Por Avelino Muleiro

La guerra es uno de los engendros más antiguos de la humanidad. Desde tiempos prehistóricos, parece aplicarse el mensaje del comediógrafo latino Plauto, popularizado posteriormente por el filósofo Thomas Hobbes: homo himini lupus, pues los grupos humanos han recurrido a la violencia organizada para resolver sus disputas como si no hubiese más alternativas.
Las primeras guerras que se tienen registradas no eran entre Estados, que todavía no existían, sino entre tribus o clanes que luchaban por recursos vitales como el agua, las tierras fértiles o los derechos de caza. Los primeros ejércitos organizados surgen con las primeras civilizaciones en Mesopotamia y Egipto, lo que permitió a algunos grupos imponer su dominio sobre otros por medio de campañas militares.
En la antigüedad, la guerra era vista muchas veces como un derecho natural del gobernante para expandir su territorio o su gloria personal. Pero, una vez que aparecen los Estados, la manera en que se declara la guerra ha ido cambiando con el tiempo. Con la consolidación de los Estados-nación y el auge de la diplomacia, surgieron formalismos para la declaración de guerra y, más tarde, organismos internacionales que intentan evitarla, aunque muchas veces sin éxito. Las causas principales de guerra han sido siempre las mismas, aunque con matices propios de cada época.
Hay guerras territoriales -la gran mayoría, desde Roma hasta las guerras del siglo XXI- cuya finalidad es conquistar nuevas tierras o recuperar las que se consideran propias. Hay guerras religiosas, como las Cruzadas o las guerras religiosas europeas, una muestra de cómo la fe puede ser usada para justificar actos violentos en nombre de un dios o de una doctrina. Hay guerras económicas, que buscan el control de los recursos naturales y de los mercados. Incluso hay guerras tecnológicas que aparecen con las tecnologías aplicadas a las armas destructivas.
El absurdo de la guerra
La razón marca la diferencia específica que separa a los animales humanos de los no humanos. Decía el filósofo Jesús Mosterín que racionalidad y humanidad son conceptos interconectados. De ser así, ¿qué sentido tiene matarse entre sí los seres humanos para lograr determinados fines? ¿No habrá más alternativas que la guerra para conseguir ciertas metas a las que se opongan otros? ¿Por qué hay que reclutar a miles de personas para que en el campo de batalla se dediquen a matar -y probablemente a morir- con el objetivo de conseguir un territorio, la imposición de una fe o un mercado económico?
A pesar de los avances en la civilización, la guerra persiste como método para resolver disputas entre Estados. Si las razones últimas de la guerra suelen ser avaricia, el poder o la vanidad de los dirigentes, ¿por qué no reducirlas a un enfrentamiento simbólico entre quienes la deciden? Pongamos una propuesta lúdica frente al absurdo de la guerra:
Imaginemos por un momento un mundo donde, en lugar de movilizar ejércitos y destruir ciudades, los presidentes y ministros de los países rivales se reunieran para enfrentarse en un torneo de ajedrez, dominó, o cualquier otro juego que pusiera a prueba su inteligencia, su astucia o incluso su suerte. El que ganara, obtendría un derecho simbólico sobre el asunto en disputa, sin derramar una sola gota de sangre. ¿No sería esto más justo -y sobre todo, más humano- que la destrucción y el sufrimiento que implica la guerra tradicional? Al fin y al cabo, quienes declaran las guerras, rara vez son quienes luchan en ellas. Al invertir los papeles, quienes juegan con la vida de millones de soldados se verían obligados a arriesgar, aunque sea un poco, en primera persona.
Mosterín apostaba por la razón en todas las acciones humanas. Sin embargo, la política no parece estar de acuerdo en seguir los consejos de la razón. Frente a la apuesta de Mosterín, Javier Muguerza -otro destacado filósofo español- escribió La razón sin esperanza, una reflexión sobre las limitaciones de la razón ante los desafíos y conflictos humanos para encontrar sentido en situaciones de incertidumbre y de resoluciones éticas, como es el caso de la guerra.
La guerra de Israel contra Hamás
La guerra es un fracaso colectivo que representa el resultado de no haber encontrado caminos civilizados para resolver las diferencias. Tal vez sea el momento de preguntarnos si no podríamos convertir nuestros conflictos en algo menos trágico, inspirándonos en la lógica y en la inteligencia, y relegando la violencia a los peores capítulos de la historia humana.
La guerra de Israel contra el Estado palestino en el campo de batalla de Gaza, es una guerra territorial, pero también religiosa. La justificación de ese enfrentamiento judío contra los palestinos está extraída del Pentateuco que, en el libro de Deuteronomio, capítulo 20, versículos 16-18, establece que Israel debe “luchar contra el enemigo hasta su completa aniquilación”. En ese pasaje, Moisés establece las leyes de la guerra para el pueblo de Israel. Pero hay un guerra contra las ciudades lejanas, a las que se debe ofrecer la paz si sus habitantes aceptan servir a Israel, y otra guerra contra las ciudades cercanas que “el Señor les da como herencia”. En este caso, “se les prohíbe dejar con vida a ninguna persona que respire». La razón que se da es para evitar que los israelitas adopten las «abominaciones» y el culto a los dioses de estas naciones, pecando así contra Dios. En Deuteronomio 7:1-2, Moisés ordena a Israel no hacer pacto ni mostrar misericordia a las naciones que habitan la tierra prometida, sino «destruirlas por completo». Esta es la guerra de Israel en Gaza. Una guerra justificada por una creencia religiosa, en la que pierden la vida miles de personas por hambre y metralla.
A Mosterín le importaba resaltar que la racionalidad no está en las creencias, sino en el conocimiento, en saber lo que hay que hacer. Y aconsejaba que debemos adoptar como guía de conducta principios como que la justicia es preferible a la injusticia, que todos los humanos tienen la misma dignidad o que la guerra es inadmisible. Así lo creo yo también.
(*) Fuente: Texto republicado desde Masticadores, página nacida en Cataluña, que Jr Crivello dirige y con numerosos colaboradores en el mundo .