Por Esteban Ierardo

Ser curioso es un estado de inconformismo constante, cuando el deseo de descubrir nuevos saberes o perfiles de las cosas no puede agotarse, cuando nos sentimos entre redes que vibran y se extienden hasta lo diverso e inmenso.
El pensar sobre la curiosidad merece ser agudizado hasta distinguir ciertas especies o formas del ser curioso. Por este procedimiento quizás podríamos precisar lo que justifique un elogio de la curiosidad.
En sus comienzos, el sapiens debía ser curioso sobre los atributos y posibilidades de los recursos para sobrevivir en condiciones ambientales hostiles.
La curiosidad exigida por la necesidad es fundamental como respuesta a una exigencia y desafío. En nuevas situaciones históricas, la forma de la curiosidad que responde a la necesidad coyuntural se repite en contextos distintos.
Pero la curiosidad que mueve a especial elogio, pensamos, aparece cuando ésta no nace de la satisfacción de una inmediata necesidad, sino cuando se la vive con una actitud existencial. La actitud curiosa no depende de sus resultados en cuanto a información o nuevos logros técnicos. El valor de la curiosidad elogiable es lo que impele el estudio, la investigación, la lectura, la inmersión en aguas distintas y seductoras. El curioso experimenta el mundo como sinfonía de tres movimientos: los funcionamientos, las tramas y los orígenes…
Por su propio impulso, el curioso recorre la presencia de las cosas, deteniéndose de a ratos para preguntarse por los procesos de funcionamiento de lo inventado por el sapiens. En lugar de usar pasivamente la luz eléctrica, por ejemplo, o la movilidad de un automóvil, un tranvía o un avión, se hace la pregunta sobre cómo funciona todo esto. El mundo de los aparatos que sostiene la vida cotidiana ya no es una máquina de puros efectos sin un interior de complejidad y creatividad. La pregunta por el funcionamiento se convierte en uno de los llamados del diamante que seduce e invita al interés curioso; despierta el deseo de, por lo menos una vez, preguntarse cómo un inmenso avión se convierte en un ágil pájaro de metal en las alturas; o cómo actúa el secreto funcionamiento hoy de los poderes de rápido procesamiento de la información de conexiones y creación de la Inteligencia artificial.
Y, claro, la curiosidad por el funcionamiento se derrama también a la totalidad de las cosas; es decir a las naturales, y no sólo las artificiales: cómo funciona el sol, o cómo funcionan las cargas eléctricas dentro de una tormenta para producir el rayo, esto también atraerá la mirada fascinada del contemplador curioso del mundo.
Y la pregunta sobre los funcionamientos convive con el llamado de las tramas… las tramas son el cruce de relaciones; cada cosa o persona nunca existe en el aislamiento; todo es (como lo entendió por ejemplo Hegel), en contextos múltiples, en tramas de relaciones. El interés por comprender las tramas es otra luz de zafiro que aviva la curiosidad. Y, así, la curiosidad es atraída por las relaciones y diferencias entre las culturas, y por la diversidad interna de cada cultura, en la que siempre se relacionan la economía, la política, las invenciones técnicas, las creencias y comportamientos tradicionales modelados por las religiones, las filosofías, las ciencias y artes.
Y la apertura curiosa al funcionamiento y la trama relacional del mundo se une a la pregunta por el origen de las cosas naturales (como la montaña, el aire, los pájaros, las estrellas y el universo mismo); y el origen de las cosas artificiales, de todo lo que hombre inventó, y de lo que hizo posible esas invenciones.
A la hora de apreciar lo singular de la actitud curiosa, este modo de ser se manifiesta de muchas formas. Para Einstein «es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación reglada». Los conceptos educativos tradicionales conminan a la memorización, a la asimilación a-crítica del conocimiento. Y la mente que escapa a la enseñanza pautada es mente abierta de los ojos que ven siempre más allá de las reglas. Lo curioso nunca se detiene, aunque no se pueda conocer, como lo asegura Blaise Pascal: «Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber». La curiosidad intelectual garantiza un estado de permanente juventud, como lo sugería Ryszard Kapuściński, o Salvador Paniker. Y en un sentido filosófico aun más elevado, Aristóteles identificaba la curiosidad como el deseo de conocimiento de los primeros principios, del fundamento del Ser, del asombro ante la existencia de todo lo que es en la naturaleza.
La curiosidad plena actúa entonces, con cierta autonomía al menos, respecto a la necesidades. La actitud curiosa es un modo de ser, un estado existencial, como el amor a la investigación y el descubrimiento de lo todavía desconocido, y no solo como respuesta a las necesidades inmediatas.
Y el deseo de entender y saber de la espiritualidad curiosa no es por la mera acumulación de conocimientos tampoco. Lo que mueve a la curiosidad es el entusiasmo por entrever lo escondido, el deseo de escuchar la música que hace resonar el y los mundos. La curiosidad a elogiar es la fascinación ante la diversidad de las cosas, la riqueza de los saberes, el asombro por el conocimiento de lo que nunca se conocerá, y lo inmenso que nunca se terminará por descubrir.

Hola, cómo están? Me atrevo a solicitarles una síntesis de La Iliada y La Odisea, como así también, un análisis y/o crítica de ambas obras. Tengo la idea de un cuento y necesito conocer más para intentar crearlo. Muchas gracias. Saludos muy cordiales. Dr. Héctor Krikorian
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Hola Héctor, este en un video con lo que buscas: https://youtu.be/fP1IJ7s6Xb4
Que siga el entusiasmo con el cuento y muchos saludos!
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