pakistán, por su proximidad geográfica, se agrega Cachemira, que puja por su integración a la nación pakistaní.
Después de la derrota de Japón en 1945, Corea se dividió en dos países en su paralelo 38. Hoy, entre Corea del Norte y del Sur existe una zona desmilitarizada, la que, sin presencia humana, ha retornado a una gran biodiversidad. Ambas Coreas protagonizan la famosa Guerra de Corea (1950-53), la que, técnicamente aún continúa, porque nunca se llegó a un acuerdo definitivo, aunque en la práctica se mantiene un statu quo. Japón, por su parte, nunca fue invadido en el territorio de su isla principal. Y esto también se explica por lo geográfico. En su parte de mayor distancia, Japón se encuentra a 193 kilómetros de la masa euroasiática. Japón es mayor que Alemania, tres cuartas partes de.su territorio no están habitados, y un 13 % son terrenos cultivables. La mayor parte de la población viven hacinados en planicies costeras. Por eso, son importadores de materias primas y de recursos energéticos. Esto forzó a Japón a convertirse en potencia invasora en los siglos XIX y XX. Su aislamiento geográfico lo obligó a abrirse al mundo por la vía de la guerra, en la Segunda Guerra mundial, y después por el comercio.
En América Latina la geografía es también diversa e intrincada. Su territorio se divide en 20 países. El condicionamiento de sus regiones geográficas conspira contra la unificación, a la manera de lo que, en su momento, fue el proyecto de federación de Simón Bolívar antes impulsado por Bernardo de Monteagudo. El problema geográfico para una América Latina más integrada es su interior selvático, la cordillera de los Andes, que parte en dos la masa continental sudamericana, y los pocos lugares apropiados para puertos. En su expansión territorial Estados Unidos repartió la tierra entre pequeños terratenientes, y en Sudamérica, surgió una cultura de terratenientes poderosos herederos del Viejo Mundo.
La extensión geográfica también puede devenir en obstáculo en lugar de catalizador de una realización institucional, como lo propuso desde distintos modos, Sarmiento en su Facundo, o Ezequiel Martínez Estrada en su célebre ensayo de 1933, Radiografía de la Pampa para el caso de Argentina y la extensión pampeana como factor geopolítico e incluso impedimento histórico y filosófico.
La amplitud del Atlántico del Sur y su proximidad con Argentina también derivó en la guerra de Malvinas. Islas que evidencian la insuficiencia de las políticas de descolonización de la posguerra, y la vulneración de los derechos legítimos del país sudamericano por haber sido el primero en poblar las islas.
En el Mar del norte, en el Ártico, sus grandes masas heladas se derretirán en las próximas décadas, para fines de este siglo. Se abrirá así una nueva ruta marítima como vía de transporte de mercancías, y como mejor medio de explotación de recursos naturales. En el significado geopolítico de esta área geográfica dinámica y cambiante están interesados Rusia, Canadá, USA. Y China y su proyecto de la ruta de la seda polar, como mejor vía marítima para sus exportaciones a menores costos y mayor velocidad para llegar a América o Europa del norte. Situación que también involucra la importancia reactualizada de Groenlandia, por la que mucho se interesa ahora la administración Trump. Algo que no es nuevo. Ya en 1946, el secretario de Estado de Estados Unidos, James Byrnes, ofreció 100 millones de dólares a Dinamarca a cambio de la tierra groelandesa, la isla más grande del mundo. Los daneses rechazaron la oferta.
Las variables geográficas, los países en el norte como centro respecto a una periferia en el Sur, alentaron, con mucha difusión en la Posguerra, la teoría del sistema-mundo principalmente desarrollada por el sociólogo Immanuel Wallerstein. Con su terminología del ‘centro’, el primer mundo, el mundo desarrollado, industrializado y democrático, y la ‘periferia’, mundo subdesarrollado o tercer mundo y sus países en vías de desarrollo como exportadores de materias primas. Esta tesis confrontaba con los beneficios de un capitalismo de un libre comercio internacional en las distintas latitudes.
Otras constelaciones de la compenetración determinante entre geopolítica y geografía, importantes en su momento, proceden de Fernand Braudel, el historiador francés que propuso la geohistoria con su conexión entre historia y geografía, lo que es relevante para la geopolítica; Alfred Thayer Mahan y su visión geopolítica fundada en el poder sobre los mares; o Nicholas Spykman, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Yale, que aportó la doctrina de Rimland o anillo continental, concepto geopolítico basado en la prominencia de factores geográficos. El Rimland se opuso a la teoría del Heartland de Halford J. Mackinder (1861- 1947) asentada en la teoría de que Rusia, al dominar el centro de Eurasia, el «corazón de la tierra», estaría destinada a una primacía mundial. Frente a esto, Spykman pensaba que el Rimland, la franja de tierra costera que rodea a Eurasia y sus áreas marginales, tenía mayor significación estratégica que la zona de Asia central para la hegemonía sobre el continente euroasiático, porque era más importante para el dominio de los mares como medio de comunicación con todos los continentes. Su visión fue extrapolada a la posguerra, y fue central en el equilibrio de poder en Eurasia mediante una política de contención norteamericana que necesitaba de aliados y una densa red de bases militares a lo largo del Rimland.
7. Cine, literatura, arte y guerra

El dramatismo de la guerra inspiró una multitud de novelas, pinturas, grabados y películas a lo largo de la historia. En el arte, sobresalen las pinturas de Otto Dix, combatiente de la Primera Guerra Mundial. En 1923 Dix pinta Trinchera, con su mirada entre estética y sufriente del abismo bélico, y un año después publica los cincuenta grabados de su obra La guerra, casi al mismo tiempo que el foto-libro Guerra a la Guerra, del militante pacifista Ernst Friedrich, quien compiló cientos de fotografías de archivos militares y médicos, con imágenes consideradas impublicables por su horror, para hacer patente la barbarie del caos bélico, en un giro crítico que deconstruye todo resplandor heroico o romanticismo.
Los grabados de Dix siempre se comparan con los célebres grabados de Francisco de Goya, Los desastres de la Guerra, que el artista español realizó luego de la invasión napoleónica a la península ibérica en 1808. En la literatura, destacan novelas como La guerra y la paz de Tolstoi; Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Vicente Blasco Ibáñez, novela épica que narra la vida de una familia dividida por la Gran Guerra; ¿Por quién doblan las campanas? (en inglés, For Whom the Bell Tolls), novela publicada en 1940, obra de Ernest Hemingway, de cuya pluma también surgió, en 1956, el cuento “A Room on the Garden Side”, que transcurre en el París en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
Grandes films surgieron para representar el horror bélico como Senderos de gloria (Patrulla infernal en Hispanoamérica, 1957), protagonizado por Kirk Douglas, de Stanley Kubrick, con una fuerte denuncia de la brutalidad e injusticias de la Primera Guerra mundial; y Kubrick también satiriza las amenazas de guerra nuclear durante la Guerra Fría en Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (1964), La cruz de hierro (1977) de San Peckinpah, con James Coburn, James Mason, Maximilian Schell; Apocalypse Now (1979), que luego tendrá también una versión ampliada, dirigida y producida por Francis Ford Coppola, con un guion basado en la gran novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, ambientada en el horror de la dominación colonial del Congo, en África. Coppola traslada la historia a la guerra de Vietnam; o La delgada línea roja (1998), dirigida por Terrence Malick, y su recreación simbólico-poética de la batalla de Guadalcanal en la escenario del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Y el film georgiano y estonio Mandarinas (2013), del director Zaza Urushadze, y la historia de Ivo, un viejo y solitario de origen estonio que vive en una región rural de Abjasia. Ivo ayuda a dos combatientes heridos, uno checheno y el otro georgiano, durante la guerra de Abjasia de 1992. A partir un conocimiento personal que surge entre los antes enemigos, entienden el absurdo de la guerra y que ya no puede volver a ella para matarse.
Y, creemos, es especialmente significativo dedicarle unas líneas al encuentro entre cine bélico y literatura antibelicista en Sin novedad en el frente.
El clásico de la literatura de la posguerra de Erich Maria Remarque (1898‑1970), Sin novedad en el frente (1929) fue adaptado tres veces al cine. Dos adaptaciones estadounidenses, en 1930 y 1979, por los directores Lewis Milestone y Delbert Martin Mann, Jr., respectivamente. Y su tercera versión, el film alemán de Edward Berger en Netflix.
El director Edward Berger busca un cine que recrea la guerra en un gesto de realismo extremo. La lucha entre los cuerpos indefensos, despedazados por las ametralladoras automáticas, la artillería, o el avance de los primeros tanques, pesados y toscos, pero letales. Y los lanzallamas.
La guerra es repetición de las diferencias entre los desafortunados y los privilegiados. Los oficiales, muchos de origen aristocrático, discuten de estrategia militar y dan órdenes a decenas de kilómetros del frente, o saborean ricos tés y tortas, lo mismo que los diplomáticos, mientras que los soldados rasos y los cabos y sargentos padecen hambre, enfermedades, hacinamiento entre barro y ratas y la guadaña continua de la muerte amenazándolos. La injusticia estalla con tanta furia como las bombas.
Y la guerra, en algunos casos, muestra situaciones de valor y sacrificio para defender a los propios, pero a la vez constriñe al humano a convertirse en animal asesino. Paul, el joven soldado alemán, el protagonista, primero, como todos, celebra ir a la gran contienda armada, la cree una aventura nacionalista y romántica. Luego entenderá… Las circunstancias lo fuerzan a dos combates cuerpo a cuerpo. En el primero mata a un pobre francés radiofonista. Cuando revisa sus pertenencias encuentra la foto de su esposa e hijos. Llora desesperado. Entiende lo que ha hecho la guerra de él y de su víctima. Luego en su segundo combate, cuando casi el infernal crujido de los cañones se acalla, entenderá que ya no había esperanza para él.
Tanto franceses como alemanes son compelidos a negar su humanidad por una guerra que, en definitiva, no entienden. Los intereses del poder político y económico les son abstractos, remotos y ajenos; lo único que les queda es sostenerse en la barbseir en la que los humanos dejan de serlo.
La guerra no es un juego ni una escenificación, ni la discusión sobre la mejor estrategia cinematográfica para su narración. Es el soldado que recuerda, cuando es demasiado tarde, que es un humano matando a otro; que tiene miedo, asco, hambre, y que solo quiere volver a vivir sin un uniforme que otro quiera perforar con una bala.
8. El gasto sin fin El presupuesto de la guerra, la industria de las armas

En enero de 1961, Dwight David «Ike» Eisenhower se despedía de la presidencia de Estados Unidos con un sorpresivo discurso en el que advertía sobre lo que llamaba el «complejo-militar industrial«, que podía poder en riesgos «nuestras libertades o procesos democráticos»:
“Hasta el último conflicto mundial los Estados Unidos no tenían una industria armamentista. Fabricantes americanos de arados podían, en el momento y caso necesarios, fabricar también espadas. Pero ya no podemos más asumir el riesgo de improvisaciones de emergencia en materia de defensa nacional. Nos hemos visto obligados a crear una industria armamentista permanente de vastas proporciones. Sumado a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente empleados en el sector de la defensa. Anualmente gastamos en seguridad militar por sí sola más que los ingresos netos de todas las corporaciones de los Estados Unidos” (5).
El comandante del desembarco aliado en el Día D, en junio de 1994, durante la Segunda Guerra Mundial, advertía al público norteamericano sobre una gran maquinaria de producción de armas que drenaba cada vez más los recursos del Estado. El aumento de los presupuestos de defensa se ha disparado desde el terremoto geopolítico que provocó primero la invasión rusa de Ucrania, y segundo, la reciente política exterior de la administración Trump. El aumento de la inseguridad, o la percepción de la inseguridad en la zonas de influencias o en la fronteras de los países en Europa, y en otras partes del planeta, fuerza el aumento de los gastos de defensa en lo que parece una escalada imparable.
La guerra explícita se propaga en el siglo XXI. Su requerimiento de economías que acompañen las demandas de renovación y aumento de armamentos también. Los distintos institutos de investigaciones independientes sobre los procesos de la guerra radiografían con estadísticas reveladoras el comercio de las armas y del gasto militar año a año.
Una de esas instituciones, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés), un think-tank con sede en Londres, determina que el gasto mundial en defensa en 2024 trepó hasta el 1,9 % del PBI (en 2023, fue de 1,8%). En el mismo año, Rusia aumentó sus costos militares en 41, 6 %, el 6, 7 % del PBI, unos 461 mil millones de dólares. Un gasto mayor a los todos los países europeos de la OTAN sumados, unos 442 millones de todos las naciones europeas; de todos modos, su nivel de gasto en defensa es 50% mayor que hace 10 años.
Los países con mayores gasto militares son EEUU, China, Rusia, y Ucrania en octavo lugar. Estados Unidos es también el mayor productor y exportador de armas, a través de más de 40 importantes empresas fabricantes de armamentos, como Loocked Martin, Boeing, BAE Systems, Raytheon y Northrop Grumman, y otras (6).

En medio de nuestro horizonte cultural con una cultura bélica en alza como los picos de altas temperaturas en el mundo, Pere Ortega, miembro co-fundado del Centro de la Paz en Cataluña postula la tesis de que el gasto militar destruye el bienestar (7). La fuerte tendencia hacia una economía de defensa o de guerra que, por su extensión, mejor debería denominarse Ciclo armamentístico. Un ciclo siempre manejado por el Estado, y su determinación de su Presupuesto de defensa. La tendencia alcista de los gastos militares impele una estrategia de auto-justificación cifrada en las doctrinas de seguridad. Por otro lado, las fuerzas armadas no son solo garante de la seguridad territorial, sino también un medio de control económico, un brazo bélico para la mejor gestión de los intereses económicos particulares, la razón de ser «más profunda», aunque no eventualmente la única, de los comportamientos de los actores internacionales.
En tiempos de grandes intereses económicos en Centroamérica, el general Smedley Butler (1881-1940), uno de los militares más condecorados de Estados Unidos, escribió el discurso La guerra es un latrocinio. Aquí denuncia el uso de las fuerzas armadas estadounidenses para enriquecer a Wall Street. Todo este proceso de lo bélico al servicio de interés económicos particulares lo resumió en «la bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera»
El gasto militar destruye la oportunidad del desarrollo económico-social, y genera endeudamiento del Estado. Ante esto, desde una perspectiva keynesiana, algunos observadores podrían afirmar que la expansión del sector de la industria de las armas inyecta más trabajo, más salarios, más estímulo, por tanto, al consumo. Pero en el caso del flujo de la producción armamentística es el Estado el que compra el arsenal sofisticado y poderoso, los misiles, aviones de combate, submarinos, portaviones, que no circulan por el mercado de las «mercancías civiles corrientes», cuyo comercialización es la que mejora la economía en su conjunto. Además, la guerra y sus ejércitos consumen grandes cantidades de combustibles fósiles; los proyectiles y explosiones arrojan a la atmósfera gases tóxicos, sustancias químicas, metales pesados contaminantes, lo que genera una alta huella de carbono (la medida de la cantidad de gases de efecto invernadero producidos por las diversas actividades humanas).
Y el gigantismo de los aparato bélicos en el mundo (que además de la producción, suponen también la interacción de investigación científica para más innovación y desarrollo), fraguan el militarismo como ideología. En el decir de Pere Ortega:
«El militarismo es una ideología que se da mayormente en el interior de las fuerzas armadas, aunque también en algunos ámbitos de la sociedad civil. Tiene como objetivo imponer la resolución de los conflictos mediante el uso de la fuerza militar y desestimar otros medios no cruentos».
9. El cambio postergado
Esta no es solo la era de la inteligencia artificial, o de lo tecno-global-algorítmico, sino también el tiempo de una narrativa de la autopercepción de la inseguridad como timón de las relaciones internacionales. Los distintos actores de la tensión internacional denuncian su propia inseguridad existencial. Se advierte, a viva voz, sobre los demonios de una amenaza externa. Rusia declara el peligro de Occidente y de la OTAN; la OTAN anuncia el peligro del poder eslavo moscovita. Estados Unidos percibe hoy al libre comercio global como un socavamiento a sus intereses económicos, y a China como sombra proyectada sobre su seguridad nacional; China, a su vez, para sus adentros, percibe los valores occidentales de la democracia representativa o los derechos laborales como usina de incertidumbre.
La narrativa de la inseguridad forja una psicología de adaptación a la respuestas ofensivas-defensivas casi como un mecánico acto reflejo. Si la agresividad como instinto adaptativo a un medio ambiente continuamente hostil no se decanta como confrontación bélica directa o indirecta, lo hará por los corredores «sublimados» de la llamada guerra comercial.
La inseguridad como narrativa extendida actúa como un principio general y universal, algo que contraviene, desde el terreno de la geopolítica, todas las posiciones filosóficas que insisten en el triunfo de la deconstrucción y el descentramiento, de la desarticulación de cualquier preceptiva o relato de valor general. El deconstructivo relativismo posmoderno, encerrado en su refugio académico, hace tiempo que no advierte los procesos de universalización alternativos a la desplomada razón dialéctica universal hegeliana. Sin que suponga ninguna negación de la diversidad, el siglo XXI es traspasado por distintos registros de una presencia universal, como el orden de la digitalización algorítmica, unida a la aceptación planetaria de la necesidad de la innovación científica y el lenguaje matemático (universal y objetivo) detrás de todo aquello. La narrativa de la inseguridad que «naturaliza» el estar en guerra, también es otro lenguaje «universal» aceptado por todos, y no deconstruido o descentralizado por nadie.
La narrativa de la autopercepción de la inseguridad también puede hacer próxima otra dimensión, ni siquiera subestimada o desechada, si no simplemente no percibida, y de magnitud universal, a la que hemos atendido en el punto 6: la geografía.
No hay narrativa de inseguridad como parte del juego geopolítico sin los territorios, los mares, los estrechos y canales, los ríos y cordilleras. La dura geografía sobre la que discurren las fronteras, naturales y artificiales de los Estados en pugna, con sus zonas de influencia y los mercados a conquistar, proteger o seducir. La geopolítica de la inseguridad, en sus faces de calma o tormenta, siempre nos restituye la conciencia de que el gran juego del ajedrez, frío o caliente, entre las naciones no puede reducirse al ciberespacio y su específica guerra cibernética. La geografía nos desplaza hacia la conciencia de la hibridez de lo digital, lo electrónico y lo corpóreo, en el tiempo del silicio, los superconductores y el litio. Todo es tecno-físico, digital-biológico. Los discursos de justificación de la inseguridad y sus consiguientes doctrinas de la seguridad se mezclan con la rotundidad prehistórica de la geográfico. Por las vías de la geopolítica regresamos a la consistencia innegable y omnipresente de la geografía; es decir, a lo terrestre y lo marino como realidad subyacente no sustituible por lo inmersivo virtual.
El primado de la guerra que se expande en todos los perfiles a los que hemos aludido en este ensayo, también nos devuelve a la conciencia de la deshumanización. Los distintos cálculos de intereses geopolíticos y de guerra, o su amenaza, suelen ser aplicados, explicados y narrados, con prescindencia del trágico vendaval de las muertes innecesarias de humanos y animales. Hoy parecería que la apelación al valor irremplazable de cada vida se reduce a sentimentalismo idealista, impotente e irresponsable. Pero la realidad es lo contrario: las explosiones despedazan los cuerpos, generan dolor insuperable, arrasan los hogares y el derecho a vivir. Las muertes de guerra que empobrecen el mundo se ocultan en pantanales de indiferencia. La abstracción de la guerra: la defensa o conquista de territorios como si estuvieran vaciados de seres vivos.
Kant en su momento quiso edificar el camino racional hacia la superación armada de los conflictos. El genio kantiano supuso que la llegada histórica a la civilización moderna ilustrada debía hacer persuasiva y transparente la necesidad de un entendimiento común, basado en la razón. Un entendimiento que no evitaría los conflictos, pero sí los superaría por vías diplomáticas, asociadas a una desmilitarización creciente. Lo que, visto desde este tiempo de un nuevo ciclo tecno-industrial-militar y su economía de guerra en expansión, hace más visible el costo del sacrificio de la razón posible: la muerte de los inocentes, y el desquicio que desvía recursos para el bienestar real de las personas en beneficio del paraíso del gran negocio de las armas que se impone como triste ley de hierro; y como único medio para proteger la seguridad de Europa o del mundo libre frente a otros paradigmas que desprecian a los individuos ante los objetivos superiores del Estado, la nación o el destino.
Una real evolución moral de la especie ya no puede convivir, en el siglo de las naves espaciales, los aceleradores de partículas y la computación cuántica, con la guerra como continuación de «la política por otros medios».
Una racionalidad procedimental del acuerdo en lugar de la narrativa de la autopercepción de la inseguridad y la justificación del estado de guerra, sería el gran cambio evolutivo postergado. Hoy, ese cambio es pura y triste utopía. Este cambio siempre obstruido, causa una sensación de irrealidad o imposibilidad como el amor universal de Mozi. Mientras tanto, mientras que el cambio sigue postergado, la guerra ya establecida es medio para renovar el poder de algunos, y es lo que acerca, cada vez más, la economía a economía de guerra.
Pero, a pesar de todo, mantener el recuerdo de la racionalidad del acuerdo, y su cambio postergado, le hace más justicia a la dignidad intelectual del sapiens, y más desnuda la regresión moral de la muerte de soldados, de civiles y de animales, en favor de los intereses del militarismo, y del gran beneficio, para algunos, de que el mundo siempre esté dentro del tornado de los dioses de la guerra. O a la espera de su llegada.



Notas
(1) La geopolítica del espacio ultraterrestre alude a lo que escapa a nuestra atmósfera. El espacio extra-planetario brindará la posibilidad de explotar los recursos naturales en otros astros celestes, en los asteroides, en la superficie lunar. Esto explica la competencia por liderar la expansión comercial hacia la Luna. También el espacio ultraterrestre evidencia gran importancia en el ámbito de la defensa, y sus posibles operaciones o sistemas militares futuros.
(2) Aquí poder der útil la consulta a un ensayo amplio y ordenador sobre el enfrentamiento entre Rusia y Occidente publicado en esta página.
(3) Chris Miller, La guerra de los chips. La gran lucha por el dominio mundial, editorial Península.
(4) La llamada Nueva ruta de la Seda fue presentada por Xi Jinping en 2013. Recuerda a la antigua ruta en el mundo antiguo entre el imperio romano y la dinastía Han. La nueva ruta de la Seda es el Puente terrestre euroasiático, la ruta de transporte ferroviario para transportar mercancias y pasajeros entre los puertos del Pacífico, ubicados en el Lejano Oriente chino y ruso y los puertos de Europa. La Ruta de la Seda Polar busca reducir tiempos y costos de transporte a través de un corredor que atraviese el Círculo Polar, y que llegue, por el Norte, a Europa y América.
(5) El sorpresivo discurso de Eisenhower en 1961 al despedirse de la Casa Oval, en un principio se referiría al “complejo militar-industrial-congresista”; lo que aludía a que el aparato de guerra involucraba también a la politica y sus negocios a través de la influencia en el Congreso. Luego, decidió sacar la palabra para evitar incomodar a los políticos que presenciaron el discurso.
(6) Entre varios institutos o thin-thanks abocado al estudio de los procesos de la guerra expresado en magnitudes estadísticas, no debe olvidarse el importe informe anual del Instituto sueco para la Paz, con sede en Estocolmo.
(7) Pere Ortega, «El gasto militar destruye bienestar» publicado online por Centre Delàs d’Estudis per la Pau, Barcelona.
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