Por Henrich Zimmer

Heinrich Zimmer (1890-1943), gran estudioso alemán del pensamiento de la antigua India, y de su arte; también lingüista, adquirió renombre fundamental por sus obras Mitos y símbolos en el arte indio, Civilización y filosofías de la India, y Filosofías de la India (publicado en español por Eudeba, Kier, Sexto Piso). A este último libro pertenece parte de su capítulo segundo dedicado a la filosofía en la India antigua, como una forma de poder que surge del desarrollo espiritual y la sabiduría.
Desde 2010, en la Universidad de Heidelberg existe la «Cátedra Heinrich Zimmer de Filosofía e Historia Intelectual de la India». Zimmer estudio sánscrito y lingüística en la Universidad de Berlín. Se casó con Christiane Hofmannsthal, la hija del famoso poeta austriaco Hugo von Hofmannsthal, autor de la Carta de Lord Chandos, en la que manifiesta la imposibilidad de expresar la sustancia de las cosas a través de las palabras.
Fue expulsado de Alemania por los nazis en 1938. Así se instaló en Nueva York y se convirtió en profesor visitante de filosofía en la Universidad de Columbia. Uno de sus estudiantes fue Joseph Campbell. Falleció al año siguiente. Zimmer intentó subsanar el injusto y despreciativo trato de Occidente para con el pensamiento clásico de la India al que siempre le retaceó el reconocimiento de su condición de filosofía profunda, por sus vínculos con la mística, lo que supera la razón, y las imágenes simbólicas y el mito. Como Vicente Fatone en Argentina, Zimmer respiró con entusiasmo y celo analítico y admiración en los bosques de ideas y símbolos de la India antigua. Testimonio de esto es la mencionada Filosofías de la India, en la que revive la urdimbre de las filosofías del subcontinente indio del tiempo (del éxito, el deber y el placer), y también de la eternidad, al atravesar el jainismo, el tantra, y el sānkhya, el yoga, el brahmanismo y el budismo.
En la parte de las Filosofías de la India que aquí seleccionamos, Zimmer afirma: «El sabio no ha de ser una biblioteca filosófica con piernas, una enciclopedia parlante. El pensamiento mismo debe convertirse en su vida, en su carne, incorporándose a su ser y convirtiéndose en una habilidad en acto. Entonces, mientras mayor sea su realización mayor será su poder». La sabiduría solo es real si se expresa en el cuerpo y la vida del llamado sabio. Su modo de vivir es el ejemplo, no un tejido de discursos, de palabras con las que se embelesa a un público. La filosofía como exploración de lo que escapa a la información que hoy a alta velocidad puede procesar y relacionar la IA; y como lo que se cristaliza en la propia vida.
Links para descargar dos de las grandes obras de Zimmer:
Mitos y símbolos de la India para en pdf
La filosofía como poder en la antigua India
Por Heinrich Zimmer
En Oriente, la filosofía no se incluye en el capítulo de la información general. Es un saber especializado que tiene por objeto alcanzar una forma más alta de ser. El filósofo es un hombre cuya naturaleza ha sido transformada, reformada según un modelo de características realmente sobrehumanas, como resultado de haber sido colmado por el mágico poder de la verdad. Por esta razón el futuro discípulo tiene que ser sometido a
cuidadosas pruebas. La palabra adhikrin como adjetivo significa, literalmente, “con título para, con derecho a, dotado de autoridad, dotado de poder, calificado, autorizado, adecuado para”; también significa “perteneciente a, poseído por”; y como sustantivo, “oficial, funcionario, jefe, director, justo reclamante, dueño, propietario, personaje calificado
para efectuar algún sacrificio u obra piadosa”.
La filosofía no es más que una de las muchas clases de sabiduría o conocimiento (vidya), cada una de las cuales conduce a algún fin práctico.
Así como las otras vidya llevan a la posesión de las maestrías especiales pertenecientes al artesano, al sacerdote, al mago, al poeta o al bailarín, la filosofía desemboca en la posesión del estado divino, aquí y en el más allá. Cada especie de sabiduría da a su poseedor su poder específico y esto ocurre inevitablemente como consecuencia de dominar los materiales respectivos. El médico domina las enfermedades y las drogas, el carpintero
domina la madera y otros materiales de construcción, el sacerdote domina a los demonios, y aun a dioses por medio de sus procedimientos y fórmulas de encantamiento y sus ritos de ofrenda y de propiciación. A su vez, el filósofo yogin es dueño de su mente y de su cuerpo, de sus pasiones, de sus reacciones y de sus meditaciones. Es alguien que ha trascendido las ilusiones de la lógica afectiva y de toda clase de pensamiento humano normal. El infortunio no es para él ni desafío ni derrota. Está completamente más allá del alcance del destino.
En Oriente, la sabiduría —de cualquier género que sea— debe ser guardada celosamente y comunicada con cautela, y solo a quien sea capaz de convertirse en su receptáculo perfecto, pues, además de representar un arte, cada rama del saber trae aparejado un poder que puede llegar a ser casi mágico, un poder de efectuar cosas que, sin él, serían un milagro. La enseñanza que no tenga por objeto comunicar ese poder carece de importancia y comunicarla a una persona incapaz de manejar el poder adecuadamente sería desastroso. Además, antiguamente se consideraba la posesión de la sabiduría y de sus potencias especiales como una de las partes más valiosas de la herencia familiar. Como un tesoro, era trasmitida con cuidado, siguiendo la línea paterna. Los procedimientos y fórmulas de encantamiento, las técnicas de los diferentes oficios y profesiones y, finalmente, la filosofía misma, al principio se comunicaban solo de esta manera. El hijo seguía al padre. La nueva generación tenía poca oportunidad para elegir. De este modo se trataba de conservar los instrumentos del prestigio familiar.
Por esta razón los himnos védicos originariamente pertenecían exclusivamente a ciertos grandes linajes. De los diez libros del Rg-Veda (el más antiguo de los Veda y sin duda el documento más antiguo que existe en cualquiera de las tradiciones indoeuropeas), el segundo y los que le siguen se llaman “libros de familia”. Contienen grupos de vigorosos versos que antiguamente constituían la propiedad, celosamente guardada, de las
viejas familias de sacerdotes, videntes y rapsodas religiosos. Los antepasados de los diversos clanes habían compuesto las estrofas con el fin de conjurar a los dioses al sacrificio, para propiciarlos y ganar sus favores, pues los himnos habían sido revelados a aquellos rapsodas durante su comunicación extática con los dioses mismos. Luego, a veces, los propietarios marcaron sus bienes, haciendo aparecer sus nombres en alguna
parte de sus versos o, como ocurría con mayor frecuencia, con una estrofa final característica, fácilmente reconocible como marca de propiedad. Así como los trashumantes rebaños de las familias ganaderas arias en los tiempos védicos se distinguían por alguna marca o corte en la oreja, en el flanco o en alguna otra parte, los himnos llevaban análoga impronta, con el mismo sentido aristocrático de la fuerza de la propiedad, y su consiguiente
aprecio.
Si la sabiduría que produce arte y maestría especiales hay que guardarla celosamente, mientras más altos sean los poderes más cuidadosamente habrá que guardarla, y sobre todo cuando los poderes son los dioses mismos, las fuerzas motoras de la naturaleza y del cosmos. En la antigüedad védica, como en la homérica, cautelosos y complejos ritos destinados a conjurar los dioses y vincularlos con los fines perseguidos por el hombre ocupaban el lugar que hoy desempeñan ciencias como la física la química, la medicina y la bacteriología. Un himno poderoso era para esos hombres tan precioso como lo es para nosotros el secreto de un superbombardero, o los planos para construir el último modelo de
submarino. Tales cosas tenían valor no solo para el arte de la guerra sino también para la competencia comercial en tiempos de paz.
Tanto la primera parte de la historia de la India como los períodos siguientes se caracterizaron por su estado de guerra prácticamente ininterrumpido: invasiones desde el exterior y luchas por la hegemonía entre los señores feudales y luego entre los déspotas reales. En medio de todos estos disturbios, las fórmulas religiosas de los brahmanes védicos eran consideradas y utilizadas como un arma secreta de gran valor. Su
actitud puede compararse con la de las tribus de Israel que entraron en Canaán conducidas por Josué y destruyeron las murallas de Jericó con un trompetazo de sus mágicos cuernos de carnero. Por su mayor sabiduría, los arios que invadieron la India pudieron derrotar a los pueblos prearios nativos, mantenerse en el país y finalmente extender su dominio por todo el subcontinente. Las razas conquistadas pasaron a formar la cuarta casta, la de los súdra, no arios, excluidos inexorablemente de los derechos y de la sabiduría —fuente de poder— que poseía la sociedad de los conquistadores. Además, se les prohibió absolutamente aprender las técnicas de la religión védica. En los primeros Dharmasastra se dice que si
un súdra accidentalmente oye la recitación de un himno védico debe ser castigado llenándosele las orejas de plomo derretido. Estas fórmulas sagradas eran exclusivamente para los brahmanes (sacerdotes, magos, guardianes del poder real), los kátriya (reyes, señores feudales y guerreros), y los vaiya (campesinos, artesanos y burgueses de linaje ario).
Este sistema de arcaico secreto y exclusividad se ha mantenido en todos los períodos y en todas las formas de vida india. Caracteriza a la mayor parte de las sagradas tradiciones de donde han derivado la mayoría de los elementos de la filosofía india, particularmente los de origen ario, pero también, en muchos detalles importantes, los que están más allá del control ario y brahmánico. Las tradiciones no védícas —budismo, jainismo, sákhya y yoga carecen de las restricciones de casta y de familia peculiares de las líneas védicas (1); sin embargo, a todos los que quieren aproximarse a sus misterios se les exige una entrega tan completa a la autoridad del maestro espiritual que se torna imposible el regreso a la forma de vida anteriormente cultivada. Si alguien quiere llegar a convertirse en estudiante de una de estas disciplinas no arias, ingresar en su santuario íntimo y lograr realmente el fin establecido por la doctrina, previamente tiene que desprenderse por entero de su familia heredada, con todas sus formas de vida, y renacer como miembro de la orden.
Las principales ideas de la doctrina secreta brahmánica, tal como fue desarrollada y formulada al final del período védico (ca. siglo VIII a. C.), se conservan en las Upánisad. Estas obras representan una especie de instrucción muy especializada, como para graduados, que el maestro tenía libertad de impartir o de negarse a ello. Para recibir este saber esotérico el discípulo tenía que ser un verdadero adhikrin, realmente maduro y
perfectamente capaz de soportar la sabiduría revelada. En la época en que estos libros fueron concebidos, las restricciones impuestas eran aún más severas de lo que lo fueron más tarde. Una de las principales Upánisad contiene la advertencia de que su enseñanza debe ser transmitida no simplemente de padre a hijo, sino tan solo al hijo mayor, es decir, al joven que es el doble de su padre, su alter ego renacido, “y a nadie más, quien
quiera que fuere“. Y en un estrato algo más reciente, correspondiente a las Upánisad métricas, leemos: “Este secreto muy misterioso no será impartido a nadie que no sea su hijo o discípulo, y que aún no haya alcanzado la tranquilidad“. Hay que recordar que el término equivalente de la palabra upáni±ad es siempre rahásyam, que significa “secreto, misterio”. Se trata, pues, de una doctrina secreta, oculta, que revela satyasya sátyam, “la
verdad de la verdad”.
El mismo antiguo carácter de reserva, distanciamiento y exclusividad se mantiene hasta en las obras del más reciente de los grandes períodos de la filosofía y de la enseñanza hindúes: el período tántrico, que deriva de la época medieval. En efecto, la literatura tántrica en su forma actual pertenece principalmente a los siglos posteriores al III de nuestra era (2). En general, se supone que los textos representan conversaciones secretas entre åiva, el dios supremo, y su sakti o esposa, la diosa suprema; primero oye como discípulo el uno, luego la otra; y cada uno de ellos escucha con toda atención mientras la secreta esencia del otro —esencia creadora, conservadora y rectora del mundo— se revela en vigorosos versos; cada uno enseña la manera de quebrar el hechizo del error que mantiene a la conciencia individual atada a lo fenoménico.
Los textos tántricos hacen hincapié en el carácter secreto de sus contenidos y no deben enseñarse a descreídos y ni siquiera a creyentes que no hayan sido iniciados en los círculos más íntimos de los adeptos.
Por el contrario, en Occidente la filosofía tiene como orgullo el estar abierta a la comprensión y a la crítica de todos. Nuestro pensamiento es exotérico y se considera que éste es uno de los signos que acreditan su validez universal. La filosofía occidental carece de doctrina secreta; lanza un reto general para que se examinen sus argumentos, sin pedir otra cosa que inteligencia e imparcialidad en la discusión. Recurriendo así a la decisión de todos los demás ha conseguido mayor influjo que la sabiduría y enseñanza de la Iglesia, que exigía que ciertas cosas deben ser aceptadas como establecidas para siempre por la Revelación divina y zanjadas incuestionablemente por las interpretaciones de los Padres, Papas y concilios, que obedecían a la inspiración divina. Nuestra filosofía moderna y popular, que sigue la marcha de las ciencias naturales, no reconoce otra autoridad que la prueba experimental y pretende descansar solamente sobre supuestos que constituyen resultados lógicos de datos crítica y metódicamente organizados, derivados de la experiencia sensible, registrados y controlados por la mente y por los infalibles aparatos de
laboratorio.
No sé hasta qué punto nuestra civilización cree que el hombre que elige la profesión de filósofo cobra poderes misteriosos. Los hombres de negocios que controlan nuestra economía, vida social, política interior y relaciones exteriores generalmente desconfían de los filósofos. Absortos en elevadas ideas difícilmente aplicables a los casos concretos, los “profesores” tienden más bien a complicar las cosas con sus enfoques abstractos; sin contar que ellos mismos no consiguen destacarse mucho como ganapanes ni como
hombres de empresa. Como sabemos, Platón una vez hizo un ensayo como gobernante. Trató de auxiliar al tirano de Sicilia que lo había invitado a establecer en su corte un gobierno modelo siguiendo las concepciones filosóficas más elevadas. Pero ambos riñeron, y el tirano concluyó arrestando al filósofo, ofreciéndolo en venta en el mercado de esclavos de la capital misma que debería haber sido cuna de una edad de oro y ciudad modelo de un orden justo, altamente filosófico y representativo de una situación humana muy satisfactoria. Platón fue comprado inmediatamente por un amigo, que lo puso en libertad y lo devolvió a su patria, la liberal y democrática Atenas cuyo turbio y corrompido gobierno siempre había disgustado profundamente al filósofo. Aquí Platón aprendió el único escape
y consuelo que siempre le queda al intelectual. Escribió un libro, su inmortal República, a la que luego habría de seguir Las Leyes. Con estas obras el filósofo, aparentemente desamparado e impotente, dejó su huella —imperceptible en su época, pero en todo sentido inmensa— sobre los siglos y aun milenios futuros.
Otro caso es el de Hegel. Cuando Hegel murió repentinamente de cólera, en
1831, su filosofía perdió todo prestigio público y fue puesta en ridículo durante los ochenta años siguientes por los profesores universitarios de su país. En su propia Universidad de Berlín, todavía en 1911, cuando yo estudiaba allí y escuchaba a su cuarto sucesor, Alois Riehl —hombre de espíritu noble y encantador, intérprete sin par de las críticas de Hume y
Kant al entendimiento humano—, teníamos que oír una serie de puros chistes cuando el profesor se ponía a exponer la filosofía de Hegel. Y sin embargo ese mismo Hegel estaba a punto de ser descubierto por mi propia generación, siguiendo la inspirada conducción del viejo Wilhelm Dilthey, que había renunciado a su cátedra en favor de Riehl y se había retirado de la docencia. Así nacieron los neohegelianos y el filósofo logró el reconocimiento oficial, académico, que se merecía.
Pero entre tanto, fuera de las universidades, fuera de las vías de la doctrina oficial, las ideas de Hegel habían seguido influyendo sobre la marcha del mundo, en comparación con la cual la importancia de la aprobación académica empequeñece hasta desaparecer por completo. El fiel hegelianismo de G.J.P.J. Bolland y sus discípulos, en Holanda, que continuó y creció después que la reputación del filósofo hubo desaparecido en Alemania, y la tradición hegeliana de Italia meridional, que culminó en la obra de Benedetto Croce, parecen insignificantes en comparación con el peso de la influencia de Hegel sobre la política del mundo moderno. En efecto, el sistema de Hegel inspiró a Karl Marx; su pensamiento dialéctico, e inspiró la estrategia política y psicológica de Lenin. Su pensamiento fue también el que inspiró a Pareto, el padre intelectual del fascismo. De este
modo, el influjo de las ideas de Hegel sobre las potencias no democráticas de Europa —y, por ende, sobre la política de todo el mundo moderno— ha sido mayor que el de las de cualquier otro. En el momento actual es comparable, en magnitud, al poder de la perdurable autoridad de la filosofía de Confucio en China, que configuró la historia de ese país desde el siglo III a. de C. hasta la revolución de Sun Yat-sen; o a la fuerza del pensamiento de Aristóteles en la Edad Media y (por influencia de los jesuitas) en la Edad Moderna. Aunque los filósofos casi siempre parecen ser maestros académicos inofensivos, mansos y hasta fracasados, despreciados por el hombre de acción, a veces están lejos de serlo. Más
bien, como fantasmas invisibles, conducen ejércitos y naciones del futuro por los campos de batalla revolucionarios empapados de sangre.
La India, la India soñadora, filosófica, poco práctica, que nunca consigue mantener su libertad política, ha representado siempre la idea de que la sabiduría puede ser poder si (y este “si” debe ser tenido en cuenta) ella impregna, transforma, domina y modela toda la personalidad. El sabio no ha de ser una biblioteca filosófica con piernas, una enciclopedia parlante. El pensamiento mismo debe convertirse en su vida, en su carne, incorporándose a su ser y convirtiéndose en una habilidad en acto. Entonces, mientras mayor sea su realización mayor será su poder. El poder mágico de Gandhi, por ejemplo, debe entenderse de esta manera. La fuerza de su presencia como modelo de las masas hindúes deriva del hecho de que en él se identifican la sabiduría ascética (como estilo de existencia), y la política (como actitud efectiva hacia los problemas mundanos, tanto los de la vida diaria como los de la política nacional). Su importancia espiritual se refleja en el título honorífico con que se lo llama: Mahatma: “cuya esencia de ser es grande”, “aquel en quien la esencia suprapersonal, supraindividual y divina, que impregna todo el universo y mora en el microcosmos del corazón humano como gracia vivificante de Dios (Atman), ha crecido hasta tal magnitud que ha prevalecido por completo (mahant)”. La Persona espiritual ha absorbido y disuelto en él toda traza del yo, todas las limitaciones propias de la individualización personal, todas las cualidades y propensiones limitadoras y fijadoras que pertenecen al estado humano normal y hasta toda traza de actos motivados por el yo (karman), buenos o malos, de esta vida o de existencias anteriores. Estos restos de personalidad predisponen y deforman las ideas que el hombre se forja acerca de lo
mundano y le impiden aproximarse a la verdad divina. Pero el Mahatma es el hombre cuyo ser ha sido transformado por la sabiduría divina, y acaso podamos llegar a ver los efectos mágicos de esta poderosa presencia.
(1) Nota del compilador: Al igual que el budismo (cf supra, pág. 27, la nota del compilador), tampoco el jainismo, el Sakhya ni el Yoga aceptan la autoridad de los Veda, y por lo tanto se los considera heterodoxos, es decir, como doctrinas exteriores a la tradición brahmánica de los Veda, las Upánisad y el Vedanta. Zimmer sostenía que estos sistemas heterodoxos
representan el pensamiento de los pueblos no arios de la India, que fueron vencidos y despreciados por los brahmanes, pero que sin embargo poseían tradiciones propias de extrema sutileza.
Zimmer consideraba que el jainismo era el más antiguo de los grupos no arios, en contraste con la opinión de la mayoría de las autoridades occidentales, que consideran que Mahavira, contemporáneo de Buddha, fue su fundador y no, como pretenden los mismos jaina (y Zimmer), solo el último de una larga serie de maestros. Zimmer creía que era verdad la tesis jaina de que su religión se remonta hasta una lejana antigüedad, hasta la antigüedad prearia, del período dravídico, que recientemente ha sido dramáticamente esclarecido por el descubrimiento de una serie de grandes ciudades de la época neolítica situadas en el Valle del Indo, que datan del tercer milenio y acaso del cuarto a. C. (cf. Ernest Mackay, The
Indus Civilization, 1935; también Zimmer, Myths and Symbols in Indian Art and Civilization, págs. 93 y sigs.).
El Sakhya y el Yoga representaban una complicación psicológica posterior de los principios
conservados en el jainismo y prepararon el campo para la enérgica afirmación antibrahmánica del Buddha. El Sakhya y el Yoga pertenecen a la misma categoría, como teoría y práctica de una misma filosofía. Kápila, el supuesto fundador del Sakhya , quizá fue contemporáneo de los pensadores del tiempo o de las Upánisad, y parece haber dado su nombre a la ciudad en que nació el Buddha: Kapilavastu.
En general, las filosofías heterodoxas no arias no son exclusivas en el mismo sentido en que lo son las filosofías brahmánicas, pues no están reservadas a los miembros de las tres castas superiores.
(2) Nota del compilador: Los libros ortodoxos sagrados (sustra) de la India se clasifican en cuatro categorías: 1. la sruti (“lo oído”): los Veda y ciertas Upánisad que se consideran como revelación directa; 2. la Sm¢ti (“lo recordado”) : las enseñanzas de los antiguos santos y sabios, y también los libros jurídicos (dharmasâtra); y obras que tratan de las ceremonias domésticas y de sacrificios menores (grhyasâtra); 3. los Purusa (“antiguos, saber antiguo”), compendiosas antologías, de carácter comparable a la Biblia, que contienen mitos cosmogónicos, antiguas leyendas, saber teológico, astronómico y natural; 4. los Tantra (“telar” “urdimbre”, “sistema”, “ritual”, “doctrina”), cuerpo de textos comparativamente
recientes, considerados como directamente revelados por åiva como escrituras específicas del Kali-Yuga, la cuarta edad del mundo o época actual. Los Tantra se llaman “el quinto Veda” y sus ritos y conceptos en realidad han remplazado al sistema védico, ahora totalmente arcaico, como trama sustentadora de la vida india.
Un concepto típico del sistema tántrico es el de sakti: la mujer como “energía” (sakti) proyectada del hombre (comparable a la metáfora bíblica de Eva como costilla de Adán). Hombre y mujer, dios y diosa, son las manifestaciones polares (pasiva y activa, respectivamente) de un solo principio trascendente y, como tal, esencialmente único, aunque doble en apariencia. El varón se identifica con la eternidad, la mujer con el tiempo, y
su abrazo con el misterio de la creación.
El culto de la sakti, la diosa, desempeña un papel de enorme importancia en el hinduismo moderno, en contraste con el punto de vista patriarcal de la tradición védica, estrictamente aria, y sugiere que el Tantra puede tener sus raíces en suelo no ario, preario, dravídico (cf. supra, pág. 58, la nota del compilador). Es de notar que åiva, el dios Universal y consorte de la diosa (que guarda con respecto a ella la misma relación que la eternidad con respecto al tiempo) es también el Señor Supremo del Yoga, que no es una disciplina védica. Por otra parte, la casta no es un requisito en la iniciación tántrica. Zimmer sugiere que la tradición tántrica representa una síntesis creadora de las filosofías arias y las nativas de la India. El tantrismo ha ejercido prodigiosa influencia sobre el budismo Mahayana. Además, su profunda penetración psicológica y osadas técnicas espirituales le confieren peculiar interés para el psicoanalista.
(*) Fuente. Heinrich Zimmer, frag. de capítulo II, en Filosofías de las India.


