Misterios del budismo tibetano

(Primera parte)

Por Sergio Fuster

Estatua de Milarepa, uno de los más famosos yoguis y poetas del Tíbet, en Pango Chorten, Gyantse, Tibet (Wikimedia Commons).

Aquí, la primera parte de esta investigación sobre el budismo tibetano que nos ofrece el investigador argentino en Historia de religiones comparadas, Sergio Fuster.

La cultura tibetana empieza a conocerse en Occidente fundamentalmente a partir del siglo XX. Luego de la segunda guerra mundial, el particular Lobsang Rampa (1910-1981) influyó de forma especial en avivar el interés por lo tibetano. Rampa era en realidad el nombre falso de un escritor inglés (Cyril Henry Hoskin). Si bien su obra es ficción, como El tercer ojo, o El médico del Tibet, esta despertó gran curiosidad por la real sabiduría milenaria tibetana, que se fundió, en su especial síntesis, con el budismo, y que hoy ya ha sido profundamente estudiada por diversos viajeros y académicos. En su evolución, el budismo tibetano, también amalgamado con el tantrismo, como toda la mística asiática de la cercana India, irradia una indeclinable decisión de entrever la región de espiritualidad de lo invisible e intangible, hacia el todo como una realidad mística, en la que la conciencia puede expandirse hacia otros planos y otras vidas, tal como se desprende, por ejemplo, de El libro tibetano de los muertos, que tanto interés despertó en Carl Gustav Jung.

Aquí entonces, la primera parte de esta introducción al budismo tibetano que nos ofrece Sergio Fuster, autor ya de muchas obras en este ámbito de investigación, y un histórico colaborador también de esta página.

Misterios del budismo tibetanos (Primera parte ) (*)

Por Sergio Fuster

Lo que habitualmente llamamos “budismo tibetano” originalmente se lo conoció como Nang-Pa, que quiere significar “lo interior”, “lo interno”, “lo que está oculto”. Hegel lo distingue del budismo chino cuando dice que las tradiciones del Tíbet se conocen como Lama-Jiao y las de China Fo-Jiao. La tradición Vajrayana o “vehículo del diamante” es la reunión de distintas escuelas budistas que se sincretizan con el tantra indio y el chamanismo Bon. Entonces, podríamos decir que el camino adamantino es un subconjunto de prácticas y tradiciones que expresa una parte del budismo que abarcan un trasfondo aborigen respectivamente con una gran influencia del sivaismo y de los tantras. Vajra quiere decir “diamante” o “joya” y yana, como en el caso del Hinayana o el Mahayana quiere decir “vehículo”. ¿Por qué vehículo del diamante? Por su transparencia. Haciendo referencia al vacío. El diamante es incoloro, translúcido, aúrico, fantasmal, con destellos azulados. Es un tipo de rayo luminoso que surge del corazón del Buda Avalokitesvara. Ahora diré un poco más al respecto.

Por empezar, el budismo tibetano no es el budismo chino, aunque se le parece bastante ya que recupera la idea de alguna clase de sustancia mental que continúa a la muerte como el huen y pa’o (alma y espíritu). Tíbet, en ese momento, no era parte de China. Recién en el siglo XX, con la invasión de los ejércitos rojos en la década del cincuenta, se anexa a China. Pero no hay mal que por bien no venga. Gracias a ello esta tradición oscura y ampliamente desconocida pudo ser estudiada bastante aceptablemente por Occidente. Y hay muy buenos trabajos al respecto. También hay buenas traducciones del tibetano al inglés de sus textos sagrados. Muchos de ellos herméticos y esotéricos, de raigambre tántrico. Es decir, que este budismo, si bien guarda el espíritu de la filosofía primitiva Hinayana, es una tradición muy distinta, surge en realidad del Mahayana.

La cultura Bon-Po

La tradición Bon era la cultura tibetana aborigen. Lógicamente anterior a la llegada del budismo. La unión de un budismo Mahayana muy influido por el Hatha-yoga y por las tradiciones ocultistas tántricas indias van a dar lugar a este budismo de tono muy particular. Hermético. Esotérico. Que más allá de este sincretismo inicial, por la geografía cerrada del Tíbet, ha quedado prácticamente sin mayores cambios a lo largo del tiempo. Entonces el Vajrayana es el resultado de la confluencia de las tradiciones budistas que partieron del monasterio Nalanda y que llegaron al Tíbet a través de monjes misioneros y la cultura aborigen Bon, culto que también puede encontrarse en Siberia y Mongolia.

Los Bon estaban atravesados por las practicas del chamanismo. El chamán, como figura, es propio de la organización socio-política de muchos pueblos antiguos. El Tíbet no fue la excepción. Los chamanes son hombres iniciados en el contacto con los espíritus. Sean fastos o nefastos. Son quienes, a través de adoptar estados alterados de la consciencia entran en trance, sea por prácticas alucinógenas o a través de bailes ergotrópicos y, a partir de esa disociación, seguramente abducida por híper excitación y auto-hipnosis, pueden llegar a viajar a otros mundos espirituales. De este modo pactan con ellos. Es posible que sean alguna clase de alucinaciones visuales y auditivas, entidades, tan comunes en brotes esquizofrénicos, pero que ellos poseen el don -según argumentan- de integrar y relacionarse. No obstante, las entendían como ontológicas, es decir, reales presencias en el mundo externo. En el caso de las enfermedades, estos pueblos arcaicos pensaban que eran producidas por malos espíritus y el chamán es el que, a través de su viaje, sea al cielo o al inframundo, somete a las núminas, de tal modo que las obliga a curar al enfermo. Pero también son psicopompos. Es decir, son guías de los muertos en el más allá, así que los ayudan a encontrar y comprender su destino postmórtem.

La geografía del Tíbet fue propicia para la creación de estas cosmovisiones mágicas-religiosas. Sus altas cumbres nevadas, sus inviernos crudos, sus fuertes vientos y la precariedad de la salud hicieron que el recurrir a los espíritus que, según creían habitan en estos elementos de la naturaleza, sea coyuntural para su supervivencia. Por tal adoraban a la vida cósmica. O a las núminas que estaban dentro de ella. Cuando alguien fallecía su doble iba a habitar en los lagos, también en piedras, árboles o montañas. Y estos sitios se convertían en santuarios para rendir culto al espíritu del difunto. Su doble psíquico era conocido como el bla. Era una fuerza vital. Un tipo de consciencia. De tal modo que para su creencia la realidad era ilusión y los sueños eran el mundo real.

El orbe de los difuntos era la realidad al cual debían acceder, ya sea después de morir o en estados alterados de la mente. Así, su teología, o su meta, era poder encontrar el más allá. Conocerlo, experimentarlo aún antes de morir, conocer su geografía y así poder interactuar con él. El bla está en la carne y en la sangre y al morir se libera su potencia. Sin embargo, restos de ese fluido queda en los despojos mortuorios, de tal manera que cometer canibalismo era una de sus costumbres rituales. Es decir, la necrofagia. Algo parecido observamos en los aghori en la India. Los funerales consistían en descuartizar el cadáver, danzar y revolcarse en los líquidos cadavéricos y beber su sangre aún latente en un cáliz hecho de cráneos humanos. Después del rito, el bla contagiaba todos los objetos que le fueron consagrados, siendo, además, elementos votivos de culto.

Su Dios era un Gran Espíritu llamado Dmu, Dios del cielo, quien se comunicaba mediante una cuerda que se ataba en los primitivos templos. Algo similar a las creencias haitianas donde los loas bajan por un palo central dentro del terreiro vudú. También creían en un mítico héroe cultural llamado Gen-rab-mi-bo o Tompa Sherad Miwo, un ser de sangre real, que tuvo una vida santa, se iluminó (aprendió su doctrina en el cielo) y dedicó su vida a la enseñanza (una clara reminiscencia a las tradiciones de los Maestros Espirituales). Un antepasado común de su pueblo. No fue difícil que lo sincretizaran posteriormente con la figura del Buda supremo. La meta religiosa del Bon es llegar a ser un Tulku, es decir, alguien que tiene control sobre la existencia, que toma el mando sobre la muerte y puede decidir su próxima encarnación. Para lo cual desarrollaron unas complejas técnicas acerca del dominio del momento de la muerte.

Su doctrina puede resumirse como los Cuatro Portales y el Quinto Tesoro. (Sgo Bzhi Mdzob Inga). Los mismos narran sobre lo que se denomina el “Agua Negra” (Chad nag) que son textos narrativos de magia, ritos funerarios y ritos exóticos. Su literatura es vasta ya que se cree que alcanza a los doscientos volúmenes. Otra de sus principales doctrinas son los nueve caminos que abarcan las causas de la existencia que son representados por un animal fabuloso de muchas cabezas: 1) Astrología. 2) Detalles del universo psicofísico. 3) Ritos para alejar a los demonios. 4) Existencia, ritos funerarios y rituales para la muerte. Los resultados abarcan: 5) consejos para el laico. 6) Reglas monásticas. 7) Meditación sobre el sonido primordial. 8) La búsqueda del maestro tántrico. Y finalmente 9) la meta suprema o la suprema actividad natural.

Llega el budismo

Representación de las figuras tántricas Hevajra y Nairātmyā, Tíbet, siglo XVlll (Wikimedia Commons).

En el año 650 e. C. el Budismo entró en el Tíbet y se sincretizó con la tradición Bon. Como resultado surgen dos corrientes principales: el Bon negro o rojo y el Bon blanco o amarillo. Hoy conocidos como los “bonetes rojos” (Niygma) y los “bonetes amarillos” (Gelukpas). Según la leyenda quien ingresa fue monje Patmasambhava (Gurú Rimpoché) el que nació de un loto (Fue el sucesor de Tompa Sherd Miwo).

El mito refiere a una proyección psicológica del Buda Amitaba. Si vemos la iconografía de este Buda rojo, de su corazón sale la luz del Buda Avalokitesvara, aquel que sobre su cabeza tiene infinidad de cabezas más pequeñas, lo que indica el linaje, tan preciado en esta cultura.

Fue adoptado por un rey y en un día accedió a la corte, danzando entró en trance y perdió el control. Tomó un tridente y asesino a la mujer encinta de uno de sus ministros. El rey encolerizado lo desterró. Residió en un cementerio como un yogui tántrico. Las dakinis (espíritus femeninos) lo asistieron. Consigue su primera discípula, Mandarava, con quien practica el tantra llegando a conocer y dominar como trascender la vida y la muerte. El rey de Lasha, conociendo su fama, lo mandó a llamar para que lo ayude con su magia a espantar a los espíritus malignos. No eliminó a las fuerzas negativas, sino que las subyugó y las usó a su favor. A través de ellas se puede realizar el viaje espiritual. Funda un templo y comienza a enseñar el Mahamudra (es el Gran sello, o el Gran gesto, lo oficial. Consta de una meditación en la propia naturaleza de la mente para llegar al vacío absoluto, visualización y otros ritos que iremos conociendo a lo largo de estos estudios).

Se le revela luego el Bardo Todhol o Libro Tibetano de los Muertos (manuscrito para guiar la consciencia del difunto no preparado en el Mahamudra, texto que entierra al pie de una montaña para que no caiga en manos de los magos negros). Luego, como Padmasambhava dominaba la vida y la muerte, decide reencarnar como Sambhava en el sigo X. En esta encarnación funda la orden de los Gelukpas prohibiendo el canibalismo y las prácticas de magia negra, pero conservando las prácticas mágicas más benignas. Y las artes oscuras quedan en manos de los Niygmas. Luego de morir decide encarnar como Atisha (según la tradición el Dalai Lama provienen de esta tradición) y desentierra el libro del Bardo Todhol, ya que su escuela estaba preparada para comprender esa esotérica enseñanza.

Otros linajes

Después de Athisa (982-1054) viene Tilopa (988-1069), quien fue maestro de Naropa (1016-1100). Este último es importante porque desarrolla los seis yogas ocultos, a saber, el calor corporal, la trasmisión de la consciencia a un yidam (imagen religiosa), la transmisión de la consciencia a un cadáver, el rito del cuerpo ilusorio, el rito onírico y el rito de la luz clara (ritos que serán descriptos en breve). Tilopa fue maestro de Marpa (1012-1097) y este a su vez de Milarepa.

El yogui Milarepa

Libro sobre Milarepa de Walter Yeeling Evans-Wentz (1878-1965). antropólogo, folclorista y escritor, pionero en el estudio del budismo tibetano

Fue el primer tibetano autóctono en alcanzar la iluminación. Se ubica su nacimiento cerca del 1025 e. C. en Nepal. Se lo suele representar como un joven sentado con una mano en la nuca y su rostro es de color verde. Hay una excelente biografía más un estudio crítico del inglés Evans Wentz que recomiendo leer. La leyenda de su vida tiene las similitudes estructurales de los Budas. Un nacimiento suntuoso, la huida, el maestro espiritual, la renuncia, la iluminación y la enseñanza a discípulos, creando de este modo una escuela.

La historia cuenta que era de una familia adinerada y, cuando su padre muere tempranamente, su madre y el niño quedan al cuidado de su tío. Este era un ser malvado y los esclavizó. Su madre le pide a Milarepa que se vengue. Este huye y aprende magia negra. Retorna ya crecido y con gran poder. Envía sobre su cruel tío un escorpión gigante seguido de una tormenta de granizo y de ese modo logra matarlo. Luego se entera que esa tormenta que produjo también asesinó a muchas otras personas inocentes en el pueblo. Milarepa se arrepiente por sus crímenes y por sus artes oscuras y va en busca de su salvación. Quiere extinguir su mal karma.

Busca la ayuda de Marpa, un traductor y maestro espiritual que había venido de India. Marpa lo desprecia y lo trata como a un esclavo. Pasó muchos años sufriendo y llegó a considerar el suicidio para escapar de esa dolorosa situación. Marpa, luego que Milarepa extinguió su karma, lo prepara como un yogui asceta. Le enseña la técnica esotérica del Mahamudra y le enseña además como producir “calor psíquico” (técnica para meditar desnudo en la nieve por muchas horas, incluso días, que ya veremos con más detalle). Un día despierta angustiado. Había soñado que su madre era solo un montón de huesos y su casa y sus campos estaban arrasados. Fue tal el dolor que deja a Marpa y regresa a su hogar para confirmar lo temido, que su madre había muerto y había perdido sus tierras. Llora y sufre. Va por el mundo a buscar la salida al dolor. Se fue a una montaña (a la cueva del tigre, que además es un rito oscuro de exorcismo) y meditó solo por doce años. Únicamente comió ortigas y por eso se puso su piel de un tono verdoso. Al fin alcanza la iluminación. Luego acepta discípulos y les enseña con canciones la doctrina recta.

Principios psicológicos del Vajrayana

Un vajra y una campana (ghanta), que son símbolos rituales clásicos de Vajrayāna (Wikimedia Commons)

Como ocurre con el yoga, no tiene mucho sentido estudiar la religión del Tíbet a través de su historia, con lo que dijimos es más que suficiente. La misma debe ser comprendida a través de un abordaje psicológico. De este modo se nos facilitará su comprensión.

Es necesario nunca perder de vista que para su dogma todo existe dentro de los flujos de una consciencia búdica (Budacitta), aquella que constituye la totalidad de lo real. La existencia es solo una apariencia impura, segmentada, producto de una confusión. Si no se liberara de los velos mentales de la ignorancia el mundo no aparecerá en su verdadera naturaleza y pureza original. Los campos de experiencia mental surgen como seres de distintas clases, sean fuerzas nocivas del pasado como tendencias fundamentales de la mente. Los seres infernales son, en realidad, actos nocivos. Cuando la mente se purifica se libera de las manchas del karma negativo y surgen los paraísos supremos de los Budas que aparecen espontáneamente. Estos presentan enemigos, distractores, son la ira y la aversión. Pero son solo apariencias impuras dentro de la Luz clara que solo tienen entidad en la consciencia particular de un individuo y, como los sueños del soñante, no tiene más entidad que solo imágenes oníricas insustanciales.

La religión del Tíbet posee Dioses, es decir, núminas, de otro modo no sería una experiencia de lo sagrado. Recuerde su fondo animista que, en realidad, está presente en todas las tradiciones espirituales. Sin embargo, en el caso de esta expresión del budismo, las potencias no deben ser entendidas completamente en un sentido ontológico (como que son seres; aunque muy en el fondo lo son) sino en sentido más bien psicológico o estructuras psíquicas. Mejor dicho, “fuerzas psíquicas” de carácter divino. Alucinaciones que pueden adoptar estado real o de verdaderas presencias autónomas. O la sacralización de estados de consciencia. Que al invocarlos se transforman en evidentes fuerzas que afectan al devoto.

Su activación, es decir, la invocación de estas núminas psicológicas, se produce a través de símbolos y ritos donde el sonido es un punto central. Los mantras o ciertas notas vibratorias (bija) hacen que dichas fuerzas se despierten de su letargo y accionen en el mundo real. Recién, a través de esta corporeización, esas potencias mentales logran ingresar en nuestro mundo deviniendo en “entes concretos”. Son latencias espirituales entendidas como psíquicas pre-ónticas a ónticas expresamente. Se convierten en anidassanam (invisible). Esto último hace alusión a la consciencia, cuando queda diferenciada y objetivada, y ahí se hace patente su manifestación fenoménica, visible, es decir, lo da en un cuerpo material. Por ello, las representaciones de dichas fuerzas, bodhisattvas, dakinis (budas femeninos), pretas (espíritus de difuntos atormentados) y herukas (demonios terribles) son fundamentales, ya que a través de la “forma” de la representación ingresan a la mente a través de los vehículos de la consciencia (sentidos) y mediante estas, con su correspondiente mantra sonoro, son despertadas de su letargo eterno por sincronicidad con el símbolo y son dadas a luz, o son revestidas de vida activa en el mundo presente. La vida propia que adquieren fuera del campo psíquico, que para ellos es tan real como la acción de otros seres, siendo benignas, peligrosas o verdaderamente asesinas. Estas núminas mentales cuando cobran vida en el mundo material son conocidas como “tulpas”. En esta dirección el mantra más poderos es “OM-Mani-Padem-Hum”. Veamos someramente su significado oculto.

Om: corresponde a los Devas blancos, a aquellos que habitan el Ogmín o el cielo más elevado donde están los Budas de todos los Budas. Simboliza a la meditación y a la superación del ego y es la sabiduría. Ma: es un asura verde. La paciencia que elimina a la envidia y la lujuria. La compasión. Ni: simboliza al hombre y su color es el amarillo. Rebasa la pasión y el deseo. Es la disciplina. Pad: se lo representa con un animal azul. Símbolo de la ecuanimidad y sobrelleva la estupidez y el prejuicio. Me: es el reino del preta rojo. Es el símbolo de la dicha y aventaja el deseo de poseer. Y por último vemos Hum que es el reino de Naraka o el inframundo de color negro. Es la compasión y supera el odio y la agresión.

A través de su entonación, las fuerzas misteriosas del Ogmin o de la consciencia suprema, los mismos poderes se hacen presentes para servirnos, pero ¡ojo!, también pueden afectarnos negativamente. Por lo que se deja entrever es que estas potencias oscuras son armas de doble filo.

Las ocho consciencias

Recuerden que el budismo tibetano tiene una fuerte influencia tántrica. De este modo el tantrismo parte de la materia física o densa y trata de llegar a la realización del espíritu. No niega el mundo, sino que lo integra. En el caso de la estructura de la mente budista no posee la unidad Brahmán-atman, o un fundamento como en la idea Vedanta india, sino que es la teoría del no-yo, vale decir, que por el contrario plantea el vacío sunyata.

Empecemos por definir al individuo. Describamos sus funciones fisiológicas, conscientes, activas y reactivas, además de la densidad o materialidad de su entorno físico hasta su mente y su contacto con la mente universal. El budismo tibetano propone la teoría de las ocho consciencias. Parte del cuerpo o rupa (en tibetano gzugs-kyi-phun-po). Aquí los elementos están integrados. Esta sería la primera consciencia. El cuerpo es el principio de la objetivación más cercano a nosotros. Nuestro cuerpo siempre está en el presente y se desplaza por el espacio. A diferencia de la mente que puede viajar por el tiempo y por los distintos mundos. Luego aparece vedana o los sentimientos (del tibetano ishor-bahi-phun-po) que sería la segunda consciencia. Samjña (del tibetano hdu-ses-kyi-phun-po): la reflexión discrinimativa o tercera consciencia. Sanskaras (hdu-byed-kyi-phun-po) o las imágenes ocultas o cuarta consciencia. Aquí podríamos hablar según el psicoanálisis tradicional como lo inconsciente. Estos en el budismo Hinayana son los skandas y en el yoga son anna maya kosha, prana maya kosha y mano maya kosha. Luego, siguiendo con el mapa budista surge vijñana (rnam-par-sescahi-phun-po), la quinta consciencia, que abarca espiritualmente las funciones de las precedentes, ligándolas y coordinándolas, es la potencialidad más pura y de forma no cualificada, que en este caso posee las cinco sub-consciencias y los cinco sentidos: oído y la naturaleza del oído; ojo y la naturaleza del ojo. (Las alucinaciones no son proyecciones del ojo, como pueden ser los objetos reales del mundo nouménico. Estos objetos puros se captan en el órgano del ojo y este es construido en el cerebro como imagen. En cambio, las visiones alucinatorias o fantasmales -pararreligiosas- son producidas dire5ctamente, no por el ojo, sino por la “naturaleza del ojo”. Asimismo, otras alucinaciones sean brotes esquizofrénicos o visiones sobrenaturales -que ya traté en mi libro El campo de la trascendencia– que son construidas directamente en el campo psíquico, sean auditivas, olfativas o táctiles. Ahora si este campo psíquico corresponde al “plano astral” por fuera del yo -otra realidad-, es decir, si es algo más que un mero psicologismo, es un tema a dilucidar para otro estudio. Pero podemos ensayar que las patologías mentales son solo imágenes cerebrales sin referente fáctico, en cambio, las visiones sobrenaturales pueden que correspondan a un ontologismo, vale decir, puede que tengan otra etiología más allá del yo); olfato y la naturaleza del olfato; gusto y la naturaleza del gusto; y, por último, tacto y la naturaleza del tacto. Esto en yoga es vijñana maya kosha.

Según el Majjhima-Nikaya 43 dice: “Todo lo que está en la sensación, en la percepción, se encuentra mutuamente relacionado, nunca disociado; es imposible separarlo o representar su diversidad. Por ello que se siente percibido y de aquello que se percibe se tiene consciencia de ello”. Estos skandas son distintos, pero a la vez, inseparables del conjunto, se captan por los sentidos y carecen de existencia propia. ¿Y la realidad externa? ¿Existe en sí o la sentimos como algo afuera y en realidad no lo es? La realidad, o lo que llamamos realidad, es un fluir constante de series impermanentes. Heráclito dirá que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río. Para el budismo estas funciones dan lugar a la sexta consciencia, es decir, a manas o a la idea del pensar. El mundo de lo subjetivo. Este permite la sincronicidad entre lo que está dentro y lo que está afuera. Esta sexta consciencia construye al mundo integrado. Dan la idea de continuidad entre la vida, la muerte y el retorno a la siguiente vida. El pensar o la consciencia de si y del mundo se produce por la “intersección” de mano vijñnana (yid-kyi-rnam-par-ses-pa) o consciencia del mundo (séptima consciencia) y alaya vijñana o la mente del buda o Budacitta (octava consciencia). Esta, en realidad, es la base de la manifestación de todo objeto (dharmas o series). Esta es pura, universal. Manas no tiene cuerpo, es uno con alaya o consciencia universal. Pero el yo las disocia. La supresión del yo o la concientización de su vacuidad dan lugar al ingreso a la consciencia universal o a la consciencia de Buda. De tal modo que sujeto y objeto se diluyen en la unidad mística. Allí encuentra el completo reposo.

De esta manera se ingresa en la experiencia de infinitud que encuentra su expresión en la sílaba Om y allí comienza el Gran vehículo. Allí realiza su unidad. Descubre que el yo y el no-yo son solo una ilusión. No hay una pretensión de una unidad con una Supraconsciencia sino la unidad del alma individual con el alma universal. Vale decir, hacerse consciente de esa totalidad. El no entenderse como esa totalidad depende del grado de desarrollo de cada uno de los Budas. Mani es una gota en el mar. El universo toma consciencia de lo individual, pero es recíproco. Retorna. Es la comprensión de la impermanencia del yo. Aquí las formas de la existencia, del devenir y del desaparecer, de la inhalación y de la exhalación se convierten en símbolos de una realidad que es sobrepasada. De esta manera, las fuerzas psíquicas pueden ser, a través de la meditación, externizadas, como el reflejo de un gran espejo, y así tomar nota de su realidad externa, a su vez que el conocer, que son solo proyecciones que el yogui puede deshacer y rehacer a su gusto. Esta es la base de la práctica tibetana. No debe confundir esas núminas con Dioses externos, ya que la internidad y la externidad son ilusorias, sino como fuerzas universales que son parte de la totalidad al cual accedemos por proyecciones siendo pues fuerzas poderosísimas que operan en cada uno de nosotros.

El macabro rito chod

Vajrayogini, una buda femenina, deidad importante en chöd (también conocidas como «cortar el ego») ,con un cuchillo desollador kartari y una kapala «copa de calavera» (Wikimedia Commons)

Alcanzar la misericordia de la mente de Buda, o llegar a ser un Buda, es una meta que hay que obtener una vez vencidas las ilusiones de maya. Esas ilusiones están presentes en la consciencia y en la realidad en formas de seres numínicos o “cargas psíquicas” a las que hay de atravesar, dominar y manipular. Una vez vencidos los Budas terribles (o estados emocionales sutiles) surgen los Budas beneficiosos (estados emocionales mentales o racionales). Este rito consiste en destruir el ego. Es una ceremonia de iniciación en la cual el adepto debe tener bien claro en su mente lo que ocurrirá. Va a crear una serie de imágenes psíquicas terroríficas que deberá enfrentar y superar para alcanzar un grado más alto de espiritualidad. Chod significa literalmente “cortar”; “trozar”, “descuartizar”; “pasar a través del corte”. ¿Quién es el trozado? El yogui. Es decir, el yoguin asistirá a su propia muerte, como en una realidad virtual, a su asesinato a través de presenciar un acto de canibalismo divino donde seres maléficos devorarán su propio cuerpo, pero también a su resurrección, a su nuevo nacimiento, razón por lo cual deberá ser muy lúcido ante la crítica experiencia. Evidentemente este rito es una reminiscencia Bon enriquecido por otras costumbres tántricas de las que el budismo, como venimos explicando, no es ajeno.

El rito debe realizarse en un lugar alejado. El héroe debe estar solo (El Ganachakra, que no debe confundirse con el Chod, es otro ritual colectivo celebrado por un conjunto de iniciados donde se sientan en círculos, beben sustancias en tazas hechas de cráneos humanos e invocan a deidades terribles como Yamankata el Dios de los infiernos. Forman, H.: A través del Tíbet prohibido, Nueva York, 1935). Es privado. Nadie puede interrumpirlo por la peligrosidad de las invocaciones que hará. Se enfrentará a las núminas terribles que son sus propias fuerzas psíquicas, esto último no deberá nunca olvidarlo, no deberá confundirse y creer que son reales, sino sucumbirá a su hechizo fascinante y puede, o quedar en una locura irreversible o hasta morir en ese espeluznante acto secreto. Deberá tener siempre claro que lo que verá será solo una creación ilusoria de su mente.

El rito debe realizarse de la siguiente manera. Después de varios días de meditación y de visualización de imágenes mandálicas de seres terribles estará preparado (sadhana) para el gran día. Entes con ojos saltones, calaveras a su alrededor, cabezas recién decapitadas y sangre por todas partes. Una vez que alcanza un grado adecuado de meditación deberá dibujar en el suelo un círculo de polvo de ladrillo donde estará sentado y protegido de esas terribles fuerzas. En los cuatro ángulos del círculo deberá dibujar, además, los símbolos de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Él será la quintaesencia. Entre los utensilios encontramos una calavera humana que servirá de cáliz, un tambor hecho de dos cráneos cortados y un forro de piel humana llamado damaru, además de un fémur también humano que se utilizará como una trompeta para llamar a las núminas malvadas a través de la audición. Estos elementos mortuorios tendrán la función de recordarle la transitoriedad de la existencia.

Seguidamente invocará a los gurús raíces, es decir, visualizará a la dinastía de los gurús antiguos, uno encima de otro en posición de yoga. Jung y Wilhelm en su libro El secreto de la flor de oro muestra meditadores de origen chino haciendo una práctica similar. Estas imágenes están saliendo de su consciencia, son “los gurúes” ancestrales, similar a la idea del rito powa, rito de sacar del cuerpo la consciencia, que estudiaremos en breve (Según algunos testimonios estos gurúes también aparecen en forma de cabezas diablescas, se habla frecuentemente de un número de nueve, “envueltas en llamas transparentes y azuladas que parpadean y brillan si cesar” Ib.). Por lo general, el powa se aprende junto con el chod, aunque se practica por separado, también se los ve a yoguis solitarios en los cementerios entre los huesos humanos exorcizando a demonios o invocándolos. La idea de llamar a estos gurúes raíces es para que le sirvan de protección ante lo que aparecerá ante sus ojos.

Una vez aparecidos en su mente los gurúes, uno sobre otros y decreciendo en tamaño sobre su coronilla, invoca a la Madre protectora, la Diosa Vajrayoguini. Esta deidad es representada con tres ojos y su aspecto es de color rojo, está generalmente danzando desnuda y corresponde a la deidad india Kali Ma, en Nepal aparece como la Diosa Chinnamunda y a veces como Troma Magna, otra deidad oscura del culto aborigen Bon. Una vez invocada esta Diosa se le manifiestan ante él. Se hace presente. El yogui debe armar esta escena en su imaginación. A menudo es tan real que se le dificultará distinguir qué es verdad y qué no. Por ello corre el riesgo de enloquecer. De perder contacto con la realidad. Pero siempre deberá recordar que son solo proyecciones de su mente. La imagen femenina –aunque pueden ser varias- danza en círculos mirándolo con sus saltones ojos lascivos y sedientos de sangre. Adopta la forma de varias manos en varios brazos y se la ve como con los dos sexos teniendo coito entre sí. Este es un símbolo de la integración psíquica.

Paso seguido el yogui, aun dentro del círculo mágico, debe desdoblarse. Crear un alter ego hecho de materia pensante. Una vez que ha creado su “doble”, este, separado de su cuerpo, se pone de pie y sale del símbolo protector. Se acerca a la Diosa y se inclina ante ella. Esta, con uno de sus brazos sosteniendo una espada, ávida de su sangre y de su carne, decapita al doble etérico. Su cabeza sale rodando y su cuerpo yace a los pies de la deidad. Esta danza sobre su sangre (rito conocido como la danza del tigre rojo). Toma el cráneo y lo vacía delante de él. Arroja al suelo los restos de sus sesos. Desarticula el cuerpo que está yaciente con independencia del perceptor y lo troza, descuartizándolo. Este motivo del destrozo recuerda varios mitos similares, como el de Orfeo, Dioniso, Osiris, Nemrod o San Valentín. Se devora sus órganos y con su boca chorreando sangre coloca sus miembros y sus órganos dentro del cráneo cortado preparando con guisante. El nauseabundo olor que sale del cuerpo muerto del yoguin atrae a distintos diablos, son herukas de fuego los que aparecen y junto con ellos núminas sedientas de sangre que ingresan al lugar, devorando todo su cuerpo (Las visiones suelen describirse como siete llamas de fuego sostenidas en el aire de un material sutil descripto a veces como ectoplásmico. En los mitos también podemos asociarlos a los siete espíritus de Dios bíblico y del Dios persa antiguo). Una vez terminado el festín macabro, ahora, Vajrayoguini, intentará asesinar al meditador. La entidad se ha dado cuenta que solo sacrificó un alter ego y no el sujeto real. Este debe, evitando con todas sus fuerzas asustarse, pase lo que pase no deberá dejar el límite del círculo que lo protege. Ahora debe tener un control de sí extraordinario. Debe deshacer esta escena una a una para luego resucitar su cuerpo volviendo a ser uno con su doble. Esto es muy peligroso. Vajrayoguini no querrá dejarlo ir. Pero él, como chamán entrenado, destruirá la visión paso a paso como si fuera la tela de maya. O, mejor dicho, demostrando que es solo eso. Y estos deberán desaparecer, y todo, supuestamente, volverá a la normalidad. De este modo, el yoguin ahora, estará renacido en un nuevo yo. Su alter ego renacido y reestructurado se unirá a él. Habrá entendido que todo es una ilusión y la realidad es impermanente.

Rito powa y torngug

El powa o “práctica de la consciencia de morir” es un proceso para experimentar en vida el estado mortuorio. Es un tipo de iluminación que dice alcanzarse un grado menor de coma. Consiste en un abandono temporario del cuerpo, separando la consciencia del mismo y generalmente intentando transferirla a otro cuerpo o a un cadáver. Esto se deriva, seguramente, de las prácticas chamánicas Bon, donde el lama psicopompo debe ayudar al difunto a encontrar otro vientre para renacer. Conforman parte del ciclo de El Libro tibetano de los muertos.

El libro tibetano de los muertos, traducción W.Y.Evans Wentz, y comentarios de Jung.

Este extraño rito se fundamenta en la creencia de que la consciencia sale del cuerpo por el ombligo a través de un cordón. Cuando esto se hace en el sepelio, la consciencia del yogui, sin abandonar el plano físico puede inducir “telepáticamente” sobre la consciencia desencarnada del difunto y guiarlo en el más allá (Según Evans- Wentz: “Sin embargo, el yoguin que cumple los ritos mortuorios, de acuerdo con el Bardo Todhol, por lo general no proyecta de ese modo su consciencia, y tiende a actuar desde el plano humano directamente sobre el principio de consciencia del moribundo o recién fallecido. Si la persona está muriendo, el yoguin emplea una suerte de sugestión yóguica enderezada a guiar al moribundo a través del estado intermedio, entre la muerte y el renacimiento. Cuando ya se produjo el deceso, el yoguin dirige el avance del principio de la consciencia en el mundo Bardo por medio de telepatía. Desde el punto de vista de la investigación psíquica, el powa parece inducir directamente sobre lo que se conoce como fantasmas. Pues el maestro powa indudablemente nos diría que todos los fantasmas pueden explicarse de acuerdo con dos categorías: 1) como visualizaciones proyectadas inconscientemente por alguien que las recibe como alucinaciones, en respuesta a estímulos producidos telepáticamente por un agente externo, humano o no-humano, encarnado o desencarnado, o 2) como reales proyecciones astrales de los denominados muertos o vivos”. Ib. P. 294).

En otro rito, mucho más peligroso, el torngug, si bien la idea es la misma, se pretende sacar la consciencia por la coronilla de la cabeza y sin ninguna cuerda que lo ate al cuerpo vacío ( Según Wentz: “Por medio de este arte yóguico, se cree que los principios de la consciencia de dos seres humanos pueden mutuamente intercambiarse, o, en otras palabras, que la consciencia que anima, o inspira, a un cuerpo humano, puede transferirse y hace animar a otro cuerpo humano, asimismo, que la vitalidad animal y la inteligencia instintiva pueden desasociarse de los elementos humanos de la consciencia e infundirse temporariamente dentro de formas subhumanas y dirigirse por medio de los ultra tenebrosos manas de la personalidad desencarnada. De esta manera (…) el adepto es capaz de desechar su propio cuerpo y tomar el cuerpo de otro ser humano, mediante consentimiento o despojamiento forzoso; y entrar y resucitar, y después de eso, ser dueño del cuerpo de una persona recién muerta. Despojar forzadamente a uno de su propio cuerpo es, por supuesto, un acto de magia negra, que solo realiza el yoguin que sigue el sendero de la oscuridad”. Op. Cit. pp. 290, 291).

El yogui, se supone que queda en animación suspendida, como muerto, o en coma profundo. Mientras se cree que la psique liberada vaga por allí, es por demás muy riesgoso. El yogui corre peligro de perder la consciencia, o que esta no encuentre el camino de regreso a su lugar originario (La reanimación del cadáver se practica en Haití y como parte del folklor se cuentan historias de personas fallecidas que reviven. Este es el proceso de “zombificación”). U otro yogui maléfico y sin escrúpulos pueda ocupar su cuerpo. El yogui puede ser distraído o interrumpido y este puede entrar en un brote esquizofrénico o quedar en estado vegetativo, incluso encontrar la muerte.

Teología Vajrayana

El cielo vacío, total, es el estado de la consciencia de Buda (Budacitta) o la materia oscura, el nirvana, la luz clara. Es el Ogmin. De él surge el Buda de todos los Budas: Vajradara. Es el Buda diamantino, transparente, la joya. También conocido como Adi Buda o Suaiam Bu, el nacido por sí mismo (Visnú en India). Es el rayo. Se lo visualiza sentado con sus dos brazos cruzados, y en cada una de sus manos porta un instrumento distinto. En una mano, la campana: el yoni, el elemento femenino; y en su otra mano, el dorje, el elemento masculino. El dorje es un cetro o lingam que consta de tres partes. Una cabeza, un tronco y una base dividida en cinco partes. Son las tres joyas del budismo: Buda, dharma y sangla. Pero también simbolizan la presencia de la Diosa Tara (Mantengo aquí su nombre en sánscrito ya que en tibetano es Dolma) en sus tres formas: Tara blanca, Tara verde y Tara roja (Kurukula).

Tara es una bodhisattva femenina y es, además, una energía similar a la Sakti india. Representa la bondad, la iluminación y la liberación final. A su vez toda esta escena representa el óctuple sendero para alcanzar el nirvana o el moksa final. Psicológicamente es mano vijñana y alaya vijñana y abajo, en mano, están las cinco consciencias o skandas. También representan los cinco elementos, con sus colores y mantras raíces. No son reales sino producto de la poderosa meditación de Adi Buda. Estos son la base del mandala de los bohisattvas o Budas dhyani o de la meditación.

Los cinco Budas Dhyani

‘The Dhyani Buddha Akshobhya’, Tibetan thangka, siglo XIII, Honolulu Museum of Art

Como venimos estudiando, estos no son budas reales o históricos, como el Tatagata (Buda terrestre), sino proyecciones de la consciencia de Adi Buda. Estados psicológicos. Meditar en ellos es parte del culto de Mahamudra y tiene la intención de ser antídotos sobre las pasiones kármicas que hay que superar y transformar. Que en el símbolo es la mutación mental, primero en las cinco Dakinis (danzarinas demoníacas desnudas que revelan el vaciado de la consciencia) y luego en los cinco herukas (demonios horrendos que matan el ego para que surja la iluminación) que corresponde a los bodhisattvas. Si hacemos una relación con los chakras los Budas dhyani serían el plexo solar, las dakinis la garganta y los herukas la cabeza. Entonces habría que ver a este mandala como un compendio de la psique y su extensión corpórea, desde el punto de vista de la psicología tibetana, como ya estudiamos. Entremos en materia.

Los cuatro Budas están dispuestos cada uno en extremos cardinales y uno, la síntesis, en su centro. Estos cuadrantes señalan no solo puntos axiales, sino estados de espiritualidad en los distintos tipos de nirvanas. Lo que quiere decir que hay varios modos de acceder a la iluminación.

Se ingresa a la rueda a través del Buda del Este: Aksobya. Es de color azul. Su nombre significa “inamovible”, “imperturbable”, no agitado, que no se mueve. Posee una campanilla, un báculo, una joya y un loto. Normalmente aparece acompañado de tres elefantes. Como el chakra muladhara que está sostenido por un elefante de siete trompas. Es el intenso deleite de la Tierra Pura del Este. Es la crisis espiritual. La que tuvo Buda Gotama al ver nacer a su hijo, al hombre enfermo, al hombre muerto y al hombre santo. Cuando entra en la rueda, es similar a cuando Gotama se va del palacio paterno a buscar la salida al dolor. Desde este punto de vista, el ingreso a la rueda es el inicio del camino espiritual. Es aquel Buda que transmuta la ira en la sabiduría clara como un espejo.

El camino es hacia el Norte, donde está el Buda Amogasidi (cuyo logro no es en vano). Este Buda es de color verde, está por lo general acompañado de su consorte la Diosa Tara, la que es su Sakti. Simboliza la mente conceptual. Es la destrucción del veneno de la ignorancia, la maya. Su símbolo es lunar y representa el elemento aire. Su animal heráldico es un Garuda o el Rey de las aves. Representa a Gotama cuando se trasformó en Buda, en el despierto. Es el nirvana que se alcanza en la vida y luego se retorna al mundo para ayudar a los otros a alcanzar la dicha y la iluminación. Se lo puede asociar al chakra manipura.

Al Oeste está el Buda Amitaba. Es adorado en el budismo chino de la Tierra Pura y el budismo japonés Shigón. Se lo representa sentado entre dos de sus discípulos: Vajrapani y Avalokiteshvara. (En algunas versiones los discípulos son tres completado por el bodhisattva Mahamaprapta). Vajrapani es el Dios del rayo, similar a Indra, y es una deidad colérica. Y Avalokiteshvara es el bodhisattva de la compasión. Algunos lo relacionan con el Dios Isvara. Otros dicen que es la trimurti tibetana, similar a Brahma, Visnú y Siva. Los Pachen Lamas u hombres santos del Tíbet se los considera encarnaciones de esta deidad. Su color es el rojo. Simboliza la renuncia. Es el nirvana inconsciente. Le corresponde el chakra anahatha.

Y el siguiente Buda es el del sur: Ratmasamvabha. Es un Buda amarillo. Su nombre significa: “El nacido de la joya”. Transforma el orgullo en humildad. Es el elemento tierra, el gran nivelador, la muerte que alcanzan todos al final del sendero. Es la representación de la muerte física, es decir, la luz clara o la iluminación postmórtem, es así el peri-nirvana. Corresponde al chakra vishudha y el demonio que lo acompaña le corresponde el chakra ajña. Y en el centro tenemos a Vairocana, el Buda blanco. Es el Buda de todos los Budas. Es el aspecto universal del Gran Buda. Su nombre significa: “El que viene del sol”; “El que pertenece al sol”. Es el vacío. La trasparencia más pura. Le corresponde el chakra de la corilla padma.

Herukas y Dakinis

Si el mandala de los cinco Budas representa el corazón o plexo solar, a la vez que la síntesis de los chakras del Hatha-yoga, el mandala superior que se sitúa en la garganta es el de las cinco Dakinis. Estas deidades femeninas están sintetizadas en la dakini del centro, es decir, Vajrayoguini. Una deidad femenina de color rojo, danzando desnuda, con espadas decapitando seres larvarios y con un cráneo hueco repleto de sangre caliente. Simbólicamente representa que con su espada corta el apego y el miedo. Simboliza, además, los misterios del nacimiento y la muerte, o, mejor dicho, de la muerte y el renacimiento. Danza de alegría porque ha dado lugar al vacío de lo femenino, lo obstétrico en la cavidad del cráneo humano. Su naturaleza desnuda a la mente de pensamientos distractores, representa a las hijas de Kama, las doncellas que tentaron al Buda. Es la fuerza pasiva de la mujer, esperanzo unirse con su parte masculina.

El mandala superior que representa la cabeza es el de los cinco herukas o demonios terribles, los Narakas, bebedores de sangre, aquellos que descuartizan el ego para siempre y permiten la entrada al reino vacuo de la mente de Buda. El heruka central, Sambara, de color azul, es la contraparte fálica de Vajrayoguini. Tiene cuatro rostros y doce brazos con elementos de destrucción. Sus fuerzas activas aniquilan el ego y abren la mente a lo ilimitado. La unión sexual mística de estos dos seres termina el proceso de superación del dolor y de la ignorancia y permiten la entrada al nirvana.

CONTINUÁ EN UNA SEGUNDA PARTE…

*Fragmento del libro inédito: Teología e historia de las religiones.

Los cinco Budas
El monasterio de Samye, el templo budista más antiguo del Tíbet, construido a finales del siglo VIII, y fundado por Padmasambhava, el gurú budista reconocido por llevar el budismo al Tíbet (Wikimedia Commoms).

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