Schopenhauer y la fuerza de la experiencia artística

Por Esteban Ierardo

Arturo Schopenhauer

Una aproximación a la filosofía de Arthur Schopenhauer  y, en especial, a su visión sobre la experiencia artística, en la que la música se convierte en el arte supremo.

En este tiempo complejo de mundo digital y guerra en alza que mata a inocentes, toda trascendencia se desvanece. Primero la modernidad cuestionó al Dios de las iglesias y religiones; luego, entre otras muchas dudas posibles, es inevitable la sospecha sobre el arte en la realidad tecnoglobal. ¿Hoy el arte es engullido básicamente por el mercado y el entretenimiento? ¿Lo artístico es, en definitiva, solo el terreno de la libre expresión individual? ¿O su gran poder sigue siendo, a pesar de todo, proteger la percepción de una realidad más profunda e incomprensible para la razón?

La envergadura trascendente del arte fue cuestión central para grandes pensadores, como el caso de Schopenhauer (1788-1860). En su vasta filosofía, la realidad es el horizonte de la subjetividad y del conocimiento racional, pero también de una realidad en sí entendida como Voluntad. Y el artista, como veremos, es quien puede proyectarse hacia esa realidad en sí.

Desde la visión de profundis de Schopenhauer, el arte no funge solo como ego de los artistas, la diferencia de estilos, modas, críticos, museos, colecciones y subastas. Un lugar más profundo de la vivencia estética convoca al célebre filósofo de El mundo como voluntad y representación. Por lo que primero atenderemos a algunas pinceladas de la cosmovisión filosófica schopenhaueriana, para luego recuperar su meditación sobre la experiencia artística.

II

Cuando el mundo es voluntad y representación

Schopenhauer es pensador de diversas y rotundas posiciones. El sapiens siempre es mordido por el dolor y lo irracional. Esto lo predispuso a un pesimismo esencial. Y Schopenhauer fue defensor de los derechos de los animales; negó la existencia de una raza blanca pura; fue antiesclavista; no puso en buena posición a la mujer respecto al hombre; no temió defender posiciones antinatalistas. Detestó a Hegel por sus especulaciones divorciadas de la realidad, y organizó su filosofía desde el criticismo y el idealismo trascendental de Kant, la Doctrina de las Ideas de Platón, y, aunque sorprenda, el budismo; y su reemplazo del Dios tradicional, como ser absoluto y personal, por una fuerza impersonal de la Voluntad, así como la importancia que le atribuyó a la sexualidad, lo conectan también con Darwin y con Freud.

Éstos, y muchos otros rasgos particulares, acompañan el pensamiento de Schopenhauer, junto con su gran interés por la cultura española. Dedicó mucho tiempo al estudio del castellano, y leyó en esta lengua La vida es sueño de Calderón de la Barca, y admiraba a Baltasar Gracián, el autor de El Criticón.

Pero el gran momento de Schopenhauer es su obra máxima: El mundo como voluntad y representación (1819). Su meta: «desentrañar el enigma de la existencia». El genio kantiano, en la Crítica de la razón pura (1781) negaba la posibilidad de conocer el noúmeno o cosa en sí (Ding an sich). Para Schopenhauer, como se verá, es posible cierto acceso a la Voluntad como realidad en sí. Esta Voluntad no es el querer humano, sino un «ciego afán (Drang), un impulso o pulsión (Trieb) carente por completo de fundamento y motivos» y «…. alejada de toda cognoscibilidad inmediata». La Voluntad es la vida primaria, abismal, inexplicable en su ser o esencia; es la «voluntad de vivir» (Wille zum Leben) que, como impulso ciego de vida y esfuerzo incansable, se objetiva en lo inorgánico y lo orgánico en la naturaleza, en las leyes físicas, en la materia, en las plantas, en los humanos y otros seres vivos. Así:

«… resulta evidente que yo, con razón, haya puesto a la Voluntad de vivir como lo ulteriormente inexplicable, o más bien, como fundamento y base de toda explicación y que esta -muy lejos de ser un palabrerío vacío como ‘lo absoluto’, ‘lo infinito’, ‘la idea’ y demás expresiones similares- sea lo más real (das Allerrealste) que conocemos; más aún: el núcleo de la realidad misma (der Kern der Realität selbst)». (El mundo como voluntad y representación, II. ii, 28).

Entonces, la voluntad, como realidad en sí:

«es lo más intimo, del núcleo de todo lo individual como también del universo; aparece en cada una de las fuerzas ciegas de la naturaleza, en la conducta reflexiva del hombre, en toda su diversidad solo se diferencia en el grado de sus manifestaciones...»

La Voluntad es energía vital primaria; se expresa en el humano como su más alta manifestación pero no distinta a las demás fuerzas de la naturaleza. De hecho, como antes observamos, la Voluntad se manifiesta u objetiva en todas las fuerzas del mundo natural: electricidad, gravedad, magnetismo, propiedades físicas y químicas; es la misma en los reinos mineral, vegetal, animal, y en la propia voluntad humana, que es irracional y ciega en su fondo, pero integrada al principio de razón.

La Voluntad tiene un carácter físico: «la naturaleza es la Voluntad», idea central desarrollada especialmente en Parerga y Paralipómena (1851). Según Rudiger Safranski, esta obra de Schopenhauer se compone de «escritos secundarios» y «cosas pendientes», «pensamientos dispersos, aunque sistemáticamente ordenados, sobre diversos temas», que incluyen los Aforismos sobre la sabiduría del vivir, que se convirtió en el libro de mayor difusión que le granjeó popularidad. ​La afirmación «la naturaleza es la Voluntad» también supone que la Voluntad antecede a la razón y al conocimiento; y se manifiesta en las fuerzas naturales, y es ciega e irracional.

La Voluntad es la realidad en sí, pero el humano accede al conocimiento desde su condición de sujeto cognoscente; es decir, se conoce el mundo empírico, en el espacio y el tiempo, a través de la representación del Sujeto organizada por el principio de razón suficiente (todo es efecto de una causa), y por tanto de la causalidad. Así, la ley de la representación es un modo a priori de conocer. Entonces, «el mundo es mi «representación».

Y la Voluntad se manifiesta u objetiva en distintos grados o Ideas. Las Ideas son las formas eternas e inmutables detrás de todo lo que se manifiesta en la realidad fenoménica. La Voluntad remite a la realidad como la cosa en sí kantiana, pensada de otra manera; y las Ideas acusan la influencia de Platón, de los arquetipos platónicos; pero, en este caso, no se trata de la Ideas como formas espirituales en otro mundo metafísico, sino como parte del proceso de la objetivación de la Voluntad en diferentes niveles de manifestación dentro del mundo de la representación, en el mundo tal como lo percibimos desde los sentidos y la razón, la causalidad, el sujeto, el espacio y el tiempo. La Ideas tienen realidad objetiva y son el modelo eterno de lo individual; una piedra singular, por caso, remite a la Idea de la piedra, de la que todas las piedras particulares son manifestación.

La multiplicidad de las cosas, los seres individuales, y sus Ideas, participan de la realidad única y universal de la Voluntad que no se divide. A su vez, el estudio de las ciencias, de la ley de la conservación de la materia y de la energía, o las investigaciones biológicas, condujeron a Schopenhauer a avalar la homogeneidad de la materia. La Voluntad es un monismo energetista. En esto también influyó el pan-energertismo de Leibniz, quien explica lo diverso de individuos y especies por una actividad vital única.

Como observamos, el Sujeto conoce los objetos del mundo mediante la representación. Aquí actúa un idealismo filosófico; es decir, el mundo que conoce las ciencias es construido por el Sujeto como mente humana universal.

En Kant, el mundo externo es determinado por el espacio y tiempo y las categorías (todo lo vinculado con la Estética trascendental kantiana). Pero, a pesar de esto, el mundo conserva cierta independencia. Schopenhauer critica esto porque el mundo es solo nuestra «representación» (Vorstellung); pero entiéndase que si el mundo fuera únicamente nuestra representación solo «sería como una sombra, o un fantasma pasajero». Entonces, ¿el mundo es solo nuestra representación? ¿No es posible acceder a la realidad en sí, más allá del principio de la razón suficiente y de la ley de causalidad que organiza las representaciones? , lo que conoce más allá de la representación es primero, el cuerpo, y luego, la experiencia artística.

III

Hacia la Voluntad por el cuerpo

Desde el idealismo al que adscribe Schopenhauer, los objetos son otra forma de representación del sujeto. Pero mi cuerpo no es solo una representación de un objeto sino que es lo experimentado como actividad. Nada se da que no se deba primero a la acción y movimiento del cuerpo, que es anterior al entendimiento y al propio pensamiento. No podemos pensar sin ser primero activos. Todo lo psíquico, lo moral, lo intelectual, lo estético, es lo que se descubre y accede desde el cuerpo, como actividad objetivada de la Voluntad o realidad en sí. Así el cuerpo es:

«lo único que conocemos inmediatamente y que no se nos da en la representación; el único datum valedero que puede esclarecer todas las cosas…nos conduce a la verdad». Entonces, a la Voluntad se la puede conocer por analogía con el propio cuerpo: al cuerpo lo conocemos por un lado como representación del sujeto y, por otro lado, lo experimentamos como Voluntad.

Además de la fuerzas naturales, y más allá de nuestra representaciones, la Voluntad entonces se manifiesta por el cuerpo. El cuerpo así late más cerca del trasfondo de la vida. Pero también el arte respira en la proximidad del ser.

IV

Los artistas y la experiencia de la voluntad o realidad en sí.

El entendimiento, como razón, causalidad, solo conoce el fenómeno, la dimensión exterior del mundo colorido del cielo, la tierra y la multiplicidad resonante de las cosas y seres, pero no accede a la esencia misma de las cosas. El entendimiento como conocimiento intelectual además convive con la voluntad que, sin dividirse, se individualiza. La vida bajo el principio de individuación, el yo, el individuo. Y lo individual es límite, finitud, particularidad, no universalidad.

El mundo que podemos conocer está determinado por la representación, la ley de la causalidad. Y el principio de individuación. Y en este mundo, como humanos deseamos. Y nuestros deseos demandan satisfacción. Pero cada nuevo deseo satisfecho deriva en un nuevo deseo, en una secuencia sin fin de insatisfacción, sufrimiento, dolor. Aquí asoma el Schopenhuer bajo la influencia budista. El dolor es parte de la esencia de la vida. Podemos encontrar, sí, formas breves, temporales de escapar del doloroso reino. Una vía de breve escape de lo doloroso esencial es la contemplación estética, porque en esta experiencia se es libre de la voluntad individual como razón suficiente, causalidad, entendimiento. Y en este modo de percibir, sujeto y objetos ya no están separados, sino unidos en una misma «imagen intuitiva». En la vida ajena a la experiencia artística la voluntad individual es sierva o prisionera de la razón, la causalidad y la demanda de deseo que no puede nunca colmarse plena y permanentemente. Pero por la experiencia estética, el individuo trasciende su propio yo, su principio de individuación, cuando no permitimos:

«… al pensamiento abstracto, a los conceptos de la razón, ocupar nuestra conciencia, sino que, en vez de eso, concentramos todos el poder de nuestra intuición, sumergiéndonos totalmente en ella, y permitimos que la conciencia se llene de la apacible contemplación de los objetos naturales presentes en cada momento, ya sea un paisaje, un árbol, una roca, un edificio o cualquier cosa, perdiéndonos en estos objetos, para emplear la expresión alemana de profundo sentido; es decir, olvidándonos de nosotros mismos como individuos de nuestra voluntad, y existiendo solo como sujeto puro, como claro espejo del objeto...» (El mundo como voluntad y representación, II, parte 34).

Por la experiencia estética, por la «apacible contemplación de los objetos naturales» por el perderse en esos objetos, el yo se olvida de sí mismo, se quiebra así el principio de individuación; y el contemplador deviene «sujeto puro de conocimiento» y, por ese estado de pura contemplación, «se manifiesta libre del servicio de la voluntad en el hombre, suprimiendo todo vestigio de individualidad hasta tal punto, que lo mismo da que el contemplador sea rey poderoso que un miserable mendigo» (El mundo como voluntad y representación, I)

La vida que el artista experimenta como contemplador es la vida como Voluntad universal; es decir, la realidad en sí; sujeto y objetos se unen; y el artista es toma de conciencia de la unión con la naturaleza. Como para Lord Byron: «Las montañas, los mares, los cielos, ¿no son una parte de mí mismo y de mi alma, como yo soy también una parte de ellos».

El artista se absorbe en el objeto y, así, al superar su principio de individuación deviene «espejo del mundo», lo que recuerda también La «carta del camaleón», la carta que John Keats escribió a Richard Woodhouse el 27 de octubre de 1818. Aquí habla del «poeta camaleón» como aquel que, al carecer de identidad propia, puede contemplar y fundirse con cualquier cosa, persona, experiencia.

Esa capacidad de superar la identidad o personalidad le permite al artista reflejar la pluralidad del mundo, e intuir su verdadero en sí. El artista supera su individuación pero también la de las cosas; contempla las Ideas, que son las esencias eternas y universales de las cosas. En este ver profundo como contemplador del mundo radica la genialidad del artista; y en la intuición de la realidad en sí el genio artístico se intuye lo velado a las apariencias, fuera ya del individuo, del yo y sus deseos.

La experiencia artística liberada no es imitación de la realidad de las cosas tal como se dan en lo dado, en lo fenoménico. En olvido del yo y de las cosas tal como se muestran, la fantasía y la intuición perciben las Ideas que laten detrás de las cosas; y des-cubren así lo más esencial que subyace a las mismas. El placer de la belleza es parte de la superación estética de la individualidad y de la liberación de la experiencia común de los objetos. Lo bello es lo experiencia estética que abre a la universalidad.

La estética kantiana y romántica contribuyeron a valorar el lugar de la belleza y de lo sublime. Y, para Schopenhauer, en lo sublime la intuición estética lucha por romper las limitaciones de lo individual. Y las distintas artes intuyen las Ideas de los diferentes grados de objetivación de la Voluntad, de la realidad en sí.

La arquitectura intuye las Ideas de los grados más bajos de la objetivación de la Voluntad: cohesión, pesantez, dureza, solidez. Aquí, la experiencia artística aún está lejos de inhalar la intuición del en sí de la materia. La pintura y la escultura intuyen grados más altos de la objetivación de la Voluntad al explorar los afectos y pasiones. La poesía, lírica y épica, baten alas hacia objetivaciones más alta de la Voluntad puesto que expresa la esencia de la humanidad en cierta atemporalidad; y la tragedia abraza la esencia del vivir siempre impregnada de angustia, fatalidad, dolor, injusticia.

Y la música vibra como arte superior. Ya no es lo que reproduce un grado de las Ideas de las cosas, sino que es la propia Voluntad como la realidad en sí, como «la cosa en sí de todo fenómeno»:

«La música, como hemos dicho, se diferencia de todas las demás artes en que no es una reproducción del fenómeno… sino una reproducción inmediata de la voluntad misma; y , por lo tanto, expresa lo que hay de metafísico en el mundo físico, la cosa en sí de todo fenómeno» (El mundo como voluntad y representación, III, parte 57).

Schopenhauer pensaba que la música es el único arte que no se limita a copiar ideas, sino que expresa la Voluntad misma, lo más abismal y esencial, la realidad en todo su oscura y misteriosa magnificencia.

Y el arte es también una vía efímera de salida del sufrimiento, junto con el camino de la persona que, altruista y compasiva ante el prójimo y los animales, va más allá del principium individuationis, y vive la experiencia del dolor ajeno como propia. Pero el asceta es el que realmente logra romper las cuerdas ásperas y continuas del sufrir mediante el cese del querer cosa alguna, por la renuncia al apego y el cultivo de la máxima indiferencia ante las cosas.

IV

Esas ventanas que se abren

La pregunta por el sentido del arte nunca se clausura con una respuesta definitiva. Como muchos son los temas de la creación artística, muchas son la ideas sobre lo que es arte, su principal perfil y significación. Por ejemplo, las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX, mediante entusiastas manifiestos, proclamaron muchas rutas posibles para el discurrir de la energía artística.

Entre esas vanguardias respira el expresionismo de Kandinsky y Paul Klee, herederos del pathos romántico y del deseo proto-expresionista de Van Gogh. En ellos es claro que el arte es expresar, revelar, acercar el corazón profundo, invisible y metafísico de la realidad. Bajo la meditación de Schopenhauer, el arte es también fuerza de expresión de la voluntad, es decir de lo real en sí. La música es la fuerza artística más poderosa en el expresarse de la propia vida universal indivisible, ciega, irracional y abismal.

Bajo una innegable influencia oriental, la potencia del arte emerge en la momentánea supresión del yo; en la contemplación de lo que la realidad es, y no tal como nos la representamos. Entonces, el aire es rozado por ventanas que se abren.

Claro que este es el camino artístico proyectado hacia las profundidades del ser, hacia la inmensidad de la vida de la que somos emanación y parte. Nada tiene que ver con el arte encerrado en sí mismo, en la pura explicación de sus estilos, o en la demanda de reconocimiento del artista que lo convierte en prisionero de su yo, en lugar de desplazarse hacia, siquiera, un breve olvido de sí. El proceso artístico reivindicado por Schopenhauer más se vincula con una actitud sensible, con una forma de la experiencia del mundo, que con el arte solo entendido como cierto tipo de obras.

El arte, en esta visión de mayor hondura, se enlaza con la contemplación, la intuición, la fantasía, la experiencia de la belleza y de lo sublime, y la expresión gloriosa de lo real por una música tan abismal como la realidad misma.

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