El libro tibetano de los muertos

El libro tibetano de los muertos, traducción de W.Y. Evans Wentz, con prólogo de Carl Gustav Yung, versión española, ed. Kier, Ciudad de Buenos Aires

El libro tibetano de los muertos o el Bardo Thodol es esencial hito en la historia de las obras místicas que exploran un supuesto más allá, en el que el alma sobrevive al mundo físico. Esta obra fundamental mereció el interés de Carl Gustav Jung, gran investigador de procesos mentales profundos y simbólicos. Aquí, Sergio Fuster, estudioso de la historia de las religiones comparadas, estudia la génesis y posibles significados de este especial libro. Y este texto es continuidad de ensayos previos que hemos publicado aquí sobre los Misterios del Budismo tibetano.

En definitiva, desde una subyacente concepción metafísica y de ultratumba tibetana. “el objetivo total de la enseñanza del Bardo Thodol, como se expresa en otra parte, es hacer que el soñador despierte a la realidad…» 

E.I

El libro tibetano de los muertos (*)

Por Sergio Fuster

El libro tibetano de los muertos o el Bardo Thodol (bardo, “espacio entre islas” o “espacio entre” y Thodol, “audición”) puede traducirse como: “Liberación mediante la gran audición”, “Liberación en el plano intermedio por escuchar” o “Liberación mediante la gran audición en el plano del más allá”. Es un tratado iniciático de ciencias ocultas que pertenece a las creencias budistas esotéricas de raigambre tántrico. Lo que implica que el espíritu del difunto, una vez descarnado conserva sus sentidos, y especialmente su oído, o, mejor dicho, “la naturaleza del oído”. El pasaje de la vida a la existencia postmórtem está atravesado por un proceso de mutación, de transformarse de sujeto a objeto. La consciencia desencarnada es arrojada a la objetividad pura; concepto casi imposible de comprender racionalmente. Carl G. Jung, que sin duda creía en la posible realidad de este texto escribió: “Hay que llegar a conocerse a sí mismo, pues lo que viene después de la muerte es algo que nadie espera, una extensión ilimitada llena de inaudita indeterminación, y al parecer no es ni un arriba ni un abajo, ni un aquí ni un allá, ni mío ni tuyo, ni bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que todo lo viviente queda en suspenso; donde comienza el reino del ‘simpático’, el alma de todo lo viviente; donde soy inseparablemente esto y aquello. Lo inconsciente colectivo es cualquier otra cosa antes que un sistema personal encapsulado, es objetividad amplia como el mundo y abierta al mundo. Soy el objeto de todos los sujetos, en una inversión total de mi consciencia habitual, en la que siempre soy un sujeto que tiene objetos” (Jung, C. G.: Arquetipos e inconsciente colectivo, Barcelona, 2015).

Primero estudiemos sus ritos funerarios, así podremos comprender mejor a qué nos estamos refiriendo con la expresión “los sentidos vivos de los fantasmas” para captar la realidad. Este rito está sostenido en el mito que nos habla del símbolo de las cuarenta y nueve estaciones. Recurramos nuevamente al aparato crítico de Evans-Wentz: “En él hallamos que estructuralmente se funda en el número simbólico cuarenta y nueve, el cuadrado del número sagrado siete; pues según las enseñanzas ocultas comunes en budismo norteño y en el hinduismo superior (…) hay siete mundos o siete grados de maya dentro del samsara, construidos como siete orbes de una cadena planetaria. En cada orbe hay siete rondas de evolución, que forman cuarenta y nueve (siete veces siete) estaciones de la existencia activa. Así como en el estado embrional de la especie humana, el feto atraviesa cada forma de la estructura orgánica, desde la ameba hasta el hombre, el mamífero más elevado, de igual modo, en estado postmórtem, el estado embrional del mundo psíquico, el conocedor o principio de la consciencia, antes de reemerger en la materia burda, experimenta de modo análogo las condiciones puramente psíquicas. En otras palabras, en estos dos procesos embrionales interdependientes (uno, físico; el otro, correspondiente a las cuarenta y nueve estaciones de la existencia)” (Ib.). El comparar o el “afirmar” la experiencia postmortuoria al antes del nacer, como si fuese un círculo, está atestiguado por los papiros mágicos egipcios y su literatura funeraria. Traigamos a colación a Roger Godel, donde aplica, según su opinión, que los procesos prenatales corresponden a la vivencia mística. Creo, como delineé en mi libro El campo de la trascendencia, que dichas vivencias intrauterinas de las visiones místicas —y patológicas— son transpoladas a la imaginería de la vida de ultratumba y forman, en gran medida, muchos de los contenidos de las alucinaciones en brotes psicóticos y vivencias límites. Dicho esto, vamos al estudio de los ritos funerarios que espejan estos relatos míticos.

Cerca de la muerte

Walter Yeeling Evans-Wentz ( 1878-1965), antropólogo y escritor estadounidense pionero en el estudio del budismo tibetano; es autor de la primera traducción al inglés del Libro tibetano de los muertos, en 1927.  

Los signos de la muerte próxima son descriptos en los primeros párrafos de esta obra esotérica. Según los comentarios a la traducción de Tucci estos síntomas son los siguientes: “el vientre se torna más delgado que cuando lo fue antes; los sentidos ya no están claros, perturbados están los miembros, la voz y la mente; el espíritu fluctúa y tiembla, son confusos los sueños. Cuando se está por morir el color de la carne se torna incierto, tales son los pronósticos de que habrá interrupción de vida. (…) Cuando no se está enfermo, al apretar los ojos con los dedos se ve un círculo luminoso. Si tal círculo no se ve en la parte inferior del ojo izquierdo, se morirá al sexto mes; si no se ve en la parte superior, al tercer mes”. Y también se evidencian en los sueños que la persona tiene antes de morir: “Si la persona sueña que cabalga sobre una rata o un mono parado de cabeza roja y que va hacia Oriente, debe entenderse que la muerte llegará por orden del rey. (…) Por otra parte, si la persona sueña con alimentos impuros y se desploma vestida de negros trajes, que está encerrada en una jaula o una red, que tiene los miembros atrapados por cadenas de hierro o que se aparea con cuerpos negros o de animales, todos ellos son signos de muerte” (Op. Cit). Hay muchas señales más, muestra de la superstición de la mentalidad mágica que se da en casi todas las culturas.

Ahora bien, una vez que la persona ya ha fallecido nadie de la familia puede tocar al cuerpo. Se le debe solo colocar una tela blanca sobre el rostro. Se espera que la consciencia se separare totalmente del cadáver. Este proceso de desprendimiento puede llevar hasta tres días. Un lama llamado pho-o o el “extractor de la consciencia” (“Abertura de Brahma” o Brahma-ramdhra) debe examinar el cráneo del muerto y determinar si ya la separación fue completada. Luego de ello llega el lama hpho-bo y toma asiento junto a la cabeza del muerto. Aleja a todos los parientes que se lamentan y cierra puertas y ventanas, para asegurar el silencio necesario para el ritual. Realiza un canto místico que contiene directivas para el espíritu del difunto a fin de que encuentre su camino hacia el “paraíso occidental” de Amitaba y, de ese modo, escape del estado intermedio. Luego llega el tsi-pa o el lama astrólogo, aquel que hará un horóscopo mortuorio basado en la hora y el día exactos del deceso. Se le da vuelta al cuerpo y se lo acuesta sobre uno de sus lados. Se le aprietan las arterias de la garganta para que su consciencia no baje por ella al estómago. De otro modo la consciencia se encarnará nuevamente. Sin embargo, lo habitual es que baje hasta el chakra sexual y renazca. Por ello el cadáver es maniatado y colocado en posición fetal, para inducir su nuevo nacimiento, y llevado a la cámara mortuoria o al lugar donde el “demonio del hogar” haya designado para ello (cada hogar tiene un espíritu guardián o familiar que se le rinde culto diario, asimismo se determina su voluntad mediante visiones u oráculos). En ocasiones, las familias menos pudientes suelen dejar el cadáver en lugares apartados para que las aves dispongan de él. A diferencia de los egipcios no hay un apego al “objeto” corporal, sino que se lo considera de poco valor, dándole mayor énfasis al futuro renacimiento. Aquí se prima la consciencia más que lo físico.

Paso seguido debe ofrecérsele comida y bebida. El difunto ahora es reemplazado por una efigie que se coloca en un rincón de la casa, puede ser un muñeco o una foto, lo importante es que lo presentifique. Después de ello, todos los días restantes hasta completar el número de cuarenta y nueve (siete veces siete) el lama deberá asistir al hogar del difunto e ir recitando porciones del libro mortuorio para ayudar a esa consciencia carente de cuerpo a ocupar “otro vientre” para después renacer. Al terminar los ritos (que pueden ser muy costosos para la familia) se suele quemar la efigie con el fuego de una lámpara alimentada con manteca. Las cenizas se recogen en un plato, se mezclan con arcilla y se depositan en stupas o urnas funerarias. Sea como sea todo el ritual transcurre según las indicaciones que estableció el astrólogo en el horóscopo mortuorio, indicando los detalles de quién tocará el cuerpo, quién lo transportará y la forma del sepelio. Asimismo, el astrólogo declarará qué clase de espíritu le causó la muerte, ya que según la creencia popular ninguna muerte es por causas naturales, sino que siempre se debe a la intervención de alguno de los demonios de la muerte. También se indicarán las ceremonias de exorcismos para sacar a dichos demonios y así asegurar la salud del próximo nacimiento. En muchas ocasiones antes de encender la pira funeraria se hacen diagramas simbólicos con harina sobre el suelo indicando el nombre oculto de los Bodhisattvas. Sigilos similares o “sellos mágicos” encontramos también en la Cábala y en los cultos africanos. Transcurrido un año se debe realizar un rito sobre la tumba. Nuevamente mencionamos que la calidad de este rito es según la condición económica de los deudos.

Del primer día (donde se supone que automáticamente entra en la “luz clara” o Chikkai bardo) al decimocuarto se lee sobre el difunto o sobre su representación el Chonyid bardo y del decimoquinto en adelante el Sidpa bardo. Describamos este mito-rito con más detalles. Por lo general las obras de consulta y las traducciones son difíciles de comprender y de seguir para nosotros los occidentales, por ello trataré de ser lo más ordenado y didáctico posible. Tal vez no sea del todo fiel al libro, pero esta licencia está justificada en pos de que el lector pueda aprender este proceso desde un orden mejor establecido.

El momento de morir

Folios 35 y 67 de un manuscrito del Bardo Thodol (Liberación a través de la Audición durante el Estado Intermedio), conocido a menudo en Occidente como el Libro Tibetano de los Muertos. El manuscrito se encuentra en las Bibliotecas Bodleiana, la principal biblioteca de investigación de la Universidad de Oxford, con la signatura MS. Tibet.c.60 (R). Donado por W.Y. Evans-Wentz en 1965.

El Chikkai bardo es el momento del morir y el tránsito de la consciencia de vida encarnada a la liberación de dicha consciencia a una totalidad incorpórea. Si nos retrotraemos a los ritos iniciáticos veremos que ya el yoguin debía estar entrenado en tener consciencia del momento de vigilia al momento de ensoñación. Este control es el que será necesario utilizar en el instante de muerte. Que solo es un pasaje por un portal a otra manera de ser, la manera real, “nirvánica”. Allí se integrará al Budacitta o al cuerpo de todos los budas en el Dharma kaya. Todo difunto se ilumina, se extingue, entra en nirvana, sea candidato a ello como no. Ese es justamente el problema. Que el que no está preparado no lo puede comprender, sus restos mentales se asustan y no desean estar en la totalidad, por ello su consciencia buscará lo conocido, lo material, y poco a poco entrará en bardos mentales ilusorios para alcanzar otro estado corporal. En este caso la iluminación no es un don sino una perdición que por falta de conocimiento espiritual la rechaza. Pero para el yoguin, que es consciente de su budeidad esta luz es vacío, gozo, dicha, como decíamos es la unión total de su mente con la Budacitta o “Mente de Buda”. En la “Rueda de la vida” a menudo se representa a este iniciado que alcanzó ese estado de dicha eterna como un Buda en un extremo del cuadro meditando eternamente sobre las nubes, sobre los picos de las montañas nevadas. A este estado nos referíamos con “luz clara”. Este proceso también podemos comprenderlo como un descenso del chakra Padma hacia Ajña/Vishudha. Pero en nuestro cuadro supracitado es el descenso comenzando por el cuerpo superior de Buda, Dharma Kaya hacia Sambhoga Kaya, sinopsis que recomiendo tener presente.

Las visiones de la conciencia después de morir

Otra versión del Bardo Thodol. El libro tibetano de los muertos, editorial José Olañeta Editor.

Luego del desprendimiento del cuerpo y del plano de la mente comienza el segundo bardo: Chonyid bardo. Aquí se asentó en Vishudha. Es similar a un alumbramiento a un modo distinto de experimentar. Un pasaje iniciático. Este sitio es el lugar, según la ciencia del yoga, de las manifestaciones del misticismo, lo que nosotros podríamos describir como fenómenos paranormales o pararreligiosos. Es necesario comprender que las visiones que experimentará esa consciencia desencarnada son solo contenidos psicológicos propios del estado onírico postmórtem. Tal como en el dormir soñamos, vemos y oímos alucinaciones y las confundimos con la realidad, en el después de la muerte, según esta doctrina, ocurre algo similar. Solo que dichos procesos mentales están liberados de su masa corporal y ahora vagan sin retorno buscando otro cuerpo en el cual nacer. Estos estados psicológicos también se pueden entender como impulsos intelectuales, por un lado (que adoptarán forma de deidades pacíficas), o impulsos irracionales provenientes del corazón (deidades iracundas). Esto es bueno comprenderlo bien: los contenidos de las visiones que experimentará el difunto no son reales, sino maya, es decir, proyecciones ilusorias, creaciones oníricas, imagos, fruto de los contenidos de su imaginación y de su memoria, pero presentando una alta carga arquetípica, aquí ya tendríamos que postular una gran potencia de bagajes compartidos y colectivos (en palabras de Jung). No olvidemos que la persona dejó anhelos incumplidos, recuerdos de seres queridos que ya no volverá a ver, proyectos, trabajo, una vida que se ha truncado. Estos anhelos cuando son racionales, es decir, provienen de su cerebro, se manifiestan o proyectan en seres benéficos, Budas misericordiosas; pero cuando el difunto sufre y siente a sus deudos que quedaron sufriendo por su muerte, es ahí que su irrazón entra en cólera y las visiones que experimenta son de demonios o Herukas, seres espeluznantes y siniestros (T’o-wo) o dakinis danzantes y desnudas. Lo someten a un círculo de locura, a una “psicosis postmórtem”, podríamos decir y, como consecuencia, tal como un esquizofrénico en ocasiones durante un brote puede dañar y hasta matar a su familia, ya que no sabe lo que hace, de la misma manera el espíritu del difunto enredado en esas alucinaciones puede perjudicar a quienes ama, ya que tampoco sabe lo que hace.

Por ello el lama debe leerle el Bardo, porque él difunto conserva la naturaleza de sus sentidos, en este caso, el oído, para que escuche sus palabras y comprenda que es solo una imagen creada por él y por su estado mortuorio. Si llega a aceptar dichas circunstancias el lama, como un psicopompo, o un “psicólogo moderno”, puede ayudar al alma atormentada a encontrar un camino de retorno hacia una condición sana (salud; salvación). Claro que en esta cosmovisión todo depende del karma. Jung, a menudo, comparó el trabajo del psicólogo con un religioso, en la medida que es un guía del alma.

En tratamientos psicóticos, si el analista pudiera comprender la naturaleza del delirio, y asumir su propia lógica (complejo), tal vez pudiera traer al padeciente a sus cabales, o por lo menos darle mundo, así el “loco” encontraría un lugar de descanso, un estar, y sería saludable para él su proceso de curación.

En el Chonyid, que correspondería, si la consciencia sigue descendiendo, al chakra Anahatha y al Sambhoga Kaya aparecen dichas deidades, que son corporizaciones universales de fuerzas divinas, por las que el difunto está relacionado a través del principio místico macrocosmos-microcosmos. Estas impregnan todas las fuerzas psíquicas al mismo tiempo que potencias universales. Desde su racionalidad aparecen los cinco Budas de la meditación, aquellos que ya hemos estudiado y que están representados en el mandala. Debe recordar que ninguna manifestación divina universal tiene realidad individual, como tampoco el difunto. Son sus proyecciones, cada semilla “kármica” se revive en dichas visiones alucinadas proyectadas como en una pantalla de la que es espectador. Según Wentz: “Son meramente el contenido de la consciencia visualizado, por el medio ‘kármico’, como espectrales apariciones en el Estado intermedio: naderías de aire tejidas con sueños”.

Entonces el segundo Bardo es el resultado de que la luz clara no lo ha acogido, el difunto se entera de su condición y sigue su cadena “kármica” acumulada. Allí se presentan las siguientes imágenes; las veintiocho Diosas pacíficas y los cincuenta y ocho Dioses bebedores de sangre. Deidades de la lujuria, de la codicia y del infierno. Vairocana y Tara. Aksobya. Ratmasamvabha. Amogasidhi. Los cinco Budas juntos. Otras entidades cósmicas benéficas. Herukas y ocho deidades femeninas airadas. Además de otros panteones de divinidades iracundas bebedoras de sangre. Leamos a Wentz nuevamente: “Al principio, las visiones felices y gloriosas nacidas de las semillas de los impulsos y aspiraciones de naturaleza superior o divina espantan al no iniciado; luego, cuando se funden en las visiones nacidas de los correspondientes elementos mentales de la naturaleza inferior o animal, le aterrorizan, y desea huir de ella; pero, lamentablemente, como el texto lo explica, son inseparables de él, y le seguirán a cualquier sitio al que desee escapar. No es preciso suponer que todos los muertos del Estado Intermedio experimenten los mismos fenómenos, como no les ocurre a todos los vivos que se hallan en el mundo humano, o en sueños. El Bardo Thodol es claramente típico y sugestivo de todas las experiencias postmórtem. Describe meramente, con pormenores, lo que se supone que serán las visualizaciones ‘bárdicas’ del contenido de la consciencia del devoto corriente de la Escuela de los Gorros Rojos de Patmasambhava. Tal como se enseñe a un hombre, así será lo que piense. Como los pensamientos son cosas, pueden plantarse como semillas en la mente del niño y dominar completamente su contenido mental. Existiendo el suelo favorable de la voluntad para creer, sean sanas o no las semillas del pensamiento, consistan en pura superstición o en verdad comprensible, echan raíces y florecen, y hacen del hombre lo que este es mentalmente”. Y esto quiero subrayar. “En consecuencia, para un budista de alguna otra escuela, como para un hindú, o un musulmán, o un cristiano, las experiencias del Bardo serían apropiadamente diferentes: las formas del pensamiento de un budista o un hindú, como en estado onírico, darían pábulo a las correspondientes visiones de las deidades del panteón budista o hindú; las de un musulmán, a las visiones del paraíso musulmán; las de un cristiano, a las visiones del cielo cristiano, o visiones de la Tierra Feliz de las Cacerías. Y, de manera semejante, el materialista experimentará visiones postmórtem tan negativas, vacías y ateas como cualquiera de las que soñó en el cuerpo humano. Consideradas racionalmente, las experiencias postmórtem de cada persona, como implica la enseñanza del Bardo Thodol, dependen enteramente del contenido mental del individuo (…), como se explicó antes, el estado postmórtem es muy parecido al estado onírico, y sus sueños son hijos de la mentalidad del que sueña. Esta psicología explica (…) por qué los cristianos, devotos, por ejemplo, (si hemos de aceptar el testimonio de los santos y videntes cristianos) han tenido visiones (en trance o en estado de un trono en la Nueva Jerusalén, y del Hijo a su lado, y de todo el escenario bíblico y de los atributos del cielo, o de la Virgen, y Santos y Arcángeles, o del Purgatorio y el Infierno. En otras palabras, el Bardo Thodol parece basarse en datos verificables de las experiencias humanas fisiológicas y psicológicas; y contempla el problema del estado postmórtem como un problema puramente psicofísico; y por lo tanto, es principalmente científico. Afirma repetidamente que, en el plano ‘bárdico’, lo que el percipiente ve dándose enteramente a su propio contenido mental; que no hay visiones de dioses o demonios, de cielos o infiernos, distintas de las nacidas de las alucinatorias formas ‘kármicas’ de pensamiento impermanente que nace de la sed de existencia y de la voluntad de vivir y creer. Día tras día, las visiones ‘bárdicas’ cambian, concomitantes con la erupción de las formas de pensamiento del percipiente, hasta que su fuerza conductora ‘kármica’ se agota; o, en otras palabras, las formas de pensamiento, nacidas de propensiones habituales, al ser los registros mentales comparables, con el rollo que corre hasta el final, el estado postmórtem termina, y el soñador, emergiendo del útero, empieza a experimentar de nuevo los fenómenos del mundo humano”. Y termina con la siguiente idea: “El objetivo total de la enseñanza del Bardo Thodol, como se expresa en otra parte, es hacer que el soñador despierte a la realidad, liberado de todos los oscurecimientos de las iluminaciones ‘kármicas’ o ‘samsáricas’, en un estado suprahumano o ‘nirvánico’, más allá de todos los paraísos fenoménicos, cielos, infiernos, purgatorios o mundos de la corporización. De este modo, entonces, es puramente budista y diferente de cualquier libro no-budista del mundo, secular o religioso”.

El alumbramiento a Sidpa bardo

Estado Spida bardo (Alexgrey.com)

Paso seguido, la consciencia del difunto, una vez superado el bardo descripto, pasa al siguiente “alumbramiento”, el Sidpa bardo. Este es un espacio mental del juicio. Según las interpretaciones de Campbell, es el ello freudiano, es decir, que es altamente sexual. Corresponde al regreso de los chakras por Manipura y Svadisthana hacia “otros genitales” para ser concebido y nacer nuevamente. En el cuerpo de Buda la analogía corresponde a Nirmana Kaya. Cuando uno lee la descripción del juicio es muy similar al de los egipcios ya estudiados. El difunto se encuentra con la visión de cuatro puertas, idea del espacio contingente, la cuadratura, la cruz, los cuatro ríos del paraíso. El cuadrado suele simbolizar aspectos relacionados con lo terrestre. La puerta que protege un tigre, un cerdo, una serpiente y un león. En Sidpa está Yamakata, el Dios de los muertos y guardián del inframundo. Está rodeado de dos genios tutelares, uno juzgará sus acciones buenas, y el otro las malas. El difunto se enfrentará a un espejo, es decir, a su Sí-mismo, verá su vida tal cual fue. Si su karma es aceptable, un ave lo transportará a un nuevo vientre y saldrá por un canal de parto hacia su nuevo alumbramiento. Cabe aclarar que este nuevo nacimiento no es necesariamente evolutivo. Hay muchas oraciones para ayudar a que el difunto renazca en una buena familia y como un humano, ya que otras posibilidades son, según su karma acumulado de nacer como una semilla, un huevo, un útero animal o humano o como un ser iluminado con un nacimiento virginal y milagroso igual que el Buda.

(*) Fragmento del libro inédito “Teología e historia de las religiones”.

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