Aquí Sergio Fuster continúa su aproximación a los misterios del budismo tibetano, un ejemplo de la espiritualidad asiática, un ejercicio de descubrimiento que nos hace salir de nuestra cultura conocida, hacia concepciones de la vida, de la mente y el cuerpo que nos son totalmente ajenas y extrañas. La cosmología y fisiología esotérica tibetana es uno de los aspectos de esta segunda parte de los Misterios del budismo tibetano, junto con los seis yogas de Naropa, un conjunto de prácticas que preparan la conciencia en vida y luego en el más allá.
Las prácticas que el budismo tibetano elabora respecto a una vida post mortem son parte ya del Bardo Thodol, el célebre Libro tibetano de los muertos, cuyo análisis final será motivo de un futuro artículo que también editaremos aquí.
Antes de leer este segunda parte, se puede consultar:
Misterios del budismo tibetano (Primera parte)
Misterios del Budismo tibetano (Segunda parte) (*)
Por Sergio Fuster
Recordemos lo que estudiamos en la parte anterior con respecto a los cinco Budas de la meditación y sus correspondientes analogías con los chakras. Además de los dos mandalas superiores de Dakinis y Herukas. Mientras que los Herukas representan los procesos cerebrales del pensamiento, las Dakinis son las fuerzas pasivas y vacías de la garganta, y los Budas Dhyanis son los sentimientos que proceden del corazón. En esta ocasión los simbolizaremos con cinco de ellos (chakras), pero bien pueden ser siete. O más. Es indistinta su cantidad. Únicamente debemos centrarnos en su mensaje simbólico.
Los juegos de correspondencias en el llamado esoterismo siempre fueron patrimonio del pensamiento religioso, sin embargo, su sistematización ya se puede ver desde las teorías de las Upanisads, o en paralelo, en Occidente, en la escuela pitagórica, por poner un caso. Para comprender mejor esta clase es menester comprender además que el interior de la mente, el cuerpo sutil y el cuerpo físico (los ritos) corresponden en lo micro a un gran cuerpo cósmico búdico en lo macro. Adviértase que todo lo que es “macro” es el terreno del mito, y todo lo es “micro” es el terreno del rito. El rito es existencial mientras que el mito es ontológico.
Cosmología y fisiología esotérica
Un mito, que seguramente fue tomado de la India, es el de la montaña primordial. El monte Meru. La idea de la montaña, como simbolismo divino de altura (ya lo estudiamos entre los antiguos pueblos semíticos), tan presente en el imaginario mítico es aquí vista con algunas características muy particulares. Interesantemente teóricas y holísticas. Este mito puede proyectarse en una figura gráfica simbólica. El relato cuenta que en el origen surge el monte Meru, el falo de Siva, la columna vertebral de Buda, el lingam. Este falo erecto tiene una base terrestre y es rodeado por un océano de leche con siete continentes. Pero el monte que se incrusta en los cuerpos y en sus laderas está rodeado por tres continentes superiores. Círculos de leche donde también en cada uno de esos planos hay siete continentes en cada uno. El primero es la tierra física y los tres superiores son planos de existencia de seres benéficos o de Budas misericordiosos, mundo que guarda las huellas físicas de los Tathagatas. Debe quedar claro que son Reinos o condiciones espirituales. El plano siguiente, hacia arriba, es el Reino de los espíritus famélicos. Seres hambrientos de conocimiento espiritual. Seres con crisis existenciales. El Reino superior es el de los iluminados amarillos, cuando se entra a la rueda por el Este: Aksobya. El siguiente es el Reino de los Dioses donde rige Avalokiteshvara. Ahora bien, existen reinos inferiores o tres planos por debajo, en espejo, son el reflejo de maya. El mismo modelo lo vemos en el Tantra y en la Cábala. Estos tres mundos inferiores debajo del plano terrestre son, en primer lugar, el Reino de los animales. Seres instintivos y emocionales que representan deseos que atan al mundo kármico. Mas abajo está el Reinos de las sombras, donde encontramos fantasmas, espíritus insatisfechos que viven en un infierno. Aquí Buda transporta alimentos, pero no les sacian. Están condenados. Y en el Reino de más abajo están los Asuras o Titanes oscuros. Los devoradores de hombres. Seres sin salvación. Las almas, o, mejor dicho, las consciencias, están vagando por dichos mundos y habitando sus continentes sean celestiales o infernales en busca de redención. Es similar a las explicaciones de Platón en la porción final de La República, “El mito de Er”, donde hablaba de la metempsicosis. Cada uno de estos niveles, terrestre, celeste e infernal, son un total de siete, y cada uno de ellos posee siete continentes, son, en definitiva, siete por siete, y da un total de cuarenta y nueve regiones (7×7= 49). Cuarenta y nueve son los días que la consciencia tarda en dejar un cuerpo al morir y encontrar otro vientre para renacer. Es decir, esto habla del proceso del samsara. A la vez, cada mundo corresponde a cada uno de los tres cuerpos del Buda. Nirmana Kaya al mundo de abajo. Sambhoga Kaya al mundo terrestre y Dharma Kaya al mundo superior. Cada cuerpo es un estado de la consciencia reflejado en el rito de meditación: infra-consciencia, consciencia y supra- consciencia, es decir, los tres jhanas (estados de meditación) hasta alcanzar el jhana cuatro o nirvana definitivo, que en el símbolo de los Budas es Vairocana o Svabavika Kaya. A su vez cada plano corresponde a cada chakra. De tal manera que esta cosmología es todo un proceso físico, pránico y espiritual:
Cosmología Cuerpos etéricos Niveles de meditación Chakras
Reino de los Dioses Padma
Reino de los Budas Dharma Kaya Jhana III Ajña
Reino de los hambrientes Vishudha
Plano terrestre Sambhoga Kaya Jhana II Anahatha
Reino de los animales Manipura
Reino de los fantasmas Nirmana Kaya Jhana I Svadisthana
Reino de los Titanes Muladhara
El hecho gráfico que este símbolo-mito se trasfiera de la imagen onírica a la consciencia y de esta al cuerpo, cosa que el psicoanálisis llamaría “conversión”, nos muestra que se decanta en el rito meditativo. Pero corresponde indudablemente a estados espirituales por los que transita el alma de un sujeto en busca de la luz espiritual, de un sentido para su vida, como héroe de su propia aventura física, psicológica y existencial.
Bardo Thodol como ciclo de la vida

Si el ciclo del Bardo (espacio intermedio) en la vida o las iniciaciones, que son tres, que a su vez corresponden a los tres cuerpos del Buda y a la activación respectiva de los siete chakas, el ciclo de la muerte o Bardo postmórtem sería el pasaje inverso también en tres iniciaciones especulares. La vida consciente va ascendiendo desde Muladhara a Padma. En Padma sale la consciencia después de morir y pretende su liberación en el nirvana eterno. Pero si esa consciencia no se adapta a no tener un cuerpo físico buscará el camino de la materialidad al regresar por el mismo sendero, pero en sentido inverso. Por ello el ciclo del inframundo sería de Ajña a Svadisthana o iría camino a ingresar en “otros genitales” para renacer. Entonces en nuestro cuadro superior el Bardo en vida es ascendente y el Bardo en muerte es descendente.
Estudiemos entonces las tres iniciaciones en vida por las que el yoguin debe prepararse para el momento de morir. En otras palabras, el culto tibetano es como el culto egipcio, es la construcción de una consciencia para la supervivencia postmórtem. Lo que aquí vemos además una influencia china en cuanto a la supervivencia de “algo” más allá de la muerte. Ambas son, diríamos comparativamente, religiones funerarias: la egipcia más cercana a lo animista y la chino-tibetana complementa lo animista con resabios de la filosofía metafísica de la India en cuanto una aplicación psicologista.
Veamos primero lo que está registrado en el texto El sendero del gran conocimiento, que en realidad son los seis yogas de Naropa de los que hablamos (tres en vida y tres postmórtem). Centrémonos ahora en los tres Bardos conscientes. Los mismos abarcan: la primera el trabajo en vigilia, la segunda la manipulación del sueño y la tercera la inducción del trance voluntario. Cada uno de ellos posee, no solo una teoría precisa (mito), sino que sostiene un ritual misterioso de magia para lograrlo. Es un rito de magia negra para preparase para el momento de la muerte y estar capacitado para la transmisión de la consciencia en el momento del desprendimiento de la misma del cuerpo grosero.
En primer lugar, describiremos la doctrina del cuerpo ilusorio. Cabe destacar que estos ritos son conocidos dentro de la categoría de la autohipnósis y trabajan con fuerzas mentales similares a los médiums espiritistas y, no dista de ser, al igual que la Alta Magia occidental, un modo de comunicación y un “pacto” con entidades numinosas, que algunos llamarán espíritus de difuntos, otros demonios y otros ángeles, o como es el caso de este tipo de budismo, fuerzas psicológicas. Las llamen como las llamen, creo que todas las tradiciones intentan ponerse en contacto con dichos niveles oscuros y tener un trato con lo que se conoce como planos de Bardo, astrales, sutiles, inconsciente colectivo, autoinducción a un brote esquizofrénico, y un largo etcétera. Volviendo a la práctica ritual meditativa tibetana, la idea es sostener esta praxis a través de la visualización. Visualizar un yidam (ícono, imagen, forma física, istha devata). Las religiones utilizan imágenes. No es novedad. Un sostén físico de realidades espirituales informes. Un enderezador para la mente. Estas pueden ser variadas. Desde una estatua, como es habitual en las religiones universales, como el cristianismo católico, por ejemplo, santos, vírgenes y escenas de crucifixiones hasta íconos o pinturas en las paredes. Son en realidad para preparar la mente del devoto para que se compenetre en el mito que sostiene la representación. Pero, en realidad, al ingresar dicha idea al campo mental, se predispone el adepto a tener una comunión con la idea en sí. Es un cierto estado psicológico. A través de ella, la imagen, lo numinoso se hace presente en el mundo físico y lo afecta.
En Platón el eidolón o la “forma” o “simulacro”, corresponde a la sombra de las cosas que incluye a los fantasmas. En el caso del Tíbet, las imágenes pueden ser estatuas o tapices, dibujos mandálicos de arena o representaciones de bodhisattas, sean masculinos o femeninos, bondadosos o terribles, vale decir, también son proyecciones físicas de seres espantosos. Budas teniendo cópula con dakinis o Budas femeninos. Budas teniendo penetración con otros Budas. Herukas o demonios amenazantes. Escenas de difuntos destrozados, huesos humanos, antropofagia. Sacrificios con decapitaciones. Consumiendo carne de cadáveres o bebiendo sangre de niños sacrificados. Estas representaciones son figuras que corresponden, según ellos, a estados de la consciencia que deberán ser realizados como sombras e integrados en dicha mente para transmutarlos en la misericordia del Buda (Adi Buda). Una vez ingresados en la mente, fijada su imagen por el ejercicio de visualización, se pueden reproducir mentalmente mediante la “imaginación activa” (probablemente al estilo de las que describía Jung) y, estos, pueden adoptar vida mental propia, de tal modo que pueden llegar a ser “seres autónomos” —dotados de energía particular— y tener una relación real con el sujeto. Mediante ideaciones mentales o “voces y figuras del más allá”, los yoguis pueden tener un contacto “real” con lo numinoso, tener sexo con ellos, comerlos, ser comidos, e incluso pueden llegar a la muerte real ante esta experiencia. Es la autoinducción de una “patología mística”, cuya etiología queda en el campo del misterio.
Aclarado esto, vayamos ahora a nuestro objetivo, estudiemos el rito del cuerpo ilusorio. Como lo dice la palabra la idea es superar la maya. Consiste en una técnica de autohipnosis. Esta práctica, por regla general, frecuentemente va acompañada del rito tummo.
Tummo es la capacidad de producir calor corporal místico por medios yóguicos. No sabemos de la veracidad de estas prácticas, muchas de ellas están descriptas por Alexandra David-Nell, de la que desconfío bastante de sus fuentes. El tummo o la producción de calor corporal es una práctica que también se suele ver en India, y no dista de los artilugios de los prestidigitadores o faquires. Es una técnica del Hatha-yoga. El yogui debe pasar muchos días solo en una montaña y ser vigilado por su maestro. A través del trabajo de la respiración maneja su prana, de tal manera que produce calor corporal y puede, de esa forma, pasar largas horas bajo el hielo desnudo y cubierto por sábanas mojadas de agua helada sin sufrir hipotermia. Es la capacidad de conservar y dirigir yóguicamente la energía física, mental y psíquica del organismo humano. Esta energía sutil produce un agradable calor, de modo tal, que soporta bajísimas temperaturas que una persona normal no podría. (Los mismos principios se dan en varías culturas, como caminar por el fuego, comer vidrio o clavarse agujas en la lengua y labios sin sentir dolor. En las ceremonias ocultas de vudú los sacerdotes arrancan literalmente con sus dientes la cabeza de un pollo y beben su sangre. Se queman con colillas de cigarrillos o se atraviesan el cuerpo con punzones y cuchillos sin sufrir dolor aparente).
El cuerpo ilusorio es el nombre del rito que sostiene esta creencia con bases en la India, de que la realidad es solo una creación mental. Este rito se hace ante un espejo. El yoguin previamente tuvo que meditar en un demonio horrendo (en su forma como representación) por realizar anteriormente ejercicios de visualización. (Según Evans-Wentz: “Esta es una prueba corriente aplicada a las visualizaciones yóguicas. Si la práctica del yoguin fuera exitosa, la visualización se presentará como sustancial o vívida. Existen informes en el Tíbet relativos a notables y bien comprobados ejemplos de visualizaciones yóguicamente inducidas, palpables y objetivas, y dotadas por sus creadores de ficticias volición y consciencia, de vívida funcionalidad activa, e individualizada existencia. El médium espiritista occidental atribuye comúnmente similares materializaciones a fuerzas aparte de él mismo, ignorando que su verdadero origen ha de hallarse en los pensamientos proyectados como visualizaciones del propio contenido mental, consciente e inconscientemente, y a veces, posiblemente, en respuesta a impulsos telepáticos procedentes de fuentes ajenas al médium, que pueden ser centros encarnados o desencarnados de consciencia. La transmisión artificial del pensamiento, como en telegrafía inalámbrica, es en la actualidad tema de conocimiento corriente (…) así como la telepatía, o por la transmisión natural del pensamiento…”. Pp. 245, 246). Debe ver por sí mismo la necesidad de su egoísmo y su superación. Ante el espejo debe construir con su psique a este demonio en el reflejo, así que lo verá detrás de él. El demonio toma vida y en la imagen él es decapitado por la espada del maléfico ser. Luego de esta escena espantosa, el yoguin debe comprender que fue solo una creación psicomental y debe deshacer al ser maligno que él mismo creó.
La segunda doctrina es la del estado onírico. Para el tibetano no solo se está en maya en la vigilia, también es maya cuando sueña y se cree que esos sueños son la realidad misma. Por tal, la naturaleza de maya es una totalidad que vemos en forma objetiva y subjetivamente en sueños. El sueño, por tanto, es ignorancia. Lo mismo le ocurre a la consciencia despojada de su cuerpo en estado postmórtem. Morir es como soñar; en ambos casos la mente se disocia del cuerpo. Es el mismo orden de percepciones objetivas y sensibles. Mediante el estudio analítico de los sueños y la experimentación psicológica sobre sí mismo como sujeto, el yoguin, a fin de alcanzar esta comprensión, debe realizar ejercicios difíciles y ritos oscuros. El karma nos ata a la rueda del samsara y, a través del despertar, llegamos a darnos cuenta de cómo superar las percepciones equivocadas. Por lo cual alcanza el nirvana. Lo antedicho estará sostenido por el siguiente ritual. El objetivo es lograr pasar de la vigila al sueño sin perder la consciencia, es decir, sin interrupción. De dicho modo, al instante de morir, cuando la consciencia queda sin cuerpo, esta no se confunde y puede manipular su estado hacia la liberación. En su lecho, el yoguin visualiza, como si fueran gotas, la sílaba AH de color rojo en su chakra garganta y un punto blanco en el tercer ojo, en ajña. Luego trata de inducirse un “viaje astral” esforzándose por mantener la consciencia de un estado a otro y comprender el proceso de sueño como una alucinación. Durante este abandono del cuerpo entidades terroríficas intentarán impedirlo, pero acudirán magos o héroes, dakinis o sacerdotisas que le ayudarán a llegar al regazo de Buda (la tierra feliz). Antes el adepto tendrá que hacer una ceremonia donde ofrecerá incienso y regalos a las entidades maléficas para aplacarlas y congraciarse con ellas.
La tercera es la doctrina de la luz clara.
Por “luz clara” se refiere al resplandor divino, a la fusión con lo sagrado. Al momento de morir el yoguin se encuentra con la iluminación o, como mencioné, en varios sitios ya, con el peri-nirvana. Esto se realiza con una autoinducción al trance. Sería básicamente aquí, al igual que la doctrina onírica cuando se trasfiere la consciencia de la vigilia al sueño, la preparación para cuando se pase de la vida al estado de muerte. Se visualizan en estado de trance las sílabas Ah Nu Ta Ra Hum y se procede a viajar por la trikaya o por los tres cuerpos de Buda. Pasando por visiones de los tres cuerpos, cada uno de ellos corresponde a un mundo: en Dharma kaya se encuentra con la magna luz y con la consciencia suprema, allí está la experiencia del morir. Se integra al éter.
En Sambhoga kaya el yoguin se encuentra con la visión de las nueve puertas, ve el cosmos, las galaxias y las constelaciones. Se inicia en las puertas del sol y de la luna y la consciencia asume la condición de un preta o fantasma. Se dice que este rito yóguico se realiza comúnmente en una tienda cerrada en soledad y debe desaparecer dejando solo sus uñas y cabellos. El siguiente Bardo, Nirmana kaya, entra al juicio de Yama, el Señor de los muertos, y aparece un gran gurú para ayudarlo a elegir un vientre. De ese modo renacerá nuevamente.
(Continuará luego con análisis el Libro tibetano de los muertos)
( *) Fragmento del libro inédito “Teología e historia de las religiones”.


