Por Esteban Ierardo

En 1966, Foucault escribió El pensamiento del afuera. Aquí desde la obra literaria de Maurice Blanchot, Foucault piensa la experiencia por la que el lenguaje, bajo ciertas condiciones, sale fuera de sí mismo y se proyecta a un «afuera» que se abre solo a cierta sensibilidad artística y filosófica que es capaz de trascender la «interioridad del lenguaje». En este artículo nos sumergimos en ese pensamiento del afuera y, luego, al final, desde una libre relación, lo trasladamos a nuestra tecno-realidad dominada por una «interioridad de los datos».
I. A Michel Foucault lo atrajeron los códigos culturales, el poder, y las tramas de discursos, sexualidad y ética; y, también, menos conocido, el otro lado de las montañas, las otras laderas más allá de las palabras y el lenguaje.
El faro del pensamiento foucoltiano siempre ilumina más su etapa del poder, sus investigaciones y obras de la década del 70′: La verdad y las forma jurídicas (1973), Vigilar y castigar (1975), en la clave de las fuerzas coactivas y modeladoras de los cuerpos, desde prácticas disciplinarias y panópticas. La sociedad panóptica, la del panoptismo como un Gran Ojo que todo lo ve desde el modelo de la arquitectura carcelaria imaginada por Jeremías Bentham.
En aquella etapa, el autor de La historia de la locura (1961) se sumerge en el biopoder y la historia de la sexualidad; y, luego, «las hermenéuticas del yo», los modos de autoconstrucción del sujeto desde una ética del «cuidado de sí», un forjar la conducta desde la educación de los placeres, la mesura y el autodominio bajo la inspiración del modelo antiguo estoico-socrático.
Pero en 1966, Foucault compone una obra que truena con fuerza en el cielo intelectual europeo: Las palabras y las cosas, una historia de la relación entre el lenguaje y la realidad a través de las epistemes o códigos epocales de la modernidad. La relación delicada y no diáfana entre enunciados, representaciones mentales y los fenómenos del mundo, le fue sugerida a Foucault por el ocurrente ensayo borgeano «El idioma analítico de John Wilkins». Aquí, Borges piensa el nexo entre el lenguaje y el mundo sin que nunca las palabras se correspondan con las cosas, y mediante la construcción de lenguajes, como una enciclopedia china que inventa clasificaciones para ordenar distintas categorías de realidad.
En el mismo año de la publicación de La palabras y las cosas, desde su perfil de crítico literario, Foucault medita desde la obra de Maurice Blanchot en El pensamiento del afuera, pero este texto no es solo un comentario de una obra respetada, es un ensayo filosófico sobre el lenguaje y un «afuera» que trasciende el lenguaje vuelto sobre sí, sobre su interioridad.
Blanchot cuestiona el concepto clásico de la verdad como adecuación entre las palabras y las cosas; lo que se sustrae al tacto de las palabras es la propia realidad pero también la muerte. Cuando el lenguaje intenta decir la muerte asoma un límite irrebasable y lo indecible; una ausencia que no puede hacerse presente por la enunciación o, cuando intenta hacerlo, cae en el error, la imposibilidad; todo esto deriva en la «errancia» del lenguaje. Esto junto al sujeto que calla y ya no dice, disemina al propio lenguaje, lo suspende o saca de sí mismo, lo arrebata de su interioridad para derramarse en un «afuera».
El lenguaje se desborda cuando el sujeto que habla deja de hacerlo; cuando calla brota «ese afuera donde desaparece el sujeto que habla».
¿Pero qué es el «afuera? ¿En qué dirección vuela la flecha de un «pensamiento del afuera»?
II. Cuando pensamos siempre suponemos que está presente un sujeto que piensa, y que piensa por un lenguaje. Cuando pensamos, el propio pensamiento, por un lado, nos devuelve a la interioridad de la conciencia; y, por otro lado, empezamos a vislumbrar un estado del «lenguaje en el que el sujeto está excluido». Hay ciertas experiencias como «… las tentativas por formalizar el lenguaje … el estudio de los mitos y en el psicoanálisis … la búsqueda incluso de ese Logos que es algo así como el acta de nacimiento de toda la razón occidental» (El pensamiento del afuera). En todas esas experiencias hay un sujeto que tiende a desaparecer en el lenguaje. Esto ocurre cuando se formaliza el lenguaje, o en la generación de los mitos desde estructuras universales, o en el psicoanálisis que desnuda no a un sujeto «que fundamenta» sino a un «sujeto sujetado», actuado desde un inconsciente; o el propio Logos es un supuesto fundamento racional que da sentido sin depender del propio sujeto que habla o dice.
Es decir, cuando se piensa en experiencias en las que el sujeto se esfuma entre formalizaciones, estructuras, lo inconsciente, nos topamos con una «hiancia» como una abertura, un vacío, un hueco:
«que durante mucho tiempo se nos había ocultado: el ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto.» (El pensamiento del afuera, «La experiencia del afuera», ed. Pre-textos)
El pensamiento que piensa el ser de lenguaje que solo se muestra «en la desaparición del sujeto», no es el pensamiento del pensamiento, pensamiento de la interioridad, sino «el pensamiento del afuera», que no descansa en ningún fundamento siempre claro, radiante, aprehensible, detectable, como en la llamada «metafísica de la presencia», sino que es un vacío, una ausencia, una exterioridad o alteridad, un suelo que no puede habitar y decir el lenguaje.
¿Pero cuáles son las maneras, los modos, la procedencia, por las que se despliega «este «pensamiento del afuera»?:
«Podría muy bien suponerse que tiene su origen en aquel pensamiento místico que, desde los textos del Pseudo–Dionisio, ha estado merodeando por los confines del cristianismo: quizá se haya mantenido, durante un milenio más o menos, bajo las formas de una teología negativa» (El pensamiento del afuera, «La experiencia del afuera»).
El afuera podría situarse, al fin y al cabo, en lo exterior del lenguaje, en lo que no puede ser dicho, como en la «teología negativa» introducida por el Pseudo -Dioniso, pensador sirio del siglo V d.C. que habla de una paradójica luz en la oscuridad para dar a entender lo que palpita fuera de la lógica y los enunciados seguros del lenguaje. El ser es nada, no puede decirse, rasga las telas suaves e imperceptibles del silencio pero, en la mística, el postular el Ser como no ser, necesita de la palabra que enuncia esa contradicción. Por eso, y en contra de la primera apariencia, en la mística, para Foucault, reaparece el sujeto que se repliega, de nuevo, en «la interioridad resplandeciente» del pensamiento.
Vedado el puente místico hacia el afuera, entonces, para el autor de La palabras y las cosas, la puertas que se abren hacia ese afuera son ciertas constelaciones del arte y el pensamiento; el pulmón que puede respirar en el «afuera» de lenguaje para luego volver a su «adentro», como en los ejemplos a los que el pensador francés se refiere: Sade, Hölderlin, Nietzsche, Mallarmé, Artaud, Bataille, Klossowski
III. Foucault alude al «monólogo insistente de Sade». Por un lado, en la época ilustrada de Kant y Hegel, asoma con fuerza un pensamiento que interioriza y hace consciente «la ley de la historia y del mundo». Por su parte, en Sade no se manifiesta un lenguaje racional que busca su centro, sino que en su pensar siempre estalla «la desnudez del deseo», y la intensidad desatada del deseo trasciende los límites de la palabra y el discurso. El Marqués de Sade (1740-1814), suele ser reducido a personaje extravagante y licencioso, pero, además de Foucault, otros pensadores coincidieron en su importancia para el pensamiento moderno, y en su hacer estallar los límites de la racionalidad ilustrada mediante la liberación de una fuerza instintiva reprimida, lo que también en él, deriva en fuente de perversión y degradación del erotismo.
Hölderlin (1770-1843), el gran poeta lírico alemán del romanticismo, autor de Hyperion, La muerte de Empédocles, la elegía de «Pan y Vino» («Brot und Wein»), fuertemente recuperado por Heidegger. En Hölderlin «se manifestaba la ausencia resplandeciente de los dioses»; es decir, los dioses «se van», por lo que el sentido de lo sagrado se desvanece en la piel moderna. Con Sade, el deseo arde ahí donde el discurso se disuelve; en el poeta romántico, si los dioses se van el lenguaje pierde sus referencias trascendentes y se vuelca en la «ausencia de los dioses», que es donde también la palabra se hace ausente.
Entonces, ¿… Sade y Hölderlin han depositado en nuestro pensamiento, para el siglo venidero, aunque en cierta manera cifrada, la experiencia del afuera?
En el segunda mitad del siglo XIX, en Occidente, por ciertos artistas y pensadores el lenguaje se aparta del repliegue en su propia interioridad, y así se disemina hacia «el destello mismo del afuera». Y esto es lo que acontece también en Nietzsche cuando descubre que el lenguaje que atraviesa la historia no se derrama y sale hacia lo no dominado por las palabras, sino que es lo manipulado por los que se «apropian del discurso»; y, otra experiencia del afuera: Mallarmé (1842-1898), el poeta y crítico francés, punto culminante del simbolismo. Foucault mencionada su poema Igitur, en el que el lenguaje se asoma a la «Nada» y lo absoluto, y su proyecto del Libro Absoluto, de que todo debería transmutarse en una obra de arte definitiva, que se expresa en esa idea del Libro total; y el poema mallarmiano «Un golpe de dados jamás abolirá el azar» («Un coup de dés jamais n’abolira le hasard»), en el que se experimenta con la composición tipográfica de los versos en la página; y su frase «La rosa nombrada no es la rosa», por la que el poeta expresa la idea de que las palabras no captan las esencia de las cosas, de la rosa en este caso, por lo que, en el lenguaje, no solo «desaparece el que habla» cuando se calla, si no también la cosa dicha.
Y Foucault menciona también como exponente de apertura a un Pensamiento del afuera, a Artaud, el artista pensador, que transforma el teatro por sus manifiestos del Teatro de la crueldad, y que provoca la desaparición del lenguaje y su derramarse en un afuera cuando el discurso es reemplazado por «la violencia del cuerpo y del grito», y una conciencia que se convierte en «energía material, sufrimiento de la carne, … y desgarramiento del sujeto mismo».
En Bataille, el pensador de lo otro por el erotismo, y por lo que llama la «parte maldita» (ese «excedente energético que no se usa para la supervivencia y el crecimiento y que se gasta, de forma improductiva, en actividades como la guerra, los lujos, el arte, el sacrificio, la sexualidad no reproductiva, los espectáculos). En Bataille, el lenguaje se retira de lo interior y se disemina más allá del discurso racional en un movimiento de quiebre de la subjetividad y de trasgresión. Y Pierre Klossowski (1905-2001), el escritor, filósofo, traductor y artista visual francés, de destacada influencia en el post-estructuralismo, además de Foucault, en Deleuze. En Klossowski, al afuera se llega por «la experiencia del doble, de la exterioridad de los simulacros, de la multiplicación teatral y demente del Yo».
Entonces, por un pensamiento artístico, creador, explorador, transgresor, el lenguaje se derrama en el afuera, no pierde la alteridad, el contacto con lo otro, más allá de la interioridad del sujeto racional; ese afuera donde «desaparece el sujeto que habla».
IV. Entre el afuera y el más allá de los datos. En un pensamiento del afuera, las palabras pueden señalar la exterioridad, la apertura a un espacio abierto, otro modo de la experiencia de mundo, distinto a lo que se repliega en la interioridad del sujeto.
Hoy, y desde una libre asociación relacional, equivalente de esa interioridad del sujeto podría ser la existencia que se repliega una y otra vez en una interioridad de los datos. En la cultura tecnoglobal, el sujeto no es un postulado de una filosofía de un sujeto ideal o trascendental. La subjetividad entre las máquinas digitales y algorítmicas es el sujeto compuesto de datos: datos de nuestro perfil como consumidores, de nuestro posicionamientos políticos, sexuales, religiosos, o el mapa de nuestro viajes, valores patrimoniales, edad, historial médico o registros de litigios judiciales. Hoy somos nuestros datos al quedar encerrados dentro del horizonte que «datifica» nuestros consumos de imágenes, información, entretenimiento.
Frente a esto, hoy también podríamos vislumbrar una variante del pensamiento del afuera que Foucault pensó en 1966 como un «pensamiento del afuera de los datos». Solo al pensar así, sin dejar de existir dentro de la interioridad de los datos, el sujeto puede derramarse en un «afuera» entendido como la percepción de la vida como don y misterio, el valor del encuentro con los otros y las otras, y la exterioridad del espacio más allá de los datos. Un pensar del afuera del adentro de nuestra omnipresente cibercultura que, así, rememora y revive el suelo originario de los sentidos, los elementos, la emoción por los nuevos nacimientos y la renovación de la incógnita de lo que sigue a las nuevas muertes.
El ahí afuera no datificado, la experiencia del mundo como intensidad no reemplazable por clasificaciones o datos que, en lo interior de esta cultura, nos reducen solo a información relevante.
