En Florencia, ciudad del arte

Por Esteban Ierardo

Vista parcial de la cúpula de la Basílica Santa María del Fiore (Todas las fotos Laura Navarro y Esteban Ierardo)

En Florencia el asombro es continuo. La imponente basílica de Santa María del Fiore, con su inmensa cúpula; el Palacio Vecchio; la Plaza de la Señoría; la Galería de los Uffizi; la Iglesia de Santa Croce; en la que Stendhal experimentó su famoso síndrome por el impacto de la belleza; la huella de Dante, Leonardo, y Miguel Ángel…

Aquí un relato sobre la visita a la ciudad, y en este sitio también pueden encontrar esta galería de imágenes sobre la ciudad, con muchos de los lugares mencionados también el texto:

GALERÍA FLORENCIA

(Y todos las fotos en texto se puede ampliar)

En Florencia, ciudad del arte (*)

Por Esteban Ierardo

I

Llegamos en la mañana. Un moderno tranvía nos lleva hasta la zona del casco histórico. Ya estamos en Florencia, entre sus edificios, esculturas, calles empedradas, iglesias, mercados y cafeterías. Arte por doquier.

Pero como viajeros que no lo planifican todo, al principio nos perdemos rumbo al alojamiento; y en medio de nuestra desubicación, una aparición extraordinaria nos deja boquiabiertos, por primera vez: la catedral de Santa María del Fiore.

Pero nos reponemos, y caminamos hasta llegar a la Plaza de la Señoría. A unos pasos, en una angosta calle lateral, encontramos el alojamiento.

Solo entonces, luego de descansar, podemos atender mejor a tanta historia al aire libre. En la Plaza de la Señoría (Piazza della Signoría), el Palacio Vecchio trepa con su altura de piedra. A un costado, la Fuente de Neptuno, y una réplica del David del Miguel Ángel; y el monumento de la Loggi dei Lanzi, llamada así, averigüé después, por los mercenarios alemanes, armados con lanzas que, al servicio de Carlos V, descansaron ahí, en su camino hacia el famoso saqueo de Roma, en 1527.

 Con los Médicis, la familia de banqueros y mecenas, Florencia se organizó como una República. Pero en el siglo XVII, Cosme I de Médici dio nacimiento al Ducado de Toscana. En ese tiempo, la Logia dei Lanzi se convirtió en un recinto con grandes esculturas. Uno de los primeros espacios públicos de exhibición de arte en el mundo.

  En la Logia se encuentra, junto al Il Ratto delle Sabine, de Giambologna, y otras importantes obras, el célebre Perseo con la cabeza de la medusa. Un bronce de más de tres metros de altura, de Benvenuto Cellini. Cuando Perseo corta la cabeza de los cabellos de serpientes alegoriza el fin de las viejas discordias de los ciudadanos en los tiempos republicanos.

 Julio César fundó lo que sería Florencia en el 59 A.C. En su fundación, tuvo la forma de un campamento del ejército romano, con su centro en la actual Plaza de la República. La Florencia original se alzaba en la Via Cassia, la principal ruta romana hacia el norte, en el valle del Arno. Así, rápidamente, la ciudad se convirtió en gran centro comercial. Y en aquella Piazza della Repubblica, zona del mercado en la edad media, en el siglo XX, durante el fascismo, se removió la estatua del rey Vittorio Emanuele II, porque se quería tener más espacio para los actos públicos que exaltaban al régimen.

En el perímetro de la plaza se acomoda el café literario Giubbe Rosse, uno de los que tiene más historia en Italia. Lugar de encuentro de Marinetti y sus seguidores futuristas. 

En la plaza de la Señoría, leí que, en 1498, fue quemado Savanarola, el predicador fanático que exhortó a los florentinos a tirar al fuego sus posesiones lujosas en una “hoguera de las vanidades” (1).

II

Pero estamos ansiosos por volver a la Basílica de Santa María del Fiore, también conocida como el Duomo, con su cúpula de 55 metros de diámetro, la más grande del mundo.

Apreciamos la fachada en la que se funden rosetones, tímpanos, mármoles, esculturas empotradas en sus nichos, columnas serpentinas y aberturas. Una presencia artística del pasado que sobrevive, casi intacta, por la firmeza de la arquitectura. Gigante, bello y despierto, que en su interior abraza frescos, pavimentos de figuras geométricas, arcos ojivales y una planta en forma de cruz latina. La obra maestra del arte gótico y del primer Renacimiento italiano.

Detalle fachada Iglesia Santa María del Fiore.

Entre los siglos XII y XV, el gran símbolo del poder florentino, con su gran cúpula y sus 114 metros de altura, de Filipo Brunelleschi, junto al campanile, la torre campanario que fue iniciada por el Giotto, el gran pintor que adelantó el arte moderno, y que murió antes de completar la construcción que, hoy,  luce sus medallones hexagonales, figuras que simbolizan los planetas, los sacramentos y las artes liberales, y estatuas de profetas y sibilas.

  En contraste con la vivacidad magnética de la fachada, dentro de la gran iglesia se impone la austeridad. La moderación, acaso por la influencia de las prédicas de Savaranola, cuyo verbo fanático exigía el desprecio de los ornamentos. La catedral se acomoda en su planta basilical clásica de cruz latina, con dos naves laterales de dimensiones inferiores respecto a su nave central alta y ancha. En la cúpula, los frescos pintados por Vasari respiran en un círculo dinámico y atractivo; mientras, abajo, en la cripta, descansa en una despojada tumba  Brunelleschi; y, en otro lugar, pide su instante de contemplación la pintura Dante y la Divina Comedia, de Domenico di Michelino; una de las imágenes más emblemáticas del poeta visionario florentino, en la que el pintor representa el infierno, el cielo, pero también el propio Duomo, el Palacio Vecchio y las murallas de la ciudad.

 La iglesia magnífica que atrae por su fuerza estética antes que por una significación religiosa, símbolo en los siglos XIII y XIV del poder y la riqueza de la ciudad que fue la capital toscana,  con un nombre que remite a la flor del lirio, y al extinto nombre Fiorenza; la catedral que empequeñece todo a su alrededor, pero no como algo que anonada o quita el valor propio sino como lo que eleva hasta la cúpula, su torre, y sus formas como sendero hacia el cielo que contiene la altura y las nubes, y comunica las estrellas con la dureza terrestre de las piedras y las calles.

Una las «puertas del paraíso» de Lorenzo Ghiberti, en el Baptisterio de San Juan.

Y frente a la magnífica iglesia, vemos el Baptisterio de San Juan. Confirmamos

lo que habíamos leído en tantas partes: en el Battistero di San Giovanni resplandecen las puertas de bronce de Lorenzo Ghiberti, llamadas “Puertas del Paraíso” por Miguel Ángel, con escenas en

Detalle de una de las puertas del Paraíso

relieve del Antiguo Testamento. Según Giorgio Vasari, “la obra de arte más fina jamás creada”. Puertas que, sin embargo, el viajero debe saber que en realidad son copias, porque los paneles originales, luego de ser dañados por una gran inundación, están en el cercano Museo dell’Opera del Duomo.

 No muy lejos, reconocemos la Basílica de San Lorenzo, modesta en su fachada pero que, en su interior, alberga la Tumba de Juliano de Médici, una de las obras más excelsas de Miguel Ángel.

 La ciudad es recorrida por miles de turistas. Algunos en grupo, otros solitarios. Las mujeres compiten en mostrar sus mejores prendas. A muchos los devora la urgencia por comer una buena focaccia, en la Osteria All’antico Vinaio; otros, quieren visitar los lugares emblemáticos, entre los que se encuentra el Puente Vecchio que, desde la edad media, contiene una colmena de joyerías, que seducen con su oro y diamantes. Y otros sospechan el latir de la historia susurrando entre relieves y las hendiduras de los pavimentos.

A la vera del Ponte Vecchio, unos remeros fluyen, ágiles, sobre el Arno. Uno de los visitantes viste una remera con la imagen de Leonardo. Y a Leonardo lo vemos en una de las estatuas que adornan el patio de la Galería de los Uffizi.

En una de las salas del gran museo se muestran tres obras del genio de La última cenaLa anunciación,

La anunciación de Leonardo, en la Galería Uffizi.

 Los reyes magos, El bautismo de Cristo. La autoría de esta última obra es de su maestro, Andrea del Verrocchio; pero, sin discusión, hoy se acepta que uno de los ángeles del lienzo solo pudo surgir del pintor de La Gioconda.

De origen ilegítimo, Leonardo se crió entre las rocas y árboles del paisaje toscano, en Vinci. Su pensamiento complejo, además de abrazar la excelencia artística y las invenciones diversas, también se apasionó por las formas vegetales, las plantas y sus detalles, el mundo natural y sus ritmos.

Anuncio de una muestra sobre la botánica en Leonardo.
El árbol dentro del dodecaedro.

Por eso en la Piazza della Signoria, nos quedamos prendados de un árbol dentro de un dodecaedro, la representación del universo para el

neoplatonismo renacentista, y que mucho interesó a Leonardo, lo mismo que la ciencias naturales, la botánica, y su pionero interés ecológico por la naturaleza. Y vemos el anuncio de una muestra de ese aspecto de su obra.

Al caminar entre las calles florentinas, recuerdo que el papa Sixto IV pidió a Lorenzo de Medici sus mejores artistas para pintar una capilla. La capilla Sixtina. Leonardo no estuvo entre los elegidos. Miguel Ángel, sí. Y con la casa de Miguel Ángel, en la Vía Ghibellina 70, nos encontramos vagando al azar. Un descubrimiento al caminar como el flâneur de Baudelaire, al recorrer las calles de París sin una meta fija, sin un mapa previo. Solo para descubrir lo no programado. La sorpresa hipnotizando la mirada. El viaje del descubrimiento espontáneo.

 En 1503, los dos grandes florentinos, Miguel Ángel y Leonardo, competieron en la decoración de la Sala del Consejo, hoy la sala del Cinquecento, del Palazzo Vecchio, que

Vista nocturna del Palacio Vecchio, donde Leonardo y Miguel Ángel fueron convocados para pintar sus obras.

visitamos entre turistas de muchos países.

 En ese lugar, Leonardo acometió La batalla de Anghiari, una victoria de los florentinos sobre los Visconti, la casa gobernante en Milán. La obra, hoy desaparecida, irradia un halo de misterio. Supuestamente, desapareció cuando, por orden de Cosme I, Giorgio Vasari pintó encima La batalla de Scannagallo, en 1565. Pero muchos expertos sostienen que debajo del mural sobrevive, oculta, la pintura de Leonardo. Difícilmente Vasari, el autor de Las vidas de los más excelente pintores, escultores y arquitectos, él mismo pintor y arquitecto, biógrafo de Leonardo, pudo haber pintado encima de su admirado maestro.

 Una guía nos recuerda que para decorar la sala del Cinquecento, Miguel Ángel pintó el cartón de La batalla de Casina, victoria florentina sobre los pisanos. Luego, trasladaría esta imagen a las proporciones de un gran mural. La encargada de guiarnos nos habla también de una arraigada tradición: Baccio Bandinelli, escultor que sentía gran envidia por Buonarroti, habría destruido su boceto.

 Y Bandinelli es el autor de Hércules y Caco, estatua que vemos en la Plaza de la Señoría, ubicada, como una ironía, junto a la copia del David.

 Al vagar de vuelta por las calles descubrimos un relieve: unos artistas anónimos que, en su taller,

Artistas anónimos entregados a la construcción de un edificio, y al tallado de una escultura.

tallan una escultura; mientras, otros, construyen un edificio con una plomada, un compás, una escuadra. Los constructores verdaderos del arte. Ese arte que, luego, la aristocracia y el clero gozaban y ostentaban.

 Cerca, nos detenemos en La fuente del Porcellino, en la Logia del Mercado Nuevo. Allí vemos una estatua de un jabalí de bronce, de Pietro Tacca.

En el siglo XVII se convirtió en una fuente. Al mismo tiempo nació la superstición de introducir una moneda en el jabalí, como augurio de buena suerte. Una creencia de la que dio constancia, asegura una placa, Hans Cristián Andersen durante uno de sus viajes a Florencia.

Il porcelino, el jabalí de bronce, centro de una leyenda popular

En un puesto del Mercado, cerca del Il porcellino, comemos un bocadillo de lampredotto, comida regional típica de la Toscana.

Y al atravesar el Ponte Vecchio, nos topamos con una breve galería, en la que sobresale un negocio de cerámicas, y que da a una casa en el fondo. Una placa nos recuerda que allí vivió Maquiavelo, el autor de El príncipe. En el momento de su residencia allí, el canciller florentino caído en desgracia, que sufrió el exilio, quizá ya elaboraba sus ideas sobre la lógica de lo político: lo que mueve al Príncipe es la voluntad de conseguir el poder y luego mantenerlo, mediante una mezcla de astucia, prudencia, hipocresía y sagacidad para la manipulación.

Al poco andar, descubrimos el Palacio Pitti, de 1458, edificio austero e impresionante que fue construido por pedido de Lucca Pitti, un poderoso banquero, socio de Cosme I Médici, con la intención, se cree, de superar al palacio Médici Riccardi, construido, en 1444, por orden de Cosme de Médice “El viejo”.

 Recordé entonces que, en un libro de historia del arte, había leído que, en el 1600, en el Palacio Pitti se estrenó lo que para algunos es la primera ópera cuya música se conserva íntegramente: Eurídice, de Jacopo Peri. En el Renacimiento, se regresó a la cultura clásica grecorromana. Dentro de ese impulso, en Florencia, surgió La Camerata fiorentina, o Camerata Bardi, por Giovanni Maria Bardi (2), quien fue anfitrión de una tertulia de músicos, poetas, filósofos, humanistas. Entre los miembros de la Camerata se encontraba Vincenzo Galilei (el padre del astrónomo). Las reuniones y la filosofía del grupo derivaron en la recuperación de la tragedia griega antigua, y su transformación en el teatro musical de la ópera.

  Con el tiempo, el Palacio Pitti se convirtió en la residencia de los duques de la Toscana. También fue base militar de Napoleón durante su invasión al norte italiano.

III

 Y en una caminata nocturna en torno a la Basílica de San Lorenzo, nos encontramos con una mujer: Ana María Luisa de Médici. Ella descansa en forma de estatua. El arte conservado de la ciudad depende de su legado…

 En 1737, Ana, residente en el Palacio Pitti, recibió el ofrecimiento de la regencia del ducado de Toscana, en nombre del duque legítimo Francisco Esteban de Lorena. Pero declinó la oferta. Dejó el ducado en manos de la casa Lorena. Pero a condición de un Pacto de familia. Por éste, el tesoro artístico florentino no podía ser sacado de la ciudad. Así se evitó que Florencia fuera esquilmada en su arte, mengua que sí padeció Urbino.

 Por eso, el David de Miguel Ángel se encuentra hoy en la Galería de la Academia. Al llegar allí, es imposible quedar indiferente ante el poder humano de crear belleza. El embrujo de la armonía; la piedra redimida de su tosquedad, convertida en forma excelente. Un mármol blanco tallado de más de cinco metros, de más de cinco mil kilogramos. El David bíblico, de fiera mirada, se apresta a combatir a Goliat. El que solo cuenta con su valor y astucia vence a un gigante. Acaso el símbolo de la República de Florencia, pequeña frente a la propia familia Médici; o, más aun, ante los Estados Pontificios. Fiel a su teoría, Miguel Ángel despertó la figura latente y dormida que espera su momento de mostrarse a la luz al superar su primer encierro en un bloque de mármol de Carrara. El David, en contrapposto por su pie derecho adelantado, es el arquetipo de la escultura renacentista en su recuperación de la sobriedad y la proporción. El ideal de belleza por un canon armonioso que, a su vez, manifiesta un orden natural superior. El David como la imagen artística del humano que talla su imagen idealizada de sí mismo.

 Y también visitamos la Galleria degli Uffizi (Galería de los oficios) con la colección de pintura renacentista más importante del mundo; o recorremos las esculturas del Museo Bargello. Todo gracias al acuerdo de Ana María Luisa de Médici. No en vano, todos los años, los florentinos la recuerdan el 17 de febrero, en una importante fiesta comunal.

Los Uffizi es el edificio construido con los planos de Vasari, para ampliar el Palacio Vecchio.

Es tanta la belleza ahí acumulada que la única forma de una visita plena es la que sigue después del conocimiento físico de las obras. Es decir: volviendo, por el recuerdo, todas las veces que se pueda a esa visita, y profundizando, por la lectura, todo lo visto.

 Las genuinas visitas nunca terminan. Son un proceso mental continuo; una evocación repetida que agrega más detalles y perfiles. Un modo del viajar por el aprendizaje retrospectivo sin fin potencial, más que el factum de la muerte.

Detalle de La batalla de San Romano, de Paolo Ucello.

 Ese tipo de visita continua es la que ahora me lleva a recordar algunas de las obras que con Laura vimos en los Uffizi. Por ejemplo: La medusa de Caravaggio; El nacimiento de Venus y La Primavera, de Botticelli; La batalla de San Romano, de Paolo Ucello. 

En un momento nos despierta la atención una obra, cuya temática contrasta con la elevación que nos rodea por doquier. Un mujer está concentrada en su labor dentro de una cocina. Una pintura de género que representa escenas, exteriores o interiores, de la vida cotidiana. Una mujer, de espaldas,en un instante doméstico de intensa dedicación, en un entorno de platos, sartenes, botellas, recipientes. Se trata de La sguattera (la criada de cocina), una obra de Giuseppe María Crespi, de 1712. Crespi apodado «El español», por su forma de vestir,

La sguattera (la criada de cocina),de Giuseppe María Crespi (1712).

perteneció a la Escuela boloñesa. Pintor de obra muy diversa, desde los temas de la vida diaria hasta la solemnidad de lo sagrado como en su serie de Los siete sacramentos. El artista más destacado de pintura de género en la Italia barroca. En La sguattera la pasión en la tarea de la criada de cocina es tan trascendente como todo lo que muestra el museo referido a los temas de la alta liturgia o religión, como La Tebaide del Beato Angélico.

Aquí se concentra las obras de tantos otros artistas, con muchos de los cuales podemos encontrarnos, afuera, en el patio del museo, poblado con sendas estatuas en su homenaje.

Dejamos el museo embelesados. Todo lo visto nos llevará luego a la lectura, a la búsqueda de otras huellas de la capacidad humana de crear belleza. Los museos no son solo lugares para encontrar la obra de este u otro artista. Son también la escena en la que brilla la evidencia del misterio de la creación de lo bello. Lo creado por los seres de una especie que, a la vez, es capaz de destruir la vida sin remordimientos.

Y al continuar el viaje decidimos recurrir al consejo de un habitante de la ciudad para elegir el próximo lugar a visitar. En nuestro propio alojamiento encontramos esa guía…

IV

Casa de Vasco Protolini, hoy lugar de alojamiento.

 El hotel donde estamos alojados es una casona restaurada que perteneció a Vasco Pratolini, uno de los grandes escritores neorrealistas italianos del siglo XX. La encargada, una servicial albana, está triste. Le robaron los pasaportes de ella y sus hijos,

y su dinero. Tratamos de consolarla. Y al reponerse nos aconseja ir a la Iglesia de Santa Croce. Así lo hacemos.

 Ahí, después reparamos, es el lugar donde Stendhal (3) sintió, puntualmente, su célebre desvanecimiento ante la belleza…

 Curioso, expectante, Stendhal entró en la iglesia que visitamos; iglesia consagrada en 1443, y cuya construcción se inició dos siglos antes. La iglesia franciscana más grande del mundo, financiada por la República de Florencia. La iglesia es la sepultura de distinguidas familias de las corporaciones de la Florencia de la época de los Medicis; y su convento anexo fue lugar de retiro de papas, como León X; y recibió a personajes célebres de la edad media del tipo de san Buenaventura, o san Antonio de Padua, que tanto luchó contra la usura.

Iglesia de arquitectura gótica, de magníficos frescos, retablos de altar, vitrales y esculturas. Y con las capillas Bardi y Peruzzi. En la capilla Bardi relucen los frescos con imágenes de la vida de san Francisco de Asís, pintados por el Giotto (1267-1337), el que inició la construcción del Campanile, el gran genio de la pintura del Trecento, origen de la pintura moderna por su recurso a la perspectiva y las figuras humanas en primer plano. Además del Giotto, el templo alberga las obras de Cimabue, Brunelleschi, Donatello, Giorgio Vasari, Lorenzo Ghiberti, Bronzino, Antonio Canova, entre muchos otros. Y aloja también las sepulturas de Dante Alighieri (simbólica en realidad, porque sus verdaderos restos están en Rávena), y las de Nicolás Maquiavelo, Miguel Ángel, Galileo Galilei, Vasari, Lorenzo Ghiberti, Guillermo Marconi.

 Dentro de la Iglesia de la Santa Cruz, la iglesia de Santa Croce, Stendhal sintió que se aceleraba su ritmo cardíaco, y que lo invadía una sensación de vértigo y desvanecimiento:

 «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

 En 1979, la psiquiatra italiana Graziella Magherini vinculó la experiencia del escritor francés ante lo visto en Santa Croce con los rasgos de un síndrome: el síndrome de Stendhal. Su primer abordaje es el de una enfermedad psicosomática que la investigadora detectó en numerosos visitantes y turistas en la ciudad de Dante y Leonardo. Pero el verdadero significado cultural del síndrome de Stendhal en la iglesia florentina de Santa Croce es, seguramente, el goce romántico ante la belleza acumulada.

V

 En la plaza frente a la Iglesia de Santa Croce, el sol desparrama su luz. Es una tarde diáfana. Un músico callejero entona sus acordes. Un libro gigante se alza en una esquina para atraer lectores hacia una enciclopedia impresa, poco apreciada en estos tiempos digitales. La gran iglesia es imponente. Como también lo es, frente al templo, la estatua dedicada a Dante, otro gran florentino, con su mirada que escruta los cielos, y su gesto adusto que anuncia los castigos del infierno.

 Cerca de nuestro alojamiento, siempre nos encontramos con la casa del poeta

Casa de Dante

de la Divina comedia. Y lo imaginamos no solo volando en el cielo con su Beatrice, sino también peleándose con los papistas de su época, y ubicando en el infierno a sus rivales en su célebre poema.

 En nuestra última caminata durante la noche, la Basílica de Santa María del Fiore nos hipnotiza. Nos parece una criatura viva, fascinante.

 Esa noche quizá llueve, nace una tormenta. O no. Pensamos entonces que en la ciudad del gran arte no dejamos de ver lo inquietante: el sufrimiento escondido.

 El dolor convive con la belleza.

 Por eso, la noche antes de irnos a la mañana siguiente repasamos con Laura el reverso doloroso de tanto arte bello que hemos visto: los empleados en los supermercados que trabajan largas horas por la paga mínima; los mozos que, entre el humo de un cigarrillo y apartados en un descanso solitario, mitigan su angustia por tener que agradar a los clientes con pantomimas de amabilidad forzada; y un caballo viejo y cansado que, frente a la basílica de Santa Maria del Fiore, se resigna a tirar de un carruaje en el que se acomodan unos turistas.

Reflejos en el Arno.

 Y también está el sufrimiento de otras épocas. En tiempos modernos, la invasión de los franceses, o la de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Y recordamos la gran inundación de 1966, el desborde del Arno, que mató a más de cien personas y destruyó numerosas obras de arte (4).

Atardecer en el Arno

En la última tarde de nuestra estadía, volvemos al Arno, el río inseparable de la historia de la ciudad, que Leonardo quiso llevar su movimiento hasta el mar, sin lograrlo. Las construcciones juegan con su reflejos sobre el tapiz de las aguas, las nubes continúan sus vuelos de altura, y el tiempo avanza, inflexible, hasta que, en el atardecer, el sol,

de a poco, repite su rito de su lento bajar y desaparecer, hasta que la noche vuelve a desplegar sus banderas de estrellas, nuevamente,

Y al día siguiente, con el nuevo sol llega un nuevo día. Y antes de irnos, el esposo de la encargada nos despide con mucha amabilidad. Caminamos entonces hasta la estación del tren, cerca de la iglesia de Santa María Novella. Y en el camino, ya empezamos a recordar la belleza que se aleja, entre la calidez del mediodía.

(*) Esta narración es el resultado de la fusión y ampliación de dos textos antes escritos para la revista VIceversa.

Muchos de los lugares aquí comentados se pueden apreciar en la:

GALERÍA FLORENCIA

Citas

(1) Girolamo Savaranola fue un religioso dominico, confesor de Lorenzo de Médici, enérgico predicador.  Enemigo de los lujos, y de la corrupción que distancia de un cristianismo de la pureza, convenció a los habitantes de Florencia de arrojar sus objetos de lujo, cosméticos, libros (como el Decamerón de Giovanni Boccaccio),  maquillajes, espejos, vestidos costosos, instrumentos musicales, e incluso obras de arte en la llamada hoguera de las vanidades. Sandro Boticcelli fue uno de los que se dejo intimidar y arrojo al fuego algunas de sus pinturas.  Savaranola pretendió hacer milagros para justificar su misión divina, pero fue retado por un franciscano a probar que estaba protegido por Dios al entrar en un fuego. Finalmente se negó. Perdió el apoyo popular. Fue arrestado. Bajo tortura, confesó que sus supuestas visiones y profecías eran inventadas. Finalmente, los florentinos se libraron de él y fue quemado en la hoguera, en 1498. Una estatua suya en Ferrara expresa sus gestos de predicador exaltado y demandante. El 23 de mayo de todos los años en La Fiorita, se recuerda la muerte y ejecución de Savonarola quien, luego de su muerte, atrajo la admiración de muchos religiosos humanistas. 

(2) Giovanni Maria Bardi, conde de Vernio (una localidad de la Toscana), fue un poeta, compositor, militar y crítico literario que, entre los años 1570-1580, creó en su casa la Camerata Fiorentina, de un fundamental rol en la promoción del origen de la ópera. También publicó un estudio sobre el calcio florentino, precursor del fútbol.

(3) En el tiempo de su estadía en Milán, en 1817, Henri Beyle Stendhal, el autor de Rojo y negro y de La cartuja de Parma, publicó su libro de viajes Roma, Nápoles y Florencia (Pre-Textos, 1998), bajo la forma del diario de un oficial de caballería prusiano procedente de Berlín. El narrador se convierte en observador de la sociedad italiana; reflexiona sobre sus costumbres, sus pasiones, virtudes y defectos. Pero de aquel libro las líneas que alcanzaron mayor trascendencia fueron las que refieren lo que le despertó a Stendhal la visita de la iglesia de Santa Croce, en Florencia, y el impacto estético que le produjo su belleza rotunda.

(4) Luego del retiro de las aguas, a la castigada ciudad de Dante y Leonardo acudieron miles de voluntarios, principalmente jóvenes, a los que se llamó «Ángeles de Barro», cuyo propósito era limpiar de suciedad y humedad todo lo que estuviera a su alcance.

Vista de Iglesia de Santa Croce, en Florencia (Foto Laura Navarro)

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