Por Esteban Ierardo

El mirlo libera su canto. Su música es imprevisible en su cambio de tonos. Ante los coros de las aves, alguien escucha.
Y reflexiona, no desde el estricto argumento lógico, sino desde respuestas sensibles al cantar de los pájaros. Las aves habitan los árboles y sus ramas, los espacios aéreos, los territorios. Y galvanizan un pensar desde lo animal en Habitar como un pájaro. Modos de hacer y pensar los territorios, de Vinciane Despert, editado recientemente por la editorial Cactus.
Despret es una filósofa de las ciencias belga, nacida en 1959, graduada en psicología y filosofía por la Universidad de Lieja. Su meditación filosófica se funde con el mundo animal, cultiva el campo de los animal studies. Es autora, entre otras obras, de ¿Qué dirían los animales si le hiciéramos las preguntas correctas?, A la salud de los muertos (editados también por editorial Cactus), y Pensar como una rata (Quae).
Para la autora, el estudio de los animales multiplica mundos, y las posibilidades de habitar en ellos. Despret arriba a esta comprensión partiendo de una definición del antropólogo Eduardo Viveiros de Castro, cuando, al especificar su objeto de estudio afirma que lo propio de la antropología no es descifrar el mundo del otro, “sino más bien la de multiplicar el nuestro”; es decir, el estudio de los animales conlleva un “multiplicar las maneras de ser”.
Pero la interpretación del animal no se refiere solo al animal mismo, sino a sus conexiones con los humanos y todos los otros seres; y al espacio como territorio a habitar. Y esto es así dado que los derechos territoriales no son propios del hombre, sino que también son “un factor inherente a la vida de todos los animales”. Pero conocer la animalidad y sus territorios no es solo apelación a ideas o conceptos. Porque, como postula Michel Serres en El contrato natural (1990), la tierra “nos habla en términos de fuerzas, de vínculos y de interacciones”. No solo desde leyes y explicaciones. Y la escritura no es solo la práctica humana del trazo de signos, sino que ‘”es el trazo de todos los seres, vivos y no vivos”, que escriben todo “sobre las cosas del mundo, unas sobre otras”. Así esa escritura mayor, sin el humano como centro dominador del grafo, se escribe sobre nuestro cuerpo como sobre el acantilado, los mares, los estratos y fósiles, las rocas volcánicas y la luz de las galaxias.
La percepción del ser y habitar de los pájaros, o de las familias animales, no es reductible entonces a clasificaciones. El pensamiento académico puro ante la vida animal elude la experiencia directa y el bagaje de equipamientos, cuadernos de notas e instrumental que organiza las observaciones de campo. El modo de observar que visibiliza conexiones, diferencias, hábitos. Pero los investigadores de lo natural no observan meramente, o fraguan ideas, sino que entienden desde lo que está “asociado a sus preguntas” o inquietudes. Por ejemplo, la teoría de la regulación demográfica o reproductiva en un territorio, el investigador puede enlazarla con su interés por la comprensión de mecanismos que evitan la superpoblación. En la investigación así, según Despret, no se observa simplemente o piensa en los resultados de esas observaciones sino que se crea una relación de intimidad con lo observado en los territorios. “Y los investigadores saben hasta qué punto la intimidad (con las aves, con los pájaros estudiados en este caso), se construye”.
Pero para los ornitólogos, en su escuchar e intimar con los cantos de los pájaros, inevitablemente surge la pregunta sobre el sentido de esos cantos. Así Despret recoge varias teorías en este sentido. Por ejemplo, para Bernard Altum, zoólogo y agrónomo alemán del siglo XIX, los cantos determinan las fronteras de los territorios a habitar. Para Charles B. Moffat, ornitólogo y naturalista, el canto advierte de la presencia de un macho que reclama el lugar como suyo; canta anunciando la posesión de un territorio que no compartirá con otro. Un llamado también a los conflictos. En el canto hay un vencedor y un vencido. “Solo los vencedores cantan”. La riqueza del cantar del pájaro anuncia sus victorias, su fuerza; interpretación distinta a la de la selección sexual para atraer a las hembras, para el apareamiento. El canto aquí está destinado a hacer audible a los otros machos los propios pergaminos de pájaro cantor vencedor.
En la novela de Maylis de Kerangal, Despret descubre una descripción por la que el canto del pájaro se “hace cuerpo en el espacio”; su musicalidad materializa una geografía, una topografía con sus colinas, bosques, montañas, valles o ciudades. Entonces, “un pedazo…planetario adquiere forma en su pico”. Un territorio. Y los pájaros son sociales. Sus cantos son partituras polifónicas por las que su habitar es también un cohabitar con la vecindad de otras aves.
En Habitar como un pájaro, la Tierra se expresa con los sonidos de sus fuerzas. La realidad natural como “Fonoceno”, su ser por sus sonoridades. Pero los cantos están desapareciendo y, con ellos, otras formas de habitar. Por eso el Fonoceno no solo es canto audible, sino también indicación del silencio, de la pérdida de la riqueza de los detalles, diferencias, que la música del canto de los pájaros abre, más allá del humano y su falsa idea de superioridad.

Mirlo
Esteban Ierardo, «Habitar como un pájaro», comentario publicado en suplemento cultural N, el 03/08/22