Por Esteban Ierardo

La negación de la realidad empírica detectada por Arendt en las ideologías totalitarias del siglo XX, se diversifica hoy en el negacionismo que corre libre en los canales digitales de la desinformación que propaga el universo algorítmico; lo que incluye, siempre, la posibilidad de negar lo evidente. La posverdad. Pero aun cuando se quiera ocultar la realidad, en la que efectivamente los ciudadanos son defraudados, el libre pensamiento como el que representa Hannah Arendt, siempre descubre la realidad negada. Hoy, volver a ella, resulta entonces un vigoroso antídoto contra la manipulación.
(Aclaración: este texto había sido publicado anteriormente en esta página, pero aquí presentamos su última versión, algo modificada y que incluye la mención a las Jornadas Hannah Arendt que se realizaron en septiembre de 2025 en la Ciudad de Buenos Aires. Gracias. Saludos).
LOS VIENTOS del pensamiento no dejan de soplar cuando se cumple el 50º aniversario del fallecimiento de Hannah Arendt (1906-1975), la libre pensadora judeo-alemana que brilló por su coraje intelectual y lucidez. Razón para su homenaje en las “Jornadas Hannah Arendt. Del exilio a la posverdad”, a celebrarse entre el 4 y el 7 de septiembre en la Ciudad de Buenos Aires, en el Cultural San Martín, organizadas por el Goethe-Institut y la Cátedra libre Walter Benjamin - DAAD. Cuatro días de conferencias, proyecciones de cine, performances y exposición de libros. Las jornadas serán inauguradas por el catedrático Thomas Mayer, autor de una biografía intelectual de Hannah Arendt que ha sido publicada por Anagrama (Barcelona), quien también, dentro de las jornadas, será entrevistado ante el público asistente por Héctor Pavón.
En el largo camino del pensar de la filósofa homenajeada, el concepto de posverdad emerge con nítida claridad. Un sendero de reflexión en el que Arendt también se consagró a un profundo estudio de las ideologías totalitarias. Uno de los rasgos de estas ideologías es la negación de la realidad empírica. Una característica que coincide con los aspectos negacionistas del mundo contemporáneo, entremezclados con la posverdad y lo fake.
En 1933, la oscuridad nazi en Europa obligó a Hannah Arendt a atravesar el océano. Se radicó y nacionalizó en Estados Unidos. En el país del Norte trabajó como periodista, editora, catedrática. Siempre alentó el pluralismo como base de la vida democrática. No se consideraba parte de ninguna comunidad religiosa, pero siempre se sintió judía.
Entre la condición humana, la libertad y la banalidad del mal.
En 1958, Arendt publicó La condición humana, libro en el que intentaba hacerle honor a la vita activa, las actividades humanas, en contraste con la vita contemplativa. Diferencia entonces tres tipos de actividad: “trabajo”, la dimensión del Homo faber y su libre producir de una obra mediante sus manos; la “labor”, el Animal laborans que vive “sometido a las necesidades de la vida”, y la “acción” del humano como lo que “depende de sus semejantes”, e instaura una relación de pluralidad específica de la condición humana, posibilitadora de la vida política, con su ejemplo modélico de la polis griega antigua como “una forma muy especial y libremente elegida”, y por lo tanto no despótica. La “condición humana” no se identifica con la “naturaleza humana”.

La acción se liga también a la natalidad, al nacer y la generación de novedades. La vita activa conduce al “compromiso activo en las cosas de este mundo”. Con la desaparición de la ciudad antigua, la existencia libre se desliza hacia la vita contemplativa y el pensamiento puro.
El valor de la acción como “pluralismo” en el ámbito político emerge en la vida moderna. En Sobre la revolución (1963), Hannah Arendt analiza las revoluciones modernas, en particular la Revolución Francesa y la Revolución Americana. Aquí argumenta en torno a la distinción entre la libertad política y la libertad social. La libertad política alude a la toma de decisiones colectivas mediante la participación activa en la esfera pública. Es el vector que introduce en la modernidad la Revolución Americana mediante la libertad política y un sistema de gobierno descentralizado y participativo.
La libertad social atiende a la seguridad material, es decir a la satisfacción de las necesidades básicas. La Revolución Francesa situó este tipo de libertad por encima de la libertad política, de ahí su construcción de un Estado centralizado y burocrático y una participación ciudadana sofocada.
Pero en el modelo de la libertad política vía participación ciudadana, la representación política puede desvirtuarse, lo que sumerge a los ciudadanos en la alienación de sus derechos.
En su ensayo ¿Qué es filosofía existencial? (1968), Arendt se empapa en la corriente de la filosofía de Martin Heidegger, en la que se esfuma la estimación necesaria de la política y la sociedad. Con el célebre filósofo, Arendt tuvo una relación sentimental en su juventud, que luego se continuó de forma epistolar después de la Segunda Guerra Mundial.
En 1961, Arendt fue testigo del célebre juicio al exnazi Adolf Eichmann. Así nació su polémico texto Eichmann en Jerusalén y la debatida cuestión de la banalidad del mal, el accionar de algunos individuos dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos atroces. Y, luego de la Segunda Guerra Mundial, se lanzó a meditar en profundidad la concepción del mundo de los totalitarismos.
El origen del monstruo totalitario.
Así surgió Los orígenes del totalitarismo (1951), quizá su obra más ambiciosa, en la que Arendt explora la ideología desde la huella sangrienta de los totalitarismos políticos del siglo XX, en especial el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el estalinismo soviético.

Las características arquetípicas de estas ideologías son: dogmatismo, imposibilidad de la crítica y el cambio; universalismo de una normativa coactiva aplicable en todos los casos; simplificación que despoja a la realidad de su complejidad; uso insistente de la propaganda y la manipulación como modo de imposición de ideas y control masivo; apelación al terror y el miedo; el culto a la personalidad: el poder irradiado desde un líder carismático exaltado como salvador, instrumento del destino, representante puro de la nación, símbolo de todas las fuerzas del Estado y de su ideología a la manera de una religión laica.
Pero, quizá, el rumor más profundo y subterráneo de la ideología es su pretensión de “poseer, o bien la clave de la Historia, o bien la solución de todos los ‘enigmas del Universo’ o el íntimo conocimiento de las leyes universales ocultas de las que se supone que gobiernan a la Naturaleza y al hombre. […]: la ideología que interpreta a la Historia como una lucha económica de clases y la que interpreta a la Historia como una lucha natural de razas”.
En su monopolio de la verdad de la naturaleza y de la Historia, lo ideológico distorsiona la realidad para amoldarla a su preceptiva. En esa dirección, el totalitarismo aumenta su control de la población mediante el miedo, el terror, la exigencia de obediencia, la policía de los cuerpos y del pensamiento. En el Estado totalitario, los individuos asumen “una función precisa y solo constituyen un momento necesariamente irrelevante ante la grandeza del todo”.
El todo es lo único significativo. La fidelidad absoluta al Estado es su expresión. Entre 1936 y 1938, Stalin ordenó Los Juicios de Moscú para “legalizar” la muerte sistemática de toda la oposición real o supuesta. El detonante del proceso judicial fue el asesinato del político Serguéi Kirov, que se atribuyó a los trotskistas y otros miembros de la oposición dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética. Lejos de empecinarse en su defensa, los acusados de cargos generalmente falsos asumían con serenidad el papel que les era impuesto por el Estado omnímodo. Sus condenas posibles, como la expulsión del partido, la deportación a un campo de concentración o la muerte, eran aceptadas para salvaguardar su lugar, aun muertos, en el Movimiento. Más que resignación, lo que primaba era la obediencia partidaria: cumplir el rol que les cabía en su procesamiento como “enemigos del pueblo, conspiradores y traidores”. De modo que no es sorprendente “que ni uno ni otro se conmuevan cuando el monstruo comienza a devorar a sus propios hijos y ni siquiera si ellos mismos se convierten en víctimas de la persecución, si son acusados y condenados, si son expulsados del partido o enviados a un campo de concentración”.
La individualidad se esfuma en un campo de niebla en el que solo alumbran el faro del líder y la santidad de la ideología como corazón de una suerte de religión secular, de una encubierta teología política que pretende ser un todo divinizado y que funciona como una gran maquinaria opresiva de “pérdida del mundo”; pérdida del mundo en cuanto a separación, aislamiento y soledad de las personas, y su imposibilidad de participación en la esfera pública.
El discurso de la verdad total, de las “explicaciones totales”, repudia la experiencia fáctica cuando esta contraviene sus creencias. La ideología totalitaria así erige una realidad alternativa en oposición a la realidad empírica. El totalitarismo es esencialismo dogmático que rechaza la realidad observable toda vez que esta no coincide con los enunciados de la ideología. El desdén ante la realidad que se muestra aquí es político, no metafísico como en Hegel o Descartes.
Si lo real que se aparece no armoniza con los postulados de la ideología, lo que se aparece (el mundo como evidencia) debe someterse a la verdad superior del enunciado ideológico. Sin embargo, esto no disuelve la presencia real del hecho.
En el radar de la negación ideológica totalitaria de los hechos, como manifestaciones históricas de la realidad, Arendt encuentra varios ejemplos contundentes: la negación nazi del Holocausto aun en contra del alud de pruebas documentales en contrario; los soviéticos negaron el Holodomor, la masiva muerte por hambre producida en Ucrania por la privación de los granos en los silos que ordenó Stalin entre 1932 y 1933; la extinción por inanición de entre un millón y medio y doce millones de personas; atrocidad hoy reconocida por la propia historiografía rusa; y el no reconocimiento de los economistas marxistas de la crisis del capitalismo en la década del 30′ por sus procesos internos y no como consecuencia de “las leyes de la historia”.
La negación de la realidad evidente por las ideologías totalitarias estudiadas por Arendt en modo alguno tienen el monopolio de este rasgo. Hoy el negacionismo es una de las disfunciones del mundo democrático entrampado en la tecnodigitalidad, la multiplicación viral y la formación de grupos que creen “religiosamente” en ciertos enunciados o supuestas realidades. Así, hoy se viraliza el negacionismo del Holocausto y del cambio climático; o el movimiento antivacunas, el terraplanismo, o el tozudo grupo de quienes niegan la llegada a la Luna. Todas estas variantes del espíritu negacionista se alimentan de un común rechazo de la actitud científica de conocimiento. La metodología general de las ciencias requiere la contrastación continua del conocimiento con los fenómenos observables. La negación del mundo evidente erosiona o pervierte el saber científico.
En el caso del totalitarismo nazi, su específico sesgo negador abrazó pseudociencias para “demostrar” el racismo de la “superioridad aria” y la eutanasia del ominoso programa Aktion T4. En el caso soviético, Stalin promovió el lysenkoísmo, la teoría de Trofim Lysenko que aseguraba que las características adquiridas pueden ser heredadas, por lo que negaba la evidencia científica de la genética mendeliana. Los científicos que advertían ese error también debían ser cuidadosamente aislados y encarcelados, como el caso del botánico y genetista ruso Nikolái Ivánovich Vavílov, que murió en la cárcel por malnutrición, en 1943.
De los negacionismos al reino de la posverdad.
La negación de la realidad empírica detectada por Arendt en las ideologías totalitarias se diversifica hoy en el negacionismo que corre libre en los canales de la desinformación, que permite las comunicaciones digitales de un capitalismo algorítmico. En el caso de los totalitarismos estudiados por la pensadora judía, la disolución del mundo empírico va de la mano de una sistemática supresión de las libertades. En las redes informáticas contemporáneas, los negacionismos manan de los poros de una libertad de expresión extendida; libertad que incluye la posibilidad, siempre, de negar lo evidente.
La negación de la realidad bajo el filo de las ideologías totalitarias ya reclamaba la producción de realidades paralelas y alternativas. Sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo construyó su realidad paralela en la que la guerra se estaba ganando porque el Führer estaba a punto de lanzar sus “armas secretas” sobre sus enemigos.
Hoy, la sustitución de hechos reales por hechos falsos y fabricados, “alternativos”, es inherente a la dinámica de la posverdad. El proceso que antes Arendt encontró en las ideologías lo ramificó a las democracias y sus disfunciones, como los discursos manipulados desde el Deep State (Estado profundo). Esto se advierte cuando, en 1971, en The New Yorker apareció su ensayo “Mentira en la política. Reflexiones sobre los Papeles Pentagon». La filósofa escribió este ensayo luego de la publicación de los Pentagon Papers sobre la administración de Nixon y su gestión de la Guerra de Vietnam. En este texto, Arendt denuncia la sustitución de los hechos reales por los hechos alternativos, la reducción de la verdad fáctica a un mero estado subjetivo: “Los hechos alternativos no son simplemente mentiras o falsedades, sino que hablan de un cambio significativo en la realidad fáctica, compartida, que damos por sentado (…) Su fuerza corrosiva consiste en convertir el hecho en una mera opinión, es decir, una opinión en el sentido meramente subjetivo: un ‘me parece’ que persiste indiferente a lo que les parece a los demás”.

Los “hechos alternativos” convierten un “hecho en una mera opinión”, en lo “meramente subjetivo”. La “falsa verdad” y los “hechos alternativos”, la “defactualización”, como la llama Arendt. Desde trasfondos políticos estructurales distintos, los totalitarismos autoritarios y las democracias coinciden en el uso de hechos inventados como herramientas de propaganda y manipulación para influir en la opinión pública; lo que también comporta el peligro, o más bien el daño ya consumado, de que la gente común olvide la diferencia entre lo verdadero y lo falso.
En el prólogo a la edición del libro antes mencionado de Arendt, Nuria Sánchez Madrid afirma: “La autora condena la reducción de intereses colectivos a meros estados de opinión, volubles y susceptibles de una manipulación más o menos elaborada. En esta tendencia definitoria de su época encuentra un auténtico crematorio del viejo arte de la política, actividad que Arendt nunca dejó de entender como la fuente de la ‘vida buena’, esto es, una existencia digna para todos los miembros de una misma comunidad, con independencia de su procedencia, religión, cultura o clase social”. La polución de la desinformación, posverdad, fakes, los estados de opinión esgrimidos como verdades rotundas sin necesidad de fundamentos, se convierten en ácido disolvente “del viejo arte de la política”, idóneo para promover una “vida buena” y digna.
La negación del mundo empírico evidente es tan funcional a los totalitarismos como a las redes de intereses y poderes en las democracias.
En último término, la búsqueda del conocimiento de la realidad queda como un derecho del individuo. Mi derecho de no aceptar la sustitución de las evidencias por la realidad alternativa que los poderes vigentes digitan. Las mentiras “organizadas” favorecen la renovación de la hiedra de los muchos brazos de los totalitarismos y del lado oscuro de las democracias.
Pero aun cuando se quiera ocultar la realidad en la que efectivamente el sol existe e irradia su luz, y en la que efectivamente los ciudadanos son defraudados y manipulados, siempre el libre pensamiento, como el que representa Hannah Arendt, descubre la realidad negada.
Con ojos de lince, Arendt se movió con más comodidad en los territorios de la acción política y la vida comunitaria. Allí anidan muchas de las variantes de evasión de la realidad bajo las ideologías totalitarias y la desinformación manipuladora actual.
Hoy, en lo tecnocontemporáneo, la impresión de realidad es fuertemente condicionada por “hechos y realidad alternativos” que fluyen veloces por los corredores digitales del mundo. Y la mirada analítica que descubre esas distorsiones, junto con los engranajes de los totalitarismos, y la reflexión sobre la condición humana, los caminos de la acción y la libertad, y la banalidad del mal, son pliegues esenciales del legado de la pensadora homenajeada en unas jornadas que explorarán la vigencia de sus ideas, en un paisaje cuyo horizonte se despliega entre el exilio y la posverdad. Esa trampa que niega lo que muestran las manos abiertas de la realidad
Fuente: Artículo publicado en Diario Perfil, Ciudad de Buenos Aires, domingo 07 de septiembre de 2025

Excelente presentación de una mujer pensadora iluminada e iluminadora. La verdad es objetiva y esencia del ser. Negarla nos hunde en abismos de caos.
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Hola Silvia, muy lúcido lo que comentas. Gracias por tu comentario. Arendt, sí, ejemplo de iluminador libre pensamiento. Muchos saludos!
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Gracias profesor Ierardo!! La lucidez de Hannah Arendt y su valentía nos iluminan. Gracias, gracias por transmitírnosla.
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Así es lo Arendt, y gracias por tu comentario, que siga el entusiasmo,muchos saludos!
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Igualmente!!!!!
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