La delgada línea roja, y en las profundidades de la guerra

Por Esteban Ierardo

Detalle de afiche de La delgada línea roja.

En 1999 se estrena una de las mejores películas de guerra de la historia: La delgada línea roja, de Terrence Malick, el director de notable poesía y profundidad. En este film la guerra se convierte en indagación de la propia existencia humana y de su vínculo con la naturaleza. Lo poético y la violencia se unen en una mirada filosófica sobre la unidad de todos de los seres humanos en contra de la apariencia que indica la división y el enfrentamiento continuo.

La película adapta una novela de James Jones sobre la batalla de Guadalcanal que enfrenta norteamericanos y japoneses en 1943 durante la Segunda Guerra Mundial, en el frente del Pacífico. Con música de Hans Zimmer, y las actuaciones de Sean Penn y Nick Nolte, entre otros, el combate, la agonía, la muerte y también la belleza se mezclan con la introspección profunda a través de una voz en off. En la senda de otros grandes films bélicos como Apocalipsis now, La cruz de hierro, o 1917, en La delgada línea roja brilla el sentido heroico del sacrificio y el deseo de alguna trascendencia aun desde el caos.

Un día en Puerto Madryn, Chubut, en la Patagonia argentina, debía esperar unas horas antes de comenzar el dictado de un curso. En el único cine de la ciudad famosa por los avistajes de ballenas, vi el afiche de una película sobre la guerra del Pacífico que se exhibía en unos minutos. Sin ninguna expectativa pagué la entrada para ver lo que pensé sería un momento pasajero de estruendo y olvido. Al poco de comenzada la función la sorpresa fue absoluta. Con el fondo de la selva, una voz en off enunciaba preguntas que creía proscritas del cine.

¿La guerra es sólo la pesadilla asesina que inventan los hombres? ¿O la guerra está en el corazón de la naturaleza?, se pregunta el soldado Witt en el comienzo de La delgada línea roja, el radiante film de Terrence Malick, aunque su tema sea lo oscuro. Una joya del cine bélico de alto vuelo artístico que este año se cumplen 25 años de su estreno.

Conocida es la condición de rara avis de Terrence Malick, que optó por la independencia y por el deseo de altura antes que por el brebaje engañoso del facilismo. Entre otros films, Malick filmó Tierras malas (1973); Días del cielo (1978); El nuevo mundo (2005), la notable El árbol de la vida (2011); y la La vida oculta (2019). En su cine, destaca la voz en off como recurso poético clave, su modo particular de dirigir la cámara, y su interpolación de un sugerente simbolismo poético.

Terrence Malick

  En La delgada línea roja, las islas del Pacífico primero son la exuberancia vegetal, la calidez tropical, la belleza que irradia las brisas de un paraíso abundante. Sin embargo, la isla paradisíaca se convierte en su opuesto: la guerra de la creatura caída, del humano expulsado de cualquier santuario protector. Compenetración de contrarios: naturaleza paradisíaca y la guerra infernal. El soldado Witt conoce primero el paraíso en las islas del Pacífico, y luego ahí mismo, el impiadoso caos bélico. 

  Guadalcanal es la isla del tránsito del paraíso al infierno. Allí, en 1942, en la Segunda Guerra Mundial, el entonces Imperio del Sol Naciente extiende sus garras. A los pocos meses, los norteamericanos invaden la tierra abrazada por el mar. Tras una batalla especialmente sanguinaria, los japoneses son derrotados.

Al acecho en Guadalcanal

  James Jones es uno de los soldados que atacó a los orgullosos descendientes de los samurais. Luego, escribe una novela en la que Terrence Malick se inspira para su felizmente extraño film en la historia del cine de guerra. La obra de Malick es una aventura entre esencias. Lo esencial siempre subyace a las apariencias, a la realidad ya absorbida y domesticada. Ver una esencia demanda penetrar en una realidad habitualmente no pensada. En muchos films bélicos, la guerra no es meditada, no es pensada. Con audacia poética, La delgada línea roja desciende a la esencia de la guerra, del mal; a la naturaleza y el individuo aturdido.

  El personaje que lidera la percepción de las esencias es el ya mencionado soldado Witt (Jim Caviezel). Como el coronel Kurtz en Apocalipsis Now, Witt es miembro de una maquinaria de guerra y, a la vez, padece la nostalgia de algo originario. Pero, a diferencia del militar interpretado por Marlon Brando, Witt no busca romper con su cultura madre. Y este personaje es la máxima encarnación de lo heroico en La delgada línea roja. El héroe mítico viaja al otro mundo. Pero para volver luego al regazo de su tradición cultural y difundir su mirada especial de la vida. El héroe vive en dos mundos. Es el puente viviente que une lo natural u originario y el universo civilizado aherrojado de conflictos.

   Witt conoce el otro mundo del paraíso tropical de las islas. Convive con una tribu melanesia. Late en un tiempo otro. En esa otredad medita. Evoca el pasado como forma de comprensión del propio dolor. Y recupera la trascendencia de las preguntas esenciales. Muchos de esos interrogantes surgen en la película. En el paraíso originario, Witt cultiva la actitud meditativa como don que abre puertas en gruesos muros. En la proximidad con lo arcaico lo precede un cocodrilo que se sumerge en las aguas. Las primeras imágenes del film: lo prehistórico, lo prehumano, el fiero animal que se sumerge en las aguas; luego, la isla paradisiaca.

El soldado Witt en lo paradisíaco de la isla del Pacífico que luego se convertirá en un infierno

   Al regresar a su ejército, a su cauce cultural, Witt narra su visión del mundo paradisíaco al sargento Welsh (Sean Penn). La naturaleza-plenitud en oposición a la guerra-aniquilación se corresponde con la diferencia entre Welsh, el que asegura que la vida es un quejido solitario, y Witt, el de la visión de los dos mundos, el de la fe de que en la piel puede sentirse un viento fuerte y puro.

El sargento Welsh (Sean Penn)

  Witt, asimismo, intuye la violencia de la Naturaleza. Sabe que dentro de la selva, dentro de la Gran Madre, vive la muerte y también «la fuente de la que todo nacerá». El mundo natural mata y da nueva vida. El poder resucitador de la naturaleza a la vez concede dones espirituales para sus hijos humanos: la gloria, la piedad, la paz, la verdad. Esto afirma la voz en off de un soldado. En la vida que renace, en lo vivo cerca de la fuente, vibra «el coraje, el corazón contento, lo que calma al espíritu», y también la embriaguez por la gloria.

  Lo habitual dice que los hombres componen la jungla de los seres separados, candelabros independientes en un frío espacio de distancias. Pero Malick profesa la magia que toca a los hombres para convertirlos en un solo ser. Una nueva voz en off manifiesta: «Quizá todos los hombres tengan una sola alma. ¿Acaso todos los rostros no son parte de un solo ser? «. Regreso a la creencia antigua e hinduista: todas las almas emergen de un gran ser olvidado. Los yoes son los distintos rayos de un único sol. Creencia también de los estoicos, de Schopenhauer, Emerson y Borges. La guerra niega esta realidad escondida: la unidad de la humanidad.  

  Esta percepción de lo humano dimana del decir y pensar de un solo ser colectivo, un solo sujeto coral que, mediante la voz en off, fluye en el film. Witt es quien experimenta la sospecha del ser único, del sujeto que integra a los hombres; Witt entreve la pertenencia de todos los destinos al anillo de una sola ser. 

  La creencia en la unidad de los hombres es salto religioso. El yo antes confinado a su solitaria individualidad, ahora se religa con un único sujeto universal. Pero la postulación del único hombre convive con la gravitación en el film, y en la existencia corriente, de su opuesto: el individuo replegado en su particularidad, en su soledad, en su separación del entorno y de los otros humanos. Welsh es quien experimenta la individualidad encarcelada. El hombre que «se hace isla» y que, en la vida normal y también en la guerra, sólo depende de sí mismo. Frente al discurso a la tropa del capitán Charles Bosche (George Clooney), Welsh piensa en la falsedad de la guerra, en su gran mentira, y en la única esperanza de la salvación individual. Welsh no cree en un cielo trascendente como Witt. Es el individuo sin fe en algún fuego que brille por encima de lo personal. El sujeto sin ninguna esperanza religiosa está destinado a ser piedra que cae en su propio abismo.

  Salto religioso es el pasaje del yo-isla al sujeto único. Y también lo es la sensibilidad ante la maravilla de la pequeñez, aun en la turbulencia. En medio de la batalla  un soldado observa y acaricia una diminuta flor. Entre las escenas de destrucción, el director se detiene en un pequeño pájaro moribundo, herido por las bombas; o en una hoja acribillada por las balas y atravesada por la luz del sol. 

   Junto a los saltos religiosos, en el film se muestra el mal como uso instrumental de la muerte para el propio beneficio. Es el caso del coronel Gordon Tall (protagonizado magistralmente por Nick Nolte). Es el militar que no aspira a la gloria, sino al éxito profesional, al ego laureado por ascensos y medallas. Gordon Tall patentiza el mal del dominio instrumental de los seres. Tall no duda en manipular a sus soldados, en exponerlos a una muerte segura si esto lo acerca a su victoria propia. Su opuesto es el capitán Staros, el yo que protege paternalmente a sus hombres, el que privilegia la vida antes que la ambición personal. En la superficie, Gordon Tall encarna la razón instrumental, un continuo determinar los mejores medios para sus fines preestablecidos. Pero el instrumentalismo manipulador de Tall no es el resultado de su singularidad individual sino la confirmación de un patrón tradicional de la guerra. La violencia bélica en la historia es manipulación de los cuerpos jóvenes, mutilados y muertos. La guerra suele ser el instrumento de afirmación de una minoría. Los cadáveres que vomita el furor bélico crea beneficios para los grupos que, entre los vencedores, acaparan el poder político o económico. Lo bélico nunca, o casi nunca, es culto sincero del estado-nación, de la patria. A primera vista, el coronel es la personalidad autodeterminada que gobierna a los otros. Pero, en realidad, él es quien repite pasivamente la tradicional figura de la guerra como utilitaria explotación de los cuerpos.

El coronel Gordon Tall protagonizado por Nick Nolte.

   En otra de las emergencias de la voz colectiva de un soldado que es todos los soldados y el único sujeto, se pregunta si acaso la guerra podrá fertilizar el suelo o hacer que brille el sol. La naturaleza mata para seguidamente dar nueva vida, pero la guerra sólo destruye. No devuelve lo que quita. Su potencia destructora no crea nuevas semillas en la tierra.

   Asimismo, en la narración de la obra el tiempo se transforma y abandona lo lineal. En La delgada línea roja el tiempo no es sólo el que fluye hacia adelante. Es también un impulso de retroceso y de una temporalidad circular más amplia, como observaremos. El volver atrás se consuma mediante repetidos flashback protagonizados por el soldado Bell, quien recuerda con ansiedad y deseo la esposa que quedó en la tranquila lejanía del hogar. La memoria devuelve al soldado al pasado como forma de auto-consuelo, como fuga de la violencia del combate mediante los tulipanes apacibles de bellos recuerdos. Pero el regreso a escenas de placer e idilio dice algo más. Anuncia que la evocación de la belleza sobrevive aun en un ser devastado. Lo bello subsiste porque palpita en napas hondas, más abajo o más allá de cualquier estridencia destructora.

  Y junto al tiempo que recuerda lo bello, en el film se despliega una temporalidad circular menos notoria. Como ya dijimos, en el comienzo es el cocodrilo, lo prehistórico y arcaico que se sumerge en el agua. Y, luego, en una de las últimas imágenes, una planta emerge lozana y triunfante en una playa. Al comienzo, la inmersión del cocodrilo; al final, la vida que continua brotando del agua y la arena luego de tanto horror. El círculo del tiempo que comienza en el agua originaria, y tras la guerra se extiende hacia la vida que reaparece victoriosa. Es el renacer a pesar de las tormentas que matan.

Hacia la colina

En selva, las armas gritan, mientras el aire, antes leve, se espesa con densos sonidos de metralla. En los árboles retumba el enojo de los cañones. Un pájaro, pintado con la luz del día, cae atravesado por el metal. Con sus alas rotas se desploma sobre un soldado muerto. La tempestad bélica arrasa la tierra verde.

  Y luego de un momento recio de la batalla, Witt contempla el rostro de un japonés muerto que brota del suelo. Ahora el soldado nipón es humedad terrestre; su cara asoma entre la fértil materia terrenal. Para la mirada artística, las cosas pierden su forma corriente y se refundan. El cadáver del japonés abatido se refunda como rostro-tierra. 

  La pérdida de la forma corriente es solidaria con lo flexible, como una realidad capaz de oscilar entre lo sólido y lo gaseoso. Tal como ocurre con la niebla. Es dentro de un espeso banco neblinoso donde ocurre el ataque decisivo a las posiciones japonesas. En la niebla todo se vela y oculta. Lo real se metamorfosea entonces en algo incierto y suspendido en una frontera entre la realidad sólida y palpable y algo más etérico, poético e irreal. La música de Zimmer aquí, contribuye a lo vibrante de la escena.

  En el desenlace de su historia, Witt oficia una vez más como guardián de la trascendencia. Se ofrece como voluntario para explorar el terreno luego de la pérdida de la comunicación con las fuerzas propias que se mueven aguas arriba de un río. Allí, solo, se enfrenta con tropas japonesas de elite. Sabe que es indispensable retrasar al enemigo para que no descubra a unos desguarnecidos regimientos norteamericanos que esperan aguas abajo. Witt es atrapado. Se le ordena que arroje su rifle. Lo racional es obedecer. Pero la predestinación heroica le impide ese acto esperable. Presiona entonces a sus captores para que perforen su pecho con una certera bala. Consuma así un calculado sacrificio. Morir para que los otros vivan. El instante más alto del que va más allá de su individualidad. El héroe, Witt, ha cumplido su misión.

Soldado Robert Wit, interpretado por Jim Caviezel

  En un descanso del combate, la voz de un soldado narra la historia de un ave moribunda. Frente al dolor del animal emplumado, alguien encuentra la confirmación de la lenta muerte del sol; otro, en la resistencia del pájaro en sus últimos estertores halla la gloria.

  Y es el tiempo del regreso. Un soldado se embarca para abandonar el infierno en el paraíso y volver a un espacio seguro. El día recita canciones de luz. Las sonrisas del sol saltan entre los remolinos espumosos del agua. La isla empequeñece en la lejanía con sus plantas y rocas. Y una última voz corre por el azul y la humedad oceánicas:

«Oh, alma mía. Déjame entrar en ti, mira a través de mis ojos, contempla las cosas que creaste, mira cómo brillan. Todo brilla».

  A pesar de todo, brilla la jungla donde los soldados murieron; brilla el viento que frota las cosas entre el aire esmaltado con iridiscentes colores; brilla la angustia; brilla luego de tanta oscuridad, la vida que siempre renace. 

LA DELGADA LÍNEA ROJA, TRAILER EN ESPAÑOL

Huellas de la metralla de la guerra en las hojas acariciadas por el sol

Deja un comentario