Hilary Putnam, el filósofo que criticaba sus propias teorías (*)

Por Rubén H. Ríos

Hilary Putnam (foto en The Economist)

 Hilary Whitehall Putnam (1926–2016), filosofo, matemático e informático teórico, con grandes contribuciones a la filosofía de la mente, la filosofía del lenguaje y la filosofía de la ciencia y el pragmatismo. A diferencia de otros pensadores que buscan defender sus posiciones a rajatablas sin cambios o autocuestionamientos, Putnam sometió a crítica sus propias teorías filosóficas. Un ejemplo muy poco corriente de honestidad intelectual.

Putnam recordaba su encuentro en Princeton, cuando joven, con Carnap, gran referente de la corriente filosófica llamada positivismo lógico: “Jamás olvidaré con que énfasis subrayaba Carnap —un gran filósofo que tenía un aura de integridad y seriedad casi sobrecogedora— el hecho de haber cambiado de posición filosófica más de una vez. ‘Antes creía… Ahora creo…’ era una expresión típica de Carnap. Y Russell, que influyó en Carnap como Carnap influyó en mí, también fue conocido por cambiar sus ideas. Si bien no coincido con las teorías de Carnap en ninguno de sus períodos, para mí es el ejemplo más sobresaliente de un ser humano que pone la búsqueda de la verdad por encima de cualquier vanidad personal”. Ese fue el caso del propio Putnam también, como lo destaca el artículo que sigue a continuación. Putnam primero defendió vigorosamente el funcionalismo, y luego término sometiéndolo a una filosa crítica.

Hilary Putnam, por Rubén H. Ríos (**)

De ordinario, respecto de la filosofía, se cree que filosofar, lo que no es más que una creencia, insume algo así como construir un sistema coherente, una teoría homogénea, una doctrina sólida y sin contradicciones, o simplemente un conjunto de ideas coordinadas. A continuación, una vez lograda esa unidad abstracta y autorreferencial, por caso (también puede imaginarse que se trata de opiniones fundadas en algún saber), se argumenta de formas diversas para mostrar que es verdadera y se busca convencer a los demás de ello, con la inconveniencia de que estos tienen, aunque no tan sofisticadamente, “su” filosofía –como cualquiera– o no necesitan de abstracciones y problemas sutiles para vivir. Pero es una creencia un tanto equivocada fácil de contradecir, porque los filósofos no son tan congruentes como se cree. Si se quiere un ejemplo ilustre está Platón, que en El sofista corrigió al platonismo tal y como él (una autoridad en la materia) lo venía desarrollando, o Wittgenstein, quien a los efectos prácticos se desdijo de toda las tesis del Tractatus Logico-Philosophicus, uno de los libros más importante del siglo XX. Otro ejemplo de este pathos filosófico, no tan famoso pero no menos bello, en ese mismo siglo, implica a una figura prestigiosa en la filosofía anglosajona, Hilary Putnam (1926-2016), filósofo y matemático, pionero de la informática, que inició una exitosa doctrina entre sus colegas y unos años después la declaró falsa.
Putnam nació en Chicago. Su padre, Samuel, periodista, crítico literario, editor y traductor de autores clásicos, fue miembro del Partido Comunista durante la gran depresión de los años 30 hasta 1944 y colaborador regular de revistas de izquierda como Partisan Review o The Daily Worke. Su madre, Riva, era judía. La familia se instaló en Francia en 1927 y en 1933 regresaron a Estados Unidos y se establecieron en Filadelfia. Putnam logró el Bachelor of Arts en 1948, en la Universidad de Pennsylvania, luego de realizar estudios de filosofía y matemáticas. Cursó el doctorado en filosofía en la Universidad de California en Los Ángeles (conocida por el acrónimo UCLA), donde obtuvo el título en 1951 con una tesis sobre la justificación de la inducción y el significado de la probabilidad dirigida por el epistemólogo Hans Reichenbach. Entre 1951 y 1965 fue sucesivamente Rockefeller fellow, docente de filosofía en la Northwestern University, profesor asociado en la Universidad de Princeton y profesor de filosofía de la ciencia en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por las iniciales en inglés). En 1965 comenzó a desempeñarse en la Universidad de Harvard, en la cual ocupó en 1976 la Cátedra Walter Beverly Pearson de matemática moderna y lógica matemática. Si bien se retiró de la enseñanza en 2000, se lo designó profesor emérito en Harvard hasta su fallecimiento.

En 1962 se casó con la filósofa Ruth Jakobs, profesora del Wellesley College. Ambos, pese a que sus padres eran ateos, decidieron convertirse en judíos practicantes en los años 80 (Putnam celebró un poco tardíamente su Bar Mitzvá en 1994) como una respuesta al antisemitismo que habían vivido en su juventud y debido al común interés por la lengua y las tradiciones culturales y religiosas hebreas. Sus hijos fueron educados bajo la ley judía. Además, la pareja trabajó en colaboración en una serie de estudios de los 90 sobre los pragmatistas estadounidenses. Por otra parte, Putnam fue un agitador político a favor de la lucha por los derechos civiles y se opuso a la ofensiva militar en Vietnam (en 1963 organizó en el MIT uno de los primeros comités de profesores y alumnos contra esta guerra). En Harvard, promovió protestas políticas e impartió clases sobre marxismo. En esa época militó en el Partido Laboral Progresista, de orientación maoísta, hasta 1972, lo que más tarde consideró un error. De cualquier modo, nunca declinó sus ideas progresistas y continuó comprometido, aunque más moderado, con la realidad política y social. En 1976, fue elegido presidente de la American Philosophical Association.

Durante su trayectoria, el pensamiento de Putnam experimentó varios cambios y giros. En la primera etapa, formado en la tradición de la filosofía analítica –alumno de Reichenbach y de Carnap y muy influido por las teorías de Quine–, se abocó a los grandes temas de filosofía de la ciencia y del lenguaje, de la filosofía de la mente y de las matemáticas. Se destacan, por lo general, los aportes en este último campo y en ciencia informática, como el algoritmo de Davis-Putnam para resolver la satisfacibilidad booleana (verdad o falsedad de una variable) y la cooperación en la demostración de la inexistencia del algoritmo que pide el décimo problema de Hilbert. A mediados de la década de los 70, impactado por el concepto de “juegos de lenguaje” de Wittgenstein, renovó su pensamiento y se interesó, expandiendo sus investigaciones anteriores, por el realismo y la filosofía moral. Los desarrollos posteriores, en una nueva mutación inducida por Aristóteles y la concepción performativa del lenguaje de Austin, se caracterizó por los estudios de ética y religión. En este período, que se cierra hacia 2004, defendió el realismo del sentido común y sostuvo la existencia de objetos independientes de la mente, en sentido lógico y lingüístico. El último pensamiento putnamiano se volcó ante todo a las cuestiones éticas y combatió las versiones reduccionistas del naturalismo cientificista, en especial respecto de conocimientos no científicos.
La mayor influencia de Putnam se da en el ámbito de la filosofía anglosajona del lenguaje y filosofía de la mente. En la historia moderna de ésta, que empieza con Descartes, se lo considera uno de los filósofos decisivos y más brillantes al quebrar en los años 60 la hegemonía de las escuelas filosóficas de lo mental –dualismo, materialismo y conductismo lógico– y por cuestionar posteriormente la misma corriente que de esa manera contribuyó a fundar: el funcionalismo. Porque la filosofía de la mente de Putnam recorre dos grandes y notables momentos: el funcionalista y el posfuncionalista. El primero comienza en 1960 y llega a su apogeo con el artículo de avanzada, publicado en 1967, “La vida mental de algunas máquinas”, en el cual se discuten algunos estados mentales intencionales –preferir, creer, sentir– en analogía con los “estados discretos” de máquinas de Turing en tanto agentes racionales. El propósito de este modelo hipotético es demostrar que las teorías tradicionales de la mente (materialismo, dualismo y conductismo lógico) son erróneas tanto para el ser humano como para las máquinas computacionales, entendidas estas como autómatas probabilistas finitos, dotados de órganos de sentidos y piezas motoras que pueden controlar y ejecutar acciones conforme a ciertos programas e interactuar con el ambiente.
La analogía mente humana-máquina pretende probar que el problema mente-cuerpo (la relación o no relación entre ellos) es un asunto meramente lógico o lingüístico, no ontológico. En otras palabras, se enfrenta tanto a la teoría materialista de la identidad entre fenómenos mentales y cerebrales (los estados de la mente “son” estados fisicoquímicos del cerebro), como al dualismo (o separación entre lo mental y lo corporal de raíz teológica y cartesiana) y al conductismo lógico que subsume la mente a disposiciones y manifestaciones de conducta. El funcionalismo de Putnam, por el contrario, afirma que los estados mentales –preferir, creer, sentir, etc.– se corresponden con la organización funcional más o menos compleja de un sistema físico, ya sea este el de un robot o el de un ser humano, porque al fin y al cabo ambos constituyen, si bien disímiles físicamente, organizaciones funcionales. La analogía entre la mente y la máquina universal de Turing, un artificio matemático potencialmente infinito y capaz de calcular lo que sea y de simular a toda otra máquina de Turing, se fundamenta en que cualquier cosa que atraviese por una sucesión de estados en el tiempo relacionados de alguna manera podría ser, sin importar su cualidad física (si la tiene), una máquina de Turing. No se deberían confundir, según esto, los atributos psicológicos o mentales con los físicos, en un sentido lógico y lingüístico.
Por lo tanto, cuando Putnam en el artículo mencionado dice que las máquinas de Turing “prefieren” esto o lo otro, lo dicho tiene un sentido muy diferente y de muchos modos que decirlo del “preferir” de un ser humano. Los autómatas probabilistas responden a una función matemática de preferencia racional, como en la teoría económica respecto de los agentes humanos (ideales). Se presupone, de esta manera, que estas máquinas de Turing son lo bastante complejas como para efectuar cálculos de probabilidades razonablemente satisfactorios de estados de cosas. La conducta de la máquina ha sido determinada para obedecer una regla: actuar con el fin de maximizar la utilidad estimada – el término “utilidad” es, por supuesto, eliminable –. Si las funciones de preferencia racional de los autómatas se parecen a las de preferencia racional de los seres humanos, y si sus pericias computacionales son aproximadamente iguales a las de estos, la conducta de estas máquinas se asemejará a la de los seres humanos (ideales). “Preferir” significa aquí que la función que controla la conducta de la máquina, junto con la lógica inductiva de la que está equipada, asigna un valor más alto a una alternativa que a otra. Sin embargo, si prefiere A a B, ceteris paribus, no se sigue necesariamente que en cualquier entorno elegirá A en vez de B. La máquina –consciente de algunas cosas y no consciente de otras– tendrá que calcular cuáles serán las probables consecuencias de su elección, y esto puede muy bien poner en juego otros valores del sistema lógico-matemático.
Estas máquinas de Turing configuran simplemente ciertos sistemas de estados en cierta interrelación causal, es decir, todos están causalmente interrelacionados. No hay dos mundos separados como en el dualismo cartesiano, por un lado, estados interiores –mentales–, y por el otro estados exteriores –físicos–, en alguna clase de correlación o conexión (no son fantasmas dentro de máquinas de Turing sino máquinas de Turing). Por igual, Putnam se confronta con el materialismo que sostiene que los enunciados sobre la mente se definen en términos de conceptos relativos a la composición fisicoquímica del cerebro. Si esto fuera correcto, el predicado “prefiere A a B” debería definirse por la fisicoquímica de las máquinas. Pero, de hecho, para Putnam, no hay una inferencia lógica válida de permita saltar de la premisa de que una de las máquinas de Turing posee una contextura fisicoquímica a que prefiere A a B, ni, a la inversa, de que elige A a B a la conclusión de que dispone de una cierta fisicoquímica, ya que solo se describe una subestructura y no toda la máquina causalmente interrelacionada. Dicho de otra manera, por simple lógica pura, no es posible inferir los estados de “preferencia” de la máquina (el estado “mental”) a partir de su sustrato fisicoquímico. Aun incluyendo todas las leyes de la naturaleza y las partículas elementales de la materia, solo se puede deducir cómo se comportaría esa subestructura mientras no ocurran interacciones con el resto de la estructura.
En síntesis, no puede haber una composición fisicoquímica que sea condición necesaria, ni en el sentido físico ni en el lógico, y suficiente para preferir A a B o explicar el dolor. Este último es una inclinación momentánea, provocada por el aprendizaje de “lo doloroso”, de la función de preferencia racional de la máquina y no la suplanta a largo plazo (aunque, en un modelo dinámico, podría hacerlo). De cualquier manera, así como las preferencias de las máquinas de Turing, que Putnam amplía a estados como “creer” o “conciencia sensorial”, no equivalen lógicamente a enunciados referentes a su composición fisicoquímica, tampoco son equivalentes a predicados sobre la conducta efectiva y potencial, según afirma el conductismo lógico. Ciertas combinaciones de creencias y de funciones de preferencia racional, lo bastante diferentes, pueden llevar a la misma conducta. Por ejemplo, dos seres humanos pueden tender a conducirse de la misma manera bajo todas las circunstancias, uno por una razón normal y el otro por una mezcla de razones totalmente anormal. Sucede algo semejante con el problema de distinguir entre una máquina de poca inteligencia con una función de preferencia racional normal, y otra máquina provista con una inteligencia muy superior pero con una función de preferencia anormal que asigna un valor infinito a ocultarlo.
El funcionalismo de Putnam, uno de los primeros filósofos en introducir la máquina de Turing para explicar los estados mentales, ha influido mucho en la filosofía de la mente y la filosofía la inteligencia artificial, en la psicología cognitiva, en las neurociencias y en la informática. Aun así, ya hacia 1973 –después de abandonar el Partido Laboral Progresista– Putnam, en el artículo “Reductionism and the Nature of Psychology”, comienza a pensar que los estados mentales concebidos de acuerdo con el modelo de la máquina de Turing era una hipótesis absolutamente errónea y reduccionista. En última instancia, el funcionalismo reducía lo psicológico a la organización funcional para conseguir una encubierta reducción fisicalista. El reduccionismo del paradigma funcionalista, que él mismo había impulsado, caía en el error, a su juicio, de la idea de una naturaleza humana invariable, al margen de la historia y de la cultura, y de determinarla como una entidad universal de repertorio fijo en el seno de la única psicología naturalista –la funcional– reconocible como científica. El rechazo definitivo aparece en Representación y realidad (1988) a través de una argumentación intrincada y envolvente, de la que resulta, entre otros detalles, que los estados del cerebro humano y el sistema nervioso considerados aisladamente del ambiente social y no humano no existen y tampoco serían “estados funcionales” en términos de parámetros análogos a la descripción del software de un organismo. En suma, el funcionalismo, interpretado como la tesis de que las actitudes proposicionales sólo consisten en estados computacionales del cerebro, no podía ser correcto.
Si bien conforman perspectivas opuestas que mantienen un principio en común –la irreducibilidad de lo mental a lo físico y a lo conductual–, el desvío frontal de Putnam del funcionalismo al posfuncionalismo, que lo conducirá a la impugnación global del modelo computacional en filosofía de la mente, no tiene comparación con sus virajes posteriores, no siempre interesantes ni tan radicales. Solo por esa capacidad de pensar contra sí mismo, de volverse sobre su propio pensamiento y refutarlo, por esa honestidad intelectual que duda de lo que ha pensado, que sospecha de sí misma, Putnam es sin duda alguna un gran y admirable filósofo.

(*) Fuente: Artículo publicado en sección «Filosofía en tres minutos» de Diario perfil , el 14-05-2025, Ciudad de Buenos Aires.

(**) Doctor en filosofía, profesor de UBA y del Centro Cultural Rojas.

Blog: https://riosrubenh.wixsite.com/rubenhriosblog

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