
La tercera adaptación cinematográfica de la novela pacifista Sin novedad en el frente (1929) de Erich Maria Remarque.
La guerra es tan inseparable del humano como el aire que respira. A comienzos del siglo XX reinaba un gran optimismo. El futuro parecía prometer paz. Progreso. Pero cuando la realidad se esconde, finalmente aparece y, a veces, lo hace con el infierno de los cañones y la metralla. La Primera Guerra Mundial, que estalla en 1914. El alud de muerte entre las trincheras, los alambrados y el lodo. Muchos de los combatientes que sobrevivieron, regresaron con la certeza de que la guerra es el verdadero infierno; el mal liberado, entre espanto y sangre, en la tierra y el cielo.
En muchos casos, de ese mal solo se vuelve con la crítica de todo belicismo. Ese fue el caso de Erich Maria Remarque (1898‑1970), el autor de la clásica novela pacifista Sin novedad en el frente (1929). Remarque participó en la Gran Guerra. Su clásico de la literatura de la posguerra fue adaptado tres veces al cine. Dos adaptaciones estadounidenses, en 1930 y 1979, por los directores Lewis Milestone y Delbert Martin Mann, Jr., respectivamente. Y ahora, su tercera versión, el film alemán estrenado recientemente en Netflix. En 1957, en Senderos de gloria (Patrulla infernal en Hispanoamérica), protagonizado por Kirk Douglas, Stanley Kubrick había también plasmado una fuerte denuncia de la brutalidad e injusticias de la Primera Guerra mundial.
El director Edward Berger busca un cine que recrea la guerra en un gesto de realismo extremo. La lucha entre los cuerpos indefensos, despedazados por las ametralladoras automáticas, la artillería, o el avance de los primeros tanques, pesados y toscos, pero letales. Y los lanzallamas.
Muchos han criticado el film, luego de reconocerle sus méritos, por, dicen, convertir la guerra en espectáculo siniestro e hipnótico, con rasgos hollywoodenses. Sorprende el desconocimiento sobre la tecnología militar de exterminio en la Primera Guerra Mundial. Se insinúa que los lanzallamas son parte de ese desborde exagerado y escénico de violencia.
Los críticos del supuesto exceso en la recreación de la violencia bélica en Sin novedad en el frente, parecen desconocer que el lanzallamas, ese instrumento infernal que mata con chorros de fuego salvaje, fue inventado por el húngaro Gábor Szakáts a comienzos del siglo XX.. Ya en 1911 el ejército alemán creó un regimiento especial de doce compañías con el flammenwerferapparaten. En Budapest, lugar del que era oriundo, a Szakáts le negaron el entierro, y Francia lo propuso luego como el único criminal de guerra.
La guerra es repetición de la diferencias entre los desafortunados y los privilegiados. Los oficiales, muchos de origen aristocrático, discuten de estrategias militar y dan órdenes a decenas de kilómetros del frente, o saborean ricos tés y tortas, lo mismo que los diplomáticos, mientras que los soldados rasos y los cabos y sargentos padecen hambre, enfermedades, hacinamiento entre barro y ratas y la guadaña continua de la muerte amenazándolos. La injusticia estalla con tanta furia como las bombas.
Y la guerra, en algunos casos, muestra situaciones de valor y sacrificio para defender a los propios, pero a la vez obliga al humano a convertirse en animal asesino. Paul, el joven soldado alemán, el protagonista, primero, como todos, celebra ir a la guerra, lo cree una aventura nacionalista y romántica. Luego entenderá… Las circunstancias lo fuerzan a dos combates cuerpo a cuerpo. En el primero mata a un pobre francés radiofonista. Cuando revisa sus pertenencias encuentra la foto de su esposa e hijos. Llora desesperado. Entiende lo que ha hecho la guerra de él y de su víctima. Luego en su segundo combate, cuando casi la guerra se extingue, entenderá que ya no había esperanza para él.
Tanto franceses como alemanes son compelidos a negar su humanidad por una guerra que, en definitiva, no entienden. Los intereses del poder político y económico les son abstractos, lejanos y ajenos; lo único que les queda es sostenerse en el infierno en el que los humanos dejan de serlo. El horror en las guerras mundiales del siglo XX, o ahora.
La guerra no es un juego ni una escenificación, ni la discusión sobre la mejor estrategia cinematográfica para su narración. Es el soldado que recuerda, cuando es demasiado tarde, que es un humano matando a otro; que tiene miedo, asco, hambre, y que solo quiere volver a vivir sin un uniforme que otro quiera perforar con una bala.
Esteban Ierardo
Y la banda de sonido del film, muy recomendable también, de Volker Beltermann, y tráiler: