El pozo iniciático de la Quinta de la Regaleira en Sintra, Portugal.
En Sintra, Portugal, se encuentra la Quinta de la Regaleira. Lugar acaso único en el mundo. Sus construcciones, que incluyen su célebre pozo iniciático, los túneles y un Palacio, fueron encargadas en 1892 al arquitecto y decorador italiano Luigi Manini por el millonario brasileño, de origen portugués, Dr. António Augusto Carvalho Monteiro. El significado de las construcciones encierra un misterio.
El pozo iniciático de la quinta de la Regaleira en Sintra, Portugal.
Texto Esteban Ierardo, fotos Laura Navarro y E.I
El tren fluye desde Lisboa a Sintra. Al poco de llegar descubrimos las primeras señales que nos guiarán hasta el ansiado lugar que buscamos: lo que parece un pozo iniciático en Sintra, a escasos treinta kilómetros de la capital portuguesa.
Desde la edad media, Sintra acoge conventos, palacios, monasterios y residencias aristocráticas. Luego del devastador terremoto de 1755, la ciudad fue reconstruida. No perdió su aureola palaciega. El rey consorte Fernando II puso el ojo en el monasterio Jerónimo. Lo transformó en el Palacio da Pena, la otrora residencia veraniega de la corte portuguesa. Aun hoy reluce magnética en lo alto de una sierra.
El clima templado mediterráneo de la zona recibe aires del océano atlántico. La Sierra de Sintra es una barrera de condensación, lo que genera humedad y, a veces, una neblina que satura de misterio el sitio que nos aguarda: el pozo espiralado y simbólico, el enigmático acceso a otra experiencia sensorial.
Llegamos a la entrada. Hay visitantes que esperan. El ticket de ingreso no es muy caro. Entramos al predio de la Quinta. Estamos prevenidos ya que lo que encontraremos es una construcción rara, extraordinaria. Con algo de cinematográfico. Entre jardines, túneles y un pozo. Un lugar que mejor se aprecia desde un conocimiento previo sobre los ritos antiguos de iniciación. Hace ya muchos años estudiamos el libro de Mircea Eliade, Iniciaciones místicas, publicado por Taurus. Aquí, el gran historiador de las religiones comparadas de origen rumano explica qué es lo iniciático. Dejar el mundo conocido, un tránsito oscuro hacia lo distinto, un otro mundo, otra forma de existencia antes vedada. Y, al final, una nueva luz, el sonido recuperado de aguas melodiosas, un suave viento acariciando la piel. Hacia esa experiencia avanzamos…
Ya dentro de la Quinta, se nos muestra un camino que, como sinuosa serpiente, asciende por un montículo. En su punto más alto, una abertura comunica con una escondida escalinata espiralada, con columnas esculpidas, una suerte de torre invertida de 27 metros de altura. Laura entra primero, yo lo hago después. Primero, un sucinto tramo de oscuridad. Luego, una ola de luz anega la cavidad. La escalera se desenrolla hacia el fondo del pozo atravesando nueve rellanos, separados cada uno por quince peldaños. Estos y otros detalles, como 23 nichos debajo de los peldaños, alimentan asociaciones esotéricas con la orden rosacruz, los templarios, la Divina comedia; afirmaciones que se repiten hasta el hartazgo sin una concluyente fundamentación documental.
No obstante, las características del pozo, paso de la luz y la superficie hacia la profundidad, la oscuridad y luego de nuevo la luz, sí encierra seguramente analogías con ritos y aspiraciones espirituales muy asentadas en la masonería y el romanticismo del siglo XIX, como luego observaremos.
Los pisos que descendemos nos hacen recordar a una ilustración de Escher. En el piso del pozo, una estilizada cruz templaria, que compone a su vez una rosa de los vientos, contempla el redondel del cielo de lo alto.
Luego nos movemos por un camino tenuemente iluminado. Se abren varios túneles, antes hogar de murciélagos. Las paredes se hallan cubiertas por piedras traídas de Peniche, en la costa atlántica portuguesa, en su región central, en el Distrito de Leiria. Un tipo de formación rocosa que transmite la impresión de un mundo sumergido.

Al avanzar, crece un retazo de luz. Al final, se delinea un estanque, sobre el que se derraman finas y discontinuos regueros de agua. Se distinguen rocas, unos árboles, y el cielo amplio de azul vivaz. Al regresar al exterior, inevitablemente empiezo a especular sobre lo que podría ser el sentido escondido del extraño sitio que exploramos…
La Quina de la Regaleira es comprada en 1892 por el Dr. António Augusto Carvalho Monteiro, empresario nacido en Brasil de origen portugués. En el país de la selva amazónica recibe una inmensa fortuna familiar que luego acrecienta mediante el comercio de exportación de café y perlas. Atraviesa el Atlántico. Contempla el largo rostro del mar. Quizá, ya sospecha las figuras que su dinero construirán, y que irradiarán asombro. Perplejidad. Cuando se establece en Sintra, y aun antes tal vez, lo abraza el espíritu romántico de su tiempo.
Luego de largo olvido y distintos vaivenes, la Quinta de Monteiro es comprada por el Ayuntamiento de Sintra, en 1997. La criatura silenciosa y abandonada se restaura. Reaparece para mostrar el pozo, los jardines, el palacio con sus recintos interiores. La radiante capilla. Los visitantes arriban sin descanso. Rápido, en internet el pozo en espiral esparce su aire de misterio.
Todo lo relacionado a la construcción de la Quinta Regaleira es difícil reconstruirlo. La documentación es mínima. Monteiro contrata a un arquitecto y decorador italiano para la tarea: el italiano Luigi Manini. En cuatro hectáreas, Manini construye un palacio, jardines, lagos, grutas, una capilla. Y el pozo desbordado de enigma. El arquitecto plasma su obra con un lenguaje ecléctico que enhebra expresiones románicas, góticas, renacentistas, manuelinas. El estilo manuelino se llama así porque se desarrolla durante el reinado de Manuel I de Portugal (1495-1521). Lo manuelino es una variación del estilo gótico, y del arte luso-morisco o mudéjar que incorpora elementos decorativos relacionados con la navegación y los descubrimientos geográficos del siglo XVI. La ventana del Capítulo del Convento de Cristo en Tomar, que también visitamos, es uno de sus máximos ejemplos.
La combinación de diversos estilos por Manini deriva, en principio, de su experiencia constructiva en el Palacio de Bucaco, en Coimbra, en 1888. Pero lo que quizá mueve a Manini y Monteiro a darle existencia a la Regaleria, es la nostalgia por la grandeza imperial lusitana de antaño. Conservador y monárquico, Carvalho Monteiro acaso evoca el pasado más glorioso de Portugal. En consonancia con este sentir, en 1880 se celebran los tres siglos de la muerte de Luis Vaz de Camoens (1524-1580), el considerado mayor poeta en lengua portuguesa. Hoy, yace sepultado en el impresionante monasterio de los Jerónimos de Santa María de Belém, cerca de la desembocadura del río Tajo, en el océano atlántico. En 1553, Camoens se embarca en la flota de Fernão Álvarez Cabral, hijo de Pedro Álvares Cabral, el descubridor de Brasil. Luego de penosa travesía arriba a Goa, en la India. La célebre obra de Camoens, expresión de la épica de la navegación y la conquista portuguesa, es Os Luciadas. Un largo poema en el que, con acento lírico, se exaltan las aventuras de los marinos desde la salida del Tajo hasta Canarias, Cabo Verde, Sierra Leona, el Congo, el cabo de Buena Esperanza, hasta el arribo al continente indio, luego de pasar por las consabidas epidemias de escorbuto que tanto estrago infligieron entre los marinos. Y antes de volver a Lisboa, tras las numerosas aventuras y peligros, la diosa Venus, los guía a una isla paradisiaca como compensación a todas las fatigas.
En la desembocadura del Tajo se alza la Torre de Belém, construida entre 1515 y 1519, obra de Francisco Aruda. Su propósito era defender Lisboa. En la fachada oeste de la Torre destaca una gárgola con forma de rinoceronte. Una decorativa evocación de este animal que llega a Portugal desde la India en 1513. Al volver hacia la ciudad en un bus, mucho nos sorprende ver al pasar una placa en una casa que anuncia que allí nació Camoens. Inesperada y fugaz emoción
Monteiro admira la obra poética de Camoens, además de su grandeza como viajero y explorador. Y en el siglo de la edificación de la Regaleira, el adorado pasado portugués también vuelve en el oleaje del tiempo mediante la celebración, en 1892, de los cuatro siglos de la llegada de Vaso da Gama con sus marinos a la India, por primera vez, tras doblar por Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África. Recuerdos del gran imperio portugués que, en su momento, prohíja el estilo arquitectónico manuelino. Monteiro participa del sentir romántico y del nacionalismo portugués de su tiempo, que gozan del revivalismo: el recuerdo de las joyas imperiales perdidas.
Al salir del pozo y de los túneles, advertimos un pequeño bosque, que es más cuidado en la parte más baja, pero que al cobrar altura se torna más desordenado y salvaje. Atravesamos un rellano, llamado Rellano de los dioses, con una estatua de Hermes, el mensajero de los dioses, símbolo de una sabiduría que se anuncia, junto a dos estatuas de quimeras que representan la ilusión y utopía. Observamos también un Obelisco.
Y al volver sobre nuestros pasos, adquiere presencia el Palacio, su aire gótico y su estilo manuelino con cuerdas, nudos, escudos, perlas. La pasión cinematográfica también condiciona lo percibido, y la primera impresión nos hace sentir dentro de alguna película de Tim Burton. En su fachada se distribuyen balcones, columnas, profusas ventanas; en su interior se acomoda una biblioteca, un laboratorio alquímico en una torre de planta octogonal; salones, como el «Salón de Caza», con una chimenea y un cazador con su perro; cabezas de animales, como ciervos y jabalíes; exquisitos frescos en las paredes con escenas de estilizados seres de aire mitológico, o de regocijo aristocrático: un joven que corteja a su dama; un pintor que traslada a su lienzo a unas doncellas; puertas de esmerado tallado en madera; techos de los que penden vivaces lámparas, cubiertos por relieves de inspiración manuelina, o modelados por la réplica de bóvedas de crucería góticas. El refinamiento de un ambiente señorial.

Al salir nos atrae la Capilla de la Santísima Trinidad, muy cerca del Palacio, también construida con piedra blanca y estilo manuelino, con mosaicos que representan la coronación de la Virgen. En sus costados, en sus vitrales, uno de los motivos representados es la Leyenda de la Dama de Nazaré, surgida en la edad media. Un cazador se lanza a la persecución de un venado entre la niebla, lo que le impide ver un barranco cercano. El animal cae en el abrupto declive. Por la ayuda de la virgen que invoca, el jinete cazador logra parar a tiempo su caballo. Entre las varias cruces que decoran el recinto sobresale una cruz de la Orden de Cristo, con su cruz patada o cruz orbicular, propia de los caballeros templarios.
La capilla solo puede ser observada desde la entrada, no es posible entrar en ella. Mientras con Laura vemos el interior del espacio de oración, escuchamos a nuestro lado a una pareja que habla español, como nosotros, aunque con un leve acento diferente. Son uruguayos. Hablamos unos minutos. Les preguntamos qué les parece la Regaleira. El caballero, montevideano él, nos comenta que siempre le atrajo la arquitectura simbólica y misteriosa. En Montevideo, le fascina visitar el Castillo Pittamiglio, un lugar también enigmático, con posibles relaciones con la alquimia y la masonería. Le digo que estuvimos allí, y que nos maravillamos dentro de la laberíntica construcción del arquitecto Humberto Pittamiglio, una evidente obra simbólica. Un simbolismo que, en Buenos Aires, también se le atribuye al edificio Barolo, supuestamente conectado con la Divina comedia, lo cual es solo una leyenda, aunque difundida y aceptada como una verdad. Y en el caso de la Regaleira solo el pozo y los túneles dimanan un halo especialmente misterioso a descifrar.
En efecto, la Regaleira encierra algunas preguntas insoslayables: ¿por qué construir el pozo y los túneles? ¿Solo una rareza, una extravagancia? ¿Y qué relación podría tener aquello con la evocación de la grandeza imperial portuguesa perdida a través del estilo manuelino del Palacio? Ni Monteiro ni Marini dejaron ningún documento que aclare el porqué de la quinta de Regaleria, o cuál es su verdadero propósito, su correcto significado, el código para traducir su misterio. Cuando se construye la Regaleira, como ya enfatizamos, el ambiente cultural portugués está preñado por un romanticismo enamorado de las ciencias ocultas, la alquimia, la masonería; e interesado por lo sublime, lo exótico, y el recuerdo de la aureola mística militar de los templarios.
Y también impera lo revivalista. El revivalismo como movimiento de retorno a los orígenes. Un regresar que, en la Regaleira, se manifiesta, quizá, en un sentido doble. Vuelta a un sentimiento de nacionalismo imperialista triunfante (el imperio portugués en su auge en tiempos manuelinos), y una paralela recuperación del hombre espiritual. Lo primero reluce en la decoración e impronta ecléctica manuelina, propia del tiempo de brillantez imperial; lo segundo, se trasluce por el posible vínculo entre el pozo, los túneles, y el proceso iniciático, mantenido vivo por la ancestral tradición masónica, como forma de transformación simbólica y elevación espiritual del ser humano.
La iniciación es un practica ritual nacida en las sociedades antiguas pre-cristianas. En el libro que antes mencionamos, Iniciaciones místicas, Mircea Eliade insiste en la estructura tripartita de las iniciaciones en la antigüedad. La iniciación ritual consta de tres etapas: primero, nacimiento; segundo, muerte simbólica del primer cuerpo (el que está encerrado en el mundo visible y no percibe más allá); y, tercero, renacimiento del ya iniciado en un plano de existencia superior, al que se accede por la sabiduría como visión y comprensión de lo invisible.
A través de los siglos, la masonería conservó los ritos de iniciación como llave del iniciado hacia un nuevo ser, un camino hacia un saber filosófico, simbólico, moral, edificante. Estos ritos, que también están presenta por ejemplo en El asno de oro de Apuleyo, implican el descenso a la oscuridad, y el renacer a una nueva vida. Esa dimensión místico-ritual, muy conocida y difundida en el siglo XIX, seguramente impacta y seduce a Monteiro.
El descenso a lo oscuro subterráneo es parte también de la iniciación de los héroes, de la katábasis, como la de Ulises en el libro XI de la Odisea, o Eneas en la Eneida de Virgilio. En la antigua Roma, el mundus Cereris es el pozo o boca abierta al mundo subterráneo, cavado y luego sellado por Rómulo en la fundación de la Ciudad eterna. Cuando el mundus se abre entabla un contacto con los espíritus de los muertos; se hacen ofrendas a Ceres, la diosa de la tierra fértil y guardiana de los portales del inframundo. Descender por el pozo a lo subterráneo es también comunicar dos órdenes de existencia: el de la vida y la muerte.
Un orgullo nacional y un sentido de iniciación mística parecen converger, entonces, en La regaleria. Por un lado, la rareza ecléctica arquitectónica dominada por el estilo manuelino, y, a la vez, su pozo como símbolo de la iniciación, del nacer, morir y renacer, y de la comunicación entre los vivos y los muertos. El punto de síntesis de estas dos motivaciones es, acaso, el fondo de mármol del pozo en el que reluce una cruz templaria estilizada que, al unirse con otras cuatro puntas, compone una rosa de los vientos; ambas figuras se organizan desde un centro.
El centro podría conectarse con la noción simbólica ancestral del axis mundi, el centro del mundo, lugar de irradiación de la vida, y de regreso a su origen. La cruz templaria se enlaza con la mística de los caballeros guerreros de la Orden del Temple que, luego de su disolución en 1314, sobrevivió en Portugal como la Orden de Cristo. Lo templario es aspiración de trascendencia religiosa aunque ceñida a las creencias cristianas; también es parte de la añorada grandeza imperial perdida de Portugal. La cruz luce estilizada porque no responde a su forma patada (la cruz específica de los templarios), ni a ninguna de sus variantes de patas afinadas, triangulares, alisadas o redondeadas.
La rosas de los vientos que surge por la unión de ocho extremidades, que indican la diversas direcciones de los vientos, pudo ser inventada por el gran y heterodoxo teólogo mallorquín Ramón Lull, en el siglo XIII, aunque su figura y función ya aparece descripta en el segundo libro de la Historia natural (famosa enciclopedia de la antigüedad latina), de Plinio el Viejo. La rosa de los vientos remite a la navegación, y por tanto también alude al tiempo dorado del poder portugués imperial mediante la exploración de los mares hacia los mercados de Asia, África, o el actual Brasil. La rosa de los vientos es parte de casi todos los sistemas de navegación, como las cartas náuticas. Desde una perspectiva histórica, es símbolo de la orientación en la navegación. Un saber para navegar hacia nuevos horizontes.
En la Regaleira palpita entonces un proceso más rico y complejo que su vaga asociación con misterios ocultos no bien precisados. Un millonario soñador procedente del Brasil, de origen portugués, tal vez unió, en un mismo acto de invención, la nostalgia por el Portugal de la grandiosa época manuelina y sus proas victoriosas enfiladas hacia los muchos puertos, y el ansia romántica por otra navegación, la del espíritu, hacia lo que se oculta en un profundo pozo y unos túneles como entrada a la renovación y el renacer, y a la comunicación entre este mundo y el más allá. La construcción de una singularidad quizá única en el mundo.
Y cuando la tarde casi se desmenuza entre los algodones de oscuridad y estrellas de la noche, con Laura emprendemos el regreso. Caminamos un largo trecho, bajo una fina llovizna. Por un momento nos perdemos. Con el GPS de su celular, un amable español nos auxilia. Llegamos hasta la estación de tren que nos devolverá a Lisboa. Nos marchamos con la certeza de haber visitado algo único. Hablamos sobre la sensación del lento descender por un escalera en un gran pozo, cierto vértigo en túneles oscuros, el lento progresar entre rocas que parecen despiertas dentro de un imaginario útero, enquistado en una húmeda profundidad, en el seno de lo primitivo y olvidado que precede a la luz, al renacer, con fragancias de agua y viento en la piel.
Y es irresistible imaginar los lejanos y no documentados ritos en el pozo y los túneles. Las irrecuperables identidades de los individuos bajando por los peldaños de la escalera en espiral, para sumergirse en lo oscuro para quizá, luego, con alguna ayuda, encontrar el camino hacia la luz.
Conocimos, así, un lugar que desliza el pensamiento hacia un descenso simbólico y transformador en la entraña de la tierra. Que escapa al ojo del sol.
Esteban Ierardo, La misteriosa entrada a otro mundo. El pozo iniciático de la quinta de la Regaleira en Sintra, Portugal, fotos Laura Navarro y E.I, editado aquí el14-1-2024










