Origen (Ficción)

Por Luis Nelson Rodríguez Custodio

Imagen creada mediante Bing

 En un futuro lejano, pero que llegará, las naves espaciales del sapiens alcanzarán lugares muy remotos. En sus viajes podrán encontrarse con grandes sorpresas. Una de ellas bien podría ser…

Este texto de Luis Nelson Rodríguez Custodio, prolífico escritor de ciencia ficción, fue publicado originalmente en Masticadores, página nacida en Cataluña, dirigida por J r Crivello, y con numerosos colaboradores en el mundo.

Origen, por de Luis Nelson Rodríguez Custodio

 El cosmonauta pisó la polvorienta superficie de aquel planeta muerto.

Una especie de caja con pantalla de cristal líquido, que llevaba en su mano izquierda indicaba:

“Alerta. Intensa disgregación de núcleos atómicos de uranio”.

Radioactividad ―pensó―. Era de esperarse. Si no fuera por mi traje aislado sería mortal.

―Veamos ―resolvió, apoyando una rodilla en tierra y depositando el cuadrado artefacto en el suelo, delante suyo.

Apretó uno de los botones, situado en el frente de aquel aparato y la lectura del visor cambió inmediatamente. Ahora se leía:

“Examen de litosfera: Profundidad 120 Kilómetros: Estéril e inorgánica.

Examen en extensión: Hidrosfera inexistente.

―¡Basura de mundo! ―exclamó para sí mismo―. Puro polvo inservible y nada de agua.

Para colmo esa maldita radioactividad que todo lo mata.

Trató de calmar su animosidad creciente…

Lo habían enviado en aquel extenso viaje para investigar sobre una alucinante y poco creíble historia que circulaba desde remotos tiempos en los mundos de la Federación Planetaria.

Ésta consistía en que hacía millones de años, no se sabía cuántos, pero se suponía que mucho antes de la guerra intergaláctica; existió un mundo primigenio, un planeta madre, cuna de la raza humana.

―¡Qué disparate! ―cuestionó, meneando la cabeza en sentido negativo―. Pensar que algunos tienen sospechas de que este desolado lugar fue el comienzo de todo.

Pulsó otro de los botones del metálico artefacto y luego de unos segundos pudo ver un número elevado de palabras y cifras:

“Oxígeno 5%, nitrógeno 94%, sin rastros de vapor de agua, no anhídrido carbónico, vestigios de argón, criptón, neón…

Apartó la vista de la extensa lista al ver que ésta confirmaba una atmósfera irrespirable, casi tenue.

Miró en derredor…

Hasta donde abarcaba la vista solo veía polvo y desolación. En ese lugar no podría sobrevivir ni siquiera un liquen, o algo que se pudiera considerar vegetal, aunque más no fuera para romper la monotonía del lúgubre paisaje.

Prendió el detector de metales que llevaba en el bolsillo derecho.

―¿Para qué? ―se dijo, pero eran las órdenes que tenía.

Caminó cerca de una hora.

De repente, y para su sorpresa, el sensor comenzó a vibrar.

Enfocó la dirección y avanzó hacia el lugar que aquel le indicaba.

Cuando llevaba cuarenta minutos de marcha vio, allá a lo lejos, algo que brillaba, reflejando la luz de la rojiza estrella ya casi extinguida.

Pensó en los restos de alguna antigua nave perdida en los confines del espacio, y con el triste destino de quedar varada

en ese hostil mundo.

Pero no, no era una nave.

Al acercarse, lo que vio fue un gran rectángulo de metal retorcido, con unos extraños signos grabados en su superficie.

―¿Qué es esto? ―se preguntó― ¿Cómo llegó aquí?

Resuelto a aclarar el misterio sacó el traductor universal y apuntó a la inscripción. A los pocos segundos leyó:

ʺBienvenidos a la Tierraʺ.

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