Danton y Robespierre, dos revolucionarios en su laberinto

Reflexiones sobre la Revolución Francesa desde el Danton de Andrzej Wajda

Por Esteban Ierardo

 

Gerard Depardieu como Danton en la película Danton (1983), del director polaco Andrzej Wajda, un buen estímulo, desde el cine para aproximarse a la Revolución Francesa.

Parte de la Revolución Francesa es recreada por el gran director polaco Andrzej Wajda en su Danton (1983). Momento del cine que permite volver sobre el fundamental proceso del levantamiento francés contra la monarquía absolutista, de insoslayable impacto en el Occidente moderno.

Danton fue el principal enemigo político de Robespierre, aunque antes fueran aliados. En el contexto del llamado Terror del Comité de Salvación Pública, Danton cae finalmente bajo el filo de la guillotina.  En el ensayo que sigue a continuación reflexionamos desde el cruce entre cine, historia y pensamiento, a propósito del conflicto Danton-Robespierre, en su lucha por los ideales republicanos y revolucionarios.

En Cinefilia malversa se puede ver la película en línea:

Danton, de Andrzej Wajda

I

La libertad guiando al pueblo, por Eugene Delacroix

La revolución crea sueños, Ilusiones y frustraciones. O quizás peldaños hacia un aire más digno. Wajda, el gran creador polaco, desciende dentro del vendaval revolucionario en su Danton (1983). Un ejercicio de cine histórico que evidencia a un cineasta capaz de traducir la historia en eficaz narración visual.
   Wajda, hijo de un oficial de la caballería polaca que muere en la lucha contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Adolescente, combate contra la ocupación de su patria. Y presencia la sublevación de Varsovia. El gobierno polaco en el exilio da la orden para el levantamiento, para expulsar a los alemanes antes de la llegada de los rusos. El propósito es negociar en mejores condiciones con los soviéticos, seguramente deseosos de ser los nuevos regentes de Polonia. Pero los alemanes cuentan aún con mucho poder de fuego. La sublevación es derrotada. Los sobrevivientes polacos se refugian en los canales, en las cloacas. Este drama inspira la primera obra importante de Wajda: Kanal o La patrulla de la muerte (1957). Los pocos que se atreven a salir de sus madrigueras subterráneas son rematados o capturados. Los otros, tratan de encontrar alguna incierta salida, entre el miedo continuo al gas que los alemanes pudieran verter a través de las alcantarillas; o exhalan sus gemidos de dolor, o dan sus últimos suspiros, entre la densa soledad y la oscuridad, rodeados de ratas y desesperación. Kanal es tal vez uno de los más estremecedores descensos a lo infernal en la historia del cine.

  Lo bélico y lo trágico, la historia cercenada por el sable del conflicto y la muerte: la gran fuente inspiradora del creador polaco. Que vuelve al trasfondo de la guerra en un estimado film: Cenizas y diamantes. En el asalto a Monte Cassino (1) miles de jóvenes soldados polacos son usados como carne de cañón por el Alto Mando aliado; son enviados en primera línea para debilitar la dura resistencia alemana. El film se sucede luego de aquellos trágicos hechos. A veces, cuando la imagen ambiciona captar una emoción turbulenta se sublima en expresión simbólica. Una imagen-símbolo crucial del cine de Wajda es la del joven protagonista del film que siempre lleva anteojos oscuros como señal de luto por los muertos de su país en la guerra, y que enciende copas de vodka como una evocación de varios viejos amigos y compatriotas caídos en combate. El fuego como símbolo del idealismo juvenil finalmente cegado por la muerte.
  El cine de Wajda se nutre de lo trágico histórico de su patria. Pero resuenan en él también los conflictos de su propio tiempo. Wajda adhiere entusiasta al sindicato Solidaridad

Andrzej Wajda (foto en unifrance.com)

de Lech Walesa; y construye un díptico fílmico para celebrar el progresismo sindicalista polaco. El hombre de mármol (1976) teje su ironía sobre la construcción de los héroes trabajadores de la época stalinista. Luego, en El hombre de hierro (1981), el propio Walesa se representa a sí mismo como líder de la resistencia sindical contra los últimos coletazos de la opresión soviética representada por el declinante régimen de Jaruselski.
  El bosque los abedules, o La línea de sombra, inspirada en el clásico de otro polaco, el célebre y profundo Conrad, son otras de sus obras memorables; sin olvidar Sin anestesia o Director de orquesta.
   En Wajda, la simbiosis de historia, tragedia y compromiso político se unen con una expresión estética formal de fuerte plasticidad pictórica. Antes de sus estudios sobre cine,  Wajda estudia Bellas Artes en Cracovia. Lo mismo que Greenaway o Rohmer, o el Sukurov de Madre e hijo, en su cine la imagen aspira a la composición pictórica.
   El cruce entre actualidad y política promovió una crítica habitual de Danton después de su estreno. Desde un anacronismo histórico, Danton es asimilado con Lech Walesa y sus ideales humanistas. Y Robespierre con Jaruselski, el frío y dictatorial líder de un régimen moribundo.
  El propio director subscribe parcialmente esta exégesis al conceder que Danton podría ser vinculado con los ideales de la democracia occidental contra la dictadura de los países del Este. Danton es el hastiado por el derramamiento de sangre, que se sumerge en una autocrítica; en el remordimiento y la exhortación a la compasión.
  En 1983, en el Festival de Teatro de Nancy, se representa La muerte de Danton, del célebre dramaturgo alemán George Büchner (autor también de Woyzeck, trasladada al celuloide por Herzog). Robespierre es entonces fatalmente asociado con Stalin, y Danton es lo otro político, el antagonista peligroso que es eliminado a la manera de Trotsky.

II


   Danton inicia su narración fílmica desde una revolución ya en marcha. En el siglo XVIII, Francia es estrangulada por el antiguo régimen, por el sistema monárquico absolutista en su punto de extremo paroxismo.

  La sociedad francesa es modelada por el sistema feudal estamental, inmóvil, rígido. Su estructura es tripartita. El primer estado lo constituye el clero, dueño del 10% de las tierras y con el poder del diezmo sobre los campesinos (2); el segundo estado es la nobleza que posee el 30% de las riquezas y vive exenta de impuestos como parte de sus tradicionales privilegios. El tercer estado o estado llano, usina de lo revolucionario, es integrado por burgueses, el campesinado y los obreros (3).
    En la cúspide del desigual organismo social rige el soberano, Luis XIV. El rey sol. El que gusta aclarar: «El estado soy yo». Luis XV, su sucesor, aumenta aún más el fasto cortesano, los gastos desaforados, la vida ociosa y frívola. Son los tiempos de la influencia de la sibarita marquesa de Pampodour (precursora en este sentido de María Antonieta), y del preciosista y ornamental estilo rococó, con sus vistosas molduras doradas y la aristocrática pintura de Jean Antoine Watteau.
    Luis XVI, el monarca que entregará su cabeza como compensación de la larga opresión cortesana sobre la multitud, ocupa el trono en 1774. Los historiadores acuerdan en destacar su carácter poco enérgico, y discreta inteligencia.

   Mientras tanto, las cosechas de trigo fracasan. El pan escasea. Su precio aumenta. Los depósitos reales lo acaparan para el bienestar palaciego. El hambre carcome al pueblo. El desprestigio de la corona es mayúsculo. Para subsanar en algo la situación, el monarca convoca al economista Turgot, que pretende (en un arrebato de ingenuidad) cobrar impuestos proporcionales a las riquezas. Entonces, lo obvio: es expulsado por la nobleza. Y Necker, un banquero ginebrino, la segunda opción de emergencia que, por primera vez, aunque con datos equivocados, promulga un Presupuesto Nacional.

El rey rehabilita una vieja ficción de co-participación del poder entre el estado monárquico y los otros estamentos sociales: los Estados Generales (4). Este organismo deliberativo se reúne el 5 de mayo de 1789, en Versalles. Pero la decepción rápido cunde. En su discurso inaugural, el rey aclara que las deliberaciones no pretenden ninguna reforma estructural del gobierno monárquico o del sistema impositivo.
   Entonces, los miembros del tercer estado se congregan en el recinto de un frontón abandonado. Y mediante el célebre Juramento de la Cancha de Pelota, se constituyen en Asamblea Nacional, que se atribuye poderes constitucionales. Desde ese momento empiezan las erupciones de política y sangre que amasan la escena revolucionaria: la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano; la abolición de los privilegios; las orientaciones políticas en la Asamblea (5); las arremetidas contra el clero; el fallido intento de fuga del monarca, su captura en Varennes (6), y su final en la guillotina, en 1793; la creación de la Comuna de París y de la Guardia Nacional liderada por el marqués de La Fayette; la aparición de la bandera tricolor (7).

   Para la compresión del tembladeral de pasiones que atraviesan el film, es especialmente importante la acción de los clubes políticos. Los jacobinos, de tendencias radicalizadas, capitaneados por Robespierre; y los Cordeleros, encabezados por Danton, Desmoulins, Hébert, y Marat, el famoso autor del periódico El amigo del pueblo.

   La Asamblea se convierte finalmente en Convención y suprime la monarquía. Comienza la República. Se pretende reiniciar el curso de la historia. Por eso se habla del año I de la República. En el centro del gobierno republicano Danton crea el Tribunal Revolucionario; y luego surge el Comité de Salvación Pública, bajo la esfera de Robespierre. En esta situación, la República, como autoproclamado reino de la igualdad, comienza a convertirse en un sueño postergado. Antes que la igualdad, actuará el filo de la guillotina que desmembra las cabezas, inocentes o culpables (8).

  
III

La fiesta del Culto a la Razón. El vigésimo día de Brumario del segundo año de la República Francesa, una e indivisible, se celebró la Fiesta de la Razón en la antigua iglesia de Notre-Dame.(Wikimedia Commons)


  La versión de Wajda de Danton se basa en una novela de Stannislawa Przybyszewska. Y la acción se inicia en el año II de la República (1794). Cuando el film comienza su penetración en el conflicto Danton-Robespierre, estalla una tormenta de egos e ideas. La mirada histórica que atraviesa la revolución francesa en Danton es dominada por un duelo de personalidades. Colisión de psicologías y de concepciones opuestas en cuanto a la acción política revolucionaria.
    Camile Desmoulins, el instigador de la sublevación que conduce a la toma de la Bastilla, inicio formal del proceso revolucionario, escribe en el Viejo Cordelero. Ataca a Robespierre (Wojciech Pszonozk). Lo acusa de tirano, de cercenar la libertad de prensa. El volcán del desacuerdo se enciende. Y la lava no podrá ser contenida, aunque Danton (un magistral Gérard Depardieu) lo intente. Su intento: una negociación directa, una audiencia privada con Robespierre, destinada al fracaso y a subrayar las distancias inseparables entre dos personalidades. Danton se autopercibe como «el hombre del pueblo» por su especial protagonismo en los sucesos del 10 de agosto de 1792, cuando encabezó el asalto popular de las Tullerías (9). Es el hombre de la acción. El realista. El que descree de todo idealismo teórico. La revolución tiene que adecuarse a las fronteras de lo posible, y escapar a la seducción de ideas que solo brillan como engañosos diamantes de una quimera. Es también quien, aunque ensalce lo popular, gusta de un lujo de fibra aristocrática. De ahí su refinado esmero en la decoración y los manjares dispuestos en la mesa del salón acordado para el encuentro.

Un momento en el que Danton (Depardeu) le ofrece un manjar a Robespierre (Pszoniak)

Por el contrario, Robespierre es la voz del idealismo rígido. De la austeridad indiscutible. De una discreción en su modo de vida sólo compensada por su interés excesivo por la apariencia personal, sus pelucas empolvadas, sus modales y lenguaje refinados. En términos históricos, un contraste quizás con aristas semejantes a las de Bruto y Marco Antonio. A nivel fílmico, otra oposición de caracteres fuertemente diferenciados se evidencia, por ejemplo, en el repetido choque de espadas de los oficiales de la caballería napoleónica en Los duelistas, de Rydell Scott, con la oposición entre Gabriel Feraud ( Harvey Keitel) y Armand D’Hubert (Keith Carradine).
    La energía dimanada en el film por el duelo de personalidades explica para algunos el deficiente rigor histórico del film. Se señala que los hechos de la revolución son presentados en cierto vacío contextual. No se menciona con el suficiente énfasis que, mientras Robespierre y Danton disputan, una primera y fuerte coalición, encabezada por Austria y Prusia, se levanta contra Francia. Las monarquías europeas, como forma de autopreservación, deben remover del cuerpo social francés la pasión revolucionaria.
   Y no tiene gravitación Hébert, el exponente de la más rabiosa izquierda jacobina. Representante de un anarquismo que promueve la eliminación del Estado y la descristianización. Hébert: el revolucionario ateo que, sin embargo, no es indiferente a la seducción de los ritos, aunque sea en una versión paródica. Hébert es la contracara del Robespierre que creará el culto al Ser Supremo, al que luego aludiremos. Hébert (10) arrebata la Catedral de Nuestra Señora de París al clero para una célebre ceremonia sacrílega en honor a la Diosa Razón, personificada por una actriz amante del sexo desenfrenado.
   No se menciona tampoco que antes de su disputa, Danton y Robespierre son aliados en la supresión de la derecha conservadora girondina. Los girondinos representan los intereses del interior francés; partidarios de un sistema republicano federal, a la manera norteamericana; constituyen así una amenaza para el centralismo político parisino. Sus cabezas finalmente ruedan bajo el filo inmisericorde de la guillotina. Y tampoco se aborda la relación entre el poder revolucionario y los sans-culotte, la base popular de la revolución integrada por hombres simples vestidos con sus característicos pantalones largos y gorro frigio.
  Estas críticas son válidas desde el código de una investigación que busca el rigor histórico como su principal justificación. Pero un cine de tema histórico no deja de ser arte. Ejercicio artístico que no está obligado, por tanto, a ser puesta en escena de la más sólida documentación sobre una época. Es legítima cierta exigencia de aproximación veraz a los hechos pasados, pero libre de toda demanda de objetividad (imposible por lo demás en la propia reconstrucción histórico-académica). Se tiende a olvidar que, desde una lógica esencialmente cinematográfica, cuando la imagen fluye a través de la historia no es para su estricta transcripción documental sino para su transfiguración estética mediante el poder expresivo de la propia imagen; o para generar una transmutación o elevación simbólica de lo narrado. Ejemplo del primer proceso es acaso Lawrence de Arabia, de Sir David Lean; y manifestación de lo segundo, las numerosas versiones fílmicas de los dramas shakesperianos (nutridos de una base histórica) como el Macbeth de Orson Welles, o su brillante variante japonesa Trono de sangre, de Akira Kurosawa.  

La detención de Danton

IV

  El film de Wajda, más allá de la contraposición Danton-Robespierre, es legítimo estímulo para una re-visión de la Revolución Francesa no sólo como historia, sino también como proyecto. Desde este sitio de reflexión, es dable destacar que la Revolución Francesa exhibió una marcada voluntad de un nuevo comienzo.
La República suprime el antiguo calendario gregoriano y crea uno de inspiración pagana. Cada mes corresponde a un estado o clima de la naturaleza (11). El mes tiene treinta días; cada semana diez días. De esa manera se anula la festividad cristiana de los domingos. El nuevo comienzo implica en principio la liberación de la tradición. La modernidad, como aspiración constante de lo novus, es afín a esta actitud. En el orden de la filosofía fundacional del racionalismo moderno, Descartes pretende pensar desde un punto cero, desde un nuevo origen libre de la repetición de la metafísica escolástica anterior. También emancipación de la tradición. Los pensadores ilustrados, por su parte, como Kant en ¿Qué es la ilustración? (1784), bregan por la ruptura de toda dependencia con el pasado entendido como una sujeción inmadura o una minoría de edad. Pero el nuevo comenzar no debe ser confundido con una absoluta e imposible purificación respecto a la historia recibida. La voluntad del nuevo inicio se fusiona con un retorno nostálgico hacia un modelo pasado para la configuración de la República. Ese paradigma inspirador es Roma. El patriotismo de los primeros romanos, su austeridad como fuerza moral.

   Y a los revolucionarios también los seduce el arte clásico. En el film es importante la participación del artista de la revolución: David, siempre enfundado en su chaqueta roja y su sombrero de copa negro. En su atellier prepara con Robespierre los detalles para el culto del Ser Supremo; y pinta un mural en el que representa a los más destacados participantes del Juramento de la Cancha de la Pelota desde los desnudos del cuerpo clásico. En estas circunstancias, Robespierre ordena al artista borrar a Fabre, miembro de los cordeleros, y por tanto enemigo político indigno de ser inmortalizado por el arte revolucionario (12).
   David recurre también a la armonía de las proporciones clásicas en el famoso cuadro sobre Marat, luego de su asesinato por la girondina Carlota Corday. Para muchos, la víctima nunca trascendió la condición del resentido, afectado quizá por un pasado humillante (13). Pero el posible Marat saturado de odio es idealizado desde rasgos de armonía clásica.

La muerte de Marat (1793), por Jacques-Louis David

La admiración por lo romano clásico es parte de una estrategia de quiebre de la continuidad histórica, de la repetición de lo mismo, para así diseñar una nueva arquitectura de la historia. Benjamin, en su célebre Tesis de la filosofía de la historia, destaca la actitud de los revolucionarios de romper el continuum de la historia para refundar otra sociedad (14).
   Una actitud radical de un recomenzar asociado a la supresión del pasado y la memoria histórica, nos hace recordar el ensayo borgeano La muralla y los libros, donde Shih Huang Ti, el emperador unificador de China luego de conquistar los Seis Reinos, ordena la quema de los libros. Tal vez un desesperado acto de anulación de todo ayer para que la historia sólo empiece desde la fundación de su Imperio (15).

  Pero el nuevo comienzo puede encubrir, a su vez, un proceso de retorno al pasado en un sentido distinto al histórico. La revolución, los ideales de la igualdad y la libertad, la soñada sociedad sin privilegios de Robespierre, acaso actualizan el sentido más originario del término revolución. En su sentido astronómico, revolución es el regreso al inicio del ciclo de una órbita en el movimiento de los cuerpos celestes.
   La revolución como vuelta al inicio entonces. Un inicio relacionado también con el deseo de recuperar el paraíso de los orígenes. El mito del paraíso que siempre asegura que, en los comienzos, impera la comunidad, ajena al conflicto y la oposición, que sólo surgen después, cuando el humano se desploma en el barro de la historia.

V

Saturno devorando a sus hijos, una de las «pinturas negras» de Goya, en el Museo del Prado, Madrid.


   Y la revolución es acosada por la inseguridad, por el temor a la contrarrevolución, desde un ataque del exterior, o desde el propio interior del país.

En ese contexto, Danton, junto con sus aliados, es acusado de conspirador, de planear un golpe contrarrevolucionario. Entonces, con su brillante oratoria defensiva, frente a su tribunal acusador encabezado por el cínico Fouquier, anuncia con claridad: por temor al regreso de la tiranía los revolucionarios se convierten también en tiranos. Un proceso paradójico: la paradoja de la mimesis autoritaria. El sujeto de la supuesta libertad imita el autoritarismo que pretende superar. En el torbellino de esta contradicción, los revolucionarios corren el riego de la auto-devoración. La revolución que se fagocita a sí misma. Danton también lo anuncia durante su defensa: la revolución se parece a Saturno, que devora a sus propios hijos (16).

  El exceso de la mimesis autoritaria se muestra acaso con claridad patente en las llamadas Matanzas de Septiembre (no reflejadas en el film). Profundamente atemorizados por un éxito inminente de la contrarrevolución, los revolucionarios, atizados por Marat, en septiembre de 1792, dieron vía libre al extermino de miles de realistas y sacerdotes.
  Pero si la revolución sufre el roce de las navajas que amenazan con decapitarla, ¿puede entonces lo revolucionario alentar el progreso en la historia? En 1794, Kant escribe El conflicto de las facultades. Aquí sienta la tesis de que lo acontecido en la Revolución Francesa asegura un avance ético, un progreso moral, a pesar de las tempestades sanguinarias de las guillotinas.
   Lo decisivo es la postura de un espectador imparcial frente a la dinámica revolucionaria. Para Kant, ese espectador experimenta entusiasmo ante la revolución, adhiere a la libertad e igualdad proclamados por los revolucionarios como derechos naturales. De ahí que, aunque la revolución se desbarranque entre pedregales oscuros y sangrientos, la mujer de la Libertad de la célebre pintura de Delacroix no se detiene entre los escombros y las sombras.

VI

   En Danton es ineludible meditar en el poder de la oratoria revolucionaria. En distintos contextos históricos, con diversas modalidades o envoltorios ideológicos, la palabra política produce efectos, es acción constructora de realidad.
  La prédica constante de Saint Just, primero, y de Robespierre, después, por la decapitación de Danton, derivan finalmente en un informe en su contra y en su efectivo arresto.
   La Convención en principio es hostil a este decreto del Comité de Salvación Pública. Danton sigue siendo el hombre del 10 de agosto. El film de Wajda recrea entonces un momento clave de la oratoria robesperriana. El auditorio es profundamente hostil al líder jacobino. Pero, progresivamente, su habilidad retórica, la eficacia de sus recursos persuasivos, lo acercan a la victoria por la palabra. Con astucia reprocha a la Convención que liberar a Danton sería abogar por un privilegio cuando la revolución exige la supresión de todo privilegio. Uno de los cordeleros, el traidor Bordoun, consciente ya de la caída final, pide la palabra para precipitar la acusación contra Danton, y salvar su propia cabeza.

Robespierre consigue un efecto semejante a lo acontecido en el Julio César de Shakespeare (17). Lo mismo que el dirigente jacobino, Antonio, en pocos minutos, modifica drásticamente la posición del auditorio. La confirmación en el film de lo que ya es bien sabido: la palabra política obedece más a la manipulación de las emociones que a los argumentos de la lógica.

VII

Robespierre (artista desconocido)

  La figura de Robespierre en su contradicción: sed idealista y terror dictatorial. Pero éste es sólo uno de los aspectos de la complejidad del gran jacobino. En el film, el enigma de Robespierre no es quizá indagado con la debida profundidad. La extrañeza de Robespierre opaca la mayor rudeza y simplicidad de Danton, y acaso provoca una mayor fascinación.

    Danton-Depardieu predica el fin del miedo, la clemencia luego de la furia de terror. Para ser fiel a esta nueva tolerancia, prefiere ser aguillotinado antes que aguillotinar. Danton se instala en el umbral de un idealismo que armoniza el arrepentimiento con su defensa de la confraternidad.

  Por su parte, la complejidad de Robespierre se muestra con más contundencia si se aborda su pensamiento doctrinario, que permanece en buena medida silenciado en la narración de Wajda. El Robespierre recreado siempre se concentra en estrategias de persuasión, de negociación o conservación del poder. Pero poco o nada se vislumbra del proyecto robesperriano de sociedad, que se expresa en su texto fundamental: Sobre las relaciones de las ideas religiosas y morales con los principios republicanos y las fiestas nacionales, escrito en 1794. Su lectura permite comprender el espesor más profundo de la personalidad ( y el pensar) del líder del Comité de Salvación Pública. Su lectura posibilita vislumbrar que, detrás de la imagen del Robespierre encaramado sobre una tarima en el atellier de David, hormigueaba algo más complejo que una actitud excéntrica o delirante rayana en lo demencial. Robespierre enfatiza la condición pionera de Francia en el despertar revolucionario anti-monárquico en Europa. Lo francés es así la vanguardia de la lucha contra la tiranía. En esta glorificación de lo francés republicano, avanzada de la libertad, se olfatea un disimulado galo-centrismo, una actitud precursora del alto punto de autoestima que la intelectualidad francesa siempre tuvo de sí misma. Pero lo que más nos atrae ahora es el concepto político de Robespierre en un despliegue que trasciende los límites del film. La Virtud es el centro teórico de un accionar político que confronta con Maquiavelo. Robespierre impugna la concepción maquiavélica de la política como engaño, como consciente manipulación de la multitud desde la indiferencia por la verdad. En la ética de Robespierre el Vicio y la Virtud son las dos grandes fuerzas de la historia. En su traducción política el Vicio es lo tiránico, el antiguo régimen, la monarquía del privilegio y el absolutismo. La Virtud es la República. El ateísmo también adquiere una porosidad política: lo ateo es degradación de lo republicano.

Robespierre, interpretado por Wojciech Zygmunt Pszoniak 

  La simbiosis entre religión y política empieza a despuntar. Es la alianza profunda que vive tras el Robespierre que, en el film de Wajda, frente a David rechaza las palmas del martirio para representar al Ser supremo en su culto, y para así insinuar, como se verá, un renacer religioso muy distinto al tradicionalismo cristiano.

  Robespierre pondera lo que denomina un instinto moral «rápido», una rápida elección del bien, desde la velocidad de una clarividencia intuitiva, más allá de la lentitud de la razón que sólo elige lo bueno luego de una previa y lenta fundamentación.

La acción individual es egoísta. La moral, en cambio, es fuerza colectiva, es pivote de la sociedad civil. La comprensión de esto sólo surge por la educación dirigida por «un sentimiento religioso». Aquí es donde se sitúa la necesidad política de un culto religioso para Robespierre: el culto del Ser Supremo, acompañado por una revalorización de la doctrina de la inmortalidad. Un culto que efectivamente realizará en una oportunidad (18). Y el fortalecimiento ético del individuo y lo colectivo precisa del castigo, de la sanción que proteja de los desvíos de la moral. Ese castigar sólo puede ser asegurado por la potencia superior de un ser divino, garante inicial de la justicia.

  Y en este momento es vital una fuente filosófica del pensar de Robespierre sin gravitación en el film: la lectura de Rousseau, el que por El contrato social estimula a los revolucionarios hacia la defensa de los derechos naturales, y la necesidad inalienable de la libertad y lo igualitario. Pero Rousseau es también quien piensa la educación desde la comunicación con sentimientos naturales, aún no corrompidos por la frivolidad y la hipocresía de las costumbres; es el pensador-pedagogo del Emilio, animado siempre por un «entusiasmo por la divinidad» (19).

  Pero Robespierre no identifica ya religión con una continuidad levemente remozada del cristianismo anterior, comprometido, mediante el alto clero, con los intereses del absolutismo político y la contrarrevolución. Aquí también la nostalgia por una idealizada Roma pagana atrae con sus pétalos seductores. La verdadera religión del Ser Supremo es enemiga del fanatismo, de la idea de una verdad atesorada por una religión o culto único. De ahí la paradoja del Robespierre que al tiempo que aspira a un dominio total del poder, brega por la diversidad de cultos. La religión de la revolución es «la religión universal de la naturaleza» (20) y la moral se vincula siempre a «principios eternos y sagrados».

  Pero la eficacia política de la creencia religiosa rehabilitada por Robespierre en términos neopaganos necesita de una dimensión más: las fiestas populares; el medio más idóneo para catalizar la confraternidad y un sentido de pertenencia a una comunidad de valores. La integración entre la religión del Ser supremo y la moralidad republicana asegura la cohesión social.

  La complejidad de Robespierre es explorada en el film de Wajda sólo a través de la duda. La duda sobre un posible camino equivocado que adoptó la revolución luego de la ejecución de Danton. Es el Robespierre del sudor, del temblor, de la tribulación.

  Este efecto en el film es sabiamente subrayado mediante la música de Jean Prodomidès que apela a sonoridades atonales. En los momentos más adecuados, la imagen se funde con la atonalidad para atizar el dramatismo. Situación máxima de este efecto sonoro es la escena final de la ejecución de Danton y sus aliados, mediante una disonante superposición de sonidos y voces que recuerda la pieza de Ligetti Lux eterna, que envuelve el descubrimiento del monolito, extraño, misterioso, acaso siniestro, hallado en la Luna en 2001.Odisea en el espacio, de Kubrick. La guillotina misma que, luego de su acción letal, es finalmente cubierta por un manto negro, adquiere asimismo cierta presencia espectral y siniestra.

  Pero regresemos a Robespierre.

Su inestabilidad y derrumbe emocional se patentizan aún más cuando el creador polaco introduce un elemento simbólico para fortalecer su tormento dubitativo: el rol de la inocencia infantil. En el comienzo del film, la concubina de Robespierre baña a su hermano, un niño desnudo, al que toma examen sobre los artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. El niño al principio vacila. Su estar desnudo en la tina equivale a un no estar todavía impregnado por una memoria sin fallas de los artículos revolucionarios. La figura del niño como fuente de inocencia, de pureza diferente a la ambigüedad o corrupción adulta, es en buena medida una construcción del siglo XIX, del Romanticismo de Blake, Wordsworth, o del propio Rousseau que idealizan la conciencia aún no contaminada de la niñez. La duda como destello de la complejidad robesperriana se agudiza entonces al final, cuando el niño ya vestido, ya cubierto por una segura memorización de los cinco primeros artículos de la Declaración…, los repite ante un azorado Robespierre, como un golpe final que destruye su castillo de sueños, la fortaleza de sus ideales republicanos. Siente entonces (y se lo confiesa a Saint Just) el peso de la responsabilidad moral por el terror: por la dictadura que se pretende legitimar como medio para la libertad. Y el film adquiera así también una estructura cíclica donde la niñez abre y cierra un círculo que contiene toda la narración.

  Pero la duda no roza el núcleo más denso del enigma de Robespierre. Para algunos, el gran jacobino es el representante de la revolución burguesa, como el propio Danton; pero donde la desigualdad monárquica será sustituida por la desigualdad capitalista. Una posición avalada por historiadores como Michelet o Tocqueville, que alimentan así la leyenda negra del dirigente máximo de los jacobinos. Pero la otra alternativa es el Robespierre republicano, sincero arquitecto de una sociedad emancipada, que si actuó desde la ejecución indiscriminada, fue por la imposición de las circunstancias, por la extrema necesidad de fortalecer el brote revolucionario antes de su posible extirpación. Albert Mathiez o Gramsci, en su Cuadernos desde la cárcel (21) entreven, tal vez con una mirada más alejada de las apariencias, el trasfondo más complejo del Robespierre que cercenó el cuello de Danton. Un destino que finalmente también él compartirá con el líder cordelero (22).

  En la construcción del film de Wajda, Danton viste los atuendos de la víctima. De ahí que su aparente inocencia termine por ser devorada por la mayor seducción de la turbulencia y complejidad de Robespierre.

  Y como antes afirmamos, la vieja formación en Bellas Artes emerge en Wajda cuando elude la filmación exclusivamente lineal, cuando filma un breve diálogo entre Danton y uno de sus aliados entre dos columnas, cuya oscuridad parece metaforizar lo oscuro que intoxica a los revolucionarios. Pero más allá de la versatilidad lírica y pictórica de la imagen, la obra de Wajda no puede desvincularse de una reflexión sobre la condición siempre abierta del concepto de revolución. La discusión sobre el éxito o fracaso de los ideales revolucionarios franceses rebasan los límites del film y de este texto. Pero un cine sobre la dimensión de lo revolucionario se vigoriza si impulsa un re-pensar, aun desde la brevedad, algunas hipótesis sobre la derrota o triunfo de los sueños revolucionarios.

La pregunta por el éxito de las olas revolucionarias en la modernidad, sobre las que nadaron y finalmente se hundieron Danton y Robespierre, puede conducir a la apreciación de un discreto progreso de algunos principios (el pasaje de la condición de súbdito a la de ciudadano, el reconocimiento al menos teórico de las libertades individuales); discreto progreso siempre tamizado o estrangulado por nuevas formas de sujeción de los individuos.

  Una segunda posibilidad de meditación sobre el sueño revolucionario que palpita en el centro de Danton es la libertad para proyectar una transformación de la historia desde ideales elevados. Pero estos ideales solo en parte se consuman; y en buena medida siempre pertenecen a lo que se escapa.

En la dura realidad histórica, la revolución de los ideales más elevados, la sociedad como real comunidad de ciudadanos iguales en derechos, siempre es lo que se sustrae, lo que escapa. Pero en esa huida constante de los ideales revolucionarios, resplandece la luz que no termina por encenderse, pero tampoco de apagarse.

Citas:

(1) La batalla de Monte Cassino fue una de las más importantes en la Segunda Guerra Mundial. Fue librada en 1944, y su propósito era la conquista de la Abadía de Montecasino fundada en 529 por Benito de Nursia, creador de la orden benedictina. El edificio religioso, hoy reconstruido, se emplazaba sobre una áspera formación rocosa. Durante su conquista murieron 54.000 soldados aliados y, entre ellos, miles de soldados polacos. Cerca del monasterio existe un cementerio de los polacos caídos.  

(2) El primer estado lo constituía el clero, pero éste se dividía en alto y bajo clero. El bajo clero estaba constituido principalmente por curas de parroquias rurales que adherían a la causa del tercer estado.  

(3) El elemento burgués del tercer estado o estado llano eran los profesionales o comerciantes; los obreros sufrían la degradación de salarios humillantes; y los campesinos eran alrededor de 15 millones dentro de una población aproximada de 24 millones en la Francia de la época pre-revolucionaria. En términos formales, los campesinos eran dueños de las tierras pero sufrían la continua vejación de una excesiva carga impositiva por parte de la nobleza. Y dentro del vector campesino, a su vez, se podía distinguir 1 millón de siervos, individuos reducidos a una situación en la práctica de esclavitud. 

(4) Los Estados Generales fueron credos inicialmente por Felipe IV el Hermoso en 1302. Era una suerte de parlamento constituido por la nobleza, el clero y la insipiente burguesía. En principio su justificación fue fortalecer el poder político real frente al conflicto con el Papa Bonifacio VIII. Los Estados Generales se reunieron hasta 1614. Siempre fueron, en realidad, una ficción de co-participación entre la potestad política ascendente de la realeza y la condición  descendente de los otros estamentos sociales. 

(5) Como es bien sabido, las famosas orientaciones políticas en la Asamblea Constituyente, de mayoría monárquica antes del giro a la República, es identificada por la ubicación de los políticos en el recinto. En la izquierda o Montaña los más radicalizados; en el centro los moderados; en la derecha, los conservadores.

(6) Los hechos de la jornada de la captura del Luis XVI y su familia son recreados en el film Varrenes de Ettore Scola.

(7)  La bandera tricolor francesa surge de la unión del blanco, color de la monarquía, y el azul y rojo asociados a París. 

(8)  El Comité de Salvación Pública, el centro ejecutivo del gobierno revolucionario, era acompañado por el Comité de Seguridad General, una policía secreta en la práctica,  dirigida por Heron, que podía, de forma arbitraria, arrestar a todo aquel sobre el que recayera la más mínima sospecha de contrarrevolucionario. En el film, Bordoun, el cordelero que luego traiciona a Danton, acusa a este organismo por sus excesos dictatoriales. 

(9)  En junio de 1792, se conoció en París el manifiesto del Duque de Brunswick, general prusiano, jefe de la primera coalición contra la revolución. Se amenazaba con el fusilamiento masivo de los rebeldes y la destrucción de París si la autoridad real era removida. Esto reveló a las claras la conspiración de Luis XVI, su alianza con la contrarrevolución. La actitud decididamente anticatólica de la Constitución civil del clero sancionada por la Asamblea en 1792, además de la creciente amenaza a los privilegios de la nobleza, lo condujo ya sin dudas por ese camino. La Asamblea, todavía monárquica, se oponía aún al derrocamiento del rey; pero los jacobinos y los cordeleros acordaron el asalto a las Tullerías, donde se alojaba el monarca. La sangrienta toma fue encabezada por Danton el 10 de agosto. Así, por esta exitosa maniobra, el jefe de los cordeleros comenzó a ser visto «como el hombre del pueblo». Y la Asamblea, presionada, debió votar la suspensión del rey. 

(10) Jacques Hébert, ubicado entre los más exaltados o rabiosos jacobinos, alentó la destrucción de reliquias, monumentos religiosos e iglesias. Dentro del especial clima de revalorización de lo pagano, y por mediación de Hébert, la razón, nuevo centro del saber moderno ilustrado, adquirió una particular condición cultual: el culto a la Diosa Razón. Pero el vínculo religión y paganismo en Hébert y Robespierre son drásticamente diferentes. Hébert, entre otros factores, era movido por una expresividad des-represora de los instintos sensuales. Robespierre pensaba en una educación religiosa del instinto moral. Finalmente, el creador del culto al Ser supremo, y con el apoyo de Danton, consiguió que el Tribunal revolucionario condenara a Hébert a la guillotina luego de una insurrección vinculada a la escasez de víveres. 

(11) En el nuevo calendario revolucionario, los nombres de los meses se asocian con los diversos estados de la Naturaleza: Vendimiario (de la vendimia); Brumario (de las brumas); Frimario (de los fríos); Nivoso (de las nieves); Pluvioso (de las lluvias); Ventoso (de los vientos); Germinal (de la germinación); Floreal (de las flores); Pradial (de los prados); Mesidor (de las mieses); Terminador (del calor), y Fructidor (de los frutos). Este calendario, de inspiración naturalista pagana y solidario del regreso revolucionario a la idealizada Roma, fue derogado finalmente por Napoleón, en 1806, para regresar al tradicional calendario gregoriano.  

(12) La orden de Robespierre de excluir a Fabre del mural en fase de elaboración ha sugerido la identificación con el Stalin que ordenó también la supresión de Trosky como irreconciliable opositor político durante su exilio en México.

(13) Pablo Marat fracasó en su profesión inicial de médico. Fue en la práctica el más ávido defensor de la ferocidad política como instrumento revolucionario. Conoció la más extrema pobreza. Y poseía una enfermedad de la piel que lo obligaba a repetidos baños purificadores (en estas circunstancias fue apuñalado por Carlota Corday). Su especial exaltación sanguinaria hace sospechar fuertemente en un trasfondo de un resentimiento «compensador». 

(14) «La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran revolución introdujo un calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario cumple oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo es el mismo día que, en figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre. Los calendarios no cuentan, pues el tiempo como los relojes.», en Walter Benjamin, Tesis de la filosofía de la historia, en Discursos interrumpidos I, Madrid, Taurus p. 188.  

(15) Ver J. Luis Borges, «La muralla y los libros», en Otras inquisiciones, en Obras completas, Buenos Aires, Emecé. 

(16) El dios Saturno (Cronos en su versión original griega) recibe de Gea y Urano la profecía de que alguno su hijo lo derrocará. De ahí que, para evitar el cumplimiento del vaticinio adverso, comía a sus hijos. Esta situación mitológica,  más allá de su  sentido en el  discurso en Danton, es célebre por la pintura de Goya: «Saturno devorando a sus hijos».

(17)  Bruto asesina a Cesar por acusarlo de enemigo de la República. Frente a su cadáver y el pueblo reunido, toma la palabra. Convence a la multitud de la justicia de su acción. Pero luego habla Marco Antonio. Orador aún más hábil. Sin atacar directamente a Bruto, gradualmente destaca los méritos de la víctima y la pérdida irreparable de su genio político para la grandeza de Roma, Y así, encoleriza al pueblo en contra de Bruto, cuando poco antes éste exclamaba vítores en su nombre. 

(18) El 8 de junio de 1794 (20 Pradial) Robespierre encabeza el culto al Ser Supremo en el Campo de Marte. Fue una gran fiesta de repudio al ateísmo y defensa del fervor de la confraternidad republicana desde la ecuación religión-Virtud que Robespierre intentaba alentar. Robespierre subió hasta lo alto de una suerte de monte improvisado y leyó un sermón. Desde una perspectiva totalmente contraria de defensa exaltada del ateísmo, Sade también defendía, desde una moderada invocación del paganismo y un profundo anti-cristianismo, el valor de los cultos o fiestas como forma de plasmación de los ideales republicanos. Ver Marqués de Sade, «Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos», en La  filosofía del tocador, Buenos Aires, C.S. Ediciones, 1995.  

(19) Robespierre diferencia claramente a Rousseau del resto de los filósofos ilustrados, o los hombres de letras, a los que calificaba de hipócritas sofistas. Sobre el autor del Emilio escribe: «…un hombre se muestra digno, por lo elevado de su alma y por la grandeza de su carácter, del ministerio de preceptor del género humano. Ataca a la tiranía con toda franqueza; habla con entusiasmo de la divinidad; su viril y honesta elocuencia pintó con trazos enérgicos el encanto de la virtud, y defendió los dogmas consoladores que la razón da como apoyo al corazón humano. La pureza de su doctrina extraída de la naturaleza y del odio profundo hacia el vicio, y su invencible desprecio hacia los sofistas intrigantes que usurpaban el nombre de filósofos atrajeron sobre él el odio y la persecución de sus rivales y falso amigos», en M. Robespierre, Sobre las relaciones de las ideas religiosas y morales con los principios republicanos y las fiestas nacionales, p. 174. 

(20)  La religión del Ser Supremo se opone al fanatismo: «Convocar a los hombres al culto del Ser supremo es asestar un golpe mortal al fanatismo. Todas las ficciones desaparecen ante la Verdad y todas las locuras se arrodillan ante la Razón. Sin violencia, sin persecuciones, todas las sectas deben confundirse en la religión universal de la Naturaleza»; en M. Robespierre, Sobre las relaciones, ibid. Por otro lado, la nueva religión del Ser supremo es la Naturaleza: «El verdadero sacerdote del Ser supremo es la Naturaleza, su templo, el universo, su culto, la Virtud; sus fiestas, la alegría del pueblo reunido bajo sus ojos para estrechar los dulces lazos de la fraternidad universal y para presentarle el homenaje de los corazones sensible y puros», en M. Robespierre, ibid,  p. 177. Como otra  influencia del paganismo romano, la religión encuentra en la materia universal, en  la abierta naturaleza de los sentidos y no en cerrados templos y libros revelados, el centro genuino de la religión. 

(21) El historiador Albert Mathiez, hacia 1920, pronunció la conferencia: «¿Por qué somos robespierristas?». Y Gramsci, en sus Cuadernos de Cárcel, respecto a Robespierre y los jacobinos escribía: «…frente a una corriente tendenciosa y en el fondo antihistórica, hay que insistir en que los jacobinos fueron realistas a lo Maquiavelo y no ilusos visionarios. Los jacobinos estaban convencidos de la absoluta verdad de las consignas acerca de la igualdad, la fraternidad y la libertad. Y lo que es más importante: de tales verdades estaban convencidos también las grandes masas populares que los jacobinos suscitaban y a las que llevaban a la lucha», en Antonio Gramsci, Cuadernos de cárcel, en E.J. Hobsbawn, Los ecos de la marsellesa, Barcelona, ed. Crítica, 1992, p.161-63.

  (22) En julio de 1794, frente a la Convención, Robespierre habló de la necesidad de una purificación. Decía poseer una lista en su poder con los nombres de numerosos conspiradores. Pero no reveló ninguno. Lo que hizo que todos se sintieran amenazados. Esto provocó la llamada Reacción Termidoriana, el final estallido, largamente deseado, contra Robespierre, quien fue rápidamente enjuiciado como «tirano» y guillotinado junto a Saint Just y otros importantes jacobinos el 10 de Termidor (el 28 de julio de 1794).

Robespierre y Danton (en la tercera.com)

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