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El lobo habitaba en el bosque. Sus aullidos, bajo la luna, generaban estremecimiento y misterio. Al final, llegó su matanza y exterminio. Aquí el poema de Borges a un último lobo en Inglaterra entre la soledad, los árboles y la nieve.
En la edad media en Europa la población se expande. La agricultura y el ganado requieren más espacio, así se inicia la desforestación. La civilización llega hasta la casa de los lobos.
Para el cristianismo, el lobo es símbolo de paganismo. Un ser diabólico. La aristocracia feudal y sus hábitos de caza disminuye la presas posibles y lanzan a los lobos a su única opción posible: los rebaños de ovejas. Salvo en casos extremos, el lobo no es un peligro para los humanos, a los que teme.
En tiempos medievales, a la distancia, los lobos siguen los pasos de los hombres que vuelven a los pueblos de noche. Seguramente buscan los restos que los humanos, vueltos de una cacería, pudieran dejar. Pero esto aumenta el temor a su presencia.
La satanización del lobo conduce a su persecución y exterminio. Primero, en el siglo X, el Rey de Inglaterra implementa un impuesto anual en forma de pieles de lobo. Y, luego, en el año 1281, el rey Eduardo I ordena el exterminio de todos los lobos de Inglaterra.
Consciente de todo este trasfondo histórico, Borges dedica este poema, uno de los más sentidos de su poesía, a un último lobo que, perseguido, sobrevive «furtivo y gris en la penumbra última «.
E.I.

«Un lobo»
Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Es el último lobo de Inglaterra.
Odín y Thor lo saben. En su alta
casa de piedra un rey ha decidido
acabar con los lobos. Ya forjado
ha sido el fuerte hierro de tu muerte.
Lobo sajón, has engendrado en vano.
No basta ser cruel. Eres el último.
Mil años pasarán y un hombre viejo
te soñará en América. De nada
puede servirte ese futuro sueño.
Hoy te cercan los hombres que siguieron
por la selva los rastros que dejaste,
furtivo y gris en la penumbra última.

(*) Fuente; Jorge Luis Borges, poema «Un lobo», en Atlas (1984), y también en Los conjurados (1985), v. III, Obras completas, Emecé, Ciudad de Buenos Aires.
