San Martín, el escocés, y la otra reunión secreta

Por Esteban Ierardo

(última revisión 11 de septiembre 2024)

San Martin y su amigo escocés Lord Duff

El general Don José de San Martin (1778-1850) es un personaje fundamental de las guerras de la independencia sudamericana en el siglo XIX. Reconocido como el Libertador de Argentina, Chile y Perú, su figura aún hoy está envuelta en misterios: su relación con la masonería, sus numerosas reuniones secretas, como la que sostuvo con Bolívar en Guayaquil, o su reunión, menos divulgada y sobre la que muy poco o nada se conoce, con uno de sus grandes amigos, el escocés Lord Duff, en 1824, hace dos siglos, en Banff, Escocia.

En este ensayo de temática histórica nos adentramos en parte de los pliegues de la extraordinaria vida del estratega José de San Martin para recrear, con algo de imaginación y conjeturas, su reencuentro con su amigo, otro masón, James Duff, en el palacio Duff en el norte de Escocia.

I.

Historia de una amistad

La réplica del sable de San Martín entregado, en 1950, por el embajador argentino en el Reino Unido, Carlos Hogan en el Banff Museum

Ese día de 1824 es quizá lluvioso. Londres se agazapa como un gran pájaro junto al Támesis. El servicio de galera no se interrumpirá. El viaje es largo, casi mil kilómetros, la distancia desde la capital inglesa hasta Banff, en el norte de Escocia.  Don José de San Martín recorre la campiña inglesa, y luego las highlands, para reunirse con su amigo, el escocés masón Lord Duff.

 Antes, cuando en 1812 regresa de Europa al Río de la Plata para sumarse al alzamiento contra España, es sospechado de espía inglés, francés o español. Lo que sí, es masón, con contactos con la masonería de Inglaterra, Escocia y España. El Libertador de Argentina, Chile y Perú encarna un idealismo masónico universal, propio de su tiempo, orientado a la acción emancipadora de las tiranías. Aquí también se acomoda la firme amistad con el escocés masón Lord Duff. Así el viaje que en 1824 hace San Martín a Banff para reunirse con su amigo en su palacio en el norte escocés conlleva algo más profundo que un encuentro de simple camarería, o la ocasión para recibir alabanzas o condecoraciones.

Una semana permanece en la residencia del masón James Duff, IV conde de Fife. Como su reunión con Bolívar en Guayaquil, nada se sabe de lo que hablaron. Otra reunión secreta de San Martín que suele ser pasada por alto, y que es tan seductora y relevante como la de la ciudad ecuatoriana. De alguna manera en Banff San Martín quizá cierra simbólicamente, y desde una mirada retrospectiva, todo el proceso entre su ingreso a la masonería en Cádiz en 1811, y su regreso a Europa, con Escocia, como su primera estadía antes de su radicación en Francia, donde muere a los 72 años.

De ahí que el vínculo «de hermanos» entre San Martín y Lord Duff es especial momento para sondear la relación del hombre nacido en Yapeyú con su acción política-militar como posible «misión masónica» y, paralelamente, su relación con Escocia.

II

El misterio de un itinerario

Restos de la casa que habitó San Martin cuando muy niño, en Yapeyú, Corrientes, Argentina (foto en tripadvisor)

 Luego de su nacimiento en Yapeyú, Corrientes, en 1778, a la vera del río Uruguay, bajo las estrellas de un nítido cielo nocturno, todavía hoy no contaminado, con sólo 7 años de edad, Don José viaja hacia España, y con solo 11 años ingresa en la Academia Militar. Se forja como soldado en la lucha feroz por tierra y mar, entre arremetidas y heridas, infortunios y victorias, en lucha contra Napoleón que invade España tras la farsa de Bayona o abdicaciones de Bayona, que ocurren el 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad francesa homónima, cuando Carlos IV y su hijo Fernando VII son obligados a abdicar de sus derechos al trono español a favor de Napoleón Bonaparte, que luego los cede a su hermano José Bonaparte, quien gobierna España bajo el nombre de José I.

En combate con los franceses San Martín se hace de varios amigos británicos de por vida; varios oficiales que pelearán bajo sus órdenes, y algunos de ellos escribirán páginas biográficas sobre él, como los casos del capitán Basil Hall y el general William Miller. El capitán Basil Hall le realiza una entrevista en Perú, en 1822, recogida en El general San Martín en el Perú: Extracto del Diario escrito en las cosas de Chile y Perú, en 1820 y 1821; y el general William Miller, miembro del Ejército de los Andes, veterano de Waterloo, combatiente en la batalla de Maipú, en 1828, publica sus memorias en Londres donde admira la trayectoria del general de la batalla de Chacabuco.

¿Pero por qué un militar estimado como español, a pesar de su origen, que lucha contra Napoleón, y con un brillante futuro en latitudes europeas, cruza el Atlántico para inmiscuirse en el caos sudamericano? ¿Cuáles son los resortes profundos de esa decisión y la naturaleza de su compromiso con la causa de la lucha independentista sudamericana? Parte del enigma del nacido en Yapeyú que ya destaca Bartolomé Mitre, en los comienzos del estudio de su figura histórica (1).

Desde su llegada al Río de la Plata, en 1812, sobre el recién arribado pesa la sospecha de agente extranjero. Sin embargo, su foja de servicios es demasiado prominente como para negarla, y entonces se le adjudican responsabilidades militares que tejen una constelación de eventos: su creación del regimiento de Granaderos a Caballo, su bautismo de fuego en el combate de San Lorenzo, la organización del Ejército de los Andes en Mendoza, el cruce de los Andes, la épica travesía de una fuerza armada de más de cinco mil hombres. San Martín, luego, con sus valerosos soldados cae sobre los realistas en Chacabuco; libera Chile junto a O’ Higgins; arriba con una flota del almirante Cochrane al Callao. Es nombrado Protector de Perú. Y tras su misterioso encuentro de seis horas con Simón Bolívar en Quito, decide volver al Viejo Continente al tiempo que rechaza propuestas de empaparse en sangre argentina en las guerras civiles.

III.

El Plan Maitland

En 1998, el político e historiador argentino Rodolfo Terragno realiza un sensacional descubrimiento de esos que le devuelven a los archivos el halo de refugio de tesoros secretos que esperan su héroe descubridor. Terragno descubre un plan secreto británico para la invasión de la Sudamérica española. Como si hubiera encontrado la Comedia perdida de Aristóteles en la biblioteca de El nombre de la Rosa, a Terragno se le eriza la piel cuando da con un plan británico olvidado por casi dos siglos: el plan Maitland, un documento militar elaborado en el año 1800 por Thomas Maitland, general escocés del Ejército británico y gobernador colonial, a pedido del Primer ministro William Pitt “el joven”. Una de las fuentes para la elaboración del plan son jesuitas desairados por la expulsión de su Orden de América bajo el reinado de Carlos III, en 1767. Es el caso del mendocino Juan José Godoy y el peruano Juan Pablo Viscardo, quienes entregan información sobre las colonias y pasos cordilleranos al diplomático y político sir John Cox Hippisley, y éste a Maitland, quien sugiere constituir un ejército de 10 mil hombres, mediante regimientos de la India y una flota de la Compañía de las Indias Orientales. A Maitland también le es muy útil el conocimiento sobre el clima en la región a través de datos relevados por la expedición francesa de Jean Francois de la Pérouse de 1788.

Pero el Plan Maitland queda archivado cuando cae el gobierno de Pitt en 1801, durante el reinado de Jorge III. Desde el descubrimiento del plan secreto se insiste en la posibilidad del conocimiento sanmartiniano de ese proyecto para su posterior aplicación en tierras sudamericanas por sus llamativas coincidencias (aunque también con algunas diferencias).

 El plan se halla en el Archivo General de Escocia bajo la denominación “Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego ‘emancipar’ Perú y México”.​ La alusión a México es un error, en realidad se refiere a la región de Quito, Ecuador. El libro de Rodolfo Terragno, Maitland & San Martín (1998), sintetiza los nódulos vertebrales del plan: la conquista de Buenos Aires (2); luego, avanzar sobre Mendoza, el cruce de los Andes, y la interacción con otro ejército llegado desde Cabo Esperanza y Australia a través del Pacífico; el sojuzgamiento de los españoles; la toma de Chile y, finalmente, el avance por mar para invadir el Perú. En lo planificado influye un plan anterior de Nicholas Vansittart, miembro del parlamento inglés, allegado al secretario de Guerra Henry Dundas, que también fue cancelado en 1797.

  Las semejanzas con el plan sanmartiniano de emancipación triple de Argentina, Chile y Perú bien puede alimentar la presunción de San Martín como funcional a los intereses ingleses de incorporación de Sudamérica y sus puertos como nuevo gran mercado dentro de su expansión imperial, para lo que es primero indispensable desplazar a España y su monopolio comercial (3).

San Martín quedaría reducido así a un «agente» o instrumento para la satisfacción de dichos intereses británicos. El derrumbe de la presencia española supone un beneficio para Gran Bretaña, esto es innegable, pero deducir de ello que éste es el principal motor de la acción sanmartiniana implica, entendemos, una desacertada simplificación. Por un lado, en las circunstancias de su tiempo, la ayuda británica para la empresa militar de San Martín contra el Imperio español en Sudamérica le es oportuna; y por otro lado, es oportuno intentar entender el sustrato más profundo de la masonería desde la que San Martín actúa cuando llega al Río de la Plata para iniciar su aventura libertadora en 1812. Es necesario entonces no solo atender a la filiación masónica sanmartiniana sino también a la comprensión de su real significado como subterránea fuerza de rebelión ético-política en el siglo XIX.

 El ideal masónico y su acción más allá de los Estados

El ojo del Gran Arquitecto, en la fachada del Templo Masónico de Santa Cruz de Tenerife (Wikimedia

Sería imposible y no pertinente aquí una larga historia de la masonería. La bibliografía sobre esto es prolífica (3).Lo que que sí es indispensable es, primero, la compresión de la teoría del ideal masónico. La masonería es una hermandad unida por ritos y simbolismos a la que se le atribuyen muchos orígenes: el antiguo Egipto, los constructores del templo de Salomón bajo el liderazgo de Hiram Abif… Pero ya con mayor sustento documental la institución masónica se revela como sociedad secreta e iniciática con dos claras etapas. La primera masonería es la operativa de los masones constructores, los picapedreros y albañiles, de las catedrales medievales. El trabajo con la piedra es parte esencial del templo como obra colectiva y anónima consagrada a Dios. A esta primera masonería, con sus logias y ritos secretos, solo pertenecen los constructores ya ordenados en sus grados de aprendiz, hermano y maestro.  El templo visible como símbolo de la elevación espiritual y fruto colectivo.

La segunda etapa es la masonería moderna especulativa nacida de las actas fundacionales redactadas por el escocés de Aberdeen Joseph Anderson, y el filósofo natural francés Jean Théophile Désaguliers, publicadas en 1723 en Londres. Esta masonería se abre a la fraternidad de todos los individuos probos y de buena voluntad, más allá de las nacionalidades, profesiones o creencias. Así, la hermandad masónica no se compone ahora de los constructores sino de una nueva confraternidad que, desde la supresión de diferencias sociales, une al humilde zapatero o panadero con el sofisticado intelectual o aristócrata. Y su meta constructiva ya no es el templo exterior que honra a Dios sino un templo invisible, que simboliza la hermandad universal que repudia toda tiranía y dogmatismo y que a todos acepta salvo al “estúpido ateo” que no reconoce a Dios como el Gran Arquitecto del universo representado como un ojo dentro de un triángulo al tiempo que se conservan los viejos instrumentos de construcción como símbolos, fundamentalmente la escuadra y el compás, la plomada o el mandil. Propender hacia el templo de la Hermandad bajo los rayos de una fuerza divina y universal demanda un elevado estado de conciencia. Un camino en esa dirección es el trabajo en las tenidas o reuniones de las logias masónicas según diversos ritos y con sus grados y simbolismos, y siempre con un primer momento de aceptación de un nuevo miembro a través de un rito secreto de iniciación. Pero paralelamente a esta vía, en el siglo XIX es muy clara la coexistencia de la masonería especulativa, con sus ritualismos y simbolismos ancestrales, con una paramasoneria política, que busca derretir los metales innobles de las tiranías en procesos modernos de emancipación.

La liberación de los países, que luego pueden adquirir la forma de una república o una monarquía constitucional, solo es posible desde la acción política-militar revolucionaria, la de los sables y el coraje que no reculan ante el desafío y el sacrificio; y a través de hermandades que deben observar un estricto secreto ante las múltiples amenazas que se ciernen sobre quienes defienden la libertad. Y el General de Chacabuco, que no es republicano, luego será partidario de una monarquía constitucional como garantía de libertades.

Seguramente apañado por esa sincera convicción, San Martín actúa desde la espiritualidad masónica mayor que no responde a ninguna nacionalidad particular sino a la emancipación política como parte de una mística de la libertad; lo que demanda una acción transformadora en la realidad.

 San Martín no vuelve así al Río de la Plata como agente de soterrados intereses sino, al menos desde su creencia o sueño personal, como convencido hermano masón introductor de la libertad por la acción política y bélica.

 ¿Pero quién lleva al Libertador a sostener la espada con empuñadura masónica?

San Martín y el escocés

En su juventud, a James Duff la vida le sonríe: cómodos privilegios heredados, alcurnia aristocrática, amor. Se casa con la joven Mary Caroline Manners, VII condesa de Dysart. Son felices en Banff, la localidad escocesa en la que se alza Duff House, el palacio de su familia, concebido para irradiar el lustre nobiliario familiar, diseñado por el arquitecto escocés más importante de la época, William Adam, quien planifica numerosas casas de campo y edificios públicos en estilo palladiano. Además del palacio recién mencionado, la inmensa Hopetoun House, cerca de Edimburgo, es su obra más notable.

Y en 1811, Lord Duff sucede a su padre como IV conde de Fife; antes, en 1809, es nombrado Vizconde Macduff.

Pero, agazapado, un demonio espera su momento para inocular la desgracia. Entonces, un perro rabioso muerde a su esposa. Su lenta y espantosa muerte lo empuja al abismo. Ya no quiere vivir. No apelará al suicidio. Prefiere anticipar su partida en alguna guerra. Se entera de la invasión napoleónica de la península ibérica. Se ofrece como voluntario dentro del ejército español para combatir al invasor galo. En su lucha contra las fuerzas del gran corso sufre heridas en la batalla de Talavera; participa en la defensa de Cádiz; y es herido nuevamente en el ataque al castillo de Matagorda, que funge como fortificación en la bahía gaditana, en 1810.

En 1808, cuando San Martín sirve a la corona española, cuando es todavía un militar español de origen sudamericano, combate a las órdenes del general inglés William Carr Beresford, el mismo que dos años antes lidera la primera invasión inglesa a Buenos Aires. En esas circunstancias, en Cádiz, conoce a James Duff. Comienza otra de las grandes amistades sanmartinianas, junto con la que cultiva con Tomás Guido, o Alejandro María Aguado (1784-1842), el hombre más rico de Francia que, le asegura San Martín a Miller, lo salva de la pobreza, o de morir en un hospital. En la década de 1830, Aguado, que había sido camarada de armas de San Martin en el mismo regimiento durante la lucha contra Napoleón, lo nombra su albacea testamentario y tutor de sus hijos, y heredero de todas sus alhajas y condecoraciones personales. Aguado, a su vez, le hace comprar la residencia de campo en Grand Bourg (abril de 1834) a orillas del Sena, y donde San Martín vivirá con su hija Mercedes hasta 1848.

Y Lord Duff es masón. Protege y promueve las tradiciones de la masonería escocesa, como el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, uno de los sistemas de grados más importantes en el universo masónico. Es Gran Maestre de la Gran Logia de Escocia entre 1814 a 1816, y después Gran Maestre de la Logia Provincial de Banff hasta su muerte en 1857. Lord Duff es relevante en la historia escocesa dado que, como miembro de la nobleza, participa en el parlamento británico.

El escocés se retira de España en 1813, como mayor general del Ejército Español. En España, lo llaman Lord MacDuff. Entonces, el duque de Wellington le obsequia una espada con empuñadura de oro con brillantes de la India. Su hermano Alexander Duff, oficial del ejército británico, participa de la expedición a Buenos Aires en 1807, es jefe de una de las columnas derrotadas en el ataque a la ciudad el 5 de julio.

Como masón, Duff seguramente le infunde a San Martín la pasión por la masonería y su nexo con ideas independentistas y liberales que aspiran a ensamblar las vigas de un nuevo mundo. Y ese nuevo mundo debe ser América.

Y San Martín se convierte en masón, en Cádiz, en 1811. Entonces, quizá, decide renunciar a la carrera militar española, y darle cuerpo a la libertad con el acero caliente de las armas en su tierra de origen.

La compresión previa de la cosmovisión masónica es aquí relevante. En un idealismo difícil de entender en estos tiempos, San Martin no se concentra solo en su éxito militar personal, sino en contribuir a una liberación política acorde a las sociedades modernas. Esto encaja con el ideal del templo masónico universal de la libertad.

John Lynch (1927-2018)​​, historiador, hispanista y americanista británico, confirma que Duff es el puente entre San Martín e Inglaterra, vía un pasaje que obtiene para él en un barco de guerra británico en el que navega desde Lisboa hasta Londres en octubre de 1811, luego de que el 6 de septiembre de ese año, el futuro vencedor de Chacabuco renuncia a su carrera militar en España, cuando posee el grado de teniente coronel.

La Logia Lautaro y un plan inevitable.

En 1798, en un Londres cubierto de niebla unos hombres crean la llamada Logia de los Caballeros Racionales o Logia Gran Reunión Americana. El fundador es el venezolano Francisco de Miranda. En 1807, Miranda funda filiales en Cádiz y Madrid de la logia. La primera filial en la ciudad gaditana, en 1811, tiene el nombre clave de Logia Lautaro.

En el seno de esta logia y con la participación de Lord Duff, se decide la llegada de San Martín y otros al Río de la Plata en la Fragata George Cunning; y es interesante en este punto que Vicente Fidel López observa que la Logia Lautaro no es «como generalmente se ha creído, un título de ocasión sacado al acaso de La leyenda Araucana de Ercilla, sino una palabra intencionalmente masónica y simbólica, cuyo significado específico no era ‘guerra a España ‘ sino expedición a Chile: secreto que sólo se revelaba a los iniciados al tiempo de jurar el compromiso de adherirse y consagrarse a ese fin» (Historia de la República Argentina, Sopena, 1970, p.447.).

Al momento del arribo de San Martín al puerto de Buenos Aires, aquí ya existe la Logia Independencia, fundada en 1795, y en 1810 Julián Álvarez crea la Logia de San Juan. Estas logias lautarinas son logias masónicas operativas que buscan abatir las tiranías mediante la acción política-militar. Esto no impide, como sostiene el reconocido investigador masónico peruano José Stevenson Collante, que no puedan coincidir los masones de Logias Regulares Universales y los Masones de las Logias Patrióticas Revolucionarias Americanas.

La fundación de la primera filial de la Logia Lautaro en América, en la ciudad de Buenos Aires, es acordada en secreto en 1812 por José de San Martín, Carlos María de Alvear y el ya mencionado Julián Álvarez. Desde fines de 1812, se le une la Sociedad Patriótica creada por los seguidores de Mariano Moreno, el intelectual y político, secretario del Primer gobierno patrio, en Buenos Aires, que finge todavía obediencia a Fernando VII.

La denominación de Logia Lautaro remite al líder de la resistencia araucana contra la dominación española en Chile. Lautaro, el líder muy exitoso en resistir a los españoles en la Capitanía General de Chile, lo que mantiene la independencia de la Araucanía hasta el siglo XVIII. Lautaro primero es servidor de los españoles encabezados por el conquistador Pedro de Valdivia. Las atrocidades que presencia contra los suyos lo persuaden de que debe combatir a los hispanos y no servirlos, pero de ellos aprende estrategias, uso de armas, la adopción de los caballos en ágil fuerza de caballería; da ritmo a una guerra de guerrillas y desgaste. Incluso implementa astutas redes de inteligencia para obtener información: agentes preparados en las artes del camuflaje y la simulación, o la ingeniosa manipulación de las ramas de los árboles como sistema de señales. La sagacidad y fervor de Lautaro no sólo da el nombre a una logia, sino que también abre la conexión político-estratégica futura sanmartiniana cuando antes del cruce de los Andes parlamenta con los indígenas pehuenches en Mendoza.

El aire secreto de la Logia Lautaro, además de San Martín y algunos de sus compañeros de viaje en la Fragata Canning, lo respiran otros «hermanos» como Manuel Belgrano, Bernardo O’ Higgins, Bernardo de Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás Rodríguez Peña, José Antonio Álvarez Condarco, entre otros importantes personajes.

En Buenos Aires, la Logia Lautaro se reúne en los domicilios de algunos de sus miembros o en un local situado en la calle Balcarce, en la ciudad de Buenos Aires, frente al Convento de Santo Domingo, en el que hoy reposa el famoso mausoleo del general Belgrano. La logia Lautaro alcanza el pináculo de su influencia durante el Segundo Triunvirato y los gobiernos de los Directores Supremos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Posadas y Carlos María de Alvear; y el Director Juan Martín de Pueyrredón, ante el que Tomás Guido realiza importante gestiones para sostener el apoyo al general de Chacabuco y Maipú.

San Martín profesionaliza las milicias, reorganiza el Ejercito del Norte, presiona para que en Tucumán se declare finalmente la Independencia, y es nombrado gobernador de la provincia de Cuyo, Mendoza. Aquí crea el Ejército de los Andes, la fuerza para acometer el célebre cruce de la cordillera andina por varios pasos. El plan Maitland parece en vías de consumación. No es claro si San Martín sabe o no del plan británico, antes comentado, que no supera su condición de proyecto. Tal vez conoció el plan por hermanos de la Logia Lautaro, o en la logia Gran Reunión Americana, en España o en Londres. Pero esto nos parece irrelevante. Como estratega sabe que la médula de la resistencia española solo puede ser quebrada por la conquista de Lima, la Ciudad de los Reyes en ese entonces, capital del viejo virreinato del Perú. Pero aunque San Martín nada supiera del plan inglés habría determinado sobre el terreno su inevitabilidad. Cuando fue jefe del Ejército del Norte, luego de Belgrano, por propia observación sabe que el Norte no es la dirección adecuada para el ataque al Perú, luego de las derrotas desastrosas de Huaqui (1811) y o de Viluma o Sipe-Sipe (1815). La única vía posible es cruzar los Andes hacia Chile para luego por mar, libre de áridos obstáculos geográficos en el Alto Perú, arribar «por atrás » y asestar una estocada en el corazón todavía palpitante de la principal fuerza española en Sudamérica.

Es decir, aun cuando San Martín nada sepa del plan Maitland, por decisiones en el escenario de las operaciones su Plan Continental tendría que coincidir, por fuerza, con el plan inglés. Así es muy pertinente la posición de Enrique Diaz Araujo en su libro San Martin: cuestiones disputas, en cuanto a que «la decisión de realizar las operaciones sobre Chile y posteriormente sobre Perú habría surgido en el momento dada la evolución de los sucesos, especialmente en el país transandino, y no como algo pensado y elaborado en Europa antes de la llegada a América. De esta manera también el historiador desvincula el Plan Continental del apoyo británico, descartando nuevamente el rol del Libertador como supuesto agente inglés, tan promocionada por los calumniadores y vendedores de rumores actuales» (5).

En la combinación de un ataque por tierra, por cruce de montañas y tramos por mar, ya lo preceden las campañas militares de Alejandro o Napoleón. Pero, ante todo, Aníbal, el general cartaginés, es obligado ejemplo inspirador cuando cruza los Alpes para atacar al Imperio Romano.

Durante el 21 de diciembre de 1816, el gobierno argentino, encabezado por Pueyrredón, y en acuerdo con La logia Lautaro, expide instrucciones reservadas para San Martin en su fase de organización del Ejercito de Los Andes, mencionada en el libro de Miguel Ángel del Marco, San Martín General victorioso. Padre de naciones:

«La consolidación de la independencia de la América de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli, la gloria a que aspiran en esta grande empresa las Provincias Unidas del Sud, son los únicos móviles a que debe atribuirse el impulso de la campaña...»

Esto efectivamente es lo que mueve a San Martín, el despliegue de una fuerza militar para la independencia sostenida en una mística de la libertad.

Y con este horizonte de propósitos, el hombre de Yapeyú prepara su Ejército que trepará por alturas mayores a las de los Alpes de Aníbal. San Martín, el gran escalador. Cuando dirige el gobierno de la provincia de Cuyo muestra sus dotes como político y eficaz gobernador. Es muy prudente administrador de los escasos recursos. Y organiza milicias cívicas. Una de ellas es especial por su origen: muchos de los antes prisioneros de las invasiones inglesas de Buenos Aires deciden permanecer en el país luego de ser liberados y se establecen en Mendoza. Por su orden, disciplina y experiencia militar, San Martín los acepta como fuerza de apoyo; se trata de la “Compañía de Cazadores Ingleses”, alrededor de cincuenta hombres que habían formado parte del Regimiento N° 71 Highlanders de Escocia.

Y luego del cruce de la cordillera, el Ejército de los Andes cae sobre el ejército español que lo espera del otro lado de los Andes, el 12 de febrero de 1817, en la batalla de Chacabuco, entonces, otro precedente antiguo guía la estrategia de San Martín: el ataque lateral, no frontal, contra la fuerza enemiga a la manera del general tebano Epaminondas. Aliado a O’ Higgins, otro masón, el chileno de origen irlandés, aseguran Santiago y Valparaíso. Desde esta última ciudad portuaria, en 1820, en la flota de Lord Cochrane parte con sus Granaderos y otras fuerzas por mar para sitiar primero el Callao y luego descargar el rayo del cambio en Lima.

Su secretario y ayudante de campo en el Ejercito de los Andes, el oficial irlandés John Thomond O’Brien, es uno de los presentes en el acto de la firma de la Independencia del Perú. Se encuentra después con Bolívar que deja tras de sí tendales de victorias y soldados y civiles muertos. La célebre reunión en Guayaquil, secreta, blindada a los trascendidos, oculta todo lo dicho. Pero el resultado es seguro: San Martín declina compartir la conducción de los ejércitos revolucionarios del norte y el sur en una campaña final. ¿Un posible acuerdo entre hermanos masones, o el cumplimiento de órdenes de esferas más altas? ¿O la ambición de Bolívar de ser el héroe único de la victoria? Acaso San Martín entiende ahora que su misión es extender el reconocimiento internacional de la joven independencia de los nuevos estados; y quizá percibe que su parte en una misión que lo supera ya se ha consumado.

Emprende el regreso a Europa. Unos años después, la nostalgia por la tierra sudamericana lo devuelve al puerto de Buenos Aires. La guerra entre argentinos continúa. Se le propone liderar uno de los bandos en la guerra civil que en la Argentina empieza con la primera batalla de Cepeda, en 1820. Dorrego es fusilado. Lavalle agita banderas ensangrentadas en defensa de los intereses de la ciudad mayor, Buenos Aires. Pero San Martín luchó por la libertad y la confraternidad. Entonces, no desembarca. No volverá ni a las montañas de los cóndores ni al Río de la Plata. Ahora es el exiliado.

La estancia en Duff House, en Banff

Duff House (imagen en visitescotland)

Luego de renunciar a todo mando militar en la campaña independentista en Sudamérica, el nativo de Yapeyú atraviesa el océano Atlántico. Viaja con su hija Mercedes, producto de su unión con Remedios de Escalada, que muere en 1823. Busca desembarcar en Francia. Una atmósfera política que le es hostil en ese momento frustra su deseo. Se dirige entonces a Inglaterra, pero su verdadero destino es la Escocia de los muchos castillos, aún en pie en su sueño medieval.

El 9 de agosto de 1824, San Martín adquiere en Londres un boleto de 2 libras y en una diligencia de la Royal Mail asciende por la tierra inglesa y escocesa para llegar hasta Banff y reunirse con un viejo amigo, o más exactamente «hermano». Antes, deja a Mercedes a cargo del capitán Peter Heywood y señora, a quienes confía la tutoría de su educación en Londres.

El camino hacia el norte de Escocia es de poco más de 900 kilómetros.

Descansa en cómodas posadas, se deleita primero con el paisaje inglés y luego lo deslumbran las colinas y lagos escoceses entre la niebla o bajo los fascinantes resplandores del sol. En Escocia, arriba primero a la ciudad de Aberdeen, se aloja en el Hotel Dempster (hoy desaparecido), en el Nr. 63 de Union Street. Y luego en otro coche llega, al fin, al hogar de su amigo, el escocés, en Banff, a sólo 73 kilómetros.

En la mañana del viernes 13 introduce su cuerpo de heridas, dolores y batallas dentro del palacio Duff-House. El cuarto Conde de Fife lo espera con ansiedad, pero no puede saber el día exacto de su llegada. Por eso cuando el General San Martín se hace presente, Lord Duff está de cacería. Se le avisa del arribo «de su hermano». Se estrechan entonces en un gran abrazo.

Unos días después de su llegada, el 19 de agosto, el vencedor de Chacabuco es invitado a Town House, la sede de la alcaldía de Banff, en la que los hombres ilustres de la ciudad le otorgan la Royal Burgh of Banff, una muy infrecuente distinción por la que el «Ilustrísimo y Nobilísimo varón D. José de San Martín» recibe un diploma por el que es «recibido y admitido como Ciudadano del Municipio y Cofrade de las Hermandades de este Burgo». La única vez que un argentino recibe una distinción de este tenor en Gran Bretaña.

Luego de la especial ceremonia, los dos hermanos visitan dos Logias masónicas: St. Andrew N° 52 y Saint John, Operative N° 92.

Pero lo más importante es la especulación sobre lo que pudieron hablar los dos amigos en Duff House durante unos días. La otra reunión secreta de San Martín, además de las de Cádiz, Londres y Guayaquil. Y, como afirma el historiador y periodista Carlos Campana, en las conversaciones en Banff «se comentaron algunos secretos que quedaran ocultos por una eternidad».

Pero nada impide imaginar, especular… Quizá en la reuniones en Banff el argentino y el escocés rememoran el día de su encuentro en Cádiz. Recuerdan hechos de la lucha contra Napoleón, y lo acordado en las reuniones secretas entre hermanos. Tal vez celebran que Sudamérica esté en camino de repetir la liberación que los Estados Unidos de Norteamérica ya antes consiguió, mediante sus ejércitos y el empuje de sus padres fundadores, Thomas Jefferson, John Adams, Benjamín Franklin y George Washington, y casi todos ellos hermanos también; quizá se lamentan de la muerte en la prisión La Carraca, en Cádiz, de Francisco de Miranda, y aprueban o cuestionan el trato que le dispensa Bolívar cuando lo acusa de traición por no aplicar la política de «exterminio total» contra el enemigo; tal vez acuerdan que la rebelión, en 1820, del comandante español y «hermano » Rafael del Riego y Núñez fue casi tan decisiva como el cruce de los Andes para el buen término de la independencia sudamericana. Riego tenía la orden de embarcarse al frente de un ejército de 20.000 hombres en la Gran Expedición de Ultramar para desembarcar en Sudamérica y sofocar las revoluciones de las colonias. Pero se reveló antes de partir. Proclamó su obediencia a la constitución «justa y liberal» de Cádiz de 1812. La osadía de su alzamiento contra el absolutismo de Fernando VII lo pagó tres años después con su ahorcamiento.

Sí, la decisión de Riego no debe ser olvidada, suscribe Duff. Pero tampoco, acaso observa San Martin, se debe soslayar que la liberación del gobierno español es un logro de muchos: cada soldado raso destinado al olvido, cada persona que colaboró con alguna donación para el Ejército de los Andes, cada caballo, cada mula, cada cañón, cada fusil… Todo fue necesario para atravesar las altas montañas, y llegar y combatir en Chile y Perú.

Desde que se conocen, San Martín y Duff comparten el interés por las artes y las ciencias, por la filosofía y el conocimiento. Por eso, tal vez, una parte de su encuentro abriga algunas reflexiones filosóficas, aunque sean esbozos de ellas. No en vano luego, el retirado general que mucho gusta de libros y bibliotecas, y que defiende la educación pública, es lector frecuente del estoico Epicteto, que seguramente lo instruye en las virtudes de la templanza, la no ostentación, el desprendimiento del poder; y no en vano, luego, en 1825, escribe para su hija Mercedes unas famosas máximas. Y la primera refleja la sofisticación del hombre de armas: «Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican». Y otra: “Que hable poco y lo preciso», es también seguramente eco de las enseñanzas del filósofo estoico de la antigua Roma.

Y, entre sorbos de buen whisky escocés, Duff no pierde ocasión de recordar al filósofo Hume, de su cercana y querida Edimburgo, que enfrenta con filosa lucidez los dogmatismos y las falsedades que se disfrazan de verdades solemnes. Tal vez la férrea actitud anti-religiosa de Hume lo inquieta algo al hombre de Yapeyú, dada su simpatía por la religión católica en cuanto a estimular un orden moral en contra de lo que entiende como la anarquía del republicanismo ateo. Duff, muy acostumbrado al protestantismo presbiteriano escocés, debe escuchar con condescendencia el catolicismo de Don José.

Pero en lo más intenso de su charla secreta el argentino y el escocés seguramente hablan sobre lo que siempre estuvo detrás de todo: el sueño masónico del Nuevo mundo en América, una nueva realidad abrazada a los ideales de la libertad y la confraternidad. Tal vez comentan que muchos creerán que el apoyo británico a la derrota española nada tiene que ver con esos ideales, sino con los intereses comerciales británicos. ¿La masonería comprometida con la acción quizá sólo fue manipulada por la lógica imperial inglesa? Los dos interlocutores hacen silencio. Luego, se reafirman en que sus motivaciones personales se vinculan con la libertad y no con un nuevo mercado para los comerciantes en Londres.

Sin embargo, no pueden evitar, por un instante, presentir una realidad más profunda y penosa: todo responde a la lucha por el poder. La apariencia. El fingimiento. La ambición de dominar a los demás en beneficio propio. Quizá, lo del nuevo mundo, fue solo un deseo, un sueño. De todos modos, había que luchar por ese sueño.

Especulaciones, claro, conjeturas, sospechas, presunciones incomprobables. Una reunión tan secreta en lo dicho como las otras de San Martín, o como aquella en la que, en un invierno en Imola, en 1502, coincidieron Leonardo, Maquiavelo y César Borgia, cuando el pintor de la Gioconda trabaja para el condotiero como ingeniero militar, a pesar de sus íntimas convicciones pacifistas.

Y cerca del lugar de la conversación, el mar reposa en su misteriosa y azul indiferencia. Las gaviotas graznan entre espumas y olas.

Los amigos, los hermanos, se despiden.

Nunca volverán a verse.

Un sueño y la libertad.

El paso del Ejército Libertador por la cordillera de los Andes, San Martín (izquierda) y O’Higgins cruzando los Andes, óleo del pintor valenciano Julio Vila y Prades, en Museo Histórico y Militar de Chile, Santiago de Chile.

San Martín se marcha a Bélgica. Busca el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Su amigo Aguado, como ya recordamos, lo salva de la indigencia, mientras el Capítulo Rosacruz «Los Amigos de Bruselas», importante institución masónica, le ofrece una condecoración.

El nacido en Yapeyú actúa desde un idealismo romántico hoy incomprensible. El guerrero de los Andes nunca piensa en abrir el camino a los intereses ingleses tras el colapso de la garra española. Su norte es la trascendencia espiritual de la libertad como un deber universal, sin ceñirse a la obediencia a ningún Estado particular, y mucho menos a sus mercaderes. Esto hace totalmente comprensible que cuando Inglaterra se alía con Francia para bloquear el Río de la Plata y remontar el Paraná en la Vuelta de Obligado, en 1845, felicite al polémico Rosas, por oponerse a esa intromisión y le obsequie su mítico sable corvo.

Y ya en su lecho de muerte, en 1850, se lamenta de que el país por el que luchó sea otro ejemplo de la negación de la fraternidad y la guerra civil. Recuerda que solo por su amigo Aguado no conoció la pobreza, que hubiera sido inevitable con el único ingreso de una pensión de gobierno del Perú que llegaba «tarde o nunca». Es extraño que el que algunos señalan como «agente inglés» nunca haya recibido una libra del gobierno británico.

Y entre muchos recuerdos, al final, quizá uno de ellos está dedicado a su amigo y hermano escocés. Tal vez también lo angustia saber que la libertad que tanto costó no significó ningún avance moral real, ninguna transformación profunda. No hay ningún nuevo mundo, pues bajo la nueva libertad los hombres siguen luchando, como siempre, por su poder personal, no por ningún bienestar colectivo. Sí, quizá, lo del nuevo mundo, fue solo un deseo, un sueño. De todos modos, había que luchar por ese sueño.

Por su parte, Duff muere después, el 9 de marzo de 1857. En su sepelio lo acompañan más de dos mil personas, que esperan la llegada de su féretro en Duff House, entre los sublimes sonidos de muchas gaitas escocesas. Acaso unos días antes de su postración final, camina por las costas de ásperas rocas en Banff, en el norte lejano de su amada Escocia. Contempla el mar. Vuelven en su recuerdo los días de juventud, épica y riesgos, guerra e ideales masónicos. Piensa en las hojas secas de una melancólica tarde otoñal, y se pregunta: ¿Toda aventura idealista termina por ser usada siempre por los intereses de turno?

Duff ve las gaviotas que vuelan cerca, divisa un barco con sus anchas velas desplegadas. Más allá, el horizonte inalcanzable. Y tal vez recuerda a su gran amigo sudamericano, y mientras las olas murmuran en la costa, asume que, quizá, lo del nuevo mundo, fue solo un deseo, un sueño. De todos modos, había que luchar por ese sueño.

La costa del mar en Banff
Casa San Martin en Boulogne sur Mer (Francia) (Foto en web prensaohf.com)

Citas:

(1) Sobre lo enigmático de San Martín, en Historia de San Martín y la de la emancipación Sudamericana, Bartolomé Mitre, en su capitulo 2 «San Martín en Europa y América. 17778-1812, afirma: «San Martín no fue ni un mesías ni un profeta. Fue simplemente un.hombre de acción deliberada que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la visión clara de un objetivo real; Su objetivo fue la independencia sudamericana, y a él subordinó pueblos, individuos, cosas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose él mismo a su regla disciplinaria. Tal es la síntesis de su genio concreto. De aquí el contraste entre su acción contemporánea y su carácter póstumo, y de aquí también esa especie de misterio que envuelve sus acciones y designios, aun en presencia de su obra y de sus resultados».

(2) Las famosas invasiones inglesas de la ciudad de Buenos Aires fueron dos, en 1806 y 1807; la primera dirigida por el general Beresford, y la segunda por John Whitelocke. Ambas fracasaron, aunque el intento de Beresford retiene Buenos por poco más de un mes. Santiago de Liniers lidera las fuerzas locales de nativos y españoles. Antes, en 1741, los ingleses intentaron invadir Sudamérica por el Norte a través del ataque a Cartagena de Indias. También fracasaron ante la notable defensa organizada por el almirante español Blas de Lezo.

(3) La posición, por ejemplo, de Antonio Calabrese, José de San Martín… ¿Un agente inglés?(2012), ed. Lumerie, o de Juan Bautista Sejean, San Martín y la Tercera Invasión Inglesa» (1997), Editorial Biblos.

(4) Por ejemplo, José A. Ferrer Benimeli, La masonería (2005), Alianza Editorial; o Jorge Blaschke y Santiago Río, La verdadera historia de los masones (2006), ed. Planeta; H. Paul Jeffers, La masonería. Historia de una sociedad secreta (2005), Editorial El Ateneo; y dos libros con desarrollos sobre San Martín y la masonería, además de una introducción a la misma: Jorge Silvestre y Víctor Rodríguez Rossi, La masonería y el bicentenario (2010), ed. Lajoune; y Emilio J. Corbiére, La masonería. Política y sociedades secretas (19998), editorial Sudamérica; ver por ejemplo su capítulo «San Martín, la masonería y la Logia Lautaro».

(5) Enrique Díaz Araujo, San Martín: cuestiones disputadas, Buenos Aires: UCALP-Fondo Editorial San Francisco Javier, 2015, mencionado en Sebastián Miranda, Revista de Historia Americana y Argentina, Vol. 51, Nº 1, 2016, Mendoza (Argentina) Universidad Nacional de Cuyo.

Duff House, residencia en la que se encontraron San Martin y Lord Duff (Wikimedia).

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