Mentalidad Guinness

Por Esteban Ierardo

Un explorador en la busca del récord en la caminata solitaria a través de la Antártida, uno de los muchos ejemplos posibles de la mentalidad Guinness, y su avidez por la fama (foto en Sincroguía TV)

 Aquí una reflexión que nació al escuchar el particular comentario de un explorador de la era del GPS, durante una propaganda de Nat Geo, canal de la National Geographic Channel.

 Todo parece una cuestión de medidas. Los más rápido, los más veloz, los más grande, los más pequeño… Lo máximo de algo merece ser recordado como un récord. Y para ser un verdadero récord debe estamparse en la línea dorada de la biblia de los récords: el libro Guinness.

El libro Guinness de los récords (Guinness World Records) es editado una vez por año, con el listado de los nuevos récords mundiales. El libro mismo es un récord mundial, por ser sus derechos de autor lo más vendidos de todos los tiempos.

 La idea del libro de los récords nació en 1951. Sir Hugh Beaver era el director ejecutivo de Guinness Brewery. Le gustaba la caza y fue con otros amigos a llevar algo de “ternura” a indefensos animales. Los buenos muchachos buscaban divertirse. Y entre los “valerosos” cazadores surgió una duda: ¿cuál es el pájaro de caza más rápido de Europa? ¿el chorlito dorado o el urogallo?. A Hugh Beaver se le gatilló entonces la idea genial: hacer un libro con las respuestas a esas preguntas curiosas. Pensó que esa compilación tendría el aplauso del público. No se equivocó. La primera edición apareció a fines de 1955. Ya para Navidad de ese año era uno de los libros de mayor venta en el Reino Unido. Luego, las ventas superarán los 100 millones de ejemplares en 100 países y 37 idiomas.

 Algo puede ser récord de forma natural o accidental: simplemente se es el río más ancho del mundo, o el hombre más obseso de la tierra.

  Pero otra cosa es la búsqueda del récord.

 A la actitud de buscar un récord y conseguirlo podríamos llamarlo la mentalidad Guinness, otro fenómeno cultural de nuestro tiempo. Este tipo de mentalidad o filosofía necesita del récord como justificación de la propia vida. Lo esencial no es el valor propio de una actividad, sino ser reconocida como una nueva marca máxima. Y dicha marca también es deseada como camino hacia la fama.

 La curiosidad sobre esta mentalidad me surgió al ver un canal de la National Geographic Channel (conocido, en un ejemplo de la tendencia a la contracción minimalista de nuestros días, como Nat Geo). Durante una propaganda, en el anuncio de un nuevo documental, casi al pasar, vi un explorador empeñado en sus aventuras en la Antártida (1). El propósito de estas peripecias era, como él mismo aclaraba, conseguir una nueva marca memorable: “¡Ahora conseguí un nuevo récord!”, exclamó alegre y orgulloso.

 Esta declaración es, quizá, el ejemplo personal de una mentalidad general y muy extendida. Lo que consagra una actividad no es su valor en sí mismo sino su condición de medio o instrumento para conseguir un récord, y la fama que esta distinción otorga. Y esto insinúa la obsesión exitista de nuestro tiempo. O mejor: la ansiedad por el éxito que el ego y su culto a la fama individual reclama desde los comienzos de la modernidad en el Renacimiento.

 Como destacamos en mi ejemplo particular, el ansioso mensajero de la mentalidad Guiness es un explorador. En los primeros siglos de la expansión europea sobre América, África y Asia, la exploración estaba fuertemente atizada por intereses geopolíticos, de expansión imperial, de aumentos de los recursos económicos y constitución de nuevos mercados. Sin dudas ésta no era una motivación muy noble. Explorar para agenciarse nuevas comarcas para el beneficio de las naciones europeas; o para que el explorador consiguiera el suficiente oro o títulos para quedar debidamente satisfecho, y retirarse a la vida privada y disfrutar del saqueo. Pero la entrega a la exploración no es reductible sólo a las motivaciones oscuras. En muchos casos, aun mezclándose con las razones antes mencionadas, el móvil más profundo del explorador era el deseo de un saber geográfico y antropológico, la fiebre romántica por la aventura, por el descubrimiento de lo desconocido. Y esta actitud suponía arrojo, audacia, coraje, predisposición a soportar infortunios, eventuales enfermedades o hambre. La exploración así era una épica aventurera cuyo placer máximo era ver por primera vez una tierra, un mar, un pueblo, o especies animales y vegetales antes nunca vistas (2). Quizá se ambicionaba también la gloria, el reconocimiento como gran explorador, el quedar estampado el propio nombre en las galerías enjoyadas de la inmortalidad. Pero el explorador tenía que “vivir peligrosamente” (según la famosa frase nietzscheana), y saber que había altas posibilidades de morir, y de forma miserable, y de disolverse en el olvido y la bruma.

 Aquel espíritu de antaño quizá queda seguramente todavía en muchos exploradores. Pero hoy la situación de ciertos exploradores adosados a la cultura digital es muy distinta. Más que entrega a lo peligroso y desconocido, cierto tipo de exploración es una suerte de reality, un espectáculo pensado desde el vamos para su exhibición on line en YouTube, o una página web; o a la sumo de forma diferida como documental para televisión. Y, generalmente, este explorador cuenta con GPS, celular satelital; y si bien no está libre de malos momentos, íntimamente sabe que el riesgo de muerte o abandono no es una variable aceptable, ni mucho menos necesaria para el espectáculo de su odisea aventurera digitalizada.

 El centro de la exploración no es ya el amor por lo nuevo y desconocido, el sumergirse en las geografías no presentes antes en un mapa. El móvil es convertir regiones salvajes en escenario para la conquista de un récord personal.

 En la mentalidad Guinness lo importante no es ya el goce por el aprender o experimentar lo distinto. Lo importante es conseguir y mostrar algo que sólo es mío. Mi récord. Casi todos los récords Guinness no se comparten. Y esta exclusividad de una marca máxima como logro personal es lo que se diferencia de otras formas de exhibición. Alguien puede mostrar fastuosas casas o marcas de autos, pero otros pueden tenerlas mejor o en mayor cantidad. Pero no es el caso de un récord individual, que satisface el deseo escondido de destacarse por algo que exclusivamente me pertenece. Claro que éste es un logro que no escapa de lo efímero, del tiempo que derriba los grandes triunfos. Porque, seguramente, el récord propio tarde o temprano será superado por otro.

 La mentalidad Guinness es así una particular forma del culto individualista. El récord propio, propiedad personal, que pone a su dueño en un ilusorio podio, hasta que llegue el próximo que obtenga una mejor marca.

Notas:

(1) En realidad se trata del explorador Todd Carmichael, quien dirige el imperio de café de La Colombe de mil millones de dólares, en Filadelfia. En 2008, superó todos los récords con su travesía solitaria a pie de 1125 kilómetros a través de la Antártida. En principio lo hizo sin asistencia; pero esto no modifica la mentalidad Guinness; acometer algo no por su valor propio sino para conseguir un récord, siempre bajo la excusa del amor por la aventura.

(2) Nos referimos, entre otros, a exploradores como Livingstone, Musters, Falkner, von Humbolt, Darwin, Alfred Russel Wallace, el Perito Moreno, Robert Falcon Scott, Roald Amundsen, John Muir,  Shackleton, Douglas Mawson.  

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