Texto Esteban Ierardo, incluye galería, fotos Laura Navarro y E.I
En Lugo, Galicia, se encuentra la muralla romana conservada más extensa del mundo. Transitar por ella de día o de noche, comunica con los vestigios de la cultura de la Antigua Roma que permanecen plenamente vigentes en la cultura moderna.
La civilización romana todavía brota dentro de algunas ciudades modernas, como una planta que se niega a desaparecer en el campo. Esa sensación tenemos al salir de la estación de buses de la ciudad gallega de Lugo, de casi cien mil habitantes. A los pocos pasos reconocemos la muralla romana más extensa del mundo. Las macizas piedras circundan el casco histórico de la ciudad fundada originalmente por Paulo Fabio Máximo, en el año 13 a. C, con el nombre de Lucus Augusti. Construida entre los siglos III y IV d. C., la muralla se levantó piedra sobre piedra para cumplir su función defensiva con sus 2266 metros de longitud y 85 torres. Por aquel entonces en el Imperio se avivó la percepción del peligro de los bárbaros, los pueblos procedentes de regiones germanas que, por el siglo V, efectivamente forzaron el desplome final de Roma.
La ubicación estratégica de la ciudad, en lo alto de una colina, rodeada por el río Miño, y algunos arroyos, alentaba la construcción de la muralla, pero no solo por cuestiones defensivas, sino también para resguardar a la población del frío viento del norte. La fortificación dejó fuera barrios ya existentes, pero incluyó tierras de labor despobladas y zonas de bosque.
Luego de la caída del Imperio romano en el 476 d.C, los llamados bárbaros llegaron con ánimos de conquista. Hubo un período de dominio suevo y visigodo. Luego se impusieron los musulmanes. Y, finalmente, la cruz cristiana se apoderó de la vieja Lucus Augusti.
Hoy, sus diez puertas unen la parte exterior e interior de la ciudad. Sus torres originales han desaparecido. La muralla mereció la Declaración por la Unesco como Patrimonio de la humanidad en el año 2000, y hoy está hermanada con la Gran Muralla china.
Para recorrer la totalidad de la fortificación primero debemos encontrar un ingreso. Una delicada llovizna, típica del clima local, nos salpica mientras preguntamos a un residente sobre ese buscado acceso. Nos da la información de una rampla empedrada detrás de la catedral. Encontramos el lugar señalado. Ascendemos con facilidad hasta un camino de aplanada tierra y polvo. La senda entre los muros nos orienta en el recorrido bajo un cielo lluvioso y plomizo.
Al avanzar atisbamos la ciudad desde unos diez metros de altura. Lentamente, a un lado y otro, distinguimos los edificios, muchos de ellos con ventanas blancas cuyos vidrios sobresalen de las fachadas. Vemos escuelas, calles recorridas por transeúntes, escasos automóviles, iglesias, y murales. Uno de ellos nos sorprende:
Un magnífico mural de 20 metros de altura que representa a Julio César en pose dinámica y exuberante de poder, que fue declarado el mejor mural del mundo, en 2021, en el marco del Street art Cities. Se ubica en la Ronda da Muralla 133. Su autor, el artista urbano Diego Anido Seijas, más conocido como Diego As, declara: “Soy de la ciudad amurallada de Lugo y llevo pintando graffiti o arte urbano en la calle desde los 15 años con spray».
La figura del gran romano causa una inevitable atención. Se nos hace presente el Julio César conquistador de la Galia, que arrebató a los celtas galos en una campaña de 20 años; el Julio César estratega de la batalla de Alesia, en el 52 a.C, cuando enfrentó las tribus galas lideradas por Vercingétorix; el intelectual, historiador, escritor, pero también propagandista en su libro De Bello Gallico; el que cruzó el Rubicón y pronunció la célebre frase Álea iacta est («la suerte está echada»), consciente de que ese acto daba inicio a una guerra civil; el que fue acusado de aspirar a la condición de rey, lo que para Bruto y sus cómplices justificó el atentado que cegó su vida de volcánica ambición. Aún los más poderosos no escapan del filo de un simple puñal que puede acabar con cualquier sueño de gloria.
Pero junto a la muralla reposa también otro extraordinario mural: una hermosa castrexa, obra de Manuel Pallín, elegida como mejor mural del mundo en 2023 por la ya mencionada plataforma Street Art Cities. La cultura castrexa existió en el noroeste de la península Ibérica entre el siglo VI a. C y el siglo I d. C. Se distinguía por la construcción de poblados circulares fortificados llamados castros, y por una economía basaba en la agricultura, la ganadería, la pesca, la caza y la recolección, la metalurgia, el tejido y la elaboración de cerámica. Una cultura que se expandió por las regiones de Galicia, Asturias, norte y centro de Portugal y oeste de León.
En el mural la mujer castrexa (o castreña) luce como una guerrera finamente ataviada con su collar de joyas, en un bosque, mientras blande un puñal, presta a una acción violenta.
En el recorrido nos encontramos con algunas personas que también siguen el camino romano en las alturas. Hablamos con una señora munida de su paraguas para protegerse de las discontinuas lloviznas. Nos dice que ella es de una aldea cercana pero hace más de veinte años vive en Londres. Cuando vuelve no deja de visitar la muralla. No sé cuantas veces la he recorrido ya, nos dice antes de despedirse. Algo más adelante, un señor calvo con una abierta sonrisa se nos acerca ¿Son argentinos?, nos pregunta. Sí. Los escuché recién. ¿Es la primera vez que recorren la muralla? Asentimos, y luego el hombre, residente en Lugo, nos asegura que hace cuarenta años camina por la muralla. Nos comenta que es profesor de historia, como para justificar lo que quiere comentarnos. Roma como todo imperio fue la violencia organizada, nos dice. Le tomó cerca de dos cientos años conquistar la península ibérica durante la que debieron vencer a los íberos, cartagineses, celtíberos y cántabros. Recién César Augusto, en el 19 a.C., le puso fin a las guerras cántabras (1). Antes, en 133 a.C., Publio Cornelio Escipión Emiliano doblegó la resistencia celtíbera en Numancia. Los jefes de la resistencia numantina prefirieron suicidarse con sus familias. La ciudad fue destruida, la población sobreviviente vendida como esclavos. Ejemplo de la brutalidad de todos los conquistadores, agrega Laura. Sí. Y en Portugal, Viriato enfrentó a los romanos con la táctica de guerra de guerrillas; rehuían siempre el combate abierto. Muchas veces el líder lusitano le infligió derrotas humillantes a los hijos de Roma, a los que se les ocurrió finalmente sobornar a sus lugartenientes para matarlo. Así lo hicieron.
Roma es un ejemplo de la dinámica contradicitoria de todos los imperios. Por la fuerza, la violencia y la muerte, imponen no sólo su dominio, sino también la paz. La pax romana, digo. Así es, y durante ese tiempo, nos dice el profesor de historia lucense, y a pesar de algunos emperadores desquiciados, se consolidó el Derecho, la ingeniería civil, un sentimiento de pertenencia a una comunidad dada por la ciudadanía romana. ¿No piensa que Europa como identidad colectiva es quizá una creación de la civilización romana que impuso una misma ley en buena parte del actual territorio europeo? Es posible y lo inquietante es que siempre las civilizaciones necesitan de la violencia organizada para generar sus aportes a la historia, comento. Es la extraña condición humana, agrega Laura. Recorran la muralla también a la noche, mucho les gustará, nos dice nuestro amable interlocutor, del que nos despedimos luego de una grata y enriquecedora charla. Lo veremos una vez más en el bar panadería Manso, en la Rúa del Bispo (obispo) Aguirre, atendida por unas muy amables empleadas.
Y seguimos avanzando. Sabemos que la muralla compone un gran rectángulo que se curva en sus extremos. Pero al caminar no percibimos esa figura que muestran los planos. No advertimos pronunciados giros, claras curvas que alteren un trayecto más o menos rectilíneo. Sin embargo, todo el tiempo hemos caminado en un movimiento que nos devuelve al punto de partida, la puerta Miñá, próxima a la Catedral de Lugo.
Bajamos por esa puerta, de 3,65 m de ancho, bóveda de cañón y arco de medio punto, y guarecida por dos torreones, conocida como «puerta del Carmen» , ya que frente se extiende la Rua do Carmen, que atraviesa un remanente vegetal de varias hectáreas, con huertas y un grupo de bellos gatos. La Puerta Miña es la más antigua y de comprobado origen romano, con pocas modificaciones en el decurso de los siglos. Cerca, como dijimos, está la catedral.
La catedral del siglo XII, de estilo románico, dedicada a Santa María, en su advocación de la Virgen de los Ojos Grandes. Por la condición románica del edificio, en su interior, no hay vitrales radiantes, como en las catedrales góticas. Pero sí se destaca un magnífico techo de coloridas figuras etéreas sobre el retablo mayor, de Cornelio de Holanda, dañado por el gran Terremoto de Lisboa de 1755. En las grandes iglesias, la decoración no es un ornato accesorio o superficial, sino una atmósfera que eleva la mirada hacia el cielo.
En el siglo XVI, en los huecos entre las torres demolidas de la muralla con el tiempo, se empezaron a construir viviendas como parte del crecimiento ultramuros de la ciudad. Pasamos frente a las versiones actuales de esas casas: viviendas con una puerta o una ventana que dan al camino de la muralla, como si este fuera una calle creada por los romanos para la circulación en el mundo moderno.

Recorremos Lugo, que muchos nos agrada y serena. Descubrimos la cervecería A cova da meiga ( la cueva de las brujas) que, como lo dice su nombre, busca recrear un recinto propio de las hechiceras que con sus escobas remontan vuelo. Por esos, varias muñecas de brujas por aquí y por allá. En Galicia, y también en León y Asturias, Meiga es el nombre que se le daba a la bruja o hechicera cuyo propósito era megar o enmeigar, hacer el mal a personas y animales, mediante un pacto con el demonio. Pero como observa el antropólogo Carmelo Lisón Tolosana, la meiga es distinta de la bruxa que hace el bien, y deshace el mal de ojo y los conjuros maléficos. En Galicia aún hoy es popular la frase «Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas («Yo no creo en las meigas, pero haberlas, las hay»), un modo de darle lugar a la incredulidad, pero sin negar la posibilidad de lo mágico.
Nos complace también recorrer el casco histórico. Y en la noche, antes del amanecer, e incluso avanzada la mañana, advertimos un amplio manto de niebla que cubre la ciudad. La neblina siempre parece que hace visible el misterio o un sentido fantasmagórico que habitualmente permanece oculto; e introduce también un estado intermedio o fronterizo dentro de la solidez de las cosas, y algo más delicado e intangible de la realidad que se suspende en el aire.

Y desde las inmediaciones de la muralla, vía GPS que Laura usa con mucha habilidad, llegamos hasta la Calzada da Ponte. Con cada paso, la vía se inclina cuesta abajo. Gradualmente, las edificaciones son más rústicas. El piso embaldosado hace olvidar el pasado de pobreza e inundaciones de aquella calle. Finalmente, vemos una simpática estatua de un soldado romano, más parecida a una estampa de comic que a los guerreros de antaño. La figura metálica nos confirma que estamos ante el Puente Romano sobre el río Miño. En sus orígenes se llamó la vía número XIX del Itinerario de Antonio que unía Lucus Augusti con Bracara Augusta ( hoy Braga), e Iliria Flavia (hoy villa de Padrón).

A pesar de todas las transformaciones y restauraciones durante los siglos, el Ponte no cambió su estructura original. Hace poco años, fue nuevamente restaurado y se convirtió solo en vía peatonal. Desde el puente, contemplamos que el río discurre con tranquilo ritmo. El cielo muestra sus cambiantes y efímeras combinaciones de nubes entre blancas, azuladas y grisáceas. Por momentos, fúlgidos rayos solares emergen desde las masas nubosas e iluminan las casas que se arraciman en un costado del río, frente al Parque Miño, atravesado por un sendero en parte de tablas de madera y de asfalto. La senda que flanquea el río entre árboles de ramas abigarradas, pasa junto a una vieja fábrica de luz.
Al trasponer el puente, nos adentramos en una calle rodeada por casas bajas. A la izquierda, se anuncia la Rúa de Brétema. La estrecha callejuela bordea un descampado cubierto con pasto y con un par de árboles. Unas cabras retozan allí. Una de ellas prueba la firmeza de sus cuernos al embestir contra uno de los árboles. Aquella situación nos hace sentir que cruzar el puente romano nos acerca a un resto de vida rural de un pasado no totalmente desaparecido.
Al volver hacia la Calzada da Ponte, al intentar subir la cuesta optamos por un camino alternativo que recorre los vergeles del Barrio del Carmen. Antes comprobamos que el puente romano es parte del Camino Primitivo de peregrinación a Santiago de Compostela.
El rastro romano en Lugo también se preserva en La casa de los mosaicos, un domus habitado entre el siglo I hasta el siglo V. La casa quizá de un importe personaje que, como la mayoría de los humanos, cayó en el olvido. En una sala de 150 metros cuadrados, además de los mosaicos, se acomodan pinturas en las paredes. Cerca de la catedral, en el subsuelo, bajo un vidrio protector, se ve un fragmento de piscina romana, parte de un complejo termal. Y en la Porta Miña se encuentra un pequeño museo que, por medios multimedia, recrea la vida en la antigua ciudad romana. En un recinto subterráneo se conserva un fragmento de cloaca, ejemplo de la ingeniería civil, en la que los romanos descollaron, como es bien sabido.
Y otro ejemplo de lo romano conservado en la ciudad gallega es de un especial valor. Cuando se excavaba para construir el vicerrectorado de la Universidad de Lugo dentro del casco histórico lucense, se hallaron los restos de un domus del siglo I d.C. Allí funciona ahora el Museo A Domus do Mitreo, muy cerca del acceso a la muralla que ya conocemos. Cuando lo recorremos nos guía una muy simpática y servicial empleada, que nos hace sentir que realmente ama el tesoro cultural allí conservado: distintos cimientos y recintos de la casa de un centurión, con murales, un patio, un pozo, mosaicos, hasta una inscripción conmemorativa dedicada al Dios Mitra en un altar para la celebración del Dios.
El Dios de Mitra es de origen persa. Con la llegada de las legiones romanas a Persia durante la guerra contra el Imperio parto, este dios se integró al panteón del imperio romano. En la adopción del culto a Mitra por los romanos, este fue parte de una religión iniciática y mistérica destinada al secreto y ritos de iniciación. A los iniciados se revelaba el misterio constituyente de la religión mitraica como sociedad secreta, integrada por hombres y en particular guerreros. Por eso fue especialmente estimada en ambientes militares. La veneración de Mitra se asociaba a la honestidad, la pureza, el coraje. Para formar parte de la cofradía era necesario superar pruebas, y quizá el consumo del «haoma», una sustancia alucinógena. Mitra se identicaba, a su vez, con el dios solar en su fase de “Sol Invictus” que los romanos celebraban entre el 22 y 25 de diciembre, bajo la influencia de las “Saturnalias” o carnavales paganos.
El dios Mitra se representa como un joven con gorro frigio, que mata con sus manos a un toro. De la muerte o sacrificio del toro en una cueva (taurobolios) brota trigo y vino; su semen es recogido y purificado por la luna; y del toro surge el mundo según el mito cosmogónico mitraico. Por su relación con el dar o crear vida, el dios también representa la fertilidad. Durante algunos siglos el mitraismo compitió con el cristianismo, puja en la que la cruz finalmente se impuso.
En el Museo arqueológico de Córdoba se exhibe el Mitra de Cabra, escultura del siglo III que muestra a Mitra durante su acción sacrificial. Otro de los grandes monumentos del culto romano al Dios Mitra es justamente el templo mitraico del domus que recorremos.

Se concluyó que este templo en el Domus estaba dedicado al Dios Mitra por unos restos hallados de una estatua de bronce, y un altar que en una de sus caras se lee la siguiente inscripción: “Al nunca-conquistado dios Mitra, G. Victorius Victorinus, centurión de la Legión VII Gémina Antoniana, Devoto y Leal, con mucho gusto, erigió esta ara en honor del puesto de control militar de Lucus (Augusti) y de sus dos libertos Victorius Secundus y Victorius Victor.”
Luego de la casa se construyó la muralla que puede ser vista dentro del espacio museizado. El recinto mitreo con orientación norte-sur, sin ventanas, simulaba seguramente la cueva de Mitra, en la que también se desarrollaba el banquete mitraico, que conmemoraba el encuentro de Mitra y el Sol, y que fomentaba la esperanza de salvación y renacimiento. En el banquete, los veneradores de Mitra se hermanaban en la situación ritual de comer y beber. Los alimentos adquirían un valor simbólico: el pan y el vino representaban la carne y la sangre del toro sagrado; un proceso que ofrecía similitudes con la eucaristía cristiana.
La importancia de la presencia romana en Lugo crea el contexto que explica que, desde 2001, se celebre la fiesta Arde Lucus, que resucita la antigua ciudad romana y la cultura castreña, con gran cantidad de visitantes. Durante la festividad de tres días, muchas personas participantes representan a los habitantes de antaño con sus vestimentas y actividades típicas. Se organizan deportes romanos en la Praza de Ferrol; juegos píticos en el Pabellón de Deportes; personas vestidas a la usanza del periodo castreño, y desfiles de legionarios romanos y miembros de la Guardia Pretoriana, y senadores y lictores con sus fascis, el haz de varas, símbolo de la autoridad del Estado; y muchos jóvenes con tambores y trompetas.
En la última noche primero pasamos por la puerta de la muralla en Obispo Aguirre, en la que una mujer procedente de Senegal permanece largas horas, frío mediante, para vender bisutería que compra en Marruecos. Así, sola, logra mantener a sus hijos. Aquí son muy amables, nos dice, mientras irradia una serena dignidad al enfrentar su destino.
Y nos dirigimos hacia un lugar que ya no es muy conocido. Mientras accedemos a la muralla alzamos la vista hacia la bóveda celeste. Comprobamos que casi no hay nubes. Al caminar por la construcción romana sobreviviente, nos fascina cada presencia, cada ventana, cada calle, bañadas por magnéticas luces. Del techo a dos aguas de un largo edificio, una chimenea libera una humareda que se recorta sobre un trasfondo luminoso. Todo irradia variedad, y la impresión de algo íntimo y recién nacido. Nos reencontramos con el gran mural de Julio César. Imaginamos a los romanos, soldados, esclavos o trabajadores libres apilando piedra sobre piedra. Días de sol y lluvia, brisas amables y viento bruscos, acompañaron sus jornadas de trabajo. El Imperio romano finalmente colapsó. Antes, mucho dolor y sangre derramaron las legiones romanas. A muchos sometieron y masacraron cuando se revelaban ante el orden imperial. Pero también los animaba un épica constructora, y una voluntad de preservación. Por eso, la muralla se mantiene en pie en Galicia. Dentro de mil años, seguramente seguirá firme, en la Lugo del futuro.
GALERÍA DE IMÁGENES (fotos Laura Navarro, y E.I, todas se pueden ampliar; y al final video sobre festival Arde Lucus)







(*) Video de festival romano Arde Lucus:
(1) Las importantes guerras cántabras (Bellum Cantabricum) se libraron entre Roma y los pueblos cántabros y astures, entre el año 29 a.C al 19 a.C. Representaron el final de la conquista romana de la península ibérica. Los romanos le dieron especial importancia a esta guerra porque el emperador Augusto la dirigió personalmente. En el conflicto, los cántabros mostraron gran resistencia y, como los numantinos, preferían el suicidio a la esclavitud.

















