El salvador de madres

Por Leonardo Moledo

 Escultura a la madre y su hijo en plaza Irigoyen, Liniers, Ciudad de Buenos Aires, obra de Santiago José Chierico. (Foto propia)

Leonardo Moledo (1947-2014) fue un extraordinario divulgador científico argentino, nacido en Buenos Aires. Historia de las ideas científicas. de Tales de Mileto a la Máquina de Dios (escrito junto con de Nicolás Olszevicki), es quizá su obra-legado, altamente recomendable para quienes deseen adentrarse en los grandes temas de la evolución en el tiempo de las ideas científicas. Aquí, como ejemplo, seleccionamos la sección de la obra arriba mencionada sobre Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), el médico cirujano y obstetra en el Imperio austríaco que fue trágicamente ridiculizado por bregar por medidas higiénicas para prevenir la fiebre puerperal (también conocida como «fiebre del parto») en las clínicas obstétricas. Por eso se lo conoce como «el salvador de madres».

Moledo fue también profesor universitario y director del Planetario Galileo Galilei. Su obra combina el asombro, la curiosidad, la historia de la ciencia en su relación con la historia cultural en un sentido amplio, y las inquietudes filosóficas, literarias y mitológicas. Abajo adjuntamos listado de sus obras de un alto valor cultural.

E:I

Sobre Ignaz Philipp Semmelweis «el salvador de Madres», en sección «Epidemias, contagio», en Historia de las ideas científicas, de Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki, ed. Planeta

Durante la epidemia de sífilis que se produjo en Francia en el siglo XVI, Girolamo Fracastoro (1478?-1553), el mismo que había tratado inútilmente de arreglar con 79 esferas el sistema de Aristóteles, sostuvo la primera hipótesis más o menos precisa sobre la existencia del contagio por medio de un agente vivo, que transmitía la enfermedad a través de objetos contaminados o incluso del aire.
La idea, a pesar de hacerse bastante evidente en las epidemias (y de que se tomaran medidas teniéndola en cuenta, dado que se aplicaba la cuarentena), chocaba en cierta forma con la idea de que la enfermedad provenía de adentro del cuerpo por un desequilibrio en los humores.

En tiempos de Pasteur, grandes médicos como Joseph Lister (1827- 1912) o Ignaz Semmelweis (1818-1865) empezaban a introducir medidas antisépticas, aunque no supieran exactamente cuál era el origen de la enfermedad. El caso es particularmente interesante porque muchas veces es puesto como modelo de investigación
científica.
El Hospital General de Viena era una de las instituciones más prestigiosas de Europa, pero tenía un punto negro: la atención de las parturientas, que alcanzaba altas cifras de mortalidad por la fiebre puerperal. El hospital tenía dos pabellones dedicados a la atención gratuita de partos de mujeres que carecían de dinero para pagarla (obreras, sirvientas, solteras, prostitutas y mendigas). En la sala 2, las parturientas eran atendidas bajo la dirección del doctor Bartsch, y los casos de mortalidad por fiebre puerperal eran muy
bajos (del 2 al 2,7 por ciento). En tanto, en la sala 1, bajo la dirección del doctor Klein, la mortalidad era cinco veces mayor. Semmelweis, miembro del equipo médico de la Primera División de Maternidad del Hospital de la Escuela Superior de Medicina, se propuso descubrir qué variable era la que incidía en el curioso fenómeno.
Primero descartó la teoría de las influencias epidémicas, es decir, la atribución de la prevalencia de la enfermedad a los cambios atmosférico-cósmico-telúricos. Semmelweis sostenía, con sensatez, que si la frecuencia de muertes se debiese a tales «influencias epidémicas», no debería haber diferencias en la mortalidad entre los dos pabellones o salas.
Algunos médicos pensaban que el hacinamiento era la causa de la mayor mortandad en la sala 1. Semmelweis señaló que, en verdad, había un mayor hacinamiento en la sala 2, en parte como consecuencia del terror y la resistencia que oponían las mujeres que ingresaban al hospital para ser internadas en la sala 1, temible por el alto número de muertes. Se preguntó si la posición física de las mujeres podía influir en el fenómeno: en la sala 1 las parturientas se mantenían acostadas de espaldas, mientras que en la sala 2 se las mantenía de lado. Semmelweis hizo atender a las mujeres de la sala 1 en la misma
posición que en la sala 2: la tasa de muertes no bajó.
En 1846, una comisión designada para investigar este problema atribuyó el mayor índice de mortalidad al examen poco cuidadoso que se realizaba a las mujeres en el trabajo de parto. Semmelweis refutó la idea argumentando que el parto es un acto mucho más violento que el reconocimiento, y que en las dos salas se examinaba a las pacientes de la misma manera.
Probó hipótesis que podían parecer absurdas: en la sala 1, cuando un sacerdote acudía a dar los últimos auxilios a las moribundas, debía atravesar toda la sala, cosa que no ocurría en la sala 2, donde el acceso del sacerdote a las enfermas graves era directo. La
aparición del sacerdote era anunciada por una campanilla y Semmelweis pensó que la presencia del sacerdote significaba la muerte para las parturientas y por lo tanto les producía tal terror que las hacía susceptibles a la fiebre puerperal. Solicitó al sacerdote
evitar el uso de la campanilla y cambió su itinerario, sin que por ello la mortalidad disminuyera.
Finalmente, dio con la causa: en la sala número 2 las parturientas eran asistidas por comadronas o parteras, mientras que en la sala 1 lo hacían estudiantes que, antes de revisar a las pacientes, habían hecho disecciones de cadáveres, y concluyó que había algún «material cadavérico» responsable del contagio.
Puso a prueba la hipótesis y comprobó que estaba en lo cierto: apenas obligó a los estudiantes a lavarse las manos, la tasa de infección bajó inmediatamente a un 2 por ciento. Luego amplió sus cuidados de higiene al lavado del instrumental y comprobó
estadísticamente, una vez más, la efectividad de su método.
Semmelweis sostuvo que, si su suposición era correcta, se podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente la materia cadavérica en las manos de los médicos y los estudiantes. Dictó por tanto una orden que exigía a todos los estudiantes de medicina el
lavado exhaustivo de manos con cal clorurada antes de efectuar el reconocimiento de las enfermas.
En apoyo a su hipótesis, Semmelweis hizo notar que la menor mortalidad en la sala 2 se debía a que las comadronas no practicaban autopsias.
La implantación de estas medidas disminuyó en forma inmediata la mortalidad en ambos pabellones hasta menos del 1 por ciento. La mortalidad por fiebre puerperal en el Hospital General de Viena alcanzó el punto más bajo en su historia: 0,23 por ciento.
A pesar de todo, las cosas no fueron fáciles. Cuando pidió a Klein, el jefe de la sala 1, que diera el ejemplo a los estudiantes con el lavado de sus manos, Klein se indignó (celos profesionales) y se negó. Semmelweis tuvo un violento enfrentamiento con él y fue
despedido de la clínica, aunque luego de un tiempo lo readmitieron, pero sólo para enterarse de una terrible noticia: Kolletschka, que había sido su admirado maestro y protector, había muerto un día antes de su llegada a consecuencia de una herida que se había hecho durante la autopsia del cadáver de una mujer fallecida de fiebre puerperal, lo cual le hizo provocar un escándalo que alcanzó tal magnitud que fue destituido nuevamente.
El destino me ha elegido como misionero de la verdad en cuanto a las medidas que deben tomarse para combatir la plaga de la fiebre puerperal. Desde hace mucho tiempo he dejado de responder a los ataques de los que soy objeto sin cesar; el orden de las cosas ha de probar a mis rivales que yo tenía enteramente la razón, sin que sea necesario que participe en polémicas que en adelante no pueden servir para nada al progreso de la verdad,escribió.

Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), «el salvador de madres»


Recaló en el hospital de la ciudad de Pest (Hungría), donde introdujo reformas higiénicas que abatieron en forma considerable la muerte a causa de la fiebre puerperal, como lavar las sábanas, dar de alta a las enfermas a los nueve días de hospitalización y no a los cuarenta, como se acostumbraba.
Poco después, una epidemia de la enfermedad de la que ya era especialista se presentó en el hospital de la Universidad de Pest. Esta circunstancia permitió a Semmelweis reanudar su lucha y lo convenció de escribir su obra De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal. Para ello, reunió todas las notas que había acumulado y las analizó con una lógica verdaderamente aniquiladora. En el curso de su carrera médica había aplicado sus descubrimientos a 8.537 parturientas. Durante 11 años sólo 184 mujeres que estuvieron a su cargo fallecieron por fiebre puerperal. Esto representaba el 0,02 por ciento. Era imprescindible documentarlo en forma suficiente para convencer a las incrédulas sociedades médicas.
Pero no lo aceptaron ni lo comprendieron, y los ataques que le dirigieron fueron tales que empezó a perder su equilibrio mental. Escribió cartas y manifiestos en los que acusaba de asesinos a quienes se oponían a sus teorías.
Es célebre su «Carta abierta a los profesores de obstetricia», que comienza así:
¡Asesinos! Llamo así a todos los que trabajan sin tomar las medidas que propongo con el fin de combatir la fiebre puerperal. A ellos me dirijo y me declaro su enemigo, de la manera en que hay que hacerlo frente al autor de un crimen. No puedo menos que tratarlos de asesinos. Para atajar los males que deploramos en las clínicas para parturientas no hay que cerrar éstas, sino que es preciso arrojar de ellas a los tocólogos, que son los
verdaderos portadores de las epidemias. ¡El crimen debe cesar! ¡Estoy velando para que el crimen cese!

Un grave ataque de esquizofrenia obligó a su familia a buscar ayuda médica y prácticamente lo recluyeron en su casa, con la idea de mandarlo luego a un asilo en Viena.
Pero Semmelweis se enteró, y un mal día salió sigilosamente de su casa, fue a la clínica de maternidad, agarró un bisturí con el que los estudiantes estaban haciendo la autopsia del cadáver de una mujer que había muerto de fiebre puerperal, se hizo un pequeño corte en
el dedo y luego introdujo su mano en el vientre del cadáver. El 13 de agosto de 1865, después de unas pocas semanas, murió a causa de la misma enfermedad que había combatido.

Además de novelas y obras teatrales estas son las obas de divulgación científica de Leonardo Moledo:

De las Tortugas a las estrellas (1995)

La evolución (para niños, 1995)

El Big Bang (para niños, 1995)

Dioses y demonios en el átomo (1996)

Curiosidades del Planeta Tierra (1997)

La relatividad del movimiento (para niños, 1997)

Curiosidades de la ciencia (2000)

Diez teorías que conmovieron al mundo (I y II), (Coautor: Esteban Magnani, 2006, publicado en España con el título Así se creó la ciencia)

El café de los científicos, sobre Dios y otros debates , (Coautor: Martín de Ambrosio, 2006)El café de los científicos (II), de Einstein a la clonación, (Coautor: Martín de Ambrosio, 2007)

La leyenda de las estrellas (2007)

Lavar los platos (Coautor: Ignacio Jawtuschenko)(2008)

Los mitos de la ciencia (2008)

El último café de los científicos (Coautor: Javier Vidal, 2011)

Leandro Moledo en bar Las orquídeas, en Ciudad de Buenos Aires.

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