Una biografía ficcional en torno a Andréi Rubliov ( o Andrei Rublev), el pintor de iconos de la Rusia medieval. En la reelaboración imaginaria de la vida del artista ruso, Andréi Tarkovski, en su film Andréi Rubliov (1966), con planos narrativos y poéticos crea una metáfora del esfuerzo y el coraje creativo.
En el film de alrededor tres horas, el monje y pintor medieval renuncia a crear arte y a hablar, como protesta contra la mediocridad y el vacío de su mundo sin deseo real de divinidad.
Entonces, se sumerge en el silencio por veinte años. Quizá goza perversamente con su autocastigo, con su negación de un vivir para alumbrar nuevo arte. Pero esto cambiará por un encuentro de esos que prepara el destino; esos encuentros que abren las puertas antes cerradas, y destapan los cofres en los que permanecían enrollados e inmóviles los hilos de seda que justifican una vida, la propia.
El artista que no renuncia es Boriska, un joven fundidor de campanas.
Antes de morir, su padre sólo le revela parcialmente los secretos de la fundición de las campanas de los bellos y solemnes sonidos.
Para sobrevivir le propone a un príncipe construir un nueva campana. Pero no está seguro de conseguirlo. Se arriesga. Crea a pesar de todo. Fragua el metal. Nace la nueva copa invertida. Se la bautizará ante una gran congregación y expectativa.
¿Pero qué pasará si no ocurre lo que se espera, si fracasa? ¿Qué pasará si la campaña no nace con la sonoridad justa?
Todos esperan. El badajo se mueve. Golpea. Una y otra vez.
Y se escucha el sonido justo, que se propaga con la solemnidad de una fuerza espiritual, que ya resuena en el mundo de las aves, los humanos y lo misterioso del tiempo.
Entonces, Bariska corre sobre la tierra ablandada por una lluvia.
Se desmorona en el barro. Llora. A pesar de todo su miedo, lo logró.
Y el otro artista, que vio todo, va en su rescate. Lo abraza.
Y después de dos décadas de silencio, Andréi Rubliov habla. Le habla a Boriska. Lo exhorta a no abandonar la fundición de campanas.
Y le dice que ya no hay excusas.
Volverá a pintar.
Esteban Ierardo


