El misterioso menhir de la Bretaña

Por Esteban Ierardo

El menhir de Dol-de-Bretagne en el atardecer (Fotos E I y L.N)

Muy cerca de Dol-de-Bretagne, en la Bretaña francesa, se alza una extraordinaria y solitaria piedra prehistórica: el menhir de Champ Dolent, Monumento Histórico desde 1889. El nombre que se impuso para aludir a este megalito es de Champ-Dolent, «Campus doloris», campo del dolor; pero la toponimia también podría proceder de «Campus Dolensis», campo de Dol. El menhir tiene 9,5 metros de altura y 8, 7 de circunferencia, 150 toneladas, y miles de años. Su contemplación nos conecta con los misterios prehistóricos, y con lo muy remoto y fuera de nuestra comprensión.

​El misterioso menhir de la Bretaña. Una piedra prehistórica en el atardecer, por Esteban Ierardo

(Fotos Laura Navarro y E.I, salvo un par que se indica otra procedencia. Todas las fotos se pueden ampliar)

Dol-de-Bretagne es una pequeña ciudad en la Bretaña francesa. En su calle principal, Rue de Stuarts, hay indicios de la edad media, una casa del siglo XI, hoy floristería, o una pared, resto de un antiguo castillo. Lo medieval también late en la cercana catedral de dura piedra, con sus gárgolas, vitrales, pórticos y arcadas, y un contiguo «Catedraloscopio», un museo único que instruye sobre la arquitectura de las catedrales, su simbolismo trascendente, sus constructores y herramientas.

La Rue de Stuarts recuerda el origen de la poderosa casa dinástica de los Estuardos. Flaad II, caballero bretón del siglo XII, con el cargo honorario y hereditario de Dapifer («el portador de alimentos») del señor de Dol, ingresó al servicio de Enrique I de Inglaterra, y se convirtió en gran cortesano, y obtuvo grandes propiedades. Así, hoy se lo estima, aunque con controversia, como el progenitor de los condes de Arundel y de la dinastía  Estuardo (originalmente escrita Stewart), que gobernó Escocia entre 1371 y 1714, e Inglaterra, Irlanda y Gales, entre 1603 y 1714.
Y en una esquina de Rue de Stuarts, en lo que antes era un hotel, en una de sus habitaciones, Víctor Hugo, en 1836, se alojó por un día con su amante Juliette Drouet, con la que mantuvo una relación de 50 años. Juliette le escribió aproximadamente 20.000 cartas al autor de Los miserables. Y también el gran escritor romántico Chateaubriand fue velado allí en 1848.

En los días domingos y otras fechas festivas, los habitantes de la ciudad bretona se reúnen en actos de simple alegría colectiva, en medio de desfiles, camaradería, juegos para niños, y vasos de vino calientes elaborados a base de una receta de vino tinto seco, naranja y otras frutas de sabor parecido y especies como la canela, el clavo o el anís estrellado.

A la izquierda, Rue des Stuarts, y a la esquina donde se encontraba un hotel en el que Víctor Hugo se encontró con su amante, y donde Chateabriand fue velado.

Y en un límite de Dol, como la llaman sus habitantes, se alza una presencia prehistórica extraordinaria. La Prehistoria compone un anillo de misterios, como por ejemplo el sentido de sus construcciones en piedra.

Caminamos por un trayecto señalizado que, lentamente, nos acerca hasta esa evidencia de lo remoto. Recorremos una calle en la que en un costado asoman las cruces que coronan las múltiples lápidas esparcidas en un cementerio; enfrente, vemos una fábrica de sepulcros precedida por una escultura de un picapredero concentrado en su labor.

A la izquierda, cementerio en Dol-de-Bretagne, y a la derecha, enfrente, un picapedrero tallando un sepulcro.

Y llovizna. Disminuyen las casas. Se extiende el territorio verde y mojado. Ascendemos una leve cuesta. En el horizonte, el fuego solar desciende. De a poco, se despide de la tarde. Y ya irrumpe ante nosotros la solitaria e inmensa piedra erecta. Cerca, hay unos visitantes que rápido se retiran en auto. A pocos pasos de la extraña roca enhiesta, hay unas mesas y sillas de madera, para un reposo campestre, y unos carteles explicativos.

El cielo luce cubierto por pliegues de nubes de un vívido y dramático azul matizados por jirones blancos, que se combinan con retazos de un firmamento desnudo. Nos acercamos a la gran piedra. Sabemos que no solo debemos ver sino también evocar el mundo prehistórico.

De cara al menhir y una viajera que descansa, asombrada, ante su imponencia.

La prehistoria es el tiempo anterior al surgimiento de la historia determinada por la aparición de la escritura en el 3200 a c, en el antiguo Sumer. Es el largo reino de la oralidad ágrafa, de las clanes cazadores-recolectores de la era paleolítica, de las pinturas rupestres con imágenes de caza en cuevas subterráneas; pero también es el período del descubrimiento de la agricultura, y del paso de lo nómada a lo sedentario. En este tramo del Neolítico, se propagan las construcciones megalíticas. De hecho, el megalitismo es el proceso cultural, con centro en el Mediterráneo occidental y la Europa atlántica, entre finales del Neolítico y la Edad de Bronce. Este es el lapso temporal de la edificación de los megalitos realizados con grandes bloques de piedra. Así, el término megalitismo surge de las palabras griegas mega (μεγας) grande y lithos (λιθος), piedra. Ejemplos de este proceso constructivo se esparcen por toda Europa occidental, como las culturas megalíticas de Cerdeña y Malta. Importantes muestras de lo megalítico se encuentran también en el sur de Inglaterra, Irlanda, España, Portugal, y Bretaña en el norte de Francia.

La Revolución Neolítica que cataliza la edificación de los megalitos hoy se acepta que empezó mucho antes de lo que se suponía. En 1994, en el sur de Turquía, se descubrió Göbekli Tepe, un yacimiento arqueológico que data del X milenio a. C, que sería el primer templo del mundo. Esto supone un misterio aún no resuelto. Catal Hüyük, también en Turquía, hace alrededor nueve mil años, sería quizá la primera ciudad, otra anomalía difícil de explicar.

Los megalitos se expresan por el dolmen, el menhir, los henges, crómlech, o los tholtoi. Los dólmenes (de dolmen, mesa de piedra en bretón), son tumbas simples, de corredor o galería, cubiertas por túmulos de tierra o piedras que hoy ya han desaparecido, posibles lugares de ritos y culto. El menhir es el monolito erecto que se dispone de dos maneras: en alineación o en círculos. En el primer caso, ejemplo esencial son las alineaciones en Carnac, en la Bretaña francesa; impresionantes hileras de más de un kilómetro de largo, con casi 3000 mil menhires; es el monumento prehistórico más grande del mundo, del período Neolítico, entre los milenios V y III a. C.

Los henges tienen entre 20 y 300 m de diámetro, son formaciones alargadas o circulares, como los círculos de piedra en Stonehenge. Este gran monumento megalítico en el sur de Inglaterra fue construido, por fases, entre el 3100 a. C. y el 2000 a. C, aunque pudo haber empezado mucho antes. Cerca de las piedras se han encontrado muchos enterramientos por cremación, por lo que, en uno de sus sentidos, quizás se trata de un territorio de los muertos.

Los crómlech son menhires en círculo, que circundan el túmulo de un dolmen. Los tholoi son construcciones de forma circular, acaso casas circulares neolíticas. Del 5800 a. C datan los restos prehistóricos documentados de este tipo más antiguos, que se encuentran en Chipre.

Izquierda, alineamientos de menhires de Carnac (Google), Bretaña, Francia; derecha, Dolmen de Axeitos,en Galicia (Wikimedia)

Ante el gran menhir

El menhir de Dol-de-Bretagne proviene del filón de granito de Bonnemain, cinco kilómetros al sur. La piedra tiene 9,5 metros de altura y 8, 7 de circunferencia, con 150 toneladas. En el año 560 el rey de los francos Clotario I acampa aquí con su ejército y libra una batalla.

El menhir se vincularía con la tierra de los vivos, a diferencia de Dólmenes asociados a la zona de los muertos. Acaso la alta piedra vertical que observamos no se relacionaría con ritos funerarios sino con un marcador de un territorio, o quizás honra a los antepasados, o venera al amanecer; o exalta una fecundidad fálica que mágicamente infunde en la tierra las más benéficas cosechas.

Uno de los carteles con información junto al menhir de Champ Dolent

También el menhir ha inspirado numerosas leyendas. Satanás lanzó la piedra a San Sansón, primer obispo de Bretaña y constructor de la Catedral. Derribó así la Torre norte no concluida del edificio y luego se empotró en el campo de Champ Dolent. Y otra leyenda narra que la piedra emergió para separar a dos hermanos que estaban a punto de masacrarse en el descampado que ahora domina el menhir. El trasfondo de esta leyenda sería la batalla que el rey Clotario libra en el lugar con su hijo Chramme. Se produce entonces una carnicería que sería el origen del nombre de Champ-Dolent, «Campus doloris»; campo del dolor, o de «Campus Dolensis»; campo de Dol.

Otra creencia popular, de tinte cristiano, afirma que, cada vez que una persona muere, el menhir se hunde un poco más, con un leve movimiento imperceptible. Cuando se hunda completamente acontecerá el final de la historia y empezará el Juicio Final.

Y Stendhal es el gran escritor francés del siglo XIX, autor de Rojo y negro, con su personaje Julien Sorel. Stendhal, entusiasta viajero, en su obra Memorias de un turista, alude a su visita al Menhir du Champ-Dolent:

 «Es a un cuarto de legua de la ciudad que hay que ir a buscar la famosa piedra de Champ-Dolent. ¿Este nombre nos recuerda a los sacrificios humanos? Mi guía me dice seriamente que fue colocado allí por el César. ¿Estuvo alguna vez en los bosques? Ahora está en medio de un campo cultivado. Este menhir tiene veintiocho pies de altura y termina en punta; en su base tiene, según mi medida, ocho pies de diámetro. En definitiva, se trata de un bloque de granito grisáceo cuya forma representa un cono ligeramente aplanado. Cabe señalar que este granito sólo se encuentra a más de tres cuartos de legua de la ciudad, en Mont-Dol, una colina rodeada de pantanos y que probablemente fue una isla. La piedra de Champ-Dolent descansa sobre una roca de cuarzo en la que se hunde unos metros. ¿Por qué mecanismo pudieron los galos, a quienes imaginamos tan poco avanzados en las artes, transportar una masa de granito de cuarenta pies de largo y ocho pies de espesor? ¿Cómo lo erigieron?

Solo un saber, o no-saber, especulativo

Stendhal aún no puede saber que la piedra pertenece a una cultura mucho más antigua que los galos celtas. Pero su pregunta es válida: «¿Cómo lo erigieron?», y a lo que habría que agregar: ¿y por qué? ¿Qué buscaban estas construcciones de un significado en definitiva inescrutable? Muchas de las edificaciones megalíticas demandaron millones de horas de trabajo mediante la cooperación de cientos de trabajadores. El sentido último de las obras se diluye en una distancia temporal en la que no existe la escritura, con su capacidad de preservar el conocimiento en caracteres indelebles. Lo único que quedan son las «especulaciones razonables»

Las obras megalíticas surgen en el seno de las transformaciones que trae el Neolítico, el paso de la economía cazadora-recolectora a un orden productor agrícola-ganadero. La tierra ya no es lugar de tránsito sino de posesión, cultivo y protección. La población aumenta en la modalidad sedentaria, como también en los excedentes. La sociedad adquiere una mayor complejidad que los movedizos clanes paleolíticos, con fuertes líderes, y bajo la autoridad de los chamanes, investidos del poder espiritual y posibles promotores de los megalitos.

En un momento de su desarrollo, el megatilismo, con su ausencia de escritura y técnicas avanzada de arquitectura, es contemporáneo de la Mesopotamia y el Egipto. Algunas megalíticos son incluso posteriores a los zikurats mesopotámicos y las Pirámides egipcias. La interpretación del sentido de los dólmenes o los menhires acaso remarca la relación de los constructores con la Tierra de sus antepasados y subraya el derecho a cultivar los suelos.

En el caso particular de los menhires, la palabra menhir viene del bretón maen-hir, «piedra larga». Y estos pueden suponer funciones rituales y ceremoniales, o señales de límites de territorios. Y otros significados, como ser: recibimiento del amanecer; simbolización de la vida y la muerte; recuerdo de los antepasados; ofrenda y/o representación de las divinidades; lugar para ritos de sacrificio; o su uso como calendarios primitivos. Estos último incorpora la hipótesis de índole arqueo astronómica. Sobre los alineamientos de Carnac, en 1794 el escritor francés Jacques Cambry propone que se trata de un observatorio astronómico druida. Pero en el siglo XIX ya se acepta que los megalitos de Carnac emergen en un tiempo muy anterior a la religión druídica. Alexander Thom, ingeniero inglés, en 1970, afirma que las hileras de menhires y sus  perpendiculares se orientan hacia los puntos solsticiales y equinocciales de la salida del Sol. Así elaborarían un calendario astronómico que busca destacar las fases fundamentales de la vida agrícola, como siembras y cosechas. Esto implica la comprensión del ciclo de las estaciones, la organización cíclica del tiempo, y también el registro de las estrellas, las constelaciones, los ciclos solares, las predicciones de eclipses. Y el sentido superior de los megalitos no sería solo la observación de las estrellas. Supone también la integración de la vida de estas culturas prehistóricas con la realidad mayor del cosmos, desde una celebración biocósmica de la existencia.

En tesis de este tipo se alinean el arqueólogo Richard John Copland Atkinson o el astrónomo Gerald Stanley Hawkins. La interpretación arqueo astronómica, sin embargo, es controvertida y no concita un claro consenso científico.

La cuestión abierta del sentido y usos de las construcciones megalíticas abraza múltiples interpretaciones posibles de especialistas. Para Colin Renfrew, arqueólogo británico conocido por su trabajo en la datación por radiocarbono, la prehistoria de idiomas, la arqueogenética, la arqueología procesual y la prevención del saqueo de sitios arqueológicos, «las estructuras megalíticas representan un intento de la humanidad primitiva de dejar una huella duradera en el paisaje, un deseo de trascender el tiempo, y una forma de manifestar poder y cohesión social».

Mike Parker Pearson, arqueólogo inglés especializado en el estudio del Neolítico de las Islas Británicas, Madagascar y la arqueología de la muerte y el entierro, afirma que «las construcciones megalíticas no solo eran lugares de enterramiento, sino también centros ceremoniales y representaciones visuales del cosmos, vinculadas con el ciclo de la vida, la muerte y la regeneración». Para Timothy Darvill, por su parte, arqueólogo y autor inglés, mejor conocido por sus publicaciones sobre la Gran Bretaña prehistórica y sus excavaciones en Inglaterra, Gales y la Isla de Man, «los monumentos megalíticos no pueden ser vistos simplemente como estructuras físicas, sino como símbolos cargados de significados cósmicos, espirituales y comunitarios. Servían como nexos de comunicación entre los vivos y los muertos».

Para Marija Gimbutas, arqueóloga y antropóloga lituano-estadounidense, investigadora de las culturas del Neolítico y la Edad de Bronce, «los monumentos megalíticos están profundamente conectados con los rituales de fertilidad y el culto a la madre tierra, reflejando las creencias de sociedades neolíticas que honraban la conexión entre la naturaleza y lo divino». Por su parte, Julian Thomas, autor de la publicación académica 
Understanding the Neolithic y director de Stonehenge Riberside Proyect, sostiene que «los megalitos, como Stonehenge, pueden interpretarse como un reflejo del pensamiento simbólico de las sociedades prehistóricas, que organizaban su espacio de acuerdo con ritmos astronómicos y ciclos naturales». Y Richard Bradley, arqueólogo y académico  británico, especializado en el estudio de prehistoria europea y de la Gran Bretaña prehistórica, propone que «el megalitismo no solo marcaba un lugar de poder, sino también un punto de encuentro para las comunidades, donde las identidades sociales se consolidaban a través de rituales y ceremonias».

El menhir con el cielo de dramático azul y las casas de algunos residentes de Dol como fondo.

Lo que siempre se escapa a la mirada arqueológica

Tras muchas de las interpretaciones de especialistas que antes incluimos, se agazapan, además de la arqueo astronomía, doctrinas o paradigmas como la arqueología procesual-funcionalista que atiende a las posibles funciones económico-sociales del megalitismo. Además, una visión neomarxista entiende el ritualismo megalítico como factor de dominación de una minoría sobre el resto; y esta perspectiva de análisis es colindante a la llamada arqueología postprocesual surgida en los años 80 como reacción a la arqueología procesual, y bajo la influencia de la filosofía postmoderna. Este enfoque hace énfasis en la interpretación subjetiva de la información arqueológica. Los datos arqueológicos siempre están mediados por las experiencias subjetivas del investigador y su ambiente. No es posible la objetividad en la comprensión del campo de estudio arqueológico. No hay ningún determinismo ni imparcialidad.

Y en todos los modos de interpretación de lo megalítico, en modo alguno se logra transmitir un panorama completo y coherente que haga transparente toda la dinámica significativa de la vida prehistórica. El significado de los dólmenes, o los menhires, como el del menhir de Dol, siguen ocultos en una niebla insondable. Todo lo que queda son aproximaciones conjeturales. Especulaciones. El menhir que visitamos simboliza así la imposibilidad de un conocimiento clarificador. El menhir representa la comprensión fragmentaria e insegura, y la experiencia de lo totalmente perdido. Los misteriosos días y noches de los hombres y mujeres que movieron y erigieron la piedra es una escena de vida cuyo sentido se mueve en perpetua fuga.

La piedra del menhir recorrida por sus miles de años.

Por eso, en el menhir en el atardecer convive el presente del hiper-tecnológico siglo XXI con lo enigmático y lo perdido, con lo que nunca se recuperará, con lo que solo puede ser evocado desde el juego de la imaginación, y desde el deseo de respirar un aire de miles de años.

Permanecemos un largo rato ante la piedra imantada por el sol que arde con sus resplandores finales. Alguien que lentamente se acerca desde una casa cercana, está ya a pocos metros de nosotros. Antes de irnos y luego de unas breves palabras iniciales, el visitante nos aclara que vive en una casa frente al menhir. Y en inglés me dice que le asombra cuánto tiempo estuvimos contemplando la piedra. Le digo que nos fascina la prehistoria y los misterios irresolubles que ofrece. Y el recién llegado nos asegura que el menhir es su paisaje cotidiano, y que su costado más misterioso mejor se lo advierte en los días de tormenta.

Entonces nos despedimos. El encuentro con la prehistoria nos sustrae de nuestra cultura atrapada en la ilusión de abarcarlo todo. Fuera de la digitalización de la vida, de la actualidad de las guerras y de la violencia en todas sus formas, lo prehistórico es el otro tiempo de lo extraño, distinto y remoto que recuerda nuestro no saber, y que nos acerca al susurro de otras formas completamente diferentes de interpretar nuestro entorno; otra cosmovisión en la que el humano busca mantener su pertenencia a una realidad mayor, hecha de tierra, fuerzas naturales, cosmos, y los propios conflictos humanos y su necesidad de orden.

Y el firmamento se cubre casi totalmente, y en otra demostración de lo inestable del clima de la región, las gotas vuelven a mojar el sueldo.

E imagino una tormenta, y la piedra parece que quisiera decir algo, unas palabras lejanas, entre los rayos, bajo un cielo que es el mismo de hace miles de años, cuando el menhir fue enterrado y elevado, como una presencia que hoy los humanos no entienden, pero sí el viento de las tempestades, y el del fin de la tarde, que nos acaricia la piel, entre el atardecer y la lluvia.

Cerca del menhir
La misteriosa piedra recibiendo el atardecer en la Betaña francesa.

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