Por Esteban Ierardo

Joseph Mallord William Turner (1775-1851): el gran pintor inglés de paisajes. Además del óleo, cultivó intensamente la acuarela. Pintó más de 20.000 obras. Hijo de un fabricante de pelucas y barbero, elevó la pintura paisajística a una alta cima. El mar fue tema de muchos de sus grandes lienzos. Aquí una galería con selección de muchas de sus marinas, y un artículo de presentación.
A Turner se lo suele caracterizar como “el pintor de la luz”, pero debemos ir más allá de esta etiqueta para apreciar su obra. John Ruskin, el gran crítico de arte, describió al artista inglés como aquel “que más conmovedoramente y acertadamente puede medir el temperamento de la naturaleza”.
En Londres, a la vera del Támesis, Turner inició su habilidad con los pinceles. A sus tempranos 15 años fue aceptado en la Royal Academy of Art. Sir Joshua Reynolds, uno de los más influyentes pintores ingleses del siglo XVIII, presidente entonces de la Real Academia, lo aceptó, y así ingresó definitivamente al mundo artístico más celebrado.
En 1839, pintó una de sus grandes obras, acaso su preferida: El Temerario remolcado a su último atraque para el desguace, óleo hoy en la National Gallery de Londres (pintura en portada). Turner fue testigo del final de HMS Temerarie. Un navío de línea de la Royal Navy que participó en las guerras napoleónicas, en bloqueos y escoltas. Finalmente dado de baja, fue remolcado desde la desembocadura del Támesis a un astillero para su desguace. En 2005, fue elegido como el mejor cuadro inglés en una votación pública que organizó la BBC.
Un buque antes orgulloso de la Marina Real Británica, en el ocaso de la tarde, envuelto en colores crepusculares, emprende su viaje final hacia la muerte. Símbolo de la vejez, de la despedida de la vida, y también de la modernidad de la máquina a vapor que desplaza a la otrora gloriosa embarcación a vela.
Y Turner fue un gran viajero, recorrió intensamente Europa. Viajó por Francia, largos periodos en París, para estudiar en el Louvre, y en Suiza, Roma y Venecia. De su amor por la ciudad de los canales dan cuenta muchas de sus obras que capturan, entre colores y atmósferas intimistas, la Basílica de San Marcos, el Gran canal o el canal de la Giudecca, y otros sitios venecianos. A su muerte legó una importante fortuna para ayudar a los que él llamaba “artistas desmoronados”.

En su cuadro Aníbal atravesando los Alpes (1812) se disuelven los puntos de referencia dados por líneas horizontales, verticales o diagonales, y lo que domina son arcos y conos irregulares de nubes negras que ensombrecen el cielo con un sol crepuscular. Y el ejército de Aníbal fuera del primer plano, en la distancia. En la pintura, los poderes naturales se manifiestan por lo sombrío y caótico.
El poder de la naturaleza así expresado debería, en algún momento, deshacer las formas, iniciar una desmaterialización del paisaje. Ese proceso es el que asoma, ya nítidamente, en las obras de Turner Tormenta de nieve sobre el mar (1842) o Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste (1844).
Por eso Turner no es solo “pintor de la luz” sino también transformador de las formas reconocibles, porque en su arte las potencias antes solo exteriores de la naturaleza trascienden hacia lo invisible y sugerido. Por lo difuminado y neblinoso de su pintura, Turner parece llevarnos hacia el trasfondo no directamente visible de la materia misma, hacia la energía que no puede ser contenida ya por líneas rectas y claras. Así su pintura rebasa el naturalismo y lo figurativo, y se acerca a lo abstracto e informal.
Muchas de sus acuarelas reflejan también esa mirada pre-abstracta, con colores que no son los que pintan alguna forma, algún cuerpo, sino una vida casi pura, casi liberada de las figuras. Algunas de sus acuarelas que expresan la descomposición de las formas bien podrían ser confundidas con un cuadro de Mark Rothko.

Esa travesía de la figuración a la semi-abstracción no fue comprendida en su momento. Por eso sus obras de este estilo fueron denominadas fantastic puzzles (rompecabezas fantásticos).
Pero si volvemos a la pintura previa a la cuasi-abstracción de Turner regresamos a su expresión de la naturaleza poderosa. Por ejemplo, a través de la fuerza violenta del mar…
El arte de Turner respira la sublimidad romántica. La filosofía de lo sublime venera la naturaleza en su inmensidad inabarcable. Entonces se desata la tormenta, la ola, la furia, un faro entre los torrentes de las aguas enojadas. O el artista frente a la ira del océano. Como cuando, en el caso de la mencionada pintura Tormenta de nieve… , el pintor está embarcado en la nave representada. Atraviesa las cuerdas disonantes de la tempestad, se estremece con el sordo quejido de los elementos, siente las gotas mojando su cara, mientras pide ser atado a un palo del navío para sumergirse en la atmósfera convulsa:
«No la pinté para que se entendiera, pero quería mostrar cómo era esa escena. Conseguí que los marineros me fijaran en el palo para observarlo. Me quedé aturdido cuatro horas y no esperaba escapar, pero me sentía obligado a grabarlo si lo hice».
Y el pintor luego de la gran experiencia de fusión con la tormenta, evoca la vivido, que ya es parte de su ser; y en Londres hace que la tempestad nazca de nuevo en el lienzo.
El proceso antes mencionado de gradual desmaterialización en Turner puede observarse en la evolución de sus pinturas del mar. En sus primeros lienzos del siglo XIX, sus imágenes de barcos, naufragios, mar, cielo y olas, se ciñen a un arte figurativo. Pero la nitidez naturalista se desvanece, poco a poco, hasta llegar a lo difuminado, lo desfigurado de remolinos de agua, aire y luz, con un dejo fantasmal, como en las acuarelas con tiza de sus bocetos de Balleneros presentados en la Royal Academy en 1845; y en el mismo año At sea, pintura en la que unas pocas pinceladas, unas líneas y una mancha sugerieren la presencia del mar. Así, desde un minimalismo de elementos compositivos, nuevamente Turner bosqueja un estilo casi abstracto, que también evidencia en muchas de sus pinturas venecianas.
Quizá el encuentro directo con la furiosa tempestad, o la visión del mar, introdujo a Turner en la convicción de que la naturaleza en su más íntimo poder es descomposición de las formas. La naturaleza misma, en sus potencias más desatadas, se abstrae o separa de las formas nítidas.
Para el espíritu romántico de la época el mar es vehemencia de la naturaleza, fuerza de lo líquido que devuelve a lo primitivo o primario; la vastedad marina de calma o furia, ante la que el humano recupera su pequeñez.
El mar, entonces, no es solo ondulante ruta para los barcos y sus velas. Para los ojos de Turner, el gran océano es también refugio de lo secreto y abismal.
GALERÍA TURNER PINTURAS DEL MAR (todas las imágenes se pueden ampliar)























