El cautivo

Por Jorge Luis Borges

«El cautivo», un cuento breve de Borges, en el que intenta evocar la tragedia y alegría de un instante en la vida de un joven que fue atrapado por los indios y el desierto.

En el barrio de Mataderos, en la ciudad de Buenos Aires, en el cruce de la Avenida de los Corrales y Av. General Paz, aún se levanta un viejo mirador, el Mirador de Salaberry, construido en 1858 ante lo que, en ese momento, era una interminable llanura. Desde su modesta altura, todavía a fines del siglo XIX, se escrutaba el horizonte para dar aviso de la llegada de un posible malón. En 1837, Esteban Echeverría, promotor del romanticismo en la Argentina, escribió La cautiva. En la vasta Pampa, antes de la llamada Campaña del Desierto, los indios eran los dueños del desierto pampeano. Solían atacar estancias y pueblos a través de sus famosos malones.

En ese contexto, muchas mujeres blancas fueron atrapadas en los ataques indios. La pintura de Angel della Valle, La vuelta del malón (1882), muestra a las indios que vuelven a sus toldos luego de capturar una nueva cautiva. La historia de una de ellas, Borges la convierte en literatura en «Historia del guerrero y la cautiva», cuento perteneciente a El Aleph. Y también los niños podían ser arrebatados por el malón. En esas circunstancias, y a partir de una historia que le fue contada, Borges escribió el mini cuento «El cautivo». Un joven, capturado cuando niño por los indígenas, es rescatado. Ha olvidado su lengua materna, y acaso todos los recuerdos de su vida en la civilización se hayan desvanecido también. Pero algún destello de su pasado aún sobrevive a pesar de su larga ausencia. En la narración de ese retorno de lo aparentemente perdido, Borges manifiesta «Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron…» El escritor asume así que algo esencial escapa a su saber y por tanto a lo que pueda expresar mediante las palabras.

E.I

El cautivo, por Jorge Luis Borges (*)

En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa. Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.

Ángel della Valle, La vuelta del malón (1892), en Museo de Bellas Artes.

Fuente. «El cautivo», de Jorge Luis Borges, en El hacedor (1960).

Deja un comentario