Por Esteban Ierardo

El viaje visionario de Dante irradia la intensidad de lo clásico, de lo que perdura en su valor, desde cierta atemporalidad. Aquí una breve aproximación a su célebre descenso a los círculos del Infierno, y sugerencias de lectura.
Dante y siempre se puede volver al infierno (*)
Por Esteban Ierardo
Para Dante, la desesperación humana se agazapa entre la nada y el cielo. En la Edad Media, el poeta viajó a través del pecado, la purificación y un cielo espiritual. A pesar de la fricción del tiempo, su viaje no deja de asombrar y abrir la reflexión. Los cantos del Infierno de la Divina Comedia reviven en la edición de Audisea, con la traducción y notas de Alejandro Crotto, y las ilustraciones de Julián de la Mota.
Aún callado, el humano siempre sufre la herida del conflicto, la insatisfacción, la contradicción. Por eso, como Jano, Dante tuvo dos rostros, al menos en apariencia contradictorios. Por un lado, lo atraparon las ambiciones y confrontaciones políticas entre güelfos (favorables al Pontificado) y gibelinos (defensores del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico).
Defendió la independencia de Florencia dentro de la Italia desgarrada entre repúblicas y reinos. Sufrió exilio por ese compromiso. Y, también, aspiró dulces armonías poéticas, idealizó la belleza femenina en la figura de Beatriz, y se embriagó con un Dios que crea al mundo y lo anima de movimiento sin, a su vez, ser movido por él.
Dante buscó, en un mismo ritmo, el logro político y la realización espiritual. La victoria política que ansiaba era defender a su ciudad natal amenazada por los Estados Pontificios y Francia, pero lo que también lo entusiasmó fue el sueño de una Italia unida (sueño que compartirá después Maquiavelo).
Y, además, aquí en la Tierra, bregó por la autonomía de los príncipes, señores y el ya mencionado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el llamado poder temporal, respecto a la ambición de la iglesia de controlar la sociedad civil. Y esa apetencia política no era incompatible con el Dante cristiano que deseaba la redención y la salvación.
Las formas del pecado
Para Dante y su universo cultural, lo contrario del deseo de salvación espiritual era la negación de Dios, el pecado en sus distintas formas, la indiferencia respecto al perdón y la oración. Quienes encarnan esa actitud degradada habitan los círculos infernales.
El Infierno, desplegado con mucha explicación de su trasfondo en la edición comentada, fue escrito por el poeta tras ser condenado al destierro de su amada ciudad del río Arno, junto con seiscientos conciudadanos, en 1302. Entonces, entre 1306 a 1310, escribió la primera parte de una obra de estructura tripartita que fluye desde la aparición del poeta a mitad del camino de su vida en una selva oscura, y su paso por la montaña del Purgatorio, hasta su contemplación de la divinidad cristiana en el canto final del Paraíso.

Una pintura de Sandro Botticelli representa tempranamente la estructura del infierno dantesco concebido como una montaña invertida de nueve círculos. En su incursión por la cavidad infernal, el poeta es guiado por el pagano Virgilio. El autor de la Eneida despierta admiración y respeto en Dante. Pero su maestro nació antes de la revelación y del bautismo cristiano.
Esto le veda el don de la salvación. Carencia eterna que comparte con otros ilustres personajes del mundo clásico, recluidos en noble castillo con siete muros en el primer círculo del infierno, en el que también se diluyen en un limbo los niños que nacieron muertos y, por tanto, no recibieron el bautismo.
Los nueve círculos
En los círculos braman de dolor primero los indecisos, como el Papa Celestino V, el primer pontífice en renunciar al trono petrino, mucho antes de Benedicto XVI. El Dante político acaso vio con desagrado a quienes no participaban en las disputas del poder terrestre. Primera marca de un modo de proceder del poeta que no tuvo reparos en arrojar al antro infernal a sus enemigos políticos.
En el segundo círculo padecen los lujuriosos y los célebres Paolo y Francesca, por quien Dante siente compasión; en el tercer círculo, la gula; en el cuarto, los avaros y pródigos; en el quinto círculo los iracundos que flotan encenagados en la laguna Estigia, entre los que se encuentra uno de sus enemigos, Filippo Argenti. Y en ese instante de la travesía irrumpen los muros de la ciudad de Dite, en el sexto círculo, tras cuyas murallas protegidas por la Medusa y otros seres míticos, arden en féretros abiertos y llameantes los herejes de estirpe epicúrea, que en vida predicaron los placeres y negaron la inmortalidad.
Y luego los violentos; y los fraudulentos, entre los que sobresale Ulises, el del ardid del caballo de Troya y que muere con los suyos cuando se aventura a un mar lejano impelido por su ansia imprudente de conocer lo vedado a los humanos.

Y finalmente, en lo más hondo del dolor, el noveno círculo con quienes practicaron el peor de los pecados: la traición; y entre los traicioneros, el conde Ugolino, que supuestamente devora a sus hijos para evadir el aguijón del hambre; y Judas Iscariote, hostigado por el bestial Lucifer que yace sumergido hasta la cintura en Cocito, un inmenso lago helado. El frío desesperante y no el calor máximo en el centro del infierno.
El viaje imaginado por un poeta en los círculos donde gritan quienes padecen encerrados en sí mismos, y sin ya nada que esperar.
(*) Este artículo, bajo el título «Dante y siempre se puede volver al infierno», fue originalmente editado en revista Ñ.
Recomendación bibliográfica para leer La Divina comedia:
Para los cantos del Infierno de la Divina Comedia, Inferno, ed. Audisea, Buenos Aires, con la traducción y notas de Alejandro Crotto, y las ilustraciones de Julián de la Mota

La divina comedia, en traducción de Editorial Cátedra, traducción de Luís Martínez de Merlo.

La divina comedia en versión de editorial Acantilado, con traducción y notas de José María MIcó.

Edición bilingüe, traducción de Jorge Gimeno, ed. Peguin Random.

Video con imágenes en nuestro canal con el recorrido de Dante por el Infierno, el Purgatorio, y el Paraíso.