De la fiesta de la marmota a la adivinación entre los antiguos romanos

Por Esteban Ierardo

Izquierda, una marmota durante el festival que se realiza todos los años en Estados Unidos y Canadá que le atribuye a este animal el poder de predecir el fin o la continuación del invierno; a la derecha, arúspices romanos durante un sacrificio de un animal para sonsacar signos sobre el futuro.

Todos los 2 de febrero, en Pennsylvania, en un ambiente festivo, se espera la salida de la marmota de su madriguera luego de varios meses de hibernación. De su comportamiento depende la predicción: el invierno seguirá, o la primavera llegará con anticipación. A partir de esta creencia popular, aun presente en el mundo moderno, de la anticipación del futuro a través del comportamiento de un roedor, nos adentraremos en lo animal como vehículo de adivinación, proceso que conectaremos con las prácticas adivinatorias en la Antiguo Roma que también confiaban en distintos signos de los animales como mágica revelación del porvenir.


I. Una marmota para anticipar el misterioso futuro.
    El animal de pelaje denso y grisáceo corre por los prados. La marmota, ágil roedor, vive dentro de una numerosa colonia. Las marmotas tienen uno de sus hábitats fundamentales en los Pirineos. Llegan a vivir incluso en alturas superiores a los 3000 metros. Su alimentación es vegetariana. Viven en madrigueras que construyen ellas mismas, en las que habitan con otros individuos de su especie. Estas excavaciones poseen varias salidas y son profundas, y se comunican con varias cámaras donde nacen las crías.

Las marmotas son muy activas. Pasan gran parte del día entregadas a juegos y carreras entre los prados. Se comunican mediante silbidos que se propagan a una gran distancia, con los que avisan a los otros roedores de su especie si se aproxima algún peligro. Son parientes de las ardillas.

 Al corretear y jugar entre fértiles alfombras vegetales, erguidas, las simpáticas marmotas vigilan con atención los alrededores para advertir de alguna ocasional amenaza. Las jornadas de alegres incursiones fuera de las madrigueras concluyen cuando el invierno extiende sus garras.

  Entonces, el Señor Invierno descarga sus capas de nieve. Y la marmota necesita dormir, y olvidar la lucha por el alimento. 
Y entonces duerme. Sueña. Hiberna. Su temperatura corporal desciende. Dentro de la madriguera, todo se torna silencioso, inmóvil.
   Y en el contexto de una fiesta popular se espera que el roedor despierte de su sueño invernal. Si al salir de su madriguera la marmota mira para atrás y ve su sombra por el efecto de los rayos solares esto significa seis semanas más de invierno; por lo que el animal, somnoliento aún, regresará a su hogar para continuar la hibernación; pero si, al abandonar su cueva, no advierte ninguna sombra, señal de un día nublado y frío, la marmota concluirá la hibernación y, así, las fragancias primaverales empezarán a endulzar el aire. Habrá una primavera temprana, con sus gacelas y árboles florecidos. 

  Así se cree que la marmota predice el tiempo. Una adivinación, una profética visión del futuro a través del comportamiento animal. Una  creencia antigua que sobrevive en el presente. El Día del Marmota, la creencia de granjeros, en particular de Estados Unidos y Canadá, para predecir el fin del invierno, según como sea el comportamiento del animal al salir de su hibernación el 2 de febrero.

La creencia nace en Europa en el Día de la Candelaria, el 2 de febrero, una fiesta en el mundo antiguo cuando en el invierno la cercanía de la primavera se deduce por el mayor periodo de luz en el día. Entonces se oraba por un tiempo más templado, y se alentaba la creencia de que si un tejón proyectaba su sombra al despertar de su hibernación, el invierno extendería su helado rigor seis semanas más.

Al llegar a América, los europeos comprobaron que no había tejones. Así las marmotas locales se convirtieron en animales pronosticadores de la marcha del invierno.


II. Los romanos y su empecinado deseo de saber el futuro por los animales

Los auspicios de un emperador romano, del pintor italiano Giovanni Lanfranco, en el Museo del Prado.


  En la antigua Roma se confia en poder leer el futuro por los movimientos y entrañas de los animales.

  En la ciudad fundada por Rómulo y Remo la religión es indisociable del Estado. Ningún acto importante de gobierno es consumado por el Senado, los magistrados o el Emperador, sin previa consulta a los sacerdotes (1).

 La adivinación arcaica mediante un «oráculo animal» no es, como es sabido, la única forma de vaticinio en la antigüedad. Los sueños, el oráculo de las pitonisas en Delfos, el susurro de las hojas de las encinas de Dodona, son otras instancias adivinatorias importantes, como explica Robert Flaceliere en Adivinos y oráculos griegos (Buenos Aires, ed. Eudeba).

 En Roma, los augures son los profesionales de la adivinación mediante la contemplación de los movimientos animales y las tormentas. El colegio sacerdotal de los augures hereda viejas técnicas adivinatorias etruscas. La adivinación nace de la observación de los rayos y del vuelo de los pájaros.

La adivinación mediante los rayos es en origen etrusco. El augur se ubica en el centro del recinto sagrado de un templo. Mediante un bastón liso y curvado en su extremo superior (lituus) divide el cielo en partes o zonas. Los rayos (servare de caelo) que estallan en la izquierda (fulmina sinistra) son benéficos, representan un buen augurio; los de la derecha, lo contrario (2).
Cuando las bandadas de aves vuelan hacia la derecha es mal augurio; el desplazamiento hacia la izquierda señala lo opuesto. El comportamiento alimentario de las gallinas sagradas es también relevante. Las gallinas son encerradas en jaulas. Si, al comer, el ave doméstica derrama pequeños trozos, es un buen presagio; si, en cambio, los animales se niegan a comer o dejan su jaula, es señal de malos augurios.

  La otra forma esencial de adivinación romana mediante el oráculo animal consiste en la interpretación de las características visibles del corazón, el hígado y las vísceras de los animales sacrificados. Esta práctica oracular es consumada por los sacerdotes arúspices.

La adivinación de los sacerdotes romanos augures y arúspices es analizada por el historiador italiano Carlo Ginzburg en su teoría del paradigma indiciario. En la adivinación mediante el vuelo de los pájaros, los rayos o la inspección de vísceras animales se cultiva una valoración de las señales e indicios individuales como vía hacia el conocimiento, tal como propone en su libro Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia (Ed. Gedisa, 1994) (3).

III. El animal y el deseo del futuro.

  El hombre antiguo cree que por el comportamiento o la anatomía animal se anticipa el futuro. Para la mentalidad antigua pronosticar el porvenir es un acto de comunicación con los dioses; vaticinar lo que vendrá es parte de un conocimiento profético, divino. Y lo divino es lo diferente respecto a lo humano. Y el animal también es lo extraño y diferente para el hombre. 

   Es por su ser otro que el animal se convierte en puerta hacia la extraña y diferente condición de los dioses. Como para los egipcios, el animal revela la eternidad de lo divino; esa región sagrada donde el futuro ya es.

  Mediante la observación de lo animal, el humano visita esa eternidad donde todo ya es. El animal es así oráculo que le obsequia al hombre el don de convertirse en descubridor de lo futuro (6). La adivinación exige que el tiempo sea el escenario donde encontrar signos proféticos que revelan el tiempo que vendrá. 

   Y el movimiento de la marmota teje entonces un acto visible que «muestra» el futuro. El cuerpo mismo del animal escenifica lo venidero (4).

Y la marmota pronosticadora inspiró el film El día de la Marmota. Un presentador televisivo de noticias relata la última salida del roedor de su hogar invernal. Entonces, ingresa en un tiempo otro de repeticiones que se le brinda como un espacio que le permite la reflexión y el mejoramiento de su actitud frente a la vida (5). 

  Y la marmota al fin abandona su madriguera, su cueva invernal. Al estar atentos a lo que “revela” sobre el fututo, sin saberlo, los testigos modernos continúan una creencia arcaica, ancestral.

Y luego de su protagonismo el 2 de febrero, la marmota vuelva a su pura vida, fuera de la manipulación humana. Al terminar la fiesta predictiva, el roedor disfruta los campos acariciados por el aire cálido y los rayos de la luz. La marmota vuelve a ser solo un animal que pertenece a la naturaleza, y no a la obsesión humana por anticipar el futuro.

Notas


(1) Respecto a la importancia del vínculo religión-Estado en la Antigua Roma y sus relaciones con las religiones orientales, incluido el cristianismo, puede consultarse: Franz Cumont, Las religiones orientales y el paganismo romano, Madrid, Ediciones Akal.

(2) Ver E.Guhl y W. Koner, Los romanos. Vidas y costumbres, Madrid, Biblioteca Historia, pp. 307-322.
(3) Tener en cuenta principalmente capítulo «Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales» de este libro.

(4) El National geographic advierte que, en las predicciones de las marmotas de los últimos 60 años sólo hubo un 28% de aciertos. Esta lectura del «oráculo animal» no comprende el proceso simbólico vinculado con la adivinación animal. Lo  importante no es sí el comportamiento animal realmente permite averiguar el futuro en términos objetivos o «reales» si no sus efectos anímicos o psicológicos. La confianza, no agrietada por ninguna duda, en el poder adivinatorio de los animales les permitía a los antiguos, y aun al hombre moderno, trascender los límites de la temporalidad ordinaria e ingresar en un tiempo próximo a una eternidad divina, donde todo ya es presente.

(5) En El día de la marmota, un presentador de noticias ( Bill Murray ), luego de cubrir la última salida de la marmota de su madriguera advierte que todo ha cambiado. Un mismo día, el 2 de febrero, el de la aparición del roedor, se repite una y otra vez. Pero el resto del pueblo y los allegados al presentador no advierten esta repetición. El periodista es el único conocedor de este mágico e inesperado proceso temporal. La repetición de los hechos del 2 de febrero no es estricto, invariable. El presentador televisivo puede reaccionar de distintas formas a los acontecimientos que se reiteran y, estos cambios, modifican a su vez el comportamiento de su entorno. El tiempo de la repetición es así un escenario de modificación de actitudes, superación de mezquindades y un mejoramiento personal.   

Ilustración de Bernhard Rode

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