Globalización y una interpretación mística de la historia.

Por Sergio Fuster

Globalización (Imagen en web Apd.es)

La globalización hoy se resquebraja, colapsa. Pero la comprensión de este concepto sigue siendo motivo de reflexión desde lo histórico, lo geopolítico, e un incluso desde una «una dialéctica mística de la historia», como nos propone Sergio Fuster.

Una propuesta de comprensión desde un momento de su libro Pasión y muerte de la historia. Una lectura teológica de las épocas, en el que también propone un análisis desde lo que llama «las tres globalizaciones».

Globalización y una interpretación mística de la historia.

Por Sergio Fuster

“En definitiva, necesitamos una forma realmente nueva de consideración de los tiempos históricos. Una forma que evite que la existencia se reduzca a la mera apropiación hedonista y melancólica de los fugaces bienes materiales, al carpe diem horaciano en los tiempos del bienestar material producido por la técnica. Una forma en la que el presente se viva con toda la riqueza y densidad del pasado que sobre él gravita, de modo que el futuro deje de estar cargado de inciertas promesas y se convierta en cauce del pasado presente”.

José Jiménez

Globalización. Planetización. Totalización. Mundialización. Todos ellos son sinónimos de un proceso que indefectiblemente desemboca en una situación que pretende abarcarlo todo (sino todo, la mayor parte posible). Ese “abarcarlo todo” que se despliega como una sombra, es un proceso en principio político hegemónico, que abre un nuevo imaginario social de carácter colectivo. Como tal, tiene serias implicancias en la vida y en la mentalidad universal, en las artes, en el mercado financiero y, por supuesto, en la tecnología. Marshall McLuhan, refiriéndose al avance de los medios de comunicación y su poder de masificación lo definió como una “aldea global”. Estos medios masivos de comunicación unidimensionalizan al sujeto, creándole necesidades que no necesita, como lo definió muy acertadamente Herbert Marcuse. Esta “profecía” de Marcuse, que refería al capitalismo avanzado, aparecía en plena decadencia de la URSS y anticipaba una unipolaridad de poder que finalmente se concretó.

Dicho fenómeno aparece cuando se caen las polaridades antitéticas quedando únicamente una síntesis que, en principio, se muestra oscura. En esa nueva condición de unicidad todo se traspasa como si fuera un “fantasma”—según lo definió Klaus Bodemer— o un espectro de la nueva época que se caracteriza por un aura colectiva transnacional e instrumental que busca, dentro de su dialéctica, dilucidar la síntesis ante la colisión con lo opuesto de la Era anterior. Es lo que Negri y Hardt llamaron un “Imperio biopolítico” o un “Nuevo Orden Mundial”.

Esta síntesis, lejos de ser homogénea, permite la expansión de miradas ante los múltiples metarrelatos que cuestionan lo pre para imponer lo resbaladizo de lo pos. Como la Marilyn de Warhol, esas miradas se reproducen incontables veces, bajo el manto de esa totalidad suprasensible. Las nuevas tecnologías que pasan de analógicas a digitales así lo hacen posible. Nace una nueva época. Su característica central: el flujo y el intercambio de información.

Esta síntesis totalizadora tiene importantísimas repercusiones en la mentalidad y en la contextura de un nuevo sujeto. A partir de las globalizaciones el concepto de sujeto se trastoca, cambia, es decir, que por proyección el sujeto se hace también global. Global en su trascendencia hacia la pertenencia de lo colectivo, de lo que comparte, disiente y representa por la complexión coyuntural de la misma lógica del proceso. Un sujeto global, pero, a la vez aislado del resto del mundo. La globalidad es contradictoria a su idea de sí mismo y tiende a recluirlo de ese concepto de sí, de su identidad, presentando serios signos, en palabras de Alain Touraine, de “desocialización”. La paradoja entre conexión y soledad es una característica real.

Y el sujeto sin el otro se debilita. Un sujeto fragmentado que en su fondo constituye esa totalidad. Comparte un mismo imaginario social. Pero, sobre todo, este, más allá de sus implicancias hacia esa “aldea global”, se subjetiviza desde lo trascendental y se busca a sí mismo, toma consciencia de su corporeidad y de su yo, de modo tal que esa totalización es entendida hacia un holismo de consciencia globalizante.

Esta atención hacia sí como integración mente-cuerpo coloca al sujeto en la vía regia de la transformación, y toda transformación compone el núcleo del espíritu humano. Esta toma de consciencia de sí es el paso previo a crear una necesidad de trascenderse a sí mismo y, sobre todo, de la construcción de un discurso afín. Es lo que habitualmente se le llama “espiritualidad”. Sin embargo, este giro trascendental, que en una analogía cuidada por regulaciones doctrinarias de un absoluto dentro de la religión de las formas lo esencializa (me refiero a una tradición situada), en una virtualización del sujeto, como ocurre en nuestro tiempo, se diluyen las perspectivas claras de los fundamentos últimos (aunque no desaparecen) y corre el riesgo de deshabitarlo. La globalización del sujeto posee dos caras: por un lado, puede llevarlo a un punto de vista más holístico y espiritual, pero, por el otro, ante el peligro de la pérdida de la referencia social, puede hacerle buscar raíces étnicas como fundamento y generar el racismo y la violencia hacia ese todo.

Hecha esta introducción, me propongo en este ensayo, tratar de explicar, no necesariamente las causas y las consecuencias de la idea de globalización tal cual se las entiende hoy, sino que, dentro de una lógica de los tiempos, del espiritualismo dialéctico de las épocas, desde la teología y desde la filosofía de la historia, proponer una hermenéutica mística de las Eras. No la historia de la mística, sino la lógica mística de la historia.

Cuando de mística se habla aquí, en realidad refiere a una crisis que trastoca y a una resurrección póstuma que retoque y reconstruya, a algo renovador, a un cambio hacia una síntesis. En definitiva: toda mística es un acceso a una totalidad. A una globalidad. Esa resurrección constituye la ruptura con paradigmas pasados y propone la construcción epocal de lo pos, para devenir en algo que trascienda ese ocaso y resurja en algo diferente. Pasión, muerte y renacimiento. La aurora de un nuevo ethos cosmovisional.

La tesis de que hubo varias globalizaciones a lo largo de los tiempos anteriores a la actualmente conocida, es interpretada aquí como etapas “biohistóricas” en las que se plantea la hipótesis de caídas y resurgimientos, o de muertes y resurrecciones de las Eras, con serias proyecciones sobre el sujeto. Esta dialéctica no es necesariamente buena. No se darán juicios de valor. Muchas veces llevar lo psicoteológico a una proyección biohistórica ha traído grandes calamidades al ser humano como se mostrará. No obstante, estas globalizaciones han ido acompañadas de despertares espiritualistas y visiones cósmicas del mundo, perspectivas que dentro de una dogmática analógica tradicional producen instancias místicas (transformaciones o nuevos renacimientos), pero dentro de una técnica digital, como se verá en la época actual, pueden dar lugar a la desmaterialización del sujeto —o a su radicalización para evitar dicha desmaterialización—. Y sin sujeto, no hay historia.

La dialéctica mística de la historia

La dialéctica muerte-renacimiento es probablemente lo primero que observó el homo sapiens, cuando tuvo consciencia de sí y del mundo. Muerte y renacimiento no es lo mismo que nacimiento y muerte. La inversión, en el primer caso, refiere a la perennidad y a la constancia

(siempre se retorna), y, en el segundo caso remite a la nada, a la muerte y al deceso de cualquier esperanza (fin absoluto). Esta contradicción entre lo permanente y constante del cosmos y la finitud humana como inane (todo es impermanente diría el budismo), es posiblemente el arquitecto de la espiritualidad humana, de su cuestionamiento existencial matriz: la muerte, la nada sin recobro. La contradicción entre las leyes macrocósmicas y las microcósmicas trae un pensamiento a la escena. Claro, el primer sistema de pensamiento del homo sapiens, fue una construcción imaginaria, el mito. Según Paul Radin el mito fue el primer sistema de filosofía. Con la mentalidad mítica como patrimonio de lo colectivo el homo sapiens muta y nace el homo religiosus. Es un momento de conversión.

La primavera. La vegetación sobre los árboles. El viaje anual del ciclo solar y su proyección diaria. Las caras de la luna. Las siembras y las cosechas a su tiempo. La lluvia y la sequía. Todo regresa. Todo menos el hombre. La fecundidad, la descendencia, el fenómeno vital que le ocurre al sujeto es solidario por trasferencia de lo que le acontece al cosmos. Tener un hijo es una forma de eternizarse en el tiempo y que algo sobreviva de lo que uno alguna vez fue. Es un modo de que la consciencia no se pierda en la necesidad de un continuum.

El pensamiento del mito corresponde a esta lógica circadiana circular de renovación. El mito del héroe, que viaja, que renace de la muerte; el héroe que en el inframundo combate por no quedar en ese estado inanimado, sino que mediante una lucha titánica resurge a la luz con una nueva experiencia. Vuelve de triunfar sobre la muerte, de vencer al Hades, retorna de la zona desconocida y misteriosa. Metáfora que tuvo su realización histórica cuando los aventureros se lanzaban a la conquista de otros mundos como luego hiciera el colono. Navegantes y exploradores a tierras misteriosas. Sin duda, esta es una interesante inducción a tratar de comprender el proceso que llevó al capitalismo eurocéntrico a “cosmizar” a otros territorios. El héroe solar iluminado e iluminador de la modernidad emprende periplos lejanos donde se enfrentará a monstruos y ballenas prehistóricas —personajes imaginarios que decoraban las cartas de navegación antiguas— para traer el botín. La perla de gran valor. La acumulación del capital. Gilgamés y Odiseo, ¿no fueron acaso los primeros colonialistas de los que se tengan registros?

El colonialismo y el neocolonialismo es tan sólo un reflejo social y práctico del mito del héroe. (Otro aspecto a pensar, más allá del saqueo que padecieron los “incultos indígenas” ante el héroe invasor, es en realidad, el costo que tuvo a la diversidad cultural el tener que modernizarse (o para-modernizarse). La pérdida de lo ancestral, de sus costumbres, la reelaboración de lo sagrado, Asia, África y América Latina, es una muestra clara de ello. Descartes hablaba de los “caníbales” y de los “chinos” como diferentes o periféricos al europeo “civilizado”, “cristiano”, “culto” y “tecnológico”. Claro que, con relación a los chinos, Leibniz revertirá esto. Es la instrumentación histórica del relato fantástico. Héroe que, al partir a tierras lejanas, es simbolizado con una muerte, con un auto-sacrifico, y al retornar, es interpretado con una resurrección renovada. El modelo mítico-histórico fue la pasión de Cristo. La teología de la cruz implica esa trasmutación. Alfred Loisy supo entender la diferencia entre Jesús de Nazaret, aquel carpintero de carne y hueso y Cristo. Uno: el personaje histórico. El otro: receptor de la hermenéutica “pagana” que depositaron los primeros cristianos sobre él. La invención del milagro de la encarnación, sobre un hombre común, la invención de su muerte y resurrección en el árbol. Patrimonio de la fe, del mito heroico solar desplazado a un hecho histórico. Una vez que se consuma la historia, esta debe ser superada, debe llegar a su fin.

Los primeros cristianos vivían en el fin de la historia, esperando su muerte epocal. Realizado el advenimiento del Mesías la historia sería superada. Pero sin olvidar la hermenéutica que depositaron los cristianos que vendrían después, aquellos que al no venir el fin de la historia en su época lo proyectaron a un fin de la historia escatológico, a un más allá, sea temporal o sea metafísico. Estos son los arquitectos de la Trinidad, de la divinidad del hijo, de la exaltación del Paráclito. El hecho de que Jesús de Nazaret fuese una persona histórica, aunque después sobre él se transfiriera una estructura mítica del Dios que muere y renace, como si Cristo colonizase al inframundo, hizo que este mito se trasladase también a un acontecimiento central en la historia de la salvación. Según el evangelio de Nicodemo (el que debía “nacer dos veces”), Cristo, después de expirar en el Gólgota, bajó al infierno, sometió a Satanás, encontró el árbol de la vida y subió a los cielos. Cristo es el Colón del otro mundo. Antaño fue Osiris el que invadió el inframundo y lo cambió para siempre. A partir de esta colonización del subsuelo escatológico los nuevos fallecidos tenían otra esperanza de prosperidad metafísica. Y esta historia de la salvación en la que Cristo es una máscara historizada del Dios egipcio que muere y de otros héroes solares que renacen, ya vino en parte construida por el judaísmo como concepto, cuando estos recopilaron sus genealogías y memorias de su pasado para no perecer como pueblo, sumada ahora a las crónicas evangélicas y a su oscuro apocalipsis joánico armaron las bases para la linealidad del tiempo. O por lo menos un círculo único sin retorno. Un tiempo distinto. Un tiempo atravesado por tres sucesos absolutos y verdaderos. Creación y caída del Edén, pasión, crucifixión y resurrección, asimismo restitución del Edén perdido al final de los tiempos. La secuencia del perdón. Esto constituye lo que yo llamo el mito de la redención. Sobre estas bases se edificó durante el Medioevo, el Renacimiento y la Edad Moderna la filosofía de la historia. Filosofía que en la Ilustración intentó ser secularizada, pero que, sin duda, como lo demostró Gianni Vattimo, son dos estructuras inseparables.

Por lo tanto, la historia de la salvación, está indisociablemente ligada a la filosofía de la historia como estructura. La filosofía de la historia, aunque haya intentado desprenderse del mito, es un mito en sí mismo y debe, a mi entender, ser comprendida bajo esa visión igualmente mítica. El mito del héroe que, a la mitad de la vida, como atravesado por un corte o una crisis central se ve obligado a realizar un viaje a un más allá de su zona conocida, a una terra incognita, a buscar algo que le cambiará su destino para siempre. Parte y regresa. Muere y renace. Esa muerte y ese pasaje por un limbo inconcluso es una transformación. Cuando hablamos de trasformación ahora estamos en el terreno de la mística y este campo es el campo de la espiritualidad.

Si la historia como línea, como concepción, es analizada desde un terreno claramente teológico, también puede ser vista desde un ángulo místico; es decir, poder comprender esa historia como una serie de procesos dialécticos que llevan a una saturación cosmovisional, a una etapa pos y a un estado de muerte. Mortus que luego produce un resurrexit de nuevas visiones del sujeto y del mundo. Estos renacimientos establecen campos de totalidad, planetizaciones o globalizaciones propiamente dichas. Muerte de la parcialidad, renacimiento de una totalidad. Totalidad que esconde bajo la misma historia, como si fuera un tipo de metafísica, una diversidad de metarrelatos, que hacen de ella un subsuelo absoluto que omniabarca una multitud de verdades contrapuestas y en pugna. Esta Era es un tipo de pos. Esto contradecía, al menos en una parte, a Vattimo en su propuesta que la posmodernidad posee una “metafísica débil”. Al menos esto no aplica a la historia. Nada más lejos de este razonamiento. Precisamente por ser pos, por tener una diversidad de relatos contrapuestos, es que todos ellos pudieron encontrarse y engarzarse por un hilo común y total; justamente por ello decimos que hay en el fondo una metafísica. Es un hipokéymenon. ¿Y qué es una metafísica si no acaso un fondo unitivo y globalizador? ¿Qué es sino una substancia? La globalización funciona como esa subyacencia que entrelaza las diferencias. Las diferencias son diferencias justamente porque conocemos que las otras cosas existen y esa información es global. En otras palabras, lo pos de cualquier época es pos precisamente por tener una metafísica fuerte, aunque no siempre visible. Sin esa metafísica fuerte, esos relatos, no serían capaces de tener consciencia de que son dispares. Toda posverdad es tal porque está comparada con un ideal de verdad, esta funciona de plasma conector, como red, sin ella no habría consciencia de la historia.

Acontecimiento absoluto y acontecimientos gravitacionales

Cuando las Eras mueren o se desgastan luego surge tras ellas una época que las nuclea. Esta época que abraza a los resabios de esos tiempos anteriores y des-conexos, está antecedida y precedida por acontecimientos aparentemente sin relación, pero que su reunión en un espíritu epocal constituye y programa la mentalidad colectiva de los sujetos y el cambio se percibe de manera coyuntural. Aunque todavía es inconsciente. Estos acontecimientos flotantes, como una fuerza centrípeta, se combinan en un acontecimiento central, único y absoluto. Después que estas condiciones se dan entonces ocurre el momento incuestionable. Este acontecimiento absoluto (absoluto porque al afectar a la globalidad es enfocado por una diversidad de perspectivas y todos ven e interpretan lo mismo; y como crisis, es el golpe de gracia que mata a las épocas y da el puntapié inicial para que resuciten nuevos paradigmas reciclados, pero bajo una globalidad), es justamente absoluto porque es global y, precisamente por ello, da a los sujetos una nueva luz que ilumina esa totalidad. Los sujetos se interpelan en su subjetividad. Ahora se sienten parte de un todo. Se hacen partícipes de ese todo. Son arrojados a lo real. Esta globalidad es tan inmensa y obvia que no siempre se ve. El aturdimiento de la luminosidad de la nueva Era que irrumpió produce la sensación de una detención. De una muerte por el impacto. De un tiempo ignoto. Creando la percepción ilusoria de que bajo ella sólo existe una pluralidad y una relatividad, pero esa relatividad es aparente porque la sostiene la consciencia Una de esa relatividad. La multiversidad siempre existió, sólo que ahora se toma consciencia de ella. Esta ignorancia de lo total únicamente estará presente hasta que el acontecimiento contingente sea “clavado” por un acontecimiento absoluto.

El acontecimiento contingente, o, mejor dicho, los acontecimientos contingentes, gravitan alrededor de ese acontecimiento absoluto, como un núcleo, cuya masa los atrae y los ordena dentro de su diversidad, de tal manera que se interpreta como una nueva época cuya emergencia es global. Es precisamente nueva por su totalidad. Y esa totalidad nueva transforma al sujeto para bien o para mal. Luego veremos de qué manera. Consideremos primero a que nos referimos con “acontecimientos contingentes”.

Lo contingente está compuesto por sucesos aparentemente independientes y sin relación entre sí, que se acercan a un centro de atracción global y al aproximarse tejen redes ininteligibles de datos, que al intercambiarse se conectan con otras y crean nuevas líneas de tránsito. Son nuevas autopistas de información. Una lógica cibernética. Estas, a su vez, crean otras conexiones sinápticas y conforman las bases globales del nuevo entramado socio-político, que da a una época determinadas características únicas, como un estilo, sobre una multidiversidad. Es precisamente porque es presente y carece de télos que su totalidad es difícil de percibir. Tesis y antítesis se superponen en una síntesis inentendible.

El teólogo John Caputo, que intenta forjar una teología posmoderna del acontecimiento sosteniendo una metafísica débil y un Dios también débil, colocando el acontecimiento como metafísica en sí, a pesar de su negación, lo explica con claridad. Sigue para ello la lógica de Gilles Deleuze que pensaba que una teología epocal debe descansar en el acontecimiento. Expone que un acontecimiento (contingente) no es exactamente lo que ocurre, sino algo “dado” en lo que ocurre. Un plus cuya reducción eidética es primigenia. Refiere a “algo” que ha tomado forma en lo que ha sucedido. No descansa en un hecho presente, sino que se constituye y adopta nuevas formas plásticas y móviles alrededor de ese acontecimiento presente. Es como una función sobre algo, y esa función es de-construible, no así aquello por lo cual se da.

Desde el terreno teológico no es lo mismo el acontecimiento de Cristo que el acontecimiento de la cruz. El acontecimiento de la cruz es una facticidad presente e histórica. Ocurrió y ya. Hubo un asesinato. Es un absoluto. Una singularidad. Es incuestionable porque el difunto está allí, colgado en su martirio. El acontecimiento de Cristo es lo que se da en esa crucifixión. No es la tumba en sí, sino es lo que la tumba vacía transmite. Este es, desde esta mirada, un hecho mundial. Total. In-diferente (que anula las distancias de la diferencia). Es irreductible en esa in-diferencia mística; luego viene el sentido de significantes de-construibles, de relatividades del lenguaje, acerca de las implicaciones hermenéuticas de ese hecho histórico. Es la diferencia entre el fenómeno en sí como “aparece” y la hermenéutica que se deposita subjetivamente y colectivamente sobre eso. En términos kantianos diríamos que el acontecimiento absoluto es el noúmeno y el acontecimiento contingente es su representación de consciencia. Pero desde su fenomenalidad es una totalidad. Lévi-Strauss diría que es la consciencia la que da orden al caos de la realidad. Nace el mito como ordenador. Sin embargo, este noúmeno, para Kant era inaccesible, en cambio, en el absoluto del acontecer, este es iluminado por las consciencias colectivas, de tal modo que constituye el sello del advenimiento de una nueva época plural. Se visualiza desde todo ángulo. Pierde la locación. Ocurre en el mundo. Hay una síntesis absoluta entre sujeto y objeto. Acontece la in-diferenciación mística. Lo oculto se ilumina. Un satori al estilo zen. Un penetrar en la verdadera naturaleza de la realidad.

A nadie ya le quedan dudas de que una nueva Era ha comenzado. La historia ha salido del averno, ha resucitado en un nuevo cuerpo. Es como que la red social se encuentra en una gran tela de maya (ilusión para la India) o en la ignorancia de las sombras de la caverna de Platón. Estas, están sostenidas por esos metarrelatos de los acontecimientos contingentes, pero de repente, son impactadas por ese acontecimiento absoluto que las clarifica. Un hecho sin lugar. Un acontecer incuestionable que trasciende la dualidad. Un buen día ven la luz del sol. Es un instante que ciega, trauma y a la vez transforma. Es un antes y un después. Esa clarificación es luz por igual para todos, es una totalidad global que hace que se tome renovada consciencia de su nuevo tiempo. Eduardo Sartelli escribe: “Como faltante el carácter social de la vida humana se impone, como tarde o temprano los individuos deben enfrentarse a los problemas comunes (“globales”, aclaración mía), es inevitable que las personas tomen consciencia de la realidad, desarrollen sus propias ideas del mundo en el que viven y lleguen a comprenderlo todo con absoluta precisión. Tales momentos son breves y brillantes, como cuando una estrella lejana estalla y su luz llega a nosotros en pleno día. (…) En ese momento florecen todas las artes y el pueblo se vuelve artista”. No es raro que las grandes globalizaciones estén precedidas o seguidas de grandes avances intelectuales, innovaciones culturales, religiosos y técnicos, especialmente en el área de la información y la comunicación. La invención de la escritura, el codex o el libro de página, la imprenta, hasta la red de internet, son una evidencia de ello. Estos grandes avances en materia de comunicación y de conectividad se dieron en momentos en que las sociedades se globalizan. Y esto también transforma al sujeto y a su manera de entender a Dios.

Estos acontecimientos contingentes que subyacen sobre lo absoluto pertenecen a la tesis cuyo eje interpreta que dos épocas se “superponen”. Se globalizan. La innovación es producto del encuentro de dos cosmovisiones antagónicas que se sincretizan y dan a luz algo nuevo. Esta superposición genera un golpe por la lógica del encuentro. Y de su colapso surge algo póstumo. El colapso de las épocas produce una muerte del tiempo. Cuando la tesis se encuentra con la antítesis conduce a una síntesis in-diferente no fácil de leer y da la sensación de que la Era se detuvo. Hegel no llegó a trabajar la estaticidad indiferenciada e intemporal de la síntesis. Es la sensación de la muerte yoica en el místico. Pero trataré de probar en este trabajo esa detención.

Después de un golpe provocado por una caída, hay un momento en que ante el aturdimiento del suceso no se toma todavía consciencia de lo que verdaderamente pasó. Es un pasar. Es una percepción subjetiva de una caída a un presente eterno. Se cae a lo real. El futuro parece transcurrir siempre como presente. Como el encierro dentro de un “bucle” temporal. Sin ninguna salida. Sin ningún sentido. Es necesario mirar con algo de distancia para recuperar el flujo sensorial de la temporalidad. Lleva tiempo que la época resucite. Que se la asuma. En ese lapso ocurre la parálisis de la historia. Un paréntesis intempestivo. El sujeto se globaliza y cambia la consciencia del tiempo, aparece sólo la inmensidad del espacio como unus mundus, todo es caos y confusión, vacío y nadidad.

El mundo en que vivimos es un orbe globalizado (no es un error de redundancia, es un doble enfático). Después del desmembramiento de la URSS simbolizada en la caída del Muro de Berlín, el planeta entró en una época unitiva que diluyó la razón instrumental. Se desdibujó la polaridad de la Guerra Fría. La posmodernidad. El “fin de la historia” según Fukuyama. El triunfo de la democracia liberal. Aparece el “último hombre”. El cumplimiento de la profecía de Nietzsche, de la Aurora que soñó. Lo que dejó la posmodernidad es una mentalidad líquida, un mundo donde se cuestiona la razón, donde no hay mucho para construir. Un mundo sin historia. Intentaré probar que ya no estamos en la posmodernidad, al menos no en la posmodernidad de los años ’70, o ‘90. Esa fue una época de transición. Esta época, en cambio, huele a entierro. Esta alienada, desvanecida y desmaterializada. Esta es una época muerta. Recientemente crucificada. Es una posmodernidad fallecida. La materialización mecánica funciona como un desecho, como un cadáver (dualidad cibergnóstica). Cuerpo y espíritu. Hardware y software. ¿Y su resurrección en una nueva época? Resulta difícil vislumbrar una resurrección. La Era de la información por su misma lógica no ostenta un telos definido. Todavía.

Las tres grandes globalizaciones

Si miramos retrospectivamente veremos que lo que ocurre hoy ya ha pasado y se ha podido salir. Ya ha habido otros colapsos. No es la primera muerte de las épocas. Claro, eran otros tiempos, era otro el sujeto, era otra espiritualidad. Era otra la relación con la técnica. ¿Será posible con los instrumentos que existen hoy, si estos no son lo suficientemente licuados, como la herencia que nos dejó la posmodernidad, poder construir algo con solidez?

Esto, como mencionamos, ya ocurrió. Aquí intentaré sostenerlo. Un viejo mundo mítico se encontró sobre un nuevo mundo sistemático, filosófico y lleno de dudas. Ese fue el encuentro del primer Imperio de la historia conocido: el Imperio Medopersa con las culturas del Cercano Oriente Próximo, que barrió y unificó el mundo fragmentario de la antigüedad formando una “posantigüedad”. Culturas del Este y del Oeste se conectaron en una simpatía como nunca antes había ocurrido. Esta fue la primera globalización.

Los persas fueron seguidos por las campañas de Alejandro que agrandó considerablemente el escenario, de Grecia a India. Y luego Roma terminó llegando hasta Britania. Mundo que se desintegra más o menos para los primeros siglos del cristianismo sumergiendo a las épocas en una etapa oscura. El mundo medieval se desgajó en tres grandes porciones olvidando su prospero pasado: la Europa cristiana, el Cercano Oriente preislámico tribal y “bárbaro” y el extremo Oriente desconocido. La historia había muerto por ese colapso globalizante y poco a poco retomaba su ritmo. Hasta la llegada del Islam (que desencadenó lo que Belloc llamó la Primera Guerra Mundial, es decir, Las cruzadas), que fue el preludio del Imperio Otomano cuando surge y toma Constantinopla (es una caída del cristianismo, que entre otras cosas, envalentona a los cultores de la Reforma), y esto, obliga a la Europa medieval a buscar nuevas rutas, así se descubre América y se reabre la ruta a China. El cosmos adopta dimensiones muy cercanas a las actuales. La tierra es destronada como centro del universo. Surge la necesidad de nuevas tecnologías. Nuevas redes de comunicación. Se propagan los nuevos inventos, renacen las artes y las letras. Resucita la época después de su muerte. Se revive lo clásico. Esta fue la segunda gran globalización.

Luego, durante la modernidad, hay un estiramiento breve mientras se construye un capitalismo temprano dentro de una filosofía liberal clásica hasta la Revolución Francesa (Hegel dijo que es el “fin de la historia”, historia que, a mi entender, resucita Marx transformando el idealismo en materia concreta), y la historia comienza a decaer hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La carrera armamentística y espacial hasta el fin de la Guerra Fría marca también el fin de la modernidad y el inicio de lo posmoderno. En ese período la tecnología avanza a pasos agigantados. La televisión, las computadoras, la conquista del espacio y la incipiente internet. Esta es la tercera y presente globalización.

Aquí vemos las tres grandes globalizaciones. Dos de ellas experimentaron las consecuentes muertes y renacimientos de la historia. ¿Y la tercera? ¿Qué se entiende por muerte y resurrección?

No obstante, a partir de la caída de las Torres Gemelas, el mundo entró en otro colapso, el golpe de las teocracias contra el tardocapitalismo. Un capitalismo desgastado que se dirige a un “telos de bienestar” se golpea con una mentalidad arcaica, mítica, detenida en lo pre, en el mito religioso monoteísta y arcaico. El 11-S aconteció “lo dado” en el mundo. Para Habermas fue “el primer acontecimiento histórico mundial”. Giovanna Borradori dijo: “en 2001 este mismo público global fue súbitamente convertido en testigo ocular universal”. Según Baudrillard este fue un “acontecimiento absoluto”. Acontecimiento absoluto que atraería hacia sí acontecimientos errátiles e ininteligibles. Aparece nuevamente en escena el protagonismo de la religión en su peor versión. Se fortalecen los monoteísmos. Dos mundos antitéticos se encuentran, chocan, se hacen pedazos, y es difícil leer esa síntesis. Los románticos marxistas, que necesitan de la historia para sostener su ideología, vieron en este suceso el fin de la posmodernidad y el nacimiento nuevamente de la historia.

Sin embargo, la posmodernidad, aunque en un avatar distinto, todavía está vigente, en el sentido que no parece que los hechos históricos volvieran a la escena. Creo que la historia, como la concebimos desde la modernidad hasta la actualidad, ha muerto. La confusión está, me parece, en que hoy existe, al igual que siempre, la necesidad de sentido (ir hacia un nuevo lugar, sea al pasado o al futuro). El mundo se debate entre lo pre del arcaísmo de lo sagrado y lo mágico y lo trans del cibercapitalismo creciente. Estamos entre las bombas de fabricación caseras o los camiones asesinos de los terroristas y las nuevas generaciones de robots armados con tecnología militar para las guerras del futuro. Hoy hay una prima de lo económico sobre lo cultural. La mecanización sobre lo espiritual. El fordismo ante la libertad individual. Lo informático y lo analógico sobre el sujeto y su humanidad. Hoy no está del todo claro qué es ser un “ser humano”. El sujeto es incierto, no encuentra sus fundamentos que lo hacen tal. Sólo se ve la lógica de un mercado que destruye la ética y que intenta acompañar a las nuevas tecnologías a través de la formación de las empresas transnacionales. Lo digital se establece sobre lo moral y lo espiritual.

En la actualidad, ante ese colapso, la historia se detuvo. Las nuevas filosofías futuristas que ofrecen un télos, como el trans y el pos-humanismo no están claras todavía. Tienen olor a las viejas mitologías. Rafael Sabatini supo poner en boca del maestro de esgrima de Scaramouche: “la mano es más rápida de la vista”. En este caso, la filosofía de ficción va más rápido que la realidad. En eso está desplazando a la literatura. Aldous Huxley y su “mundo feliz” constituyen un nuevo profeta. Pasamos de Luc Ferry y su libro sobre las bondades del “transhumanismo” a Fukuyama, que se prende a la discusión de moda y ve en esto un peligro potencial. La inestabilidad política dentro de su narcisismo está desorientada. El neocolonialismo es reemplazando por el cibercolonialismo digital y afecta a las economías del mal llamado Tercer mundo. Ni Adam Smith ni Karl Marx son posibles. La historia parece haber muerto. El encuentro de polos diametralmente opuestos genera esa sensación. Por ahora estos polos equilibran fuerzas y la historia está estática, hasta que alguno de estos extremos se sature e inunde al otro. Sería un escape apocalíptico. Las salidas no son sencillas y tienen costos de millones de vidas. La historia necesita una resurrección, eso está claro; el problema es cómo.

(*) El ensayo presentado aquí es un fragmento del primer capítulo del libro de Sergio Fuster Pasión y muerte de la historia. Una lectura teológica de las épocas, Editorial Antigua, Buenos Aires, 2022.

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