El Día de los trífidos: ¿una ficción eco-terrorista?

Por Matías Carnevale

Unas plantas ambulantes aterrorizan a la civilización. Es el escenario distópico que despliega entre sus líneas de fantasía y horror la novela El día de los trífidos (1951), del escritor inglés John Wyndham (1903-1969). El ejemplo de la novela que, a través de lo fantástico, propulsa una meditación sobre la naturaleza de la civilización, sus peligros y potencialidades.

Wyndham se enroló en el ejército británico en la Segunda Guerra Mundial. La sangre, la muerte, la devastación propias del lenguaje letal de la guerra, le predispusieron a lo apocalíptico y catastrófico. Intervino en el célebre Desembarco de Normandía el 4 de junio de 1944. Su mayor éxito, El día de los trífidos, apareció tras el fin del conflicto bélico. Gran Bretaña es invadido por los «extranjeros». Una novela que, al decir de Carnevale, permite un análisis focalizado en una doble perspectiva, como la que propone el artículo aquí presentado: «se trata de una historia en que la naturaleza toma revancha por las atrocidades cometidas por la humanidad en nombre del progreso material, y, por otro lado, el terror a perder nuestra cualidad de seres civilizados, tecnológicamente desarrollados y políticamente organizados».

Matías Carnevale, nacido en Tandil, es licenciado en lengua inglesa por la Universidad Nacional de San Martín (Argentina), cuyas investigaciones se orientan al cine y literatura. Publica artículos en medios como Leedor.com

El Día de los trífidos: ¿un a ficción eco-terrorista?

Por Matías Carnevale (1)

The trees are coming into leaf
Like something almost being said;
Their recent buds relax and spread,
Their greenness is a kind of grief.
“The Trees”, Philip Larkin

John Wyndham Parkes Lucas Beynon Harris (2) (Knowles, Reino Unido, 1903 – Londres, Reino Unido, 1969) es contado entre los autores más influyentes de la ciencia ficción. Nombres que usó alternativamente en distintas combinaciones a lo largo de su carrera. Wyndham se hizo conocido en revistas estadounidenses como John Beynon o John Beynon Harris desde 1931. Además, escribió “en colaboración” con Lucas Parkes—otro de sus seudónimos—The Outward Surge (1957) 2 inglesa, junto con H.G. Wells, Brian Aldiss y J. G. Ballard (3) . Iniciándose como cuentista en revistas pulp de principios del siglo XX, tuvo la idea para una historia, en la que las plantas se vuelven una amenaza al moverse por sí solas, al haber visto una noche cómo el viento movía unas zarzas (4) . Ensayó un tema afín en un cuento de 1933, “The Puff-Ball Menace”, para finalmente publicar El día de los trífidos en 1951 (5) , novela en la que se explora el horror que causan unas plantas ambulantes que ponen en jaque a la civilización. Aquí pueden seguirse dos líneas de análisis: se trata de una historia en que la naturaleza toma revancha por las atrocidades cometidas por la humanidad en nombre del progreso material, por ende funciona como advertencia ecologista, y, por otro lado, hallamos el terror a perder nuestra cualidad de seres civilizados, tecnológicamente desarrollados y políticamente organizados. En síntesis: regresar a un estado salvaje representaría una de las peores catástrofes. La ponencia propuesta irá encaminada hacia estas líneas de investigación.

El terror nace de una serie de transgresiones. Las plantas en la novela no sólo son carnívoras, sino también caníbales. Wyndham juega con lo inesperado: lo último que uno pensaría de una especie vegetal es que pueda ser dañina en una escala global. También puede hallarse un terror atávico, si se quiere, en la transgresión de la taxonomía clásica de Aristóteles (6) : los hombres, animales racionales, poseedores de un ánima, son capaces de nutrirse, reproducirse, percibir, moverse, desear y razonar, mientras que los animales, sólo de nutrirse, reproducirse, percibir, moverse y desear pero carecen de inteligencia, y las plantas, finalmente, sólo son capaces de nutrirse y reproducirse. En una historia donde las plantas son capaces de moverse, comunicarse, y pensar estratégicamente para intentar conquistar el mundo, estas nociones son puestas en duda.

Ya hay anticipaciones del tema ecológico dentro de la ficción científica en The Food of the Gods (1904), escrita por quien sirviera de modelo literario para Wyndham, H.G. Wells. Vale recordar, también de Wells, lo que puede considerarse una admonición respecto del hombre y su relación con la naturaleza: La isla del Doctor Moreau (1896), con sus híbridos humano-bestiales.

Décadas de ciencia ficción nos han legado personajes que hacen uso de lo gigantesco y lo hiperbólico; insectos y artrópodos gigantes poblaron las pantallas de cine de los años cincuenta, pero antes fueron lugar común en las páginas de los pulps. Respecto de los trífidos, una de las comparaciones más evidentes es con las plantas carnívoras, que de por sí pueden representar un oxímoron: violan toda idea que podamos tener sobre la alimentación vegetal, además de guardar cierto parecido con la especie humana, en cuanto a que poseen dientes, digestión y un mecanismo para atrapar a sus presas. Los trífidos, encadenados, al igual que ciertos animales, “hablan” (p.46), y la idea de que escuchen, estableciendo así comunicación entre ellos, resulta aterradora y un poco inverosímil para los protagonistas.

En este punto puede ser útil recurrir a la botánica; las primeras plantas, fundamentales para el desarrollo de la raza humana, carecían de flores y su reproducción dependía del viento, como se sospecha ha sucedido con los trífidos. Eran helechos, pinos y estuvieron allí desde épocas prehistóricas, lo que le da un lugar por derecho en el mundo natural, a diferencia de los trífidos, que son una reciente innovación. Como observa Darwin en una carta a Joseph Hooker (7), la repentina aparición de plantas con flores representaba para él “un misterio abominable”, y no sería descabellado plantear aquí un paralelo con los trífidos. Además, existe cierta ironía en que el pueblo inglés, tan amante de la botánica y el cultivo de jardines y rosales, en la novela se vea casi aniquilado por una especie evolucionada de planta.

En un diálogo entre Umberto, el traficante encargado de introducir los trífidos a occidente, y el director de la Compañía Articoeuropea de Aceite de Pescado, el lector se entera de que son una “nueva especie” (p.33). Mientras que el director especula que tal vez sean “una nueva variedad de girasol” (ibid), Umberto lo contradice con cierta ambigüedad, “No sé si esa planta tiene algo de girasol. No sé si tiene algo de nabo. No sé si tienen algo de ortiga, o aun de orquídea. Pero sé que si todas esas plantas fueran padres de esta nueva especie, no conocerían a su hijo. No creo ni siquiera que se sintieran orgullosos” (ibid).

Nuestro protagonista, y reticente héroe de ocasión, el biólogo William Masen comenta sobre la aparición de los trífidos y la reacción inicial de los ingleses “[…] un trífido es sin duda algo distinto, y al cabo de un tiempo sentimos cierta curiosidad. No una curiosidad muy grande, pues en los rincones abandonados de un jardín siempre hay algunas cosas raras, pero sí lo suficiente como para que nos dijésemos unos a otros que la planta estaba tomando un aspecto bastante curioso” (p.37) Masen admite que “es difícil describir qué raros y extraños (8) nos parecieron aquellos primeros individuos” (p.37). En una breve descripción de unos trífidos en Ecuador aprendemos que medían más de dos metros, caminaban, poseían un tronco cubierto de raicillas y sus “piernas” —unas protuberancias— hacían que se elevara a unos treinta centímetros del suelo (p.39).

Imagen 1: representación gráfica de un
trífido, según Wyndham

Al igual que con otros monstruos clásicos, es el fuego el que acaba con los trífidos. Pero tienen una capacidad que los hace diferentes, según Masen tenían la “aparente habilidad […] para aprender, por lo menos de un modo limitado, las lecciones de la experiencia” (p. 237). Cita como ejemplo la reacción que despertaba en las plantas el encendido del motor del generador para electrificar la cerca que los mantenía alejados; al percibir el sonido, los trífidos se alejarían y volverían cuando hubiera cesado. Como en los experimentos de Pavlov, pareciera que los trífidos aprenden por estímulo y respuesta, otro factor que los acerca más al reino animal.

***

Wyndham imaginó que en un escenario post-apocalíptico las opciones de organización social posibles eran una forma de socialismo donde el amor libre fuera justo y necesario, una teocracia cristiana y un tipo de feudalismo militarista, pero para llegar a esas exploraciones sociológicas —y entremezclarlas con una historia de amor—, se toma su tiempo en explicar el origen de la catástrofe, cómo se conocen los personajes, cómo son los trífidos y contrastar la decadencia del mundo presente de la novela con el mundo antes de la noche de las luces en el cielo que cegaron a gran parte de la humanidad. En la página 216, Masen pone en duda que el evento que produjo la ceguera planetaria haya sido de origen cósmico, antes que algo causado por satélites puestos en órbita por las superpotencias. De esta manera, la novela explora los temores y las ansiedades de la Gran Bretaña de posguerra. Las palabras que dan comienzo a la historia son de las más memorables en la ciencia ficción: “Cuando un día que usted sabe que es miércoles comienza como si fuese domingo, algo anda muy mal en alguna parte” (p.7). El shock de apartarse de lo cotidiano es desarrollado por Bill Masen al principio de la novela, al descubrir que la rutina tal como se conocía se vio interrumpida por una ceguera generalizada y la posterior invasión de los trífidos:

No es fácil volver a situarse en aquellos días. Hoy tenemos que confiar principalmente en nosotros mismos. Pero en aquel entonces estábamos tan dominados por la rutina; las cosas se unían de tal modo unas con otras […] Todos cumplíamos tan tranquilamente con nuestro papel, y en el momento oportuno, que era fácil confundir el hábito y la costumbre con la ley natural…no es raro que lo que más nos perturbara fuera aquella total interrupción de la rutina diaria (p.16).

Por su parte, Josella Playton, quien se volverá la pareja de Masen y madre de su hijo, comenta que “una de las cosas que más me sorprenden es la facilidad (9) con que hemos perdido un mundo que parecía seguro y verdadero” (p. 109, mi énfasis). El hombre no sólo es el lobo del hombre, sino que también de la naturaleza. En su voracidad, los soviéticos ganaron terreno al desierto, convirtiéndolo en tierra arable. Debido al alto rinde de la cosecha de trífidos y lo valioso del aceite extraído de estos, se habla de intereses corporativos creados. En un intercambio entre Walter y Masen, en la granja de cultivo de los trífidos donde Masen adquirió conocimiento de las plantas invasoras (10), Walter menciona que “Hay muchos intereses creados. No convendría difundir ideas perturbadoras” (p. 48). Sin embargo, los trífidos no son la única amenaza que la humanidad debe enfrentar para sobrevivir. Especulando sobre el uso bélico de microorganismos patógenos, Masen relata que “además de satélites con cargas atómicas, había otros con enfermedades vegetales, enfermedades del ganado, polvos radioactivos, virus, e infecciones; no sólo las ya conocidas, sino también otras nuevas, desarrolladas recientemente en los laboratorios. Y todos estaban girando allí arriba” (p. 29). Reconoce, no obstante, que su observación tiene más de creencia que de ciencia, “Es difícil saber si se habían lanzado realmente al espacio unas armas semejantes” (ibíd), para añadir que “en aquel entonces los límites de la locura —principalmente de la locura acicateada por el miedo— no eran muy definidos. Un organismo virulento […] podía ser de gran utilidad estratégica si se lo arrojaba en ciertos lugares” (ibíd). Cerca del final, Masen repite la idea, “había—y quizá todavía hay—un desconocido número de armas satélites que giran y giran alrededor de la Tierra. Eran como un grupo de amenazas latentes que daban vueltas esperando que algo o alguien las descargase” (p.243). El protagonista se pregunta “¿Qué había en ellas?” (ibíd) para concluir, de manera paranoica y razonable a la vez, que se trata de “secretos de las altas esferas. Todo lo que hemos oído son presunciones: materiales fisibles, polvos radioactivos, bacterias, virus…” (ibíd). La ceguera también parece ser producto del afán belicista 9 Énfasis en el original. 10 A decir de Masen, “los trífidos [..] me proporcionaron un empleo y una cómoda renta. En varias ocasiones casi me quitaron también la vida. Por otra parte tengo que admitir que me la salvaron, pues fue el aguijón de un trífido lo que me llevó al hospital en aquel momento crítico de la aparición de “los restos del cometa”(p. 26). 7 humano: “Imagina ahora que una de ellas hubiese sido diseñada para emitir ciertas radiaciones que nuestros ojos no podrían soportar, algo que quemase, o dañase al menos, el nervio óptico…” (ibíd). En una situación de anomia, los temores crecen, se multiplican. Masen delibera sobre su relación con las armas, “en un ambiente que retornaba al salvajismo, había que estar preparado […] para comportarse como un salvaje, o quizá para dejar de comportarse en absoluto” (147). Menciona que en una tienda de la calle St. James, era posible adquirir cualquier tipo de arma de fuego, y que sale de una de ellas provisto de “una pistola fabricada con la precisión de un instrumento científico” (p.147, mi énfasis). Al igual que los satélites, y la sospecha respecto del origen terrestre de los trífidos, se relaciona a la ciencia aplicada a la muerte. Momentos después de hacerse con el armamento, Masen confiesa que estaba empezando a sentir “el temor de la soledad”, “el horror que siente ante la soledad real una especie que es de naturaleza gregaria” (p.148-149). Frente a la proximidad de la noche, páginas después, reflexiona para sí mismo, “Quizá […] yo comenzaría a pasar las horas de oscuridad en un miedo continuo, como seguramente las habían pasado mis remotos antecesores, observando, siempre con desconfianza, la noche que se alzaba fuera de la caverna” (p.154). Más adelante en la narración, la soledad se vuelve aún más terrible para Masen: “Hasta entonces yo había pensado en la soledad como algo negativo, como una ausencia de compañía, y, por supuesto, algo temporario… […] aprendí que era mucho más. Era algo que podía apretar y oprimir, que podía deformar las cosas más comunes, y hacerle jugarretas a la mente. Algo inamistoso que se arrastraba a mi alrededor […]” (p. 205). Esta indefinición respecto de ese algo inamistoso puede resumir el sentimiento de anticipación terrorífica que forma parte de la vida de los personajes afectados por la ceguera, reflejo a su vez de la inquietud cotidiana del mundo de la posguerra, y del desconocimiento general por parte del ciudadano promedio respecto del desarrollo de armas atómicas y químicas en el período posterior a 1945, “cuando el sendero de la salvación comenzó a achicarse hasta llegar a ser una cuerda floja” (p. 112).

Algunas notas finales

El día de los trífidos explora elementos propios de la Guerra Fría y la ficción especulativa angloamericana del período: la paranoia, que lleva a dudar a los protagonistas respecto de la verdadera causa de la catástrofe, y la invasión de criaturas en situación de superioridad y el horror que esto produce. Sin embargo, esto no es lo central: lo vital es la manera en que los personajes luchan por hallar una nueva forma de organización socio-política que evite repetir los errores del pasado, que llevaron a la humanidad a una tercera guerra mundial contra una especie de plantas que ella misma creó. La novela, luego de presentar escenas de pavor y lucha por la subsistencia, deja abierta la esperanza en lo comunitario, lo rural y el trabajo manual.

John Wyndham

Citas

1. Matías Carnevale (Tandil, 1980) es licenciado en lengua inglesa, con orientación en cine y literatura, por la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). Además de publicar artículos en medios como Leedor.com
(Argentina) y Penumbria (México), ha traducido al español Autogeddon, de Heathcote Williams, a publicarse
por Editorial El Pasquín (2016).
2. Nombres que usó alternativamente en distintas combinaciones a lo largo de su carrera. Wyndham se hizo conocido en revistas estadounidenses como John Beynon o John Beynon Harris desde 1931. Además, escribió “en colaboración” con Lucas Parkes—otro de sus seudónimos—The Outward Surge (1957)

3. Carlos Abraham, en Revistas argentinas de ciencia ficción (2013: 152) documenta de forma estadística, entre los lectores de la publicación Más allá (1953-1957), que “unánimemente, consideraban El día de los trífidos como el texto más memorable”. Curiosamente, la primera traducción al español que se publicó fue en el número 1 de Más allá.

4. Según Sam Moskowitz, “había sido en la novela en lo que Harris había logrado su mayor éxito después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que ahora se propuso intentarlo de nuevo. Unió dos ideas que tenía archivadas, una el tema de la ceguera universal y otra una amenaza vegetal. Esta última había surgido en su mente cuando una noche se llevó un buen susto ante la forma en que el viento hacía que una rama de un
arbusto pareciera estarle lanzando golpes. Otras historias que también pudieron influenciar su tratamiento de estas situaciones argumentales […] fueron Seeds from Space (Semillas del espacio) de Laurence Manning
(1930) […] en la que crecen plantas inteligentes de unas esporas desconocidas, y el relato corto de Edgar Wallace “The Black Grippe” (“La gripe negra”)” (Revista Nueva dimensión, 119).

5. Cabe señalar que la edición con la que trabajé es una traducción del texto norteamericano (publicado por Doubleday en ¿1952?), que fue abreviado en unas 10.000 palabras, de acuerdo con el sitio
http://triffids.guidesite.co.uk/versions.php. Existe una secuela, La noche de los trífidos, de Simon Clark, publicada por Minotauro en 2004, que retoma los hechos y personajes de la primera novela, pero no ha tenido la misma trascendencia dentro de la crítica.
6. “Tratado del alma”, pp. 401-594. En Obras completas, volumen 2.

7. Fechada en julio de 1879. Ver “The Meaning of Darwin’s “Abominable Mystery”, de William Friedman
(2008).

(8) Cursivas en el original

(9) Énfasis en el original.

(10) A decir de Masen, “los trífidos [..] me proporcionaron un empleo y una cómoda renta. En varias ocasiones casi me quitaron también la vida. Por otra parte tengo que admitir que me la salvaron, pues fue el aguijón de un trífido lo que me llevó al hospital en aquel momento crítico de la aparición de “los restos del cometa”(p.26).

BIBLIOGRAFÍA

Abraham, Carlos. Revistas argentinas de ciencia ficción. Tren en movimiento, Buenos Aires, 2013.

Amis, Kingsley. New Maps of Hell. Penguin, Londres, 1960.

Arendt, Hanna. La condición humana. Paidós, Buenos Aires, 2005.

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Friedman, William E. “The Meaning of Darwin’s ‘Abominable Mystery’”, en American Journal of Botany, vol. 96, enero de 2009.

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Ketterer, David. “John Wyndham”. Entrada en The Literary Encyclopedia. , consultada 14 de abril de 2016. —New Worlds for Old: The Apocalyptic Imagination, Science Fiction, and American Literature. Indiana University Press, Bloomington, 1974. —“‘Vivisection’: Schoolboy “John Wyndham’”s First Publication?”, en Foundation: The International Review of Science Fiction, número 79, verano del 2000.

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VVAA. Revista Ubi Sunt? Dossier sobre teratología. Número 26. Universidad de Cádiz, Cádiz, 1er semestre de 2011.

Wyndham, John. El día de los trífidos. Minotauro, Buenos Aires, 1974 (tr. José Valdivieso) —The Day of the Triffids. Penguin, Londres, 2001 [2008]

2 comentarios en “El Día de los trífidos: ¿una ficción eco-terrorista?

  1. Lei «El día de los trífidos! hace más de 50 años!!! Todavía siento la sensación de maravilla que me produjo y pienso que me marcó un camino: los libros.

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